Antonio Jorge Salgado
—Sí, señora, puede ser un tostado de jamón, queso y tomate, ¿de beber? —le está preguntando Ramón a una clienta que acaba de ingresar junto a su esposo—. Perfecto, un cortado en jarrito. ¿Y para el señor? Muy bien, serán dos tostados, un cortado y un agua sin gas natural. Salen enseguida.
—A estos dos hay que mantenerlos bien atendidos y rápido —Tomás le indica a su hermano—.Son de los pocos que vienen casi todos los días.
—Lo sé, Tomás. Hasta ahora no les hemos dado ningún motivo de quejas. Además son personas agradables y dejan buena propina. ¿Qué más se le puede pedir a un cliente?
—¿Y vos, Ramón, cómo te sentís con este laburo y en la aventura en la que me embarqué?
—Creo que merece la pena arriesgarse y con la experiencia que hiciste en el bar anterior, con un poco de suerte, creo que te irá bien y a mí también. ¿Sabés que lo siento medio mío, no? ..aunque no esté aportando un mango…
—Me ayudas un montón y, sobre todo, me animaste a tirarme a la pileta, que no es poco. Mirá, por hacer tan solo un mes que abrimos, creo que la cosa puede andar bien. Todavía no nos conocen, pero si los pocos que vienen se van contentos, se empieza a correr la bola en el barrio y va a ser más fácil… creeme.
—Seguro, gil, no lo dudes… ¡Ah, sí, señora!, ya está listo el pedido..
Han transcurrido cuatro años desde la historia anterior. Nos encontramos a mediados de 1973.
En Marzo se habían realizado las elecciones presidenciales que dieron la victoria a Héctor Cámpora sobre Ricardo Balbín, iniciándose el tercer gobierno peronista, que se habría de extender hasta 1976.
Tomás ha conseguido finalmente con gran esfuerzo alquilar un local en la esquina de Ciudad de la Paz y Olazábal, donde abrió un pequeño bar y restaurante llamado El jardín argentino, en alusión a su provincia, el que atiende personalmente con la ayuda de su hermano Ramón y una persona en la cocina. Ha debido sacar un fuerte préstamo a diez años, el que está pagando puntualmente todos los meses.
Higinio es el encargado de la pizzería La Guitarrita, ubicada a una cuadra del bar, en Ciudad de la Paz y Blanco Encalada. Pero la novedad más importante de su familia es que su esposa, Teresa, ha dado a luz hace un mes a un par de preciosas mellizas, Marta y Susi, lo que ha provocado la algarabía de todo el grupo familiar.
Cecilia y su marido siguen trabajando en Fate y viviendo en San Fernando y sus hijos Pedrito y Justi ya tienen ocho y dos años, respectivamente.
Joaquín sigue trabajando como tornero y disfrutando de su vida de solterón, por lo que no tiene previsto modificar este estatus por el momento.
En cuanto a Mario, el menor de los hermanos, ya está en el penúltimo año de la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho, mientras se costea los estudios ayudando en la carpintería en la que ingresó hace ya casi diez años.
—Mirá, ahí sale Mecha.. Ya me vio; sabe dónde la espero. —Ana María le está señalando a su hijo Tomito la ubicación de su hermana en la fila que sale hacia Juramento.
—Ya la veo. Lo que pasa es que soy petizo y me tapan los de adelante. ¿Qué me trajiste para la merienda? ¿Sánguche o factura? Tengo un hambre….
—Dos medialunas con queso. Espero que te alcancen. ¿..Hola, Mechi, cómo te fue hoy?¿Estás más tranquila?
—Te extraño, ma. No quiero estar tanto tiempo en la escuela. Me da mucho miedo… Y vos no me esperás acá mientras estoy adentro… te volvés a casa…
—No puedo quedarme acá, pero si la señorita me necesita y me llama por teléfono, en diez minutos llego…. ¿te vas haciendo amiguitos?
—Muy poco, ma, hay muchas nenas que lloran y a mí también me dan ganas de hacerlo…
—Si tenés ganas de llorar, hacelo Mechi, no tengas vergüenza. ¿Y la señorita te gusta cómo es con los chicos?
—Es buena y la quiero un poquito, pero no quiero estar tanto tiempo sola..
—A mí me pasó lo mismo al principio —Tomito trata de consolarlas a ambas—, pero después se te pasa y terminás queriendo a tus compañeros.
—Bueno, ojalá —Mechi le dice a Tomito—. ¿Sabés, ma, que la maestra nos dijo que ya sabemos las vocales? Al final no eran tan difíciles… son solo cinco…
—¡Qué bien, Mechita! Me pone muy contenta eso, mi amor. Y a vos, Tomito, ¿Cómo te fue hoy?
—Bien, ma, la maestra me dijo que resuelvo muy rápido los problemas de aritmética. Me hizo sentir muy bien eso..
—Quiere decir que sos muy inteligente, Tomito. No todos los chicos los son.
—Pero no me la creo. Dale, ma, ¿vamos a comer a un banco de la plaza, que no tengo mucho tiempo antes de ir a la parroquia?
—Vamos, chicos. Allá hay uno al sol en el que entramos los tres.
Tomito tiene ya once años y está en sexto grado de la Escuela Casto Munita. Es un alumno aplicado y se destaca por los resultados que logra resolviendo los problemas matemáticos que en la clase plantea su maestro. Por su parte, sigue yendo a La Redonda, donde se ha integrado en Club Pecos Bill y estudia inglés y dibujo a la salida de la escuela.
Su hermana menor, Mecha, con seis años, acaba de ingresar a la misma escuela a su primer grado y aún no ha podido superar del todo el temor de esta nueva experiencia.
Ambos concurren al turno tarde, que finaliza a las 17 horas. Su madre, Ana María, va puntualmente a buscarla a la salida, mientras que Tomito ya regresa solo a casa.
Don Casto Munita había nacido en 1818. Su padre se vio obligado a emigrar por causas políticas y sus bienes fueron confiscados. Su madre pertenecía a una antigua familia porteña.
Su infancia transcurrió en los años difíciles de la organización nacional y su juventud en los que estuvieron signados por el gobierno de Rosas. De joven tuvo que ganarse la vida en distintos trabajos muy modestos hasta llegar a dedicarse a tareas comerciales de menor jerarquía, en las que su tesón le permitió reunir considerables bienes.
Era de porte elevado, altivo pero no altanero, y su figura era reconocida por los vecinos con respeto. Poseía una quinta en los terrenos que se ubicaban entre La Pampa y el arroyo Maldonado, Colegiales y Chacarita.
En 1856 se instituyó en San Isidro el Gobierno Municipal y Casto Munita lo integró en representación de Belgrano, teniendo el cargo de tesorero. En la Municipalidad de Belgrano actuó como miembro suplente desde 1864.
Entre otras actividades, formó parte de la Sociedad Protectora de Niños, fundada en 1904 bajo la inspiración del educador José Zubiaur. En 1857 se crearon dos escuelas públicas muy humildes; una de niñas, organizada por la Sociedad de Beneficencia; y otra de varones, auspiciada por el Jefe del Departamento de Escuelas, Domingo F Sarmiento. Estaban separadas por un cerco de alambre. En 1876 se creó el primer Consejo Escolar, integrado entre otros, por José Hernández y Casto Munita.
Éste último hizo en 1882 una generosa donación que fue publicada en La Nación: “El Señor Casto Munita, vecino del pueblo de Belgrano, acaba de llevar a cabo un acto generoso. Ha donado cuarenta mil fuertes en cédulas hipotecarias para que su renta sea empleada en la fundación de una escuela graduada de uno y otro sexo en el pueblo de Belgrano. Pero este acto de solidaridad no fue el único, ya que anteriormente había donado veinte mil pesos en fondos públicos al Consejo General de Educación de la Provincia, como beneficio para la educación”.
Con la donación se comenzó la construcción de una escuela para niñas y otra para niños, las que pudieron ser finalizadas recién en 1883 mediante una nueva donación del filántropo de un millón de pesos moneda nacional.
Por haberse olvidado de sí mismo y haber dado todo lo posible con gran generosidad, Casto Munita murió en la más absoluta pobreza.
En la actualidad la escuela pública primaria gratuita ofrece en la planta baja y dos pisos educación en castellano e inglés en tres divisiones de primero a séptimo grado, educación física, teatro, biblioteca, salas de computación y de música, un gran patio y SUM. Está situada en la calle Cuba 2041 y es la escuela más antigua del barrio.
Según las opiniones de algunos de los padres de los alumnos, lo que más resaltan es el buen nivel de los profesores y de la enseñanza que reciben sus hijos, y el tema más urgente a encarar frecuentemente es el mantenimiento edilicio.
Muchos padres de alumnos y ex alumnos sienten que la escuela la han ido construyendo entre todos, que este patrimonio de más de ciento treinta años tiene un gran antecedente histórico y que deben seguir manteniendo latentes esos deseos de crecimiento e importancia de la instrucción pública que tenía Don Casto Munita.
Estamos en Septiembre de 1980, siete años después de la escena anterior. El bar que llevan adelante Tomás y Ramón ha ido creciendo lenta pero continuamente año tras año, lo que hoy les permite disfrutar de un pasar más holgado. Tomás tiene treinta y ocho años; y Ramón, de treinta y uno, está por casarse a comienzos del año próximo, motivo por el cual está buscando un pequeño departamento por la zona para alquilar y mudarse con su futura esposa.
Cecilia, Higinio y Joaquín siguen en sus respectivos trabajos, y éste último, con los ahorros obtenidos como tornero en la fábrica de repuestos para coches, se ha alquilado un monoambiente en un edificio de Núñez, donde puede dar rienda suelta a su valiosa soltería, sin tener que dar explicaciones a sus hermanos.
Mario, que ya se ha recibido de abogado y trabaja en un bufete de otros colegas de renombre en el ambiente, también ha partido de su primer hogar en la ciudad y ahora vive en un coqueto dos ambientes propio de Belgrano, al que pudo acceder mediante una previa hipoteca bancaria.
Con la partida de Ramón el año próximo, se liberará la pieza del primer piso para Tomás, Higinio y sus familias, dándoles una mayor comodidad para el uso del departamento. Tomás ha decidido reinvertir por el momento lo que va obteniendo de su negocio en mejorar su infraestructura, en vez de mudarse a un lugar más cómodo.
—¡Dale, Tomito, no te achiques! —su compañero y amigo, el Pelu, lo quiere sumar a toda costa a cometer el desmán durante el recreo—. Si no lo hacemos ahora, esta turra nos manda a Diciembre.
—¡Pero, Pelu, es muy arriesgado! Golpear el techo con los palos para que caiga el revoque sobre los asientos; si nos ven nos rajan del cole…
—¡Dejate de joder, Tomito, mirá, allá van Billy y el Colo! Entre los cuatro, en cinco minutos terminamos y volvemos al patio.
—Bueno, vamos, Pelu. Lo hago porque las preguntas que tomó en el examen en la otra división el guacho de Giménez, no las podía contestar ni él mismo. ¡Eso de hacer tan jodida la Física!, solo a él se le ocurre. Pero, y los demás chicos ¿qué, no aportan para esto?
—Son todos unos maricas, Tomito, pero bien que después, cuando estamos en la calle, nos lo agradecen.
—Sí, y además se vienen con nosotros a la salida del Normal para esperar a las chicas. ¡Son cagones pero no boludos, Pelu!
—Sí, pero como ellas se enteran que no se animaron a hacer quilombo, ni bola que les dan, Tomito. Y ahora, dale con fuerza para que se venga abajo…
—¡Casi se me viene encima, Pelu! ¡Cuidado!
—¡No le pegues de abajo, sino de costado, boludo! Mirá, ¿ves..? ¡Ya está! Dale, rajemos para el patio, metele antes que venga el preceptor…
Tomito ya tiene diecisiete años y está en el último año del secundario en el Nacional Roca. En paralelo, está haciendo el curso de ingreso a la Facultad de Ingeniería, por lo que a fin de año deberá aprobar los finales de las materias que se están dictando. Será difícil pero no imposible, por lo que no descuida esta actividad.
El Colegio Nacional 8 Julio Argentino Roca era una institución secundaria pública de varones que se ubicaba en la calle Amenábar, entre Sucre y La Pampa, donde hoy está situado el Islands International School. El edificio había pertenecido anteriormente a la Goethe Schule, un colegio alemán expropiado en 1946 como consecuencia de la II Guerra Mundial por el gobierno, que lo había reintegrado unos años más tarde. Actualmente el Colegio Nacional se ubica en la calle Zuberbühler 1850, a seis cuadras del anterior.
En los momentos en que se desarrollaba la acción tenía turnos de mañana (de 7:45 a 12:15) y de tarde (de 13 a 17:30) y complementando las clases que se dictaban en castellano, también se daban como materias: inglés, francés y latín.
Algunas de sus instalaciones dejaban que desear en cuanto al mantenimiento de las mismas. En una de las zonas del colegio, a la que llamaban “el barrio chino”, sus aulas tenían los cielorrasos rajados, con lo que cualquier golpe que sufrieran provocaba el desprendimiento parcial de los mismos. Esto era utilizado circunstancialmente por los alumnos, quienes subrepticiamente introducían palos para lograrlo, lo que provocaba la inmediata interrupción de la clase durante ese día y el retiro del alumnado hasta el día siguiente.
El colegio albergaba a un grupo heterogéneo de muchachos de diversos orígenes sociales, étnicos, ideológicos y religiosos que reflejaban muy bien la composición de la ciudad de ese entonces. A pesar de estas diferencias, los alumnos se llevaban muy bien, inclusive cuando discutían las situaciones nacional o internacional, aparte del consabido debate sobre fútbol, y ¿cómo no? cuando compartían sucesos de las vecinas escuelas de adolescentes femeninas.
El nivel educativo era muy bueno y de sus alumnos surgieron destacados médicos, odontólogos, ingenieros, abogados, economistas y otros exitosos profesionales.
—¿Querés venir a estudiar a casa, Mecha? —le está proponiendo su compañera Majo a la hija de Tomás, a la salida de la escuela —. ¿Dale! Venite a las tres, estudiamos, después tomamos la leche, vemos un rato la tele y te volvés a tu casa. Estás a solo tres cuadras.
—Le pregunto a mi vieja y después te contesto por teléfono. No creo que tenga problema, Majo. Todos los días camino casi diez cuadras para ir y venir a la escuela.
—Bueno, espero que me avises. Así podemos chismosear un poco sobre las más grandes y cómo se juntan con los pibes del Roca.
Consultada Ana María, le da permiso a su hija para ir a la casa de su compañera, luego de la consabida advertencia de no detenerse en el camino para nada, ni contestar a ninguna pregunta que le haga cualquier persona extraña. Considera que todos los recaudos que se puedan tomar son pocos en una gran ciudad para una adolescente como ella. Y, por cierto, son para nada infundados.
—Acá me tenés, Majo. ¿Qué hacemos primero?
—Te propongo estudiar un poco lo que seguro que nos van a tomar mañana de historia, y luego nos metemos de lleno la tarea que tenemos para el taller literario, ¿te parece bien así?
—Está bien, pero estudiemos no más de una hora, Majo. Creo que la tarea es mucho más importante y divertida.
—De acuerdo, sabés que a mi juego me llamaron para eso y, además si hace falta, nos quedamos sin la tele hasta que nos sintamos seguras, Mechi.
—Bueno, podemos quedarnos sin la tele pero no sin los chismes que se corren sobre los chicos que nos vienen a esperar a la salida. A propósito, ¿sabés que mi hermano Tomito está en quinto año del Roca?
—No sabía, en una de esas es uno de los que viene. Además te puede contar un poco más que hacen después, si se van con una chica.
—Creo que no viene porque si no, me lo diría. Además yo me fijo siempre y nunca lo vi por acá.
—A lo mejor se esconde para que no lo veas. ¿Y qué te cuenta sobre las chicas? ¿Qué hacen después…?
—Mirá, resulta que……
Mecha tiene trece años y está en el primer año de la secundaria, concurriendo al Normal 10, en el turno mañana, igual que lo hace Tomito en el Roca.
Otro ícono estudiantil de Belgrano era dicha Escuela Normal 10, Juan B Alberdi, de mujeres, ubicada en la calle Tres de Febrero, entre Monroe y Blanco Encalada.
El viejo edificio de entonces fue derribado y en ese mismo lugar se erige hoy uno moderno que aloja las mismas actividades.
Aparte de las materias de rigor, eran dignos de destacar los talleres de narrativa y literatura, los que creaban una continua fábrica de historias. Cada grupo fue surgiendo a partir de consignas dadas en este espacio de producción de textos, entramado con lecturas literarias y reflexiones sobre la escritura. Se leían las creaciones compartidas por las alumnas, permitiendo el enriquecimiento de las mismas; y mediante consignas que disparaban distintas imágenes, se construían las historias iniciales. Luego se debían ajustar a una trama narrativa en sintaxis y ortografía, lo que daba origen a los textos. Primaba sobre todo el juego y el espacio lúdico para vencer pudores, vergüenzas y censuras, permitiendo que las relaciones fluyeran y que los textos liberaran sus voces, a veces dormidas.
Representaban luego sin explicar, incluyendo un diálogo y moldeando el lenguaje, dando la posibilidad a quienes escuchaban de imaginar e interpretar las escenas. De esta escuela habrían de surgir luego muchas escritoras argentinas modernas de reconocida fama.
También huelga acotar que su alumnado era blanco de la codicia de varios colegios masculinos vecinos, entre otros, el Nacional Roca.
Los lugares de encuentro de los alumnos de ambos sexos eran múltiples y variados. Iban desde los más formales, que incluían la espera a la salida de los colegios, para lo cual había que apurarse porque no había tiempo para perder, y el acompañamiento hasta Cabildo para tomar los colectivos respectivos.
Las avenidas Monroe, Juramento o sus tres calles paralelas intermedias, veían transitar a las parejitas tomadas de la mano o del hombro, según el nivel que “el levante” permitía.
Cuando la aproximación era de mayor confianza, las salidas podían registrar encuentros en las Barrancas o en el peor de los casos, ¡horror!, alguna “rata” por parte de ambos integrantes de la pareja para tenerlos en los horarios de clase.
—¿Qué le está pareciendo el programa, Dionisio? —le está preguntando Tomás a un señor bastante mayor que él, compañero del curso, durante uno de sus recreos.
—A mí me viene muy bien, Tomás —responde el señor—. Es justo lo que necesito para poder llevar la contabilidad de la librería que abrió mi hija hace un mes y así le hago ahorrar un sueldo. ¿Y a usted?
—A mí también, Dionisio, pero por otro motivo. Pretendo que el bar que abrí hace un tiempo con mi hermano tenga otro vuelo, ¿sabe?, y no quiero meter la pata invirtiendo cuando no es el momento justo.
—¡Ah, bueno! Esas ya son palabras mayores, Tomás. ¿Y está encontrando lo que necesita en este curso?
—Todavía no, pero creo que de a poco se va arrimando el bochín. Me parece que recién en el año próximo vamos a ver cómo se debe administrar un negocio para que crezca sin mayores riesgos.
—Entonces va a tener que esperar. La paciencia es una de las grandes virtudes que hay que tener y nosotros creo que la tenemos, aunque sea sólo por el hecho de regresar al colegio en medio de esta purreteada.
—Sí, sí, ¿pero sabe una cosa, Dionisio, que es importante en este caso?
—Deben haber varias, Tomás, pero ¿a qué se refiere?
—A que creía que casi siempre la escuela de la calle y de la vida era la mejor consejera, y que esa experiencia era más valiosa que hacer la secundaria, porque iba directo al grano sin perder el tiempo en materias y conceptos que después no me iban a servir para nada; pero ahora, Dionisio, estando acá veo que me había equivocado.
—¿Por qué saca esa conclusión, Tomás?
—Porque estoy sintiendo que mucho de lo que nos van diciendo son cosas que creía saber, pero que me había tenido que chocar antes contra una pared para aprenderlas, o que lo que creía saber no era cierto. Y veo que acá, con tener los oídos destapados y prestar atención, basta para que podamos evitar macanas futuras. No sé si me sigue, Dionisio.
—Por supuesto, Tomás, perfectamente, pero déjeme decirle que nunca es tarde para seguir aprendiendo, y que lo que usted está haciendo tiene un gran mérito.
—Gracias por levantarme la autoestima, pero volvamos al aula que ya entraron todos..
Tomás ha estimado que su nivel de educación, que no ha pasado del primario, no está a tono con sus responsabilidades a cargo del negocio que emprendió con la ayuda de su hermano Ramón.
Por tal motivo ha decidido concurrir a las clases nocturnas que se dictan a personas mayores como él en la Escuela de Comercio 7 Manuel Belgrano, que está ubicada en Monroe, entre Conesa y Balbín.
La actividad nocturna del bar está supervisada entonces por su hermano Ramón.
En esta escuela se dictaban al comienzo en los turnos mañana y tarde, las materias que permitían a las alumnas egresar con el título de Perito Mercantil. Posteriormente se habrían de agregar los de Bachiller en Economía y Administración, y Bachiller en Turismo, que se dictarían, además de los turnos mencionados, en el turno noche en forma mixta para los mayores que quisieran participar. Tomás estaba asistiendo al primero de estos últimos.
Entre otros objetivos, la enseñanza en esa casa de estudios buscaba para sus alumnas el desarrollo de un pensamiento crítico sobre los problemas económicos del momento, una ciudadanía responsable para la gestión de sus propios actos, la capacidad de anticipar y construir modelos para resolver problemas, la interacción y el trabajo colaborativo, el continuo aprendizaje autónomo y la capacidad de argumentación dialéctica e improvisación, entre otros temas.
Actualmente en la institución se ha incluido una población mixta de alumnos de alta vulnerabilidad social, económica y de acceso a los recursos cognitivos, para acercarla a los procesos de aprendizaje.
A este colectivo se le brinda una dedicación más intensa dado que una parte significativa parte de la matrícula de alumnos presenta no sólo bajo nivel de desempeño expresado en dificultades a la hora de la promoción, sino que vivencia problemáticas familiares complejas.
Al igual que la Escuela Normal 10, esta escuela era también asediada por otros colegios secundarios barriales de varones.
Y lo previsible finalmente pasó. Un viernes de Noviembre, en la esquina de Tres de Febrero y Blanco Encalada, a media cuadra de la puerta del Normal 10, a la salida del turno mañana, se encontraron un nutrido grupo de alumnas entre las que se encontraba Mecha, con otro no menos numeroso de chicos del Roca, entre los que estaba Tomito, para ir juntos a las Barrancas, como anticipo del final del curso y de la llegada del verano.
—¿Qué hacés acá, Tomito? ¿Le avisaste a mami que no ibas a almorzar a casa?
—Sí, sister, ¿y vos, qué mentira le dijiste para poder venir con nosotros? Te debe estar esperando.
—Que iba a almorzar a la casa de Majo, pero ella me convenció que venga, ¿no Majo? Por favor no se lo cuentes. Si no, no va a confiar más en mí.
—Tranqui… pero ustedes dos son todavía muy pequeñas para estas salidas de gente grande como nosotros y las chicas de quinto. Ojo con lo que hacen con los chicos de primero.
—¡Dale, tarado! —le contesta Majo—. Se creen dueños de la exclusiva, pero ¿no te das cuenta que también hay chicos de segundo y tercero, porque los de primero no se nos animan?
—¡Basta de chácharas, ustedes tres! —un compañero de Tomito los llama para que se sumen a los dos grupos, que ya se han alejado de la esquina—. Y vengan de una vez por todas. Se lo pierden.
Y la tarde de picnics y aprietes, compartida en Barrancas por las chicas del Normal 10 y los chicos del Roca marca el final de esta etapa y el seguro comienzo de algunos noviazgos, que habrían de prosperar luego para garantizar la preservación de estas gratas costumbres del barrio de Belgrano.
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