Antonio Salgado López (Ansaló)
Capítulo 3. Edad Moderna
Habiendo transcurrido ya ciento noventa y cinco siglos, o sea el noventa y siete por ciento de la existencia del hombre; veremos en este período lo que ocurrió durante los tres siglos o casi el dos por ciento siguiente.
En la hora de tiempo que iba desde la aparición del Sapiens hasta hoy y habiendo transcurrido cincuenta y siete minutos, esta etapa le agrega dos de los tres minutos restantes, por lo que a su fin, quedará solo uno para la Edad Contemporánea.
La Edad Moderna comienza a principios del siglo XVI y termina a principios del siglo XIX.
1. Sucesos
España
La Casa de Trastámara reinaba en Castilla al comienzo de la Edad Moderna, a través de Enrique IV.
A su muerte, había comenzado una guerra civil por la sucesión entre su hija legítima Isabel y su reconocida Juana la Beltraneja, quien se hallaba casada con el rey de Portugal. De haber ganado esta, se hubiera producido la unión de Castilla con Portugal; pero la sucesión se resolvió en favor de Isabel.
En 1469 se concretó el matrimonio entre Isabel de Castilla y su primo, Fernando de Aragón, con lo que se consumó la unión dinástica de ambos reinos, dando origen al centro de poder más importante de Hispania.
El año 1492 fue excepcional para los Reyes Católicos ya que lograron la reconquista cristiana de los últimos baluartes moros en Granada; también se produjo la expulsión de los judíos de la Península y la expedición comandada por el navegante Cristóbal Colón y sufragada por la corona española arribó a América.
La hija de Isabel y Fernando, Juana la Loca, se casó con Felipe, primogénito de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de María de Borgoña, a quien luego se lo conoció como el Hermoso.
El hijo de ambos, Carlos I de Hispania y a la vez Carlos V de Alemania, habría de inaugurar una nueva dinastía
La Casa de Austria o Dinastía Habsburgo mantuvo la Monarquía Hispánica o Monarquía Católica en la que ya se hallaban integrados definitivamente mis territorios, los gallegos, durante los siglos XVI y XVII.
Su primer rey fue el mencionado Carlos I, quien ejerció el poder siendo Hispania la primera potencia mundial de la época.
El Imperio español fue uno de los primeros modernos y uno de los mayores de la historia, considerado el primero global ya que abarcó posesiones en todos los continentes y a diferencia de los imperios romano, carolingio y mongol, las mismas no se comunicaban exclusivamente por tierra.
A él pertenecían territorios y diferentes culturas de América, Asia, África y Oceanía; y la incorporación del Reino de Portugal supuso el momento de su máxima extensión.
Sus reyes fueron Carlos I, quien añadió extensos territorios europeos a la Corona; posteriormente Felipe II, quien aumentó sus territorios en América y ciñó la corona de Portugal; y luego Felipe III, Felipe IV y Carlos II, con quien finaliza la corona la Casa de los Austria.
Durante la segunda mitad del siglo XVII el inmenso poder conseguido comenzó a mermar, produciéndose una depresión en la economía de la corona.
Durante su apogeo económico el imperio tuvo gran prestigio cultural e influencia militar. Muchas cosas que salían de España eran imitadas.
Las mejores expresiones artísticas fueron la literatura, las artes plásticas, la música y la arquitectura. Contaba con prestigiosas universidades como las de Salamanca y la de Alcalá de Henares.
Dicho período, que abarca el siglo XVI y la primera mitad del XVII, fue considerado como el “Siglo de Oro Español”.
La muerte de Carlos II sin herederos originó la llegada de una nueva casa el trono español.
La Casa de Borbón, de origen francés, empezó a reinar en España en 1700 con Felipe V como resultado de la Guerra de Sucesión Española, en la que participó Aragón; pero no los vascos y navarros, los que como parte de Castilla, permanecieron fieles a él. La Guerra culminó con el triunfo español contra el Archiduque Carlos de Austria, dando por finalizado el reinado de la Casa regia anterior.
Le sucedieron en el trono Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.
A este período se lo conoció como el del “Siglo de la Ilustración Política” en España; y finalizó abruptamente en 1808, recogiendo el “Siglo de las Luces” iniciado en Francia como antesala de la Revolución Francesa.
Durante este siglo se dictaron nuevas leyes que revocaron derechos históricos y privilegios de diferentes reinos de la Corona española, en especial la de Aragón, unificándolos bajo las leyes de Castilla, donde las Cortes eran más receptivas a la voluntad real.
España se convirtió cultural y políticamente en un seguidor de la Francia absolutista.
Felipe V hizo reformas en el gobierno y fortaleció la autoridad central en relación a las provincias.
La economía fue mejorando en el siglo xviii respecto de la depresión de la segunda mitad del siglo xvii con una mayor productividad y un menor número de hambrunas y epidemias.
Galicia
En mi región, mientras tanto, se vivían realidades no tan brillantes…
Como vimos al final de la Edad Media, el movimiento social más significativo de las historia de Galicia fue el Levantamiento Irmandiño.
Se trató de una revolución popular que destruyó la mayor parte de las fortalezas de la nobleza gallega del siglo XV. Esta nobleza era un grupo social depredador que fue puesto en jaque por las fuerzas populares que gobernaron mediante Juntas el Reino de Galicia.
La corona castellana decidió apoyar a los señores, aunque exigiendo que los castillos no fuesen reconstruidos y sometiendo a aquellos a la autoridad de un virrey gobernador foráneo, quien habría de presidir la recién creada Real Audiencia del Reino de Galicia.
Esto resultó inaceptable para la aristocracia gallega, dando lugar a una de enfrentamientos con los Reyes Católicos.
Miembros de la nobleza como Pardo de Cela, decapitado en Mondoñedo; Pedro Madruga de Sotomayor, exiliado a Portugal y asesinado; y el Conde de Lemos, confinado en la Galicia oriental; escribieron las últimas páginas de una Galicia feudal que murió con ellos para siempre para entrar en lo que se llamaría el Estado Moderno, representado por las Coronas de Castilla y Aragón unificadas.
Se utilizó la expresión “Doma y castración del Reino de Galicia”, ya que no sólo sus señores y caballeros sino todo su pueblo, al ver lo que les ocurría a estos encumbrados personajes, se fueron reduciendo y aceptando leyes de la justicia con temor al castigo.
Desde Salamanca se envió la ya mencionada Real Audiencia para que residiese en Galicia con la misión de administrar justicia de modo riguroso.
La llegada de los nobles castellanos se originó por la desconfianza de Isabel la Católica hacia una nobleza autóctona que había apoyado a su rival Juana, la Beltraneja, en la Guerra Civil Castellana.
El arzobispo de Santiago y otros grandes señores dueños de tierras les hicieron entrega de sus bienes, sin ser recibidos siquiera por los oidores de la Audiencia.
Se ponía así freno a las contiendas ordinarias y al uso de las armas que ocurrían en el territorio gallego.
Los resultados de dicha subordinación a Castilla fueron, entre otros, el declive de la literatura gallego-portuguesa; la centralización administrativa y el control del Reino de Galicia, culminada con el viaje a Santiago de Compostela de los Reyes Católicos; la orden de no reconstruir los castillos derrumbados por los Irmandiños; la integración de los monasterios gallegos en las congregaciones de Castilla y Valladolid; y la asunción del castellano como lengua de las clases altas y de la administración.
Tras la unificación de los reinos peninsulares en la Monarquía Hispánica el gobierno de Galicia se constituyó como la Junta del Reino, si bien su existencia fue poco significativa.
Durante este periodo se ejerció una constante reivindicación del voto en las Cortes de Castilla, ya que el otrora Reino de Galicia estaba representado en ella por la ciudad de Zamora.
La estabilidad política y el descabezamiento de la nobleza dieron lugar a la prosperidad de los hidalgos que vivían en los pazos merced al cobro de los foros a los campesinos, al auge de los monasterios y a una gran expansión demográfica apoyada en el cultivo del maíz y la patata procedentes de América.
Sin embargo dicho crecimiento se vio interrumpido ocasionalmente por la guerra anglo-española y la guerra con Portugal.
En otro ámbito, la creación de la Universidad de Santiago y el esplendor del barroco gallego en arquitectura y escultura fueron también hitos de este período.
En contraste, el uso del gallego como lengua comenzó una gran decadencia dentro del proceso de uniformización de España.
Fueron los “Siglos Oscuros» en los que la supervivencia del idioma fue sólo oral.
2. Mis reflexiones
Hasta aquí, un breve resumen de los sucesos acontecidos durante la Edad Moderna, tanto en España como en Galicia.
España
Si los tuviera que resumir mis reflexiones para España, diría que han sido:
Los Trastámaras. Esta Casa era una rama menor de la Casa de Borgoña, que había tomado su nombre del condado de donde procedía, en el noroeste de Galicia. El primero en acceder al trono había sido Enrique II en 1369, tras la guerra civil que había terminado con el asesinato de su medio hermano Pedro I. Medio siglo después, desde 1454, reinaba en Castilla Enrique IV, hermano de Isabel, quien lo habría de suceder a su muerte en 1474. La Edad Moderna dio comienzo durante el reinado de Isabel I de Castilla y Fernando de Aragón. Durante el mismo los monarcas se rodearon de la nobleza de toga, personas universitarias, para ir eliminando a la vieja nobleza guerrera y poderosa y además hacerlo con el poder del clero. Nació así una nueva cancillería más centralizada y fuerte que les permitía tener todo el poder bajo su control sin necesitar de la ayuda de los nobles. Su política exterior se basó en enlaces matrimoniales para dejar a Francia aislada política y económicamente, mediante matrimonios con Portugal, Inglaterra, Austria y Flandes, obteniendo grandes terrenos que se integrarían al Imperio español. En 1503 fallecía Isabel I de Castilla dejando a Fernando como regente en lugar de su hija Juana, la Loca, quien sería la última representante de la dinastía Trastámara. Poco a poco lo conseguido por los Católicos fue cayendo en el olvido pues muchos de los nobles que se habían sentido desplazados por estos se apoyaron en Felipe, el Hermoso, quien tenía aspiraciones al trono castellano, al estar casado con Juana. Isabel y Fernando legaron a sus descendientes tres valores: la unidad de España por ellos recuperada sobre sólidas bases; la institución Real, la Monarquía, semejante a nuestra Nación-Estado, la primera de Europa con este formato; y la religión católica. El título de Su Majestad Católica se añadiría al nombre de los Reyes de España y también el de Condes de Barcelona y señores de Vizcaya. La responsabilidad habría de pasar entonces a la Casa de los Austrias, cuyos descendientes habrían de llegar a casi todos los tronos de Europa y América. Los restos de los Reyes Católicos descansarían luego en su panteón de Granada.
Los Austrias. Habían recibido como herencia los descubrimientos, los que sentaron las bases de la primera potencia global, con un mundo bajo una sola dirección, la suya. Carlos I de Habsburgo, hijo de Felipe, el Hermoso y de Juana, la Loca y nieto de los Reyes Católicos, fue el heredero de los reinos europeos. Cuando accedió al poder gestó un plan espectacular y la monarquía se extendió a los cinco continentes, situando a España como la cabeza del mundo moderno. Fue ungido en 1516 como Carlos I de España y Carlos V del Sacro Imperio Romano Germano y luego pudo acceder al título de emperador de los romanos, derrotando a su máximo rival, Francisco I de Francia. Con este nuevo título y la herencia recibida se convirtió en uno de los monarcas más poderosos de su época, controlando el Mediterráneo, el Camino Español que se extendía en el centro de Europa y el Atlántico, por el descubrimiento de América. Bajo el estandarte de la religión reunió todas las gentes del nuevo imperio, siendo adalid de la cristiandad. Sevilla se convirtió en el centro del comercio con las Indias, siendo el baúl de los tesoros del nuevo Imperio. Por desgracia el dinero tal como llegaba se iba, debido a las numerosas guerras en las que se veía implicada. Tras un agotamiento constante debido a ellas, Carlos I abdicó en favor de su hijo Felipe II, quien incorporaría luego las llamadas Filipinas en su honor y Portugal en 1580. Consciente de la dificultad económica de mantener tamaña cantidad de territorios Felipe II renuncia al título de Emperador y también opta por seguir vinculado a la iglesia. Se vio envuelto en las guerras de fé en todos sus dominios de Flandes y envió al Duque de Alba a aplacar la rebelión de los calvinistas. Castilla y Flandes se complementaban muy bien gracias al comercio de la lana en bruto que se exportaba desde Burgos y que era convertida en tejidos por los artesanos de Flandes y vendida en todo el mundo. Sin embargo ningún noble de Flandes fue escogido para formar parte del congreso real y eso generó una insurrección. Intentó guerrear menos que su padre pero no pudo evitar su mismo destino. El imperio Otomano e Inglaterra fueron dos nuevos frentes que no pudo superar. Con el ascenso de Francia como potencia hegemónica, una nueva derrota brindó el cambio de liderazgo en Europa. Para entonces el imperio Español no era más que una pálida sombra. Carlos II, el Hechizado, nació en 1661. Era hijo de Felipe IV y tataranieto de Felipe II. Fue rey de España de 1665 a 1700. De constitución enfermiza, débil y de poca capacidad mental, ejerció la regencia su madre, quien confió el gobierno a otros nobles. Carlos II no tuvo descendencia con ninguna de sus dos mujeres, dando lugar al problema sucesorio que trajo como consecuencia el final de la dinastía de los Austrias españoles.
Los Borbones. Su historia fue y es aún hoy, turbulenta y cuenta con la inestabilidad como hilo conductor. Tras la muerte sin descendencia del último Austria, llegó Felipe V, contra quien lucharon parte de los catalanes, Suyos son los decretos que acabaron con las leyes propias de los reinos de Valencia, Aragón y Mallorca y con las del principado de Cataluña. También prometió que Francia y España mantendrían su independencia pese a la coincidencia de la familia real. Creó la Academia de la Lengua, la de Historia y la de Medicina. A imitación de Versalles ordenó construir el Palacio de La Granja de San Ildefonso, desde donde vigiló a su hijo Luis I durante su efímero reinado. Luis I fue el primer rey borbón nacido en España y asumió con apenas dieciséis años. No estaba preparado. Se rodeó de asesores que le recomendaron que se olvidase de las aspiraciones sobre Italia y volviera a mirar hacia América, pero murió como consecuencia de una viruela, propiciando el regreso de su progenitor. Fernando VI, el Prudente, llegó al trono para frenar la política exterior, empantanada en guerras externas, como la de la sucesión austriaca, que no le reportaban nada. Fue responsable de la Gran Redada contra los gitanos, a los que persiguió sin contemplaciones. A su muerte lo sucedió Carlos III, quien llegó con la experiencia de haber reinado en las Dos Sicilias. Fue el menos excéntrico de borbones, con una vida monótona mientras ponía en marcha las grandes reformas bajo el paraguas del despotismo ilustrado, aunque no todas funcionaron. Pero el pueblo lo odiaba por ser italiano, por la carestía del pan y el alto precio de los productos básicos. Sin embargo dio un gran impulso a Madrid con plazas, la Cibeles, el Museo del Prado, el Jardín Botánico y la Puerta de Alcalá. Le sucedió Carlos IV, Títere de Godoy. El peso político recayó en su noble favorito Manuel Godoy y el resultado de su gestión fue malo. España se unió a las fuerzas para contener la revolución francesa pero fracasó y el ejército revolucionario se hizo con Bilbao, San Sebastián, Vitoria y otras ciudades. Godoy acabó firmando la paz y aliándose con Francia. Fue el responsable de que las tropas francesas se asentara en España, generando un creciente hartazgo en la población, que terminó con el motín de Aranjuez, Godoy apresado y la abdicación de Carlos IV. Fernando VII, habiendo estado preso en Francia, llegó como el rey más deseado. Por desgracia, sería luego recordado como el peor rey. Fue incapaz de lidiar con la grave situación económica tras la guerra, protagonizando luego una deriva absolutista que le granjeó enemistades en todas partes y luego la llamada Década Ominos, con una gran represión sobre los exaltados. Le habrían de suceder con variadas suertes su hija Isabel II y luego Alfonso XII. Llegó luego a fines del siglo XIX Alfonso XIII, quien nació siendo monarca de España, por lo que fue su madre la que tuvo que lidiar durante el proceso de regencia. Se perdieron las últimas posesiones de ultramar, generando un trauma nacional. Su gestión no fue mucho mejor. Propició la dictadura de Primo de Rivera haciendo crecer el republicanismo, lo que supuso el punto final de su reinado. Medio siglo después los Borbones habrían de retornar a España a través de su nieto, Juan Carlos I.
Galicia
Mientras esto sucedía en la Península Ibérica, en mi querida Galicia otros acontecimientos no menos importantes se iban sucediendo, y mi reflexión de testigo afortunado sobre los principales, son los que comento a continuación.
El fin de la nobleza feudal. La nobleza gallega no aceptó fácilmente al comienzo la sumisión a Castilla. La resistencia pertinaz a la autoridad de los oficiales del rey y la negativa a acudir a la Corte a rendir cuentas a los Reyes Católicos generaron entre otras medidas el degollamiento del caballero Pedro Pardo de Cela, en Mondoñedo, considerado como el chivo expiatorio de los pecados de la nobleza gallega.. Hechos similares habían ocurrido ya en Portugal. La traición y la desobediencia justificaban plenamente desde el punto de vista del derecho en vigor y de la mentalidad de la época, las sumarias ejecuciones reales e incluso en la Galicia medieval existía cierta tradición en ajusticiar caballeros. En 1486, entre el exilio cortesano y la muerte de Pedro Alvarez Osorio, Pedro Pardo de Cela y Pedro Alvarez de Soutomaior, entre otros, se decide la desaparición de la nobleza medieval como clase dirigente en Galicia. La ejecución de Pardo de Cela y sus hombres implicaba además su renuncia a las fuentes extraordinarias de ingresos basadas en la coacción a las que la alta nobleza gallega también participaba. Se trataba por ende de un escarmiento consciente para la recalcitrante nobleza, atacándola por un flanco débil y en una coyuntura adecuada. Los vasallos no lloraron en general la pérdida de sus señores y la incautación de sus propiedades; más bien se alegraron, sobre todo porque vino precedida por el derrocamiento de las fortalezas reedificadas en la década reaccionaria que siguió a la Santa Hermandad. Fue todo un cambio de régimen social. Los Reyes Católicos retiraron al virrey Fernando de Acuña de Galicia, luego de la ejecución de Mondoñedo, sacando de la escena a alguien que había cumplido una misión necesaria pero violenta e incómoda de justificar. El periodo pacificador duró tres años, además del derrocamiento de cuarenta y seis fortalezas.
La subordinación a Castilla. Como vimos, los Reyes Católicos concibieron un plan sistemático para someter a Galicia, llamado “la doma y castración del Reino de Galicia”. Fue el comienzo de tres siglos oscuros para Galicia, que sólo empezó a despertar en los albores del siglo XIX. Isabel había creado una policía política, la Santa Hermandad, y otra del pensamiento, la Santa Inquisición, que asesinaron a más de diez mil judíos, herejes o disidentes y más de doscientos mil conocieron sus métodos represivos en todo su reino. Como vimos, los Reyes se propusieron derrotar a los nobles y eliminaron toda la resistencia que encontraban a su paso. Reclamaron todas la feligresías que tenían en su feudo; prohibieron bodas y bautismos durante un tiempo, y reuniones de más de seis personas so pena de muerte; el uso del idioma gallego; cerraron el comercio marítimo; y mandaron arrancar las viñas y olivos, cuya producción se exportaba a países nórdicos, entre otros muchos atropellos. A los gallegos que querían seguir viviendo como siempre lo habían hecho se los considero como delincuentes al no tener quien los dirigiera, pues tanto la nobleza como el clero estaban esparcidos por los reinos de Castilla. Los gallegos comenzaron a emigrar por hambre y por falta de futuro; fenómeno que se repitió a lo largo de los tres siglos denominados “los siglos oscuros”. Los Reyes Católicos habían conseguido algo que nadie logrado en toda la historia de Galicia; domar y decapitar a los bravos gallegos. Recién a comienzos del siglo XIX se inició un movimiento en Galicia tendiente a aportar soluciones a los problemas provocados por la política centralista de Madrid.
La Universidad de Santiago. El primer germen de la Universidad de Santiago está en la creación de una escuela para pobres conocida como Estudio de Gramática, instalada en el monasterio de San Pelayo de Antealtares. A comienzos del siglo XVI se logra que el Papa Julio II conceda una bula que permite la realización de estudios superiores en dicho Instituto. El arzobispo Alonso de Fonseca concede la compra para la Universidad del antiguo Hospital de Peregrinos para transformarlo en el colegio universitario. Se construye el Colegio de Santiago, epicentro de la vida universitaria. A principios del siglo XVII se crean el colegio de San Patricio o de los irlandeses y el de San Clemente. Estos colegios aglutinaban todos los estudios en un mismo edificio, donde también se residía en régimen de internado. La oferta formativa incluía la teología, la gramática y las artes, las que más tarde se completarían con el estudio de las Leyes y la Medicina. El siglo XVIII trae consigo un gran cambio en la Universidad de Santiago mediante la secularización de la institución al alejarse del control eclesiástico. En ese momento Carlos III concede la condición de regia a la USC, Tras la expulsión de los jesuitas el mismo Carlos III concede a la Universidad los terrenos y edificios que esta orden religiosa poseía, pasando a constituir el centro de la nueva universidad ilustrada. Se crea una oferta de trabajo dinámica frente al estancamiento de los estudios formulados previamente, entre ellas la relativa al fenómeno del urbanismo, que permitió hacer frente luego al gran incremento de la población de la ciudad motivado por la llegada de grandes contingentes de gente procedente de zonas rurales empobrecidas.
3. Mitos
El Ayuntamiento de Monterroso situado en mi ladera tiene una gran historia y una tradición hidalga de la que dan buena fe la cantidad de pazos y casas señoriales existentes en toda su extensión.
En los muros de los mismos podemos encontrar escudos de armas de las principales familias nobles de Galicia.
Dentro de los numerosos complejos arquitectónicos de Monterroso, se destacan el Pazo de Laxe o de los Salgado; el Pazo de Ludeiro de estilo gótico civil gallego; el Pazo de Podente; la Torre de Cumbraos; el conjunto de San Miguel de Penas; la Casa Grande de la Condesa (Ladar), y el de los Marqueses de Castelar en Bidouredo.
Muy cerca de Monterroso, en Novelúa existen tres pazos habitados: la Casa Grande; la de Batán y el Pazo de Mourente, las que actualmente son casas de labranza con capilla propia.
Respecto al Pazo de Laxe o Pazo de los Salgado, se trata de una construcción que tiene mucha importancia de Monterroso al haber sido uno de los gérmenes creadores de la ciudad.
Vilanova dos Infantes pertenece al partido judicial de Celanova, en Orense, a solo cincuenta kilómetros al sur de donde yo, el Monte Farelo, estoy emplazado.
Es un pequeño poblado que se fue formando alrededor de un antiguo castillo, propiedad del conde de Monterrei. Todavía se conserva la torre en una colina que sobresale por encima de las casas de la villa.
Cerca de la misma existe un santuario, llamado de la Virgen del Cristal, donde se venera una pequeñísima imagen que está dentro de un globo o esfera de cristal, hallada por una joven campesina de aquel pueblo en el siglo XVII.
Dice la leyenda que dos jóvenes, un rapaz y una muchacha, ambos criados de quien era dueño del castillo, Don Jácome Mascareñas, tenían amores y se disponían a contraer matrimonio.
Pero aconteció que las envidiosas y malas lenguas empezaron a murmurar de la muchacha y del mozo; nada se sabía de cierto y sin embargo, decían cosas de ella que hacían reír a unos y santiguarse indignados y asombrados a otros.
Tantas y tantas fueron las murmuraciones que una tarde al volver del trabajo Martiño, el joven; se encontró con Rosiña, la muchacha y ésta, viendo que pasaba a su lado sin decirle nada y con cara hosca, le preguntó:
—Martiño, ¿Qué tienes hoy, que no me hablas? Pareces estar muy callado, ¿qué te ocurre?
—No sé cómo puedo mantener la calma ¿Qué tengo, me preguntas? Pues te lo diré. Te tengo lástima ¡mala mujer!
—¡Dios mío! ¿Por qué me dices eso, Martiño?
—¡El Martiño que no te importa a ti ni a nadie! ¡Deja a Martiño en paz y no te burles!
–Pero hombre ¿estás loco? ¡Jesús, qué desgracia! Tengo miedo. Por favor, cálmate.
—¿Cómo puedo calmarme si sé que eres falsa, que me mientes amores que no sientes, y que represento muy poco para ti?
—¿Por qué dices eso? ¿Quién te llenó la cabeza de humo y te envenenó el alma? No hice nada malo para que me trates de esta manera. Te quiero mucho y bien.
—¿Tú, quererme mucho, Rosiña? –exclamó el muchacho, colérico—. Solamente lo dices. Y lo mismo haces con Pedro Balado, con Juan de Ventraces y con el dueño de la casa en la que servimos…
—¡Santísimo Cristo de Orense me valga! –sollozó la joven, sintiendo que las lágrimas resbalaban por sus mejillas— ¡Tú probablemente no me quieras! ¡Pues déjame y vete, que a mí no me desprecias! Y en mí nunca más pienses, pero no me quites la honra, que es la única riqueza que tengo. ¡Nunca has visto un cristal que iguale mi pureza!
Y Rosiña entró en el castillo, sintiendo su espíritu acongojado con amarguras de muerte.
Martiño se quedó perplejo, pensando si se habría excedido en su crueldad para con la muchacha que tanto quería, dejándose llevar por la indignación que vertieran en su corazón las ruines habladurías de Juan de Ventraces.
Y entonces, arrojando al suelo con desesperación su gorro, gritó:
—¡No, entonces! ¡Si Rosiña tiene la pureza del cristal, juro a Dios, Juan de Ventraces, que he de arrancarte la lengua!
Así fue que cuando un día, mientras Martiño se hallaba cavando un monte, se descargó una tormenta, que jamás se había visto otra igual.
Martiño, horrorizado, buscó abrigo en el tronco hueco de un viejo castaño.
Pero entonces se abrió el cielo con un trueno que retumbó y alumbró la tierra en un relámpago de fuego que fue a herir el árbol donde Martiño se había refugiado. El pobre muchacho se estremeció de espanto y fue a dar con su cuerpo en tierra, mientras el castaño ardía como una enorme hoguera.
—¡Dios me valga! —exclamó el mozo cuando pudo levantarse; pero como viera brillar a la claridad del fuego una cosa extraña ante él, la levantó, curioso.
Era como una piedrecita luminosa como un cristal, redondita y tan pulida, que lo dejó admirado; y más admirado todavía quedó al ver que dentro de ella había una imagen de la bendita Madre de Dios.
Pero Martiño no acertó a comprender; no imaginó que pudiera ser un aviso del Cielo, una demostración milagrosa de la pureza de Rosiña: “Nunca viste un cristal que se igualara a mí”, como le había dicho ella.
¿Podría ser el cristal purísimo, con la imagen de la Virgen en él guardada, algo que pudiera compararse a la pureza de Rosiña?
—¡Bah! ¡Bah! –exclamó irritado, como si aquello pudiera ser una burla, una humillación, una ofensa que alguien inventara para reírse de él y arrojó al suelo aquella especie de huevo de vidrio.
Pero un día en que Rosiña iba al monte con un rebaño de ovejas, en tanto hilaba un copo de lino y recordaba cómo había roto sus amores con Martiño, unos pensamientos que amargaban su alma haciéndole derramar lágrimas de hondo dolor; de pronto al mirar descuidadamente hacia el suelo, atraída por el brillo reluciente de una piedra, la levantó y se encontró con el cristal maravilloso en cuyo interior parecía sonreírle la Reina de los Ángeles.
Y fue a mostrar aquel curioso cristal de misterio que tanta admiración le había causado, al señor cura, contándole sus angustias y cómo Martiño la había despreciado y ultrajado con sus palabras.
El sacerdote le hizo ver cómo aquel era un milagro y le prometió que hablaría con el señor obispo para ver lo que habrían de hacer; pero por de pronto, creía que ella, Rosiña, estaba llamada por Dios y por la Virgen para que se hiciese monja y que de ser posible, tenía que fundar una capilla en el lugar donde el cristal había aparecido para conservarla y venerarla.
Fue en vano que después de correr de boca en boca el milagro, Martiño, arrepentido y pesaroso, intentara convencer a Rosiña de que le perdonara su arrebato, efecto de los celos que las habladurías sembradas por la envidia y la mala actitud de Juan de Ventraces le habían causado.
Rosiña, aconsejada por el abad no accedió y se negó a casarse con Martiño, disponiéndose a entrar en el convento.
Una tarde en que Martiño iba rumiando sus penas se encontró con Juan de Ventraces, quien lo miró burlonamente triste.
—¿Te ríes de mí? –le preguntó Martiño, estremeciéndose y sintiendo hervir la sangre en sus venas.
—¿Y cómo no de hacerlo? Te ibas a casar con la moza más hermosa de la villa y te quedaste sin ella.. ¿No es para reírse de ti?
—¡Tú, ladrón de honras! ¡Eso me provocaste y ahora tengo una cuenta pendiente contigo y me la voy a cobrar ya mismo!
—¡Cuando quieras, no te tengo miedo!
—¡Pues abundan las palabras! ¡Prepárate!
Por la mañana del día siguiente en el monte de Soutoverde, sobre el marco de una finca, había una gran estaca clavada y en el extremo de ella una lengua colgando.
Fue mucha la gente que se acercó allí para verla. Unos decían que era de un cerdo, pero otros afirmaban que, por el tamaño, era de una bestia mayor.
Al final pudo saberse que aquella lengua era de Juan de Ventraces, al cual se le encontró exánime por la sangre que había perdido, tendido en el suelo y sin que pudiera hablar porque le faltaba aquel órgano y, por lo tanto, no pudo decir quién había sido que el autor de tal hecho.
Rosiña ingresó en el convento de Allariz y Martiño fue tras de ella a vivir en una casucha que había enfrente de aquél para estar cerca de la comunidad en la que se había enclaustrado su inolvidable Rosiña.
Una noche del mes de Navidad, fría y ventosa, en que Martiño, aunque en realidad parecía su sombra, fijaba su mirada en la enrejada ventana de la celda del convento donde se figuraba que aparecería el rostro pálido de Rosiña, fue desvaneciéndose y, sin ánimos ya para sostenerse en pie cayó al suelo, exánime; y sobre su cuerpo muerto comenzaron a caer silenciosamente los copos de nieve.
En Antas de Ulla, es conocida popularmente la leyenda del Castro de Amarante.
En este lugar está situada una fortaleza medieval construida en el siglo XIII sobre un poblado castreño, el que fue luego derribado y fue vuelta a construir en varias ocasiones, y sobre la que también existe también otra leyenda que se refiere a un pasadizo que comunica a esta construcción conmigo, el monte Farelo.
Se cuenta que en este lugar habitaban unas meigas (brujas) protectoras del amor sincero, las que castigaban de formas muy diversas a aquellos jóvenes que querían engañar a alguna muchacha.
Aparte de ello, bajo la iglesia del Castro de Amarante, en tiempos de los moros, allá por el siglo XIX, había dos fabulosas minas: una de oro y otra de plata y, además, una cueva llena de alquitrán.
Se decía que si algún día alguien las descubría por azar, y quería extraer alguno de los preciosos metales que contenía, podría llegar a ocurrirle una gran desgracia; por lo que los vecinos del lugar se cuidaban muy mucho de no intentarlo, ni tan siquiera de pensar en ello.
Distinto era el caso de los forasteros, que podían arribar al lugar, atraídos por la leyenda y dispuestos a correr riesgos en sus afanes de tesoros y riquezas ocultos.
Los que no trascendían demasiado lejos eran los detalles que implicaban semejante aventura y eso era celosamente guardado por los lugareños.
El bien guardado secreto era que mientras que un intruso, en búsqueda del tesoro, se hallase situado en la mina de oro y debajo de ella se encontrara la mina de plata a lo largo de cualquier punto de su longitud, o si se daba la situación inversa, el aventurero podía seguir con su osada actividad y no correría ningún riesgo mayor.
Sin embargo el problema surgía si era la cueva de alquitrán la que se interponía entre ambas minas, en cualquiera de los dos casos anteriores y en un trayecto dado de su longitud, el alquitrán comenzaría a arder y el fuego producido calcinaría todo el recinto y con él al intrépido buscador.
La desgracia ocurrió cuando el primer aventurero se encontró con esta improbable situación… y ese fue el desdichado final de las minas y de su vida.
Pero lo que no sabían los lugareños era que la venganza de la cueva de alquitrán iba mucho más lejos de eso…
El fuego consumió además a la iglesia y a todos sus alrededores, incluido el pueblo vecino.
4. Historias (III)
A comienzos de esta Era, una de las propiedades de mi vecindario había sido donada por el Rey Enrique II a los Ulloa, una de las nobles familias que aquí habitaban; pero ésta realizó un trueque con los Salgado, quienes cedieron las tierras de Limia que vimos antes, a cambio de las que tenían los Ulloa, llegando así los Salgado a Monterroso.
Ha transcurrido un siglo y medio desde el momento en que dejamos la historia en el capítulo anterior y nos hallamos ahora a mediados del siglo XVII en mis tierras vecinas.
Transcurre el año 1639 y uno de los personajes más encumbrados es el IV señor de Borraxeiros, don Antonio Salgado Gundín, quien es homónimo de quien recibiera el Castillo de manos del rey Felipe II un siglo atrás. Se ha casado con su prima Susana Salgado Gundín, en virtud de lo cual ha obtenido dicho señorío. Sigue la carrera militar, ascendiendo puestos en la escala gracias a sus servicios en campaña.
— Querida Susana, sabes que mi señorío lo obtuve al casarme contigo, pero creo estar retribuyendo ese privilegio al participar como cabo en las compañías del distrito de Chantada y servir en los estados de Flandes con una compañía de Infantería.
—Lo sé, Antonio, y estoy orgullosa por ello. Mi padre siempre me dijo que quien obtuviera el señorío debía honrarlo con sus acciones, y así lo estás logrando.
—Espero que esté contento donde quiera que se halle. Eso me da muchas fuerzas ahora, que debo partir hacia el reino de Nápoles, donde habré de levantar una compañía de caballos corazas.
—Estoy muy confiada de que así lo harás, Antonio, y aquí estaré aguardando en dichoso momento en que regreses.
—¡Deséame suerte ahora, Susana!
—¡Qué Dios te bendiga y proteja, marido mío!
Han pasado largos e interminables meses antes de que el militar regresara a su hogar.
—¡Por fin, Antonio! Se me han hecho interminables estos meses. ¡Estréchame entre tus brazos, por favor!
—Aquí estoy, y no pienso irme por largo tiempo.
—¿Cómo te ha ido? Por aquí nadie sabía nada.
—Pues, muy bien. Después de cumplir con mi cometido en Nápoles, pasé a la ciudad de Altamura, en el este de la península, donde batallamos en Gattinara, y allí la compañía a mi cargo fue la primera en entrar, obteniendo un nuevo éxito.
—Pues, querido esposo mío, habrás de recibir una recompensa muy pronto. ¡Vaya, eso espero!
Y efectivamente, tal como imaginó su esposa Susana, estos hechos de armas y la hidalguía de su marido influyeron decisivamente en la concesión del hábito de Caballero de Santiago, que Antonio logó este año, 1639.
Otro de los personajes es don Antonio Salgado López de Quiroga, quien ha heredado el Pazo de la Laxe. Es Licenciado en Derecho y se está convirtiendo en un gran propulsor de la villa de Monterroso. Es Diputado a Cortes y está construyendo el Cuartel de la Guardia Civil. El Pazo fue construido en 1520, por Alonso de Gundín y su esposa, Beatriz Salgado.
Un siglo después don Antonio Salgado López de Quiroga dialoga con su hijo.
—Escucha hijo, hace ya más de un siglo que este pazo fue construido y, lamentablemente, no ha recibido el mantenimiento adecuado. Debemos encargarnos nosotros de hacerlo, pero antes hemos de pensar muy bien cómo queremos que luzca en el futuro.
—Me parece una excelente idea padre, y si quieres me pongo ya mismo a trabajar en el tema.
—Pues hazte cargo, por favor. Sabes que mis especialidades son los pleitos y la política, pero de construcciones es muy poco lo que puedo aportar.
—No te preocupes, pero lo más importante que necesito saber si es lo que pretendes es una solución a corto plazo o algo mucho más ambicioso, cuya concreción pueda inclusive trascendernos a ambos.
—Lo último, hijo, lo último. Quisiera que en el futuro nos recuerden como las personas que se encargaron de sacarle lustre a este inmueble, aunque no lo lleguemos a ver.
—Muy bien, padre, pues así se hará entonces.
Y así se hizo, en efecto. En el año 1700 se habrían de finalizar las modificaciones por ellos planeadas. Se dice que esta remodelación se realizó con sillares traídos del vecino Castillo de Sirgal.
El conjunto arquitectónico está formado por el pazo, un palomar, un hórreo, una fuente y una capilla dedicada a Santa Lucía. Esta última está datada del siglo XV, se comunica con el pazo a través de los jardines y conserva parte del pórtico romano.
En esta parte del edificio se ubica el escudo del señorío de Rosende, donde está escrito el lema “Salga salire, Salga do Pidiere”, que hace referencia a la disposición de enfrentarse al peligro, allí donde pudiera existir.
En la puerta de acceso a los jardines del pazo, dentro de un gran frontón triangular, se ven los escudos de armas de los Andrade, los Salgado y los Gundín.
Alrededor del pazo, en un sitio denominado la Feiravella, tenía lugar antiguamente la tradicional feria que haría famosa a Monterroso a lo largo de los siglos, desde esa época hasta el día de hoy.
Pazos como este fueron inspiración de Emilia Pardo Bazán para su obra más famosa “Os Pazos de Ulloa”, en el que retrata a la sociedad gallega en el siglo XIX.
Pero, mientras estas historias se tejían en las moradas de los nobles y acaudalados vecinos, muy cerca de este Ayuntamiento y del de Antas de Ulla, otro portador del apellido, esta vez un ilustre desconocido, Xesús Salgado, junto a su esposa Áurea López y sus seis hijos, tanto varones como mujeres, labran la tierra de su noble dueño a destajo desde que sale el sol hasta su ocaso.
Las edades de los hijos oscilan entre los diez y los veinticinco años; y la familia recibe a cambio de su cruel tarea, el oscuro alto de un granero y sitio para guardar los animales, donde ellos mismos pernoctan; y un miserable diez por ciento de lo que el acaudalado dueño obtiene por su venta.
—¡Estamos condenados, mujer! Nuestro futuro no ha de ser mejor! Siento mucha pena por los rapaces!
—Trata de sr un poco más optimista, hombre. Tenemos por lo menos salud y un techo donde cobijarnos.
—Ni lo menciones, Áurea, dormimos junto a las bestias, respirando sus excrementos. Nos deslomamos para que al fin del día la ganancia se la lleve otro. ¡La única vez que intentamos hacernos oír fue hace ya dos siglos y mira cómo terminó!
—No pienses en ello. Los rapaces nos observan y se aterran al vernos así. A propósito, la pequeña Soidade está malita y le pedí a Virxinia debe quedarse a cuidarla, así que mañana seremos dos personas menos para currar.
—Espero que se mejore, sino el energúmeno del dueño ya se va a enterar. ¡Ponernos a vivir en este granero! Mira, no es solo por nosotros, sino que también nuestros descendientes también estarán así de jodidos. ¡Nadie escucha nuestros reclamos ni se apiada de nosotros!
— Confía en la justicia divina, hombre. Allá estaremos mejor y no te enojes tanto, que te suda la nariz.
—¿Lo estaremos? Pero mientras tanto, ¿qué nos llevamos de este mundo?
Mientras esto ocurría con los Salgado, durante la Edad Moderna, la evolución de las familias López habría de continuar con las mismas tendencias de la Edad Media.
En efecto, en tierras de Andalucía, las familias continuaron su expansión y así encontramos a varios de ellos en puestos nobiliarios, en especial en Sevilla. La novedad es que también incursionaron dentro del clero, donde llegaron a conseguir cargos en los obispados.
Mientras tanto, en Castilla y Aragón, Fernán López asistió a las Cortes inaugurando una serie de diputados de idéntico apellido que habría de continuar haciéndolo durante los dos siglos siguientes. Otros, como Martín, Pedro, Juan y Antón López, vecinos de Huesca, figuraron como hidalgos, lo mismo que Juan López Catalán, vecino de Teruel.
En Valencia Juan López, de Paterna, obtuvo su hidalguía y Juan Vicente López y Borrell fue religioso de la Orden de Montesa. La Casa de Pedro Juan López de Forcal, de Valencia, tuvo una dilatada descendencia, de la que procedió Vicente López Portaña, Caballero de la Orden de Carlos III.
Muchos de los López se establecieron asimismo en América, como son los casos del cronista de Indias, Juan López de Velasco, y el militar mejicano, Antonio López de Santa Annae, entre otros muchos.
En Galicia, uno de los habitantes de A Ulloa, don Ramón López, habría de dar origen a una línea de descendencia muy especial. Como otros tantos campesinos vecinos, trabajaba a destajo con su familia en las cercanías de Antas de Ulla en 1740.
En esa época conoce y se casa con Asunta Martínez, quien vivía con sus hermanos y padres en las cercanías del Pico Sacro.
La pareja decide comenzar a fundar la suya en Monterroso.
Con el paso de los años y con los hijos que habrían de llegar, comienza a ampliar su terreno y puede construir una amplia casa de piedra, fruto de la abnegación de todos los integrantes de la familia.
La aldea que se crea alrededor de su terreno original la rodea y la casa es luego heredada por el hijo mayor de su siguiente generación, proceso que se habría de repetir a lo largo de las muchas generaciones que le siguieron.
La aldea se llamaba Vilarfonxe, y estaba situada frente a otra, cuyo nombre era Pedraza; y muy cerca de allí se encontraba otra aldea, esta perteneciente a Antas de Ulla, de nombre Vilapoupre.
Muy pocos kilómetros las separaban, lo cual facilitaba el contacto entre sus gentes; y ello habría de resultar clave para las historias de los Salgado y de los López.
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