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Las estatuas

Del libro “El Encuentro y otros cuentos”

Tony Salgado


—¡Qué bien que presentan el desayuno, Jacinto! —su esposa Susana exclama al llegar a la mesa, donde pueden observar todos los pasteles, croissants, panes variados, tortas, mermeladas, dulces, frutas, zumos y varios atractivos platos que se exponen a los huéspedes del hotel.

—Como ven, no los engañé cuando les dije que los traería a un hotel de primer nivel —contesta Jacinto—. Y ustedes, niños, a no servirse más de la cuenta; solo lo que van a consumir; ¡y que no sobre nada!

—Papá, ¿no podemos probar un poco de cada cosa? —pregunta Adri, la hija menor—. Nunca vi tantas cosas apetecibles juntas.

—¡No, niños, por favor! —contesta Susana—. ¡Qué después les duelen las panzas! Y hoy tenemos bastante para caminar y ver en la ciudad.

—¡Lástima, no sé a cuál decirle que no! —agrega Pedrito, el hijo mayor—. ¡Y sobre todo esos dulces, que parecen estar invitándome a que me haga con ellos!

—Bueno, niños, ya es suficiente, que nos han servido el café con la leche en la mesa —Jacinto da por terminada la selección y les indica que deben regresar a sus sitios.

La familia de los Prado Montalvo es originaria de La Laguna, una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes de la isla de Tenerife, situada en los alrededores de su capital, Santa Cruz, con la que se halla física y urbanísticamente unida a ella. Allí residen actualmente; y han arribado a Barcelona la noche anterior, donde planean estar los cuatro días de Semana Santa. Es la primera vez que los niños visitan esta ciudad, de la que han oído hablar maravillas.

El plan para ese Jueves Santo es visitar por la mañana la Sagrada Familia, para lo que han adquirido los tickets correspondientes por internet, luego La Pedrera; y por la tarde, luego de almorzar, estar en la Plaza de Cataluña y recorrer La Rambla. Al resto de las atracciones les dedicarán los tres días restantes.

Luego de almorzar ligeramente en un local situado en el Paseo de Gracia, se han sentado a descansar en un banco de la Plaza de Cataluña.

—¡Es increíble esta ciudad, papá! —exclama Adri, con gran entusiasmo—. Para los dos sitios que hemos visto hasta hora, no hay palabras con los que se pueda describir su belleza.

—Así es, mi pequeña —responde, sonriente, su padre—. Y recién acabamos de comenzar.

—Para nosotros, viniendo desde Tenerife —añade Pedrito—, esto es ciencia ficción. Lo mismo me pasó cuando visitamos Madrid.

—Así es, hijo —contesta Susana—, nuestro país es sumamente rico en cuanto al legado cultural que hemos recibido. Por eso los traemos para que lo conozcan, ya que estando en Tenerife no tenemos acceso al mismo.

—Hijos, ¿estamos listos para seguir? —pregunta su padre, Jacinto.

Tras recibir la respuesta afirmativa, prosiguen con la visita.

Terminarán de recorrer la Plaza de Cataluña y luego será el turno de La Rambla.

Antiguamente en ella pasaba la riera de La Malla, que bajaba por la calle Balmes y luego la recorría para desembocar en el mar. El término “rambla” es la forma derivada del árabe “ramla”, el que hace referencia a un arenal.

Con la construcción de la muralla del Raval en el siglo XV, la riera fue desviada y a partir de ese momento se construyeron varios conventos, los que fueron quemados en 1835 y desaparecieron, siendo luego desamortizados y liberados al Ayuntamiento. En dichos predios se construyeron varios espacios públicos para la ciudad que aún existen actualmente, como el Liceo, la Boquería y la Plaza Real.

Los primeros árboles plantados datan del 1702 cuando se colocaron doscientos ochenta chopos, los que fueron remplazados más tarde por olmos. Estos, a su vez, fueron remplazados por acacias en 1832 y estas finalmente en 1859, por plátanos de la Dehesa de Girona. En 1860 se inauguró la Fuente de Canaletas, mientras que la venta de flores data de mediados del siglo XIX.

La Rambla actual constituye un emblemático paseo de Barcelona, discurriendo entre la Plaza de Cataluña, el centro neurálgico de la ciudad, y el puerto antiguo. El paseo tiene mil trescientos metros de longitud desde la plaza hasta el puerto.

El mismo está lleno de gente, en general turistas de casi todos los países del mundo, de día y hasta altas horas de la noche. Cuenta con numerosas plazoletas y resulta agradable sentarse para contemplar el ir y venir de los transeúntes. Está jalonado de kioscos de prensa, flores, actores callejeros, mimos, música, espectáculos, cafeterías, restaurantes y comercios. Cerca del puerto acostumbran a instalarse pequeños mercados, así como pintores y dibujantes.

La Rambla se divide en cinco sectores, los que desde la Plaza de Cataluña hacia el mar se denominan:

  • Rambla de las Canaletas; ubicada junto a la Plaza de Cataluña, es una zona muy concurrida y animada.

  • Rambla de los Estudios o de los Pájaros; debido a que allí se encontraban la Universidad y el Mercado de los Pájaros.

  • Rambla de las Flores; la más colorida y perfumada, repleta de puestos de flores y plantas. En ella se ubica el mítico Mercado de la Boquería.

  • Rambla de los Capuchinos o del Centro, cuenta con numerosos lugares de interés, como el Gran Teatro Liceo, el Palacio Guell y la Plaza Real.

  • Rambla de Santa Mónica; el vestíbulo del puerto, animada de bares y restaurantes. Al final se encuentra el Mirador de Colón.

Más de doscientas mil personas pasan diariamente por ella, ascendiendo a trescientas mil durante los sábados y domingos. Ocupa el quinto lugar en el ránking de las principales ciudades turísticas europeas, luego de Londres, París, Berlín y Roma.

Ya en La Rambla, en medio de un incesante flujo de personas de varias nacionalidades, la familia no puede dar crédito a lo que ve. Una sucesión ininterrumpida de negocios, bares, puestos de revistas, músicos y personajes singulares, la sorprende y excita sobremanera.

Al cabo de media hora es momento adecuado de sentarse en un bar para tomar un refresco y observar desde allí el inédito desfile que circula frente a sus retinas.

—¡Es increíble, papá! —exclama a viva voz Adri, para hacerse escuchar en medio de la algarabía—. Jamás me imaginé algo así.

—Tengo que confesarte que yo tampoco, hija —responde Jacinto—. La última vez que vine hace ya casi diez años y esto no tenía ni la mitad de movimiento que se ve ahora.

—¡Es como el ombligo del mundo! —agrega Pedrito—. Hay gente de muchos países y hablan en idiomas que ni siquiera comprendo.

—Así es, niños —explica su madre, Susana—. Viene gente de toda Europa, América y el Oriente. Por eso escuchan hablar en inglés, francés, alemán, italiano, japonés y otras lenguas.

—Es un curso en vivo y en directo de idiomas. ¡Me encanta! —responde Pedrito— Y además, todo lo que hay para pararse a ver y escuchar, participar y comprar. Pero todavía falta para llegar al final, ¿no?

—Sí, niños, estamos sólo en la mitad del recorrido.

—Pues entonces, niños —agrega Susana—, apuren sus refrescos y andando, que ya estamos caminando desde esta mañana y me empiezan a doler un poco las piernas.

A pesar de que Barcelona es mundialmente conocida por la grandiosidad, originalidad y belleza de muchas de sus obras y monumentos, algunos de los cuales son producto del talento de uno de sus hijos pródigos, el arquitecto modernista Antoni Gaudí, la ciudad también es posible contemplar el gran talento de muchos desconocidos personajes que pueden surgir de improviso en cualquier sitio.

En ese sentido, uno de los atractivos de La Rambla lo constituyen, sin dudas, las estatuas humanas.

Pero la vida no resulta fácil ni cómoda para ellas. En efecto, las estatuas presentan constantes quejas contra las regulaciones de la ciudad que incluyen horarios reducidos y estrictas condiciones para otorgar licencias. Han pedido que su actividad no quede discriminada respecto a otras, como la música de calle, que posee ventajas con respecto ellas; así como otras normativas que son consideradas xenófobas porque no permiten la inscripción a artistas extranjeros sin permiso de residencia, lo que no ocurre con los músicos.

También critican que existen personas con licencias autorizadas que llevan años sin ocupar sus sitios, sin que nuevas personas puedan hacerlo en esos lugares vacíos. Otras quieren volver a instalarse a lo largo de toda La Rambla y no sólo en la zona de Santa Mónica, inhóspita y nociva para la salud, al ser un espacio abierto cerca del mar y con vientos fuertes y sin refugio, lo que les ha creado problemas de salud. Agregan además que no existe ninguna obligación legal para exigir a los artistas darse de alta en Hacienda, Seguridad Social y Autónomos.

Por todo ello se producen enfrentamientos constantes con la Guardia Urbana a causa de estas directrices, así como las sanciones impuestas a artistas por colocarse fuera del sitio asignado, que incluyen el secuestro de todos los materiales de trabajo que los mismos poseen.

Una hora después de haber reiniciado el recorrido la familia llega finalmente hasta un pequeño restaurante al pie del Monumento a Colón, luego de haber recorrido toda La Rambla.

—¡Qué lindas las estatuas, mamá! —dice, eufórica, Adri—. ¿Cómo lo hacen?

—Requieren mucho esfuerzo y paciencia, hija. No creas que es tan fácil mantenerse tanto tiempo parados y sin siquiera moverse. Esas personas tienen mucho mérito en lo que hacen.

—Esto es lo mejor que vi hoy, papá —exclama Pedrito—Si creía haber visto mucho cuando paramos a mitad de camino; esto me ha dejado boquiabierto. Una de ellas me sorprendió moviéndose cuando pasé a su lado y me dio un susto de muerte.

—Ya nos dimos cuenta, Pedrito —responde, riendo a carcajadas, Jacinto—. Y cuáles les gustaron más?

—A mí el ángel. Era muy lindo y muy sonriente. Daba gusto verlo —responde Adri.

—Pues a mí —agrega Pedrito—, me gustó el demonio negro con esas alas tan enormes. Me dio un poco de miedo, pero estaba muy bien. ¿Y a ustedes, también les gustaron?

—A mí —responde Jacinto— me gustó la del hombre tendido en el piso, boca abajo y con hierros retorcidos sobre él. Era un accidente de bicicleta. El mensaje de la precaución que hay que tener.

—Y a mí —agrega Susana—, una que ya se deben imaginar, sabiendo lo romántica que soy. Pues la de la pareja, con él arrodillado frente a ella declarándole su amor.

—Sí, mamá —responde, riendo, Pedrito—. No hacía falta que lo dijeras.

—Pues me alegro mucho que les gustaran, pero creo que no saben algo —dice Jacinto—, y es lo más meritorio de todo lo que hacen estas personas.

—¿Qué es papá? —pregunta Pedrito.