Valeria López
El País, 2023
Es otoño en Buenos Aires. Ziline Pierre Peña Arias sonríe.
Sus dientes blanquísimos brillan tanto como sus perlas al sol. Lleva una vincha que combina a la perfección con su pelo. En una serie mágica y continuada de acrobacias, cabalga sobre ‘Olavi’, gira delicadamente sobre sí misma, despliega sus piernas como alas al cielo y se eleva. Guiada por una conductora y un lazo, tiene un minuto para hacer una coreografía de por lo menos nueve movimientos para después saltar al llano. Se mueve en círculo. No se detiene. Allí están su corazón y su alma. Parece volar.
En tierra, su agenda del 2023 marca muchos torneos nacionales e internacionales y quiere darle lo mejor al Equipo Argentino de Salto (Vaulting) al que pertenece. Con solo 14 años, comparte larguísimas horas de entrenamiento con los mejores deportistas de la disciplina, tanto en Buenos Aires como en su provincia: La Rioja. Única afrodescendiente del seleccionado, está orgullosa de representar a la región de las montañas espejo de la cordillera de Los Andes. Son su hogar.
Desde 2018, Ziline ha ganado medallas y trofeos por un deporte no tradicional que consiste en hacer acrobacias coordinadas sobre un caballo al galope. Agradece los reconocimientos, pero su mayor triunfo, sostiene, fue encontrar entre vuelta y vuelta un movimiento que la emociona y la hace feliz. Le cuesta explicarlo en palabras. Lo celebra.
En su historia, el movimiento nació signado por la muerte. Ella tenía apenas un año cuando el 12 de enero de 2010 un terremoto de los peores en la historia del mundo dinamitó Haití y castigó a su gente. Ziline vivía en el orfanato Rose Mina de Diegue de Puerto Príncipe. Allí, junto a otras niñas y niños muy pequeños, sintió el suelo moverse con la violencia de los finales irreversibles. Milagro o destino, el lugar fue uno de los pocos que resistió los eternos segundos que duró el temblor. El resto del barrio desapareció.
Contracara de aquel infierno, la moneda de su vida giró en el aire y todo cambió para siempre. En Argentina, Patricia Arias (59) y Gustavo Peña (67), se conmovieron y solidarizaron con el país más pobre de América y dieron con Osvaldo Fernández, un argentino que estaba al frente del orfanato donde vivía Ziline. Querían adoptar. Entonces, les llegó la foto de Ziline. Apenas caminaba y tenía una mirada atravesada por la tristeza y el abandono. Supieron que “era ella”, la hija con la que siempre habían soñado y no habían podido concebir naturalmente.
“Nos enamoramos ni bien la vimos. Aún usaba pañales. Imposible olvidar su pelo rizado y sus enormes ojos marrones. Tan chiquita, tan hermosa y tan desvalida”, describe sobre el primer encuentro virtual Gustavo, el papá de Ziline. “En el momento del sismo, teníamos unos 70 chicos a cargo. ‘Zili’ ya era una nena con carácter dominante y liderazgo”, recuerda por su parte Osvaldo Fernández desde Puerto Príncipe.
El rescate llegó a tiempo. Ziline tendría una familia. El proceso de adopción duró un año y medio. Hubo que validar su partida de nacimiento sin firma y tener el consentimiento de su abuelo paterno Pedro Pierre, el único familiar que se había hecho cargo de ella al nacer en Belle-Anse, un humilde pueblo pesquero sobre el mar Caribe. Fue él quien la llevó a sus ocho meses desde su casa cerca del mar hasta el orfanato de la capital de Haití. No tuvo opción: ni él ni sus padres, ambos pescadores, podían criarla ni mantenerla.
El abuelito, como lo llaman los Peña Arias, fue también el que la despidió en el aeropuerto Toussaint Louverture en mayo de 2012, dos años después del terremoto y tras numerosas gestiones con abogados y viajes de sus padres adoptivos. Ziline tenía tres años y ocho meses y ya no tiene recuerdos de él. Ese día puso rumbo a más de 6.000 kilómetros en el extremo sur de América para seguir construyendo su identidad.
Pasados los obstáculos iniciales, la adaptación de Ziline fue muy rápida. Su idioma natal, el creole haitiano, una mezcla de francés con lenguas africanas, fue reemplazado en poco tiempo por un español con la ‘r’ marcada, la tonada típica de esa zona del noroeste de Argentina. Su estilo carismático, dulce y audaz fue ganando el afecto de conocidos y desconocidos.
Inscrita en un jardín con distintos deportes, eligió hacer equitación, perdió el miedo a los caballos y empezó a hacer piruetas que desembocaron en su pasión por el volteo. Como complemento, sumó gimnasia artística para robustecer músculos y mejorar posturas. “A los 4 años se subió a su caballo preferido, Tambo Tiburón, y no se bajó más. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba compitiendo”, cuenta Patricia.
Con ‘El Tibu’ lograron lo impensado para una nena que no sabía cabalgar. Destreza y fortaleza innata, Ziline se destacó rápidamente y empezó a ganar torneos locales y nacionales. En poco tiempo, fue convocada al Equipo Argentino de Volteo. Imposible no detenerse en aquella niña con estrella.
En 2017 y con solo nueve años, Ziline voló con sus coreografías a los Juegos Sudamericanos de Sao Paulo para participar en su primera competencia internacional. Ganó el primer puesto en la categoría dupla y el segundo puesto en la competencia individual. Dos años después, cruzó el océano y dejó su marca en otros torneos de alta competencia en Eslovaquia y en República Checa. También en Ciudad de León, México. Tanto ella como el equipo obtuvieron lugares destacados en esos lugares.
Campeona argentina en la categoría ‘Children 1 Estrella’ en 2018, 2019 y 2021, a mediados de ese año viajó a los Juegos Mundiales Juniors de Volteo en Le Mans, Francia. “Fue una experiencia increíble”, agradece Ziline. El seleccionado argentino fue uno de los pocos competidores latinoamericanos. Ella volvió llena de vivencias y amigos. “Nos cuesta pagar su entrenamiento y sus viajes, pero hacemos lo imposible para que compita y sea feliz. Es noble, humilde y luchadora. Está siempre dispuesta a ayudar y pelea contra el racismo y la discriminación. Valora mucho las oportunidades que la vida y el deporte le están dando”, se enorgullecen sus padres.
Con una amplia experiencia en volteo, Yanina Álvarez (48) actual entrenadora del seleccionado define a Ziline como una deportista con enormes capacidades y talento. “Se esfuerza, se concentra y se preocupa. Tiene carácter ante situaciones límite y de estrés. Puede llegar adonde quiera. Ojalá algún día este deporte sea olímpico y ella esté ahí”, dice. Álvarez descubrió a Ziline en un taller que dio en La Rioja y se encargó de que Argentina y el mundo la conocieran.
En su país, la historia de resiliencia de la deportista llegó a los oídos del director de cine Fernando Bermúdez y el productor Diego Díaz. En plena pandemia, se contactaron con los Peña Arias y les propusieron filmar el documental Ziline, entre el mar y la montaña, que alude a los paisajes que vieron a su hija nacer y crecer. Con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales Argentino (INCAA), la película de 70 minutos es una realidad y está previsto que se estrene este año.
Sus contrastes emocionan. Las imágenes muestran a Ziline creciendo y armándose, familiar y deportivamente. “Es la historia del árbol trasplantado en una tierra diferente y disímil, del crecer superando climas adversos para un día florecer y saber o descubrir que todo es posible desde el amor. También es hablar de las oportunidades que, en un mundo más justo, todos deberíamos tener”, sintetiza el director Bermúdez el corazón del documental.
Ziline sueña ahora con tocar la cima con el volteo. También con que su documental viaje y brille en Haití, un país sumido en una profunda crisis política, de seguridad y humanitaria. No descarta volver allí en algunos años para recorrer los lugares que la vieron nacer y partir. En Puerto Príncipe sigue funcionando el orfanato de Osvaldo y en distintos pueblos viven su abuelo, sus papás biológicos y dos hermanos: uno mayor y otro menor. De ellos conservará para siempre su apellido: Pierre. Fue una de las primeras decisiones que tomaron Patricia y Gustavo.
“De pequeña, me pedía que le hable de Haití para dormirse y le transformaba su historia en un cuento en el que ella era la princesa’ Ahora, más grande, reflexiona sobre el por qué de tanta pobreza. Le duele saber cómo vive la niñez haitiana. Hace poco me dijo que le gustaría conocera la mamá que la tuvo en la panza”, comparte Patricia. A veces, añade Gustavo, lagrimea a escondidas cuando escucha noticias de temblores que le despiertan fantasmas. Pero prefiere no tocar el tema. “Por ahora no hablamos del terremoto porque le hace mal. Lo encararemos cuando sea el momento”, asegura.
“Vivo el presente”, sostiene Ziline con vehemencia. En ese presente, este junio se medirá con su coreografía en competiciones en Italia y Eslovaquia. El calendario cierra en diciembre en Sao Paulo, Brasil. Por eso, entrenar es absoluta prioridad.
Es ahí cuando el corazón late y la adrenalina aumenta. Desaparece la tristeza. Ziline sonríe e ilumina. Se acerca a Olavi, dispuesta a un nuevo desafío. Lleva puesta una malla con los colores de la bandera argentina. Como un mantra, suena en versión acústica Hijo de la Luna del grupo español Mecano. El reloj se activa y comienza su coreografía. Tiene que hacer como mínimo nueve movimientos para lograr una buena performance. Es el minuto exacto en el que sus dos vidas se entrecruzan y equilibran.
Primer movimiento: su nacimiento en Belle-Anse. Segundo movimiento: el orfanato. Tercer movimiento: el temblor y el infierno. Cuarto movimiento: Patricia, Gustavo y su amor incondicional. Quinto movimiento: las montañas de La Rioja como guía. Sexto movimiento: Tambo Tiburón, su futuro primer tatuaje, y la posibilidad de volar sobre la tierra. Séptimo movimiento: sus logros en Argentina y el mundo. Octavo movimiento: su historia hecha película. Noveno movimiento: el presente y el futuro que se abren a sus pies, esta vez sin temor, con la fuerza primitiva de aquel primer mar.
60 segundos. Ziline lo logró. Tiempo.
Comentarios