Antonio Salgado López (Ansaló)
Capítulo 2. Edad Media
Habiendo transcurrido ya ciento ochenta y cinco siglos, o sea el noventa y dos por ciento de la existencia del hombre sobre la faz de la tierra tal como lo conocemos hoy, veremos en este período lo que ocurrió durante los diez siglos o el cinco por ciento siguiente.
Otra forma de verlo es que en la hora que se fijaba en el capítulo anterior como equivalente a la duración entre la aparición del Sapiens hasta hoy. Luego que la etapa anterior consumiera cincuenta y cuatro minutos, esta Edad equivale a los tres minutos siguientes, por lo que a su culminación, nos habremos posicionado en el minuto cincuenta y siete de los sesenta disponibles.
La Edad Media comienza a principios del siglo VI y termina a principios del siglo XVI, ambos d.C.
1. Sucesos
España
En la Península el Imperio Romano reinante cayó gradualmente debido a una debilitación de su autoridad central durante los siglos III, IV y V y a la presencia de las tribus germánicas que recientemente la habían invadido. A fines del siglo V los suevos, vándalos y alanos que, como vimos a fines de la Edad Antigua, habían invadido la Península, eran ya dueños de ella; pero sufrieron los embates de otro pueblo que teniendo también un origen germánico, había derrotado a los romanos y ocupaba el sur de Francia.
Los visigodos. Entraron en la Península y desplazaron a los suevos a Gallaecia y a los vándalos y alanos al norte de África. El reino visigodo se instaló en Toledo, donde se hizo de importantes tesoros. Los visigodos representaban solo el 5% de la población de la Península, por lo que su religión arriana y su lengua no tuvieron preponderancia y finalmente terminaron convirtiéndose al catolicismo. Permanecieron allí hasta comienzos del siglo VIII, cuando desde el norte de África llegó un nuevo y temible invasor.
Los moros. Llegaron a la Península por el estrecho de Gibraltar y la conquistaron en muy pocos años, creando al Ándalus en Córdoba. Primero el califato Omeya conquistó Ceuta y Melilla y posteriormente avanzó hacia el norte haciendo lo propio con Toledo, Zaragoza, León y Sevilla. Con la proclamación del califato de Córdoba se separó definitivamente del califato de Bagdad pero una fragmentación posterior creó numerosos reinos Taifas, frecuentemente enemistados entre sí. Perdieron terreno frente a los reinos cristianos del norte, manteniendo una guerra casi constante entre musulmanes y cristianos, que habría de extenderse durante siete siglos.
La reconquista cristiana comenzó en Asturias con la derrota de los moros a manos de Don Pelayo en la batalla de Covadonga y luego se extendió a Navarra, Galicia, Cantabria, el Duero, León, Castilla, Zaragoza, Valencia, Baleares y el Guadalquivir. El emirato de Granada fue el único reino musulmán en España que duró hasta fines del siglo XV, dejando en la Península un importante legado de tecnología, cultura y sociedad.
Castilla (tierra de castillos), había surgido como un nuevo reino para esa época. Los castillos eran las fortificaciones más comunes en unas tierras fronterizas en constante conflicto entre moros y cristianos. Castilla se unificó con León con su primer monarca Alfonso VI, a quien le sucedió su hija Urraca; y cuyo hijo sería luego Rey de Galicia. Nuevos monarcas lograron luego las anexiones de Navarra, Aragón y el Condado de Barcelona.
Varios factores adversos hicieron del siglo xiv una época de graves crisis, no solo en España sino en toda Europa. Entre ellos: un empeoramiento general del clima, la aparición de la peste negra y el estallido de numerosos conflictos bélicos. Estos se originaron por disputas sucesorias, creando guerras civiles en los reinos peninsulares tanto musulmanes como cristianos, especialmente en Navarra y en la corona de Castilla. Es digna de destacar la creada entre Juana la Beltraneja e Isabel la Católica, ambas de la dinastía Trastámara.
Muchos de dichos conflictos tuvieron una dimensión europea, como la guerra de los Cien Años o los atribuidos a la alianza anglo-portuguesa.
En la Península se desarrolló la Guerra de los Dos Pedros entre Castilla y Aragón, donde un siglo después fuera electo como rey por las Cortes Fernando de Antequera, emparentado con los Trastámaras castellanos.
Los últimos siglos de la Edad Media se caracterizaron por un florecimiento de la vida intelectual, multiplicándose las instituciones educativas, con presencia de las órdenes religiosas (dominicos, franciscanos y agustinos).
Las universidades y los colegios mayores se convirtieron en un mecanismo de formación de nuevas élites eclesiásticas y burocráticas.
A las universidades ya existentes de Salamanca, Valladolid y Murcia y a los centros de estudios de Toledo, Murcia, Sevilla y Barcelona; se sumaron las de Lérida, Coimbra, Perpiñán, Huesca, Valencia, Barcelona y Santiago de Compostela.
Galicia
Mientras esto sucedía en la Península, en mis tierras vecinas de Gallaecia parecía que el nuevo milenio iba a ser muy interesante y movido. En pocos siglos se habían producido más cambios que en los veinte milenios previos, desde la llegada del hombre.
Como monte elevado, me sentía codiciado porque mis entrañas encerraban lo que los hombres buscaban y mis laderas eran recorridas en busca de mayores altitudes para favorecer a los distintos bandos que luchaban a mis pies; además de constituirme en un testigo afortunado de todas las refriegas.
Contemporáneos a los suevos, otros pueblos invadieron Gallaecia desde el mar y se instalaron al norte de mi territorio en la costa lucense.
Los celtas bretones. Llegaron desde Gran Bretaña, huyendo de los anglosajones. Crearon una diócesis propia y terminaron luego asimilándose con la población existente, aunque manteniendo algunas de sus costumbres.
Los visigodos. Al igual que en la Península, también conquistaron mis territorios. Llegaron de manos de los romanos, quienes los trajeron como sicarios y siendo más numerosos que los suevos conquistaron todo lo que se propusieron, por lo que Gallaecia pasó a depender de Toledo, donde establecieron su capital. Sin embargo luchas de poder internas y corrupción causaron su derrumbe al cabo de tres siglos.
Los vikingos. Procedentes de Escandinavia, también penetraron la costa norte y me invadieron. Constituían una gran potencia naval y militar que saqueaba y conquistaba pueblos en forma despiadada. Sus ataques fueron la causa de la construcción de la muralla de Santiago. Permanecieron durante tres siglos hasta que fueron derrotados definitivamente por los ejércitos locales.
Los normandos. Arribaron luego desde las costas francesas, acosando a las pequeñas poblaciones del norte. Eran gentes desconocidas, paganas y muy crueles. Atacaron Brigantium y las Rías Baixas, provocando que los pobladores se refugiaran en el interior del territorio.
Los moros. En el siglo VIII habían conquistado la Península y eran de una clase superior a la hispanorromana-visigoda. Algunos se convirtieron al cristianismo, los mozárabes y otros al islam, los muladíes. Avanzaron hacia el norte hasta ser derrotados en Asturias, luego de lo cual comenzó su repliegue. Llegaron hasta mi región pero luego de varias escaramuzas, fueron expulsados.
A partir del eclipse visigodo, nuevas dinastías se hicieron con el poder en Gallaecia, Asturias y León.
La Casa Astur-Leonesa fue la primera, cuyo soberano fue don Pelayo, vencedor de los moros en Covadonga. A él le sucedieron sus descendientes directos, en general el primer hijo varón y esta dinastía se mantuvo en el poder durante tres siglos, hasta el XI, cuando el rey de León fue muerto por su cuñado, que heredó el trono introduciendo una nueva dinastía en Galicia.
La Casa de Jimena era de origen navarro y su monarca, García II, heredó los tronos de Galicia y Portugal. Luchó ampliando su dominio en Portugal pero murió siendo prisionero de su hermano Alfonso, quien lo sucedió.
La Casa de Borgoña llegó entonces al poder reinando en Castilla y León, incluyendo a Galicia. Provenía de Francia y tuvo su origen en el matrimonio de la infanta Urraca con Raymundo de Borgoña, al que se le encomendó el gobierno del condado de Galicia.
La Casa de Trastámara, una rama de la de Borgoña, llegó luego a mi condado en el siglo XIV dado que ya reinaba en Castilla y Aragón, incluyendo mis territorios. Su nombre está asociado al río Pambre, de dónde provenía su primer rey, Enrique II. Sus más reconocidos personajes fueron Pedro I, Isabel la Católica y su hija Juana, la Loca, con quien finalizó la dinastía, cediendo el reinado a la casa de su marido Felipe de Austria, el Hermoso.
Caudillos asturianos habían incorporado el “convento lucense”, contra la idea de los nobles gallegos y, a partir de entonces, se sucedieron diversas sublevaciones de Galicia contra el poder de fuera.
En el año 813 tiene lugar el descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago en terrenos de Iria Flavia, lo que generó a partir de entonces una gran peregrinación desde varios sitios de Europa, el Camino Francés o de Santiago implicó la unión de Galicia con Europa. El culto surgido desde el siglo IX en torno al apóstol Santiago le otorgó a Galicia una importancia clave dentro de los reinos cristianos ibéricos, convirtiéndose en un eje cultural por el que se extendieron el arte románico y los trovadores.
Galicia había pertenecido entonces al reino de Asturias en épocas de don Pelayo, luego al de León y finalmente se integraba solo como un miembro más del nuevo reino de Fernando III. Por otra parte la otrora región galaica situada al sur del río Miño, en 1139 se había independizado con el nombre de Portugal. Nada quedaba entonces del antiguo reino de Gallaecia.
Los dos siglos siguientes, el XI y el XII, fueron épocas de esplendor tanto en lo político como en lo religioso y cultural. Data de esta época la construcción de varios monasterios grandes, junto al inicio de la catedral compostelana; pero dicho esplendor entra en declive a partir del siglo xiii, al trasladarse el centro de poder a Castilla con el rey Fernando III.
La Edad Media concluyó con la Revuelta de los Irmandiños, en la que las clases populares se alzaron contra la opresión de los señores y abades, quienes al mando de poderosos ejércitos además recurrieron a la ayuda de la monarquía castellana. Aunque finalmente la revuelta no prosperó, sí generó una gran merma en el poder de los señores feudales en manos de la monarquía, y habría de traducirse con el tiempo en fuente de mejores condiciones para el campesinado.
Respecto a esta Revuelta es necesario conocer el contexto y las causas que la originaron. Veremos este tema más adelante.
Durante la Edad Media y como resultado de las distintas estructuras sociales heredadas por los peninsulares de las influencias celtas, romana, sueva y visigoda, da comienzo la vigencia de una jerarquía de clases que se habría de perfeccionar con los siglos y que de una forma más o menos refinada, continúa vigente aún en la actualidad.
Hasta aquí, un resumen de los sucesos reales acontecidos durante la Edad Media, tanto en España como en Galicia.
2. Mis reflexiones
España
Si tuviera que resumir mis observaciones sobre las más representativas en cuanto a los legados que dejaron a las siguientes generaciones de España, diría que ellas han sido:
Los visigodos. Su monarquía fue esencialmente militar y se iría enriqueciendo de poderes permanentemente. No era una dinastía real ya que los reyes se designaban por aclamación de los ejércitos, aunque luego la elección se restringió a una familia, los Balthos, a la que estaba vinculada la mayor parte de la nobleza. Tampoco era absoluta ni teocrática, a pesar de que los reyes se creían representantes de Dios en la tierra. Fortalecían su poder mediante atribuciones militares, judiciales y administrativas, por lo que el rey de turno terminó siendo un auténtico jefe de estado. Estaba ayudado por un consejo privado compuesto por grandes magnates de su confianza. Existían dos tipos de asambleas: el aula regia, laica e integrada por un Ayuntamiento de ancianos y el concilio, eclesiástico e integrado por las principales autoridades religiosas. Su derecho se basaba en la costumbre, se comunicaba en forma de edicto y era inferior al romano. La ley se promulgaba en latín, firmaba por el rey y exponía en público. No se interpretaba sino que se tomaba al pie de la letra. Sin embargo su legado más importante habría de ser el arte gótico heredado de las culturas escandinavas y teutónicas, siendo la escultura una de sus expresiones más importantes. Las novedades propuestas en la arquitectura y la decoración de las fachadas comenzaron a expandirse a otros lugares de Europa. Sus esculturas tienen un diseño cilíndrico muy alargado y funcionan como un eco del énfasis vertical del edificio, pero sus formas siguen mostrando aún la herencia románica en el tratamiento lineal de los vestidos y las actitudes rígidas. Las caras, sin embargo, muestran un tratamiento muy naturalista que contrastan con el diseño esquematizado del románico.
Los moros. Después de la muerte de Mahoma, en el año 632 a.C., sus seguidores crearon durante el siglo siguiente un imperio islámico que se extendía desde el río Indo hasta los Pirineos, en el Occidente. España se vio conquistada por ejércitos bereberes del África septentrional y por árabes. Era un imperio religioso y político. Conocida en árabe como al-Andalus, España fue gobernada desde Damasco pero se independizó cuando el emir de Córdoba se proclamó a sí mismo califa o jefe de estado. Con excepción de Constantinopla, Córdoba en el siglo X era la mayor ciudad de Europa. Contaba con enormes ingresos provenientes de la agricultura, el comercio y la industria. Tenía una famosa universidad y una biblioteca pública con cuatrocientos mil volúmenes. Escuelas gratuitas enseñaban a los niños pobres y el nivel de alfabetización era muy alto. Tenía las calles pavimentadas e iluminadas. Estaba adornada con jardines, cascadas y lagos artificiales y mediante un acueducto se suministraba agua dulce a las fuentes y los baños públicos. Por todos sus sitios podían verse suntuosos palacios. Sus ruinas testifican aún hoy su anterior grandeza. Durante el siglo X también se completó finalmente la gran Mezquita de Córdoba. Se afirmaba que en ella se conservaba el brazo de Mahoma y llegó a ser un importante centro de peregrinación para los musulmanes. Sin embargo, la edad de oro de Córdoba no duró mucho. A principios del siglo XI la dinastía omeya terminó y comenzó una serie de asesinatos, levantamientos y disensiones. En poco tiempo la España mora se fragmentó en veintitrés ciudades-estado o taifas, que con el transcurso del tiempo fueron absorbidas gradualmente por los reinos católicos del norte. En 1492 se conquistó Granada, el último reino moro y los moros fueron expulsados de la península. Pero el impacto de la cultura mora iba a permanecer. Cuando se escucha la melancólica e inolvidable música flamenca, se admiran los caballos andaluces en las fiestas locales o se contempla el panorama desde una fortaleza mora, se puede discernir que hay algo diferente en la cultura española. No, los sentidos no engañan. Han sido cautivados por la España mora. Cuando fueron expulsados de España los moros dejaron tras de sí un legado perdurable que todavía se infiere de los edificios, la música y hasta los animales de España. Incluso el idioma español todavía refleja una marcada influencia mora; los lingüistas calculan que el ocho por ciento de las palabras del español moderno se derivan del árabe.
Reino de Castilla. En 1474 el reinado de Enrique IV, último monarca de la Castilla medieval, se caracterizaba por el caos y la anarquía mientras que el que le siguió, el de los Reyes Católicos, fue todo lo contrario, un tiempo áureo y de justicia. Lo lograron pese a la herencia de la época anterior; los intentos para construir una monarquía fuerte y vigorosa; la tradicional pugna con los islamitas; el conflicto con judíos y conversos y la proyección marítima hacia el Atlántico. El glorioso reinado de los Reyes Católicos se venía gestando desde tiempo atrás aunque no se concretaran de manera definitiva hasta la época de Isabel y Fernando. El camino lo había iniciado en el siglo XIII Alfonso X; luego Alfonso XI; creando instituciones centrales como la Audiencia o el Consejo Real. Se había diseñado un modelo de poder local que tenía como pilares el regimiento y los corregidores y se encontraba directamente tutelado por la Corona. Los letrados fueron asimismo un elemento clave de la monarquía; lo mismo que las Hermandades, sabiamente utilizadas para garantizar la paz y el orden, siendo defensoras a ultranza del dominio realengo. El año 1492 fue histórico, produciéndose la expulsión de los judíos, la de los moros y el descubrimiento de América. El empuje final lo dieron los Reyes Católicos, al dar salida a las energías del pueblo castellano, antes fratricida, elevar la lucha civil a lucha nacional, y la guerra intestina a guerra externa; consolidándose entonces el reino de Castilla.
Galicia
Así como les acabo de transmitir mis observaciones y reflexiones sobre los legados que los pueblos pretéritos dejaron a las siguientes generaciones de España, en el caso de Galicia, otros hechos locales los sustituyeron, pero con igual o mayor incidencia aún. Ellos fueron:
Santiago. A principios del siglo IX tuvo lugar el descubrimiento del sepulcro apostólico. Un ermitaño de nombre Pelayo, que vivía en San Fiz de Solovio, observó durante varias noches unos resplandores misteriosos que parecían una lluvia de estrellas sobre un montículo del bosque. Esta luz o estrella se convertiría luego en uno de los símbolos de Santiago y del culto jacobeo. El Camino de Santiago quedaría marcado desde siempre en la Vía Láctea, ya que su dirección indica también la del caminante hacia Compostela. Pelayo, impresionado, se presentó ante el obispo diocesano y éste, ante su insistencia reunió un pequeño séquito y se dirigió al lugar señalado donde en el medio del bosque pudo contemplar el fenómeno. Allí, entre su densa vegetación, encontrarían un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos, Santiago el Mayor y sus discípulos Teodoro y Atanasio. Santiago había ayudado a los españoles en la batalla de Clavijo, provocada por el "tributo de las cien doncellas" que veremos más adelante y tras la victoria se había establecido el llamado voto de Santiago en agradecimiento al santo. Se puso de inmediato el hecho en conocimiento del rey Alfonso II, que acudió rápidamente desde Oviedo para visitar el lugar y constatar la milagrosa revelación. Fueron los monjes de la orden de Cluny los promotores de las peregrinaciones en la Edad Media, las que partían de toda Europa e incluso de Oriente. Luego, en el siglo XI, los reyes de Navarra y de León fijaron la traza del Camino Francés cuando las peregrinaciones cobraron especial relevancia. Se utilizaron para ello numerosas vías romanas que unían diferentes puntos de la península; pero ante el impresionante flujo humano hubo que dotarlo de la infraestructura necesaria para la atención de los peregrinos, creándose hospederías, hospitales y cementerios; se levantaron puentes, se construyeron iglesias, monasterios y abadías y lo más importante, se fundaron núcleos de población en torno a la ruta, constituyendo un legado histórico y artístico que aún hoy es imposible valorar.
Los seis estamentos. La sociedad medieval en Galicia era básicamente rural, ya que el noventa por ciento de la población vivía en el campo, centro de toda actividad y vida diaria para los habitantes de aquella época. En los primeros siglos medievales los campesinos se organizaban entorno a unas tierras propias y otras comunes como bosques, que compartían con sus vecinos. En grupos reducidos imponían sus leyes y justicia, organizaban las cosechas y los recursos que de ellas obtenían. Pero poco a poco estas comunidades fueron absorbidas por señores, laicos o religiosos, a los que habían sido entregadas esas tierras. Así dio comienzo lo que sería luego el feudalismo, instalado como modo de organización social. Las clases sociales se clasifican, a grandes rasgos, en seis grandes grupos que, ordenados de mayor a menor jerarquía son: la realeza; el clero; la nobleza regional; los aforados; los campesinos propietarios de tierras y los campesinos contratados por los dueños para trabajar sus tierras. Desde sus comienzos hay un hecho destacable que caracterizó a dicha jerarquía a través de toda su historia, en la Península y, en particular, en Galicia, y es el siguiente. Los cuatro primeros estamentos jerárquicos se las han arreglado mediante el uso de la fuerza y de negociaciones o componendas entre ellos mismos para mantener una existencia holgada y cómoda, disfrutando de los placeres mundanos; a costa de la vil e impiadosa explotación de los dos últimos. Estos y especialmente el último, se han visto esclavizados por un sistema que no les ha dado ninguna oportunidad, debiendo realizar un trabajo sacrificado y extenuante para meramente subsistir, viendo como el producto de dicho esfuerzo iba a parar a las arcas de los primeros grupos. Como observador privilegiado y desde mi altura debo aclarar que por cada una de las varias historias de las casas regias, nobiliarias o aforadas que se mencionaron o se mencionarán en el libro, existen por los menos miles de historias que se han tejido en el silencio impenetrable de las anónimas familias campesinas. Estas familias existieron y existen en Galicia y en el resto de la Península; desprotegidas y maltratadas por señores feudales, cuyo único interés era obtener el mayor beneficio de las tierras que les pertenecían, aun cuando eso implicara el hambre o la miseria de estas pobres y honradas gentes.
El Levantamiento Irmandiño. Se inició con la modalidad de ejércitos de campesinos en las comarcas que se unían para acometer grandes batallas contra la hidalguía y el señorío feudal, pretendiendo implicar al conjunto de Galicia. La movilización fue bastante general en las ciudades y en el campo entre las personas comunes. Contaban con experiencia militar previa en los ejércitos feudales y tenían armas en sus moradas. La infantería y la escasa caballería de las milicias usaban las mismas armas que los ejércitos señoriales y las villas contaban con armeros que las fabricaban. Luego de varios éxitos al comienzo del levantamiento las diferencias entre los miembros de las distintas juntas, entre algunas de ellas y entre los diversos grupos sociales integrados en ellas, se tradujeron en claras confrontaciones. Sin embargo el desenlace final de la revuelta fue debido a una circunstancia externa a Galicia, cuando luego la reconciliación de Enrique IV con la nobleza opositora, reconoció como heredera del trono a su hermana Isabel de Castilla. Esto hizo que varios de los señores gallegos alineados con ella prepararan su retorno, se reorganizaran y procuraran apoyos en el clero. Este nuevo ejército derrotó en la batalla de Balmalige a diez mil irmandiños, victoria que sería importante en la contienda. Sin embargo los éxitos en campo abierto de la caballería feudal no existieron en el caso de las ciudades amuralladas, lo que obligó a los señores feudales más importantes a continuar combatiendo. Muchas edificaciones nobiliarias fueron incendiadas y derribadas antes que la mayor parte de la Hermandad fuera derrotada, recuperando los grandes señores gallegos el control de sus antiguos dominios. El costo mayor para los Irmandiños fue el de las serventías, prestaciones personales que la mayoría de los señores impuso a los vasallos para la reconstrucción de sus fortificaciones. Setenta y tres fortificaciones, menos de la mitad de las que fueron arrasadas, fueron reconstruidas. Hasta cierto punto la revolución Irmandiña tuvo influencia incluso en la creación en Castilla de un Estado Moderno por parte de los Reyes Católicos. En efecto dicho Estado, sujeto a una monarquía absolutista, sólo se pudo imponer una vez que los grupos populares hubieran derribado, irreversiblemente, las fortalezas físicas y éticas del poder señorial.
3. Mitos
A comienzos del siglo IX ocurrió un hecho que habría de tener un alcance inesperado en la vida galaica, en plena Edad Media.
Sin embargo, su origen hay que buscarlo en los primeros años de nuestro milenio, poco después de la crucifixión….
La luna brillaba sobre el mar en calma. Sólo, con un murmullo suave, unas débiles ondulaciones iban a morir en las arenas de la playa con una postrera caricia de besos.
Flotando sobre el rizo de las aguas una extraña nave se acercaba al arenal poco a poco, suavemente; no era como las que acostumbraban a surcar las aguas de Galicia sino más bien del tipo de aquellas otras en que Jesucristo había navegado con sus discípulos.
No llevaba remeros ni marinero al timón pues la barca navegaba sin guía; sin embargo dos hombres llamados Teodoro y Anastasio, envueltos en blancos lienzos, rodeaban un cuerpo sin vida, al parecer.
La puerta atlántica era la Ría de Arousa, por la que los hombres hicieron pasar la “Barca de Piedra” que llegaba desde Jaffa.
La realidad era que la “Barca de Piedra” era de madera, a la usanza de la época y en realidad pertenecía a un mercante que transportaba piedras de oro y minerales preciosos desde la Gallaecia hasta otros lugares del Imperio Romano.
La barca remontó las aguas del río Ulla por los establecimientos romanos de “Turris Augusti” para llegar hasta un lugar que el imperio llamó Iria Flavia, lugar en donde se detuvo, quedando varada.
Saltaron a la tierra los hombres y amarraron a una especie de media columna de piedra un pedrón que allí había, la cuerda que sujetaba la barca.
Después sacaron el cuerpo inerte de la embarcación y lo posaron sobre una gran losa que como si fuese de cera, se reblandeció para acoger amorosamente en su seno aquel cadáver.
Desde entonces se aplicó a aquel lugar el nombre de Pedrón, en recuerdo del milagro que convirtió la gran piedra en lecho mortuorio.
Uno de los hombres, después de tender su mirada sobre la parte de la rivera que desde allí se divisa, dijo:
—¿Dónde vamos a enterrarlo? No me parece apropiado este lugar; pero, ¿cómo transportarlo a otro más apropiado?
—Veamos si hay cerca alguna casa, si encontramos un carro.
—Aguardadme aquí al pie del Santo Patrón; yo iré a ver —dijo el más joven .
Y se encaminó por la única vereda que entre las hierbas y los zarzales trazaron las pisadas.
Anduvo algún tiempo y al final divisó en la lejanía una luz mortecina que sin duda alguna señalaba una morada. Apresuró el paso y cuando llegó a la cumbre de una colina en la cual se asentaba, vio que era un gran castillo.
Golpeó fuertemente la puerta y una voz le preguntó qué era lo que allí buscaba a tales horas.
—Quisiera hablar con el señor amo de este castillo.
—No son estas horas para hablar con nuestra señora, la reina Lupa —le respondieron.
Fue preciso aguardar hasta el día y cuando el sol ya se elevaba sobre los picachos de los montes vecinos, la reina Lupa se dignó recibir a aquel hombre desconocido que había llegado a sus puertas.
Él pidió ayuda para trasladar aquel cuerpo santo que con ellos traían, diciéndole:
—Dios te envía muerto aquel a quien tal vez no quisieras recibir en vida; acógelo y hónralo para que seas honrada al llegar tu hora.
Con una sonrisa burlona le replicó ella:
—Es preciso que veas a Régulo, el Gran Jefe, el sacerdote de Ara Solis que mora en Duyo. Es él quién puede ayudaros.
Pero aconteció que Régulo hizo prender y encarcelar a los dos navegantes. Y por suerte el cuerpo santo que ellos habían traído, estaba recubierto por los arbustos que crecían en el lugar; así nadie se dio cuenta de su presencia.
Cuando se cerró la noche, encapotada y oscura, se perfiló en la prisión una lucecita de luciérnagas o de pequeñísimas estrellas, como sin existencia real, pero que permitió salir a la libertad a aquellos prisioneros por un milagro de los ángeles. Y los dos caminaron en busca del sagrado cuerpo que estaba junto al pedeón.
Pero pronto se vieron perseguidos por los soldados de Régulo que iban tras ellos. Fue por poco tiempo ya que al pasar un puente sus perseguidores, el mismo se hundió con gran estruendo y todos cayeron al agua, muriendo unos bajo las piedras y arrastrados los otros por la corriente del río Tambre.
Se extendió rápidamente la noticia y nadie se atrevió a ir nuevamente contra aquellos hombres.
Ellos entonces volvieron al castillo de la reina Lupa y le pidieron ayuda otra vez.
–Dios está con nosotros —le dijeron—, mejor será para ti que nos ayudes. Solamente queremos que nos prestes un carro y una pareja de bueyes.
—Pues sí —dijo ella—, pero yo no tengo bueyes en el castillo; todos andan sueltos en el monte. Id allá y tomad los que preciséis.
Y les indicó el monte, en el cual tenía gran cantidad de toros bravos.
Fueron los dos hombres en busca de los bueyes y sucedió que aquellos toros acudieron mansamente junto a ellos y se dejaron uncir como si fueran dóciles corderillos.
Entonces pusieron en el carro la losa en donde reposaba el santo cuerpo de Sant Yago y guiados por una estrella del cielo caminaron hasta un lugar que llaman Libredón. Y allí silenciosamente enterraron el santo cuerpo.
Aquí, según cuenta el “Liber del Sancti Jacobi” del “Códice Calixtino”, se reencontró el Apóstol Santiago con la tierra donde dejara en vida, años antes, su legado evangélico.
Dícese que la cruel reina Lupa, admirada de tantos milagros, mandó derribar el templo de Ara Solis y se hizo cristiana.
Tras siglos de prohibiciones que impedían frecuentar el lugar, se olvidó su existencia, hasta que en el año 813, ocho siglos después del hecho, un ermitaño vio un resplandor en él y acudió a verlo.
En base a esto se denominó al lugar “Campus Stellae” o “Campo de la Estrella”, de donde derivaría el actual nombre de Compostela.
En uno de los sitios preferidos de mi vecina comarca de A Ulloa, el Ayuntamiento de Palas de Rei y en la cumbre de un promontorio que avanza de sureste a noroeste, a la orilla del río Pambre, se conserva aún el magnífico castillo construido en el siglo XIV por Don Gonzalo Ozores de Ulloa.
Don Gonzalo era partidario del Rey Don Pedro I y tomó parte en la batalla de Montiel en 1369, en la que Don Pedro fue derrotado por su hermano Don Enrique.
Don Gonzalo quedó entonces prisionero del vencedor, quien lo tuvo en su poder durante varios años, después de los cuales pudo regresar a su tierra.
Allí se encontró con que todos sus bienes habían sido usurpados por Don Fernán Gómez das Seixas.
Decidido a recuperar sus posesiones y sin pérdida de tiempo, Don Gonzalo se dispuso a organizar a sus gentes y se dedicó a visitar a todos sus amigos y parientes para conseguir su apoyo.
Entre sus partidarios se encontraban Don Álvaro Páez de Sotomayor; los Señores de Camba y Deza; Vasco Fernández con sus hombres de Vilar de Melia; y amigos de Sobrado, Melide y da Ponte de Almidrón.
En cuanto tuvo reunida la mayoría de sus seguidores, Don Gonzalo Ozores de Ulloa pensó ir primero sobre el Castro das Seixas.
Sin embargo decidió atacar antes el castillo de Curbián, situado en el término de la parroquia de San Martín de Curbián, sobre la margen izquierda del río Pambre, porque allí hallaba concentrado y encarnado todo lo que para un Ulloa podía ser caro y de estima en este mundo.
Sitiado el castillo sin mayores esfuerzos, desde la torre las tropas de Ozores asaltaron los muros y derrotaron a sus defensores, los que se vieron obligados a una humillante capitulación.
Conquistado el castillo de Curbián, el afán de Don Gonzalo era marchar cuanto antes contra las Torres de San Payo de Narla, que era la casa principal de los Seixas, situada en la margen derecha del río Narla, a unas dos leguas de distancia de Curbián
Enterado don Fernán Gómez das Seixas de la pérdida de este castillo, envió emisarios a todos sus amigos, pidiéndoles ayuda e hizo sus mayores esfuerzos para reunir un poderoso ejército.
Este fue apoyado por las huestes de los señores de Lugo, Betanzos, Villalba, Narla y Trasparga, a fin de combatir a los antiguos partidarios del Rey Don Pedro I que pretendían reconquistar en favor de Ozores de Ulloa las propiedades que le había quitado don Enrique para cedérselas a Gómez das Seixas en pago de los buenos servicios prestados en la lucha contra su hermano.
En pocos días se reunieron alrededor del castro de Seixas todas las fuerzas de los amigos de Gómez de Seixas, dirigiéndose seguidamente hacia Curbián. Para cerciorarse mejor de lo ocurrido en este castillo hicieron un alto en el Castro de Ambreixo, situado a una legua aproximadamente de aquél.
Ambos rivales estaban ansiosos de acometerse.
Así pronto los dos bandos se encontraron frente a frente, entablándose una ruda lucha, de la que salió triunfante Gonzalo Ozores, quien logró dominar con sus aguerridas tropas la corona del castro y poner en franca huida a Gómez das Seixas y sus amigos.
Sin dejarles tiempo para rehacerse de esta derrota Don Gonzalo, que era de los Sánchez de Ulloa, linaje en Galicia muy antiguo y hombre muy esforzado, valiente y diestro en su lucha por la recuperación de sus dominios, tuvo su batalla con Fernán Gómez das Seixas en el Castro de Ambreixo y allí fue desbaratado éste y pudo Don Gonzalo Ozores recuperar así toda la tierra de la que había sido despojado.
Don Gonzalo Ozores era una casa de cuarenta lanzas; es decir que disponía de cuarenta hidalgos o señores armados y montados con sus correspondientes peones, a los cuales podía sostener con sus propios medios.
Una vez que Don Gonzalo reconquistó sus posesiones fue cuando hizo levantar el Castillo de Pambre, para disponer cuanto antes de una fortaleza emplazada en ventajosas condiciones por su situación y también por sus recios muros e importantes medios defensivos, tan necesarios para la protección de sus propiedades en el futuro.
Y fue tal la celeridad con que se llevaron a cabo las obras y de tal magnitud la solidez de los muros de todo el recinto fortificado, que surgió la leyenda de que había sido construido en una noche por los mouros, aquellos gigantes magos capaces de todas las cosas extraordinarias.
La villa de Redondela está situada en la parte más oriental del norte de la hermosa bahía de Vigo.
En el siglo XIV ya era una población de gran antigüedad, superando por su riqueza e industria a la que hoy da nombre a la magnífica ría, puesto que entonces la llamaban “Vigo de Redondela”, ya que los naturales de esta villa eran los únicos pescadores que realizaban sus faenas y tenían unas pequeñas chozas en un lugar llamado Landeira, situado en una parte lo que ocupa hoy Vigo, para refugiarse allí cuando los temporales impedían las labores de pesca.
Y sin embargo Redondela tampoco era en aquellos tiempos lo que hoy es; se reducía entonces a unos pequeños grupos de casas, en general de poca importancia, habitadas por aquellos hombres que con sus frágiles barquichuelos se dedicaban a la pesca y a algunos más que cultivaban los campos o realizaban las pequeñas industrias caseras que completaban la población y cubrían las necesidades de la vida común.
Vivían tranquilas y felices aquellas gentes con sus trabajos y sus alegrías de los días festivos, en los cuales la juventud se entregaba a las expansiones que les proporcionaban sus propios cantares, bailes y sus esperanzas de amores.
Hasta que un día, día terrible de espanto y de dolor, un animal extraño y monstruoso, con cuerpo de dragón terminado en una enorme cola como de gran serpiente, con enormes alas semejantes a las de un murciélago colosal, fuertes garras en sus cuatro fornidas patas y una cabeza en la cual relucían como ascuas unos ojos terribles, abriéndose en la parte inferior una boca de mandíbulas enormes, armadas de fuertes y abusados dientes, surgió de las embravecidas olas del mar y avanzando a grandes saltos por la playa y continuando por la tierra firme hasta la plaza en que la gente se divertía, en pocos momentos devoró a dos muchachas sin que nadie pudiera impedirlo; tan rápido y tan inesperado fue el ataque. Y con la misma increíble agilidad volvió a zambullirse y desapareció entre el fragor del oleaje.
Pero lo más grave fue que aquel terrible ser que parecía surgir del mismo infierno, repitió su incursión una y otra vez, llevándose siempre como si previamente las eligiera, a las chicas más hermosas de la villa.
La consternación invadió el pueblo de Redondela.
Pero era indispensable y urgente poner remedio a aquella desgracia. Había que enfrentarse valientemente con aquel ser monstruoso y se pensó en la mejor posible manera de dar muerte al peligroso animal.
Entonces, en una gran reunión de todo el vecindario, se decidió seleccionar a los más fuertes y valientes hombres de la villa, armarlos con espadas recias y bien templadas; y acometer a la vez, todos juntos, al dragón asesino.
Varios días dedicaron los veinticuatro robustos y osados hombres que se aprestaron a combatir, aun exponiendo su vida, ejercitándose en el manejo de las espadas y en ejecutar ágiles movimientos para rehuir sus cuerpos a las acometidas de la fiera.
La campana de la ermita del pueblo tuvo siempre un vigía para dar la señal de la aparición del monstruo y así fue como el siguiente intento del dragón fue también el último.
En efecto, acosado el animal por todos lados, a la vez pinchándole o cortándole por donde quiera, cegándolo y clavándole los aceros en la misma boca, lograron por fin los hombres darle muerte.
Una gran procesión se formó por toda la gente del pueblo, alborozada ante la hazaña de sus hombres y la bestia muerta fue arrastrada hasta la plaza, donde los valientes luchadores entorno del cadáver iniciaron su primer baile de las espadas; y las jóvenes más hermosas, levantando sobre sus hombros a las niñas que tenían a su alcance, las hacían danzar en lo alto.
En los años sucesivos, conmemorando la hazaña, estas danzas habrían de repetirse en las fiestas más solemnes como un triunfo de la vida sobre las asechanzas de la muerte, o la victoria del esfuerzo colectivo contra el poder destructor del egoísmo feroz e insaciable del mal.
Desde entonces en Redondela volvió a reinar la paz y la tranquilidad; pero sigue la tradición del recuerdo, celebrándose con las danzas de espadas por el gremio de marineros y pescadores y el baile de las jóvenes y niñas, después del paseo del dragón, arrastrado por el pueblo que pudo verse libre de sus horrendas visitas.
En la actualidad, solamente en las fiestas del Corpus Christi se celebran estas manifestaciones tan curiosas.
4. Historias (II)
Han transcurrido ya casi dos siglos desde la caída de los suevos en manos de los visigodos; sin embargo estos no han tenido mucha mejor suerte ya que un nuevo pueblo llegado desde el norte de África, los moros, han dado cuenta de ellos en su continuo avance hacia el norte de la Península.
Estamos en el año 718 y en Asturias un noble de origen godo, hijo del duque Favila y merced a las alianzas establecidas por el mismo, es elegido como príncipe de los astures en el Concilio del Monte Auseva, logrando convertirse luego en el caudillo de las hasta entonces irredentas tribus norteñas. Se trata de Don Pelayo.
Cuatro años antes el jefe bereber Munuza había sido encargado de la administración de la mitad norte peninsular, asentándose al frente de una guarnición musulmana en Gijón, mientras otras aseguraban el territorio y atacaban a los últimos restos de resistencia.
Sin embargo su autoridad es ahora desafiada por Don Pelayo, al mando de algunos dirigentes astures y otros nobles que han llegado de otros sitios cercanos y que reunidos en Cangas de Onís, han decidido rebelarse y negarse a pagar los impuestos exigidos por los musulmanes. Entre los nobles que se han sumado a la convocatoria de Don Pelayo se encuentran varios pertenecientes a los descendientes de las Casas de los primos de Monterrei, Verín y Vilameá.
Tras algunas acciones de castigo a cargo de tropas árabes locales, Munuza solicitó la intervención de refuerzos desde Córdoba, desde donde se le envió un cuerpo expedicionario.
Pelayo esperó a los musulmanes en el estratégico valle de Cangas de los Picos de Europa cuyo fondo cierra el monte Auseva, donde un atacante no dispone de espacio para maniobrar y pierde la eficacia que el número y la organización podrían otorgarle.
El enfrentamiento se produjo en la cueva de Covadonga y se saldó con la completa derrota de los sarracenos. Don Pelayo venció a un ejército muy superior en número.
Las tropas sarracenas fueron diezmadas, obligando a Munuza a escapar de Gijón pero mientras huía, sus fuerzas sufrieron grandes pérdidas al caer sobre ellos una ladera debido a un desprendimiento de tierras provocado por los asturianos.
La Batalla de Covadonga supuso la primera victoria de un contingente rebelde contra las fuerzas musulmanas y constituyó un detonante para una insurrección organizada, que resultaría luego en la fundación del reino independiente de Asturias y de otros reinos cristianos.
Pelayo se apoderó luego de Gijón sin mayor esfuerzo, una vez que las tropas musulmanas y Munuza habían sido aniquiladas en el intento de huir.
Al divulgarse la noticia de la toma de Gijón, muchos cristianos se unieron después al ejército de Pelayo, así como al comienzo lo habían hecho las tres Casas de Galicia para batallar en Covadonga.
Esta batalla significó el comienzo de la Reconquista, un proceso histórico que culminó con la expulsión definitiva de los moros de España, casi ocho siglos después.
Como agradecimiento a la participación de las tres Casas en la contienda, Don Pelayo convocó a los representes de las mismas a una audiencia formal, y preguntados los mismos por algún derecho en particular que quisieran recibir en el futuro, el mismo se tradujo en la importación de la sal desde el sur, dominado por los moros, hacia el norte de Orense.
De tal derecho surgiría el nombre con el que las tres Casas Regias de origen suevo, serían reconocidas en el futuro: “Salgado”.
Poseyeron desde entonces importantes casas solares y señoríos y muchos de este apellido le han dado un importante lustre al mismo.
Estuvieron presentes en las batallas de Clavijo, en La Rioja, un mítico enfrentamiento en el año 844 y una de las más célebres batallas de la Reconquista; y en la de Navas de Tolosa, en 1212, donde setenta mil soldados encabezados por Castilla, dieron cuenta de cinto veinte mil musulmanes.
Nos hallamos ahora en la localidad de Sambucedo de Limia, Orense, cinco siglos después de Covadonga, en el siglo XIII. Uno de los descendientes de los Salgado que combatieron en aquella gesta ha hecho construir un importante edifico para habitarlo junto a su esposa.
En efecto, Don Pedro Salgado y Doña Men Rivera se han unido en matrimonio recientemente y habrán de dar origen desde allí a una nueva línea de descendencia.
—Mi amada esposa Men, no hemos escatimado ningún recurso para amoblar nuestro nuevo hogar.
—Lo sé, Pedro, lo sé. Ojalá que se convierta en el punto de referencia para las nuevas generaciones que vendrán.
—Mira, solo nos resta colgar el último cuadro en la pared del salón principal. el escudo de armas de la familia.
—Pero, Pedro. ¡No me habías dicho nada! ¿De qué se trata?
—Era una sorpresa. Mira, ¿te gusta?
—¡El escudo de armas de la familia! Santo Dios, es hermoso. Un salero de plata y, encima de él, un águila negra; sobre el fondo verde.
—Así es; y debajo de las figuras, en ese pergamino desenrollado parcialmente, nuestro apellido: “Salgado”.
—No lo puedo creer. Te debe haber costado mucho, ¿no es así?
—Es el mejor destino que le puedo dar a mi dinero. Todos se habrán de enterar en el futuro quienes somos los que cargamos con la responsabilidad de tener este apellido.
—Querido, de todos modos sé que ha sido un sacrificio pata ti. Tu nariz está transpirando.
Por su parte, La Edad Media habría se ser prolífica para el crecimiento y la distribución a lo largo y a lo ancho de la Península, de los López.
En la rama instalada en Sevilla, ya se encuentran varios de los portadores de este apellido desde la conquista de esta ciudad en 1248. Pedro y García López acompañaron al rey Fernando III “El Santo”. Simón López recibió del rey Alfonso X, unas propiedades en el término de Alcalá de Guadaira, con lo que dio origen a una familia López andaluza; y los caballeros López se hallaban también en la batalla del Salado y en las conquistas de Lorca, Córdoba, Almería, Antequera y otras ciudades de la España musulmana.
En la rama instalada en Castilla y Aragón, el caballero don Aznar López se casó con Marquesa, nieta del Rey de Navarra. En la Orden de Montesa ingresaron Juan López, Pedro López Alonso de la Torre, Pedro López de Gallur y Juan López de Mesa en 1360 Pero también en las familias de este apellido se desencadenaron luchas intestinas, y así Pedro López luchó contra Íñigo y Sancho López, sus próximos parientes. En la villa de Tramacastilla, Juan López de la Casa, ferviente católico, se enfrentó a los elementos luteranos hasta conseguir expulsarlos de la citada villa.
En la rama instalada en Valencia, un caballero de apellido López estuvo en la conquista de Valencia con gentes de armas pagadas a su costa, distinguiéndose por su arrojo en aquel reino, de modo que obtuvo como recompensa la villa de Chelva, donde se estableció y fundó una casa de la que proceden la mayor parte de los López de Murcia, Valencia, Castellón y Alicante. Se decía de ellos que eran hombres de gran pericia en la guerra y peleaban con destreza, así a pie como a caballo, usando la prudencia y el entendimiento de que estaban dotados.
Finalmente, la rama que decidió permanecer en Galicia no fue prolífica en lo referente a grandes conquistas y la obtención de títulos nobiliarios.
Mi terruño les ofreció, por el contrario los frutos de su tierra, obtenidos con tesón y duro trabajo. Los más afortunados llegaron a ocupar puestos de importancia en sus respectivos Ayuntamientos y a poder comprar las fincas en las que trabajaban o en el mejor de los casos, también de algunas fincas vecinas.
El gran peso rural en la estructura económica y la influencia nobiliaria laica y eclesiástica de Galicia, la convirtieron en una importante parte de la Corona de Castilla. El gran poder del clero y la nobleza supusieron una molestia para la Corona.
Las nobles Casas de los Osorio, Andrade, Moscoso, Sarmiento, Ulloa, y Sotomayor, entre otros; cometían abusos como el bandolerismo señorial hasta el incremento desmedido de la presión fiscal.
El campesinado fue la víctima más acusada de estos abusos señoriales y por lo tanto protagonizó diversas revueltas durante la Edad Media contra la nobleza, entre ellas, la Irmandiña, entre otras, en la que participaron varios de los López. Lucharon bravamente y lograron incendiar varios castillos pero fueron finalmente derrotados, no volviendo a reincidir en el futuro.
El fin de la Edad Media, quince siglos después de la llegada de los Lupos a Galicia, encuentra así a muchos portadores del apellido López, en puestos nobiliarios a lo largo y ancho de la Península; a excepción de Galicia, donde continúan dentro de la clase campesina y con algunos progresos que, en mayor o menor media, han ido pudiendo lograr.
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