Antonio Salgado (Ansaló)
Las Barrancas
—¿Qué lindas que están, ma, no? —le está preguntando Mecha a su madre Ana María—. ¿Hacía mucho tiempo que no venías por acá?
—En realidad vine hace poco al barrio chino, que está acá enfrente, pero a Las Barrancas no. Las veo cuando paso con los colectivos, pero estar acá caminando, hace varios años que no venía. Gracias por invitarme.
—¡Déjese de jorobar, suegra! —replica Osvaldo, marido de Mecha—. No tiene nada que agradecer. Es hora de que salga un poco y no esté todo el santo día encerrada en su casa.
—Sí, abue, papi tiene razón —agrega Meli, la hija de Mecha—. Mirá los días espectaculares que te estás perdiendo, y cómo están tan verdes todos estos paseos.
—Ustedes son muy buenos, chicos y se los agradezco de corazón, pero no siempre estoy predispuesta para salir. Tienen que entenderme.
—Por supuesto que te entendemos, ma; pero nosotros vamos a seguir insistiendo, aunque a veces no te puedas anotar para acompañarnos. Estamos muy felices cuando estás con nosotros.
—Dale, abue. Y ahora que tengo un poco más de tiempo con la facu, yo misma te quiero invitar una tarde a tomar algo.
—Bueno, lo que les dije. El tiempo irá haciendo su trabajo para que pueda recuperar mi ánimo. Los quiero mucho a los tres.
—¡Y nosotros también, suegra!, aunque esto no sea muy frecuente de escuchar de parte de un yerno…
Han transcurrido tres años desde el último diálogo y estamos en Octubre de 2016. Tomás, el mayor de nuestros queridos hermanos tucumanos y el primero que tomó la valiente decisión de abandonar su tierra natal en la búsqueda de un porvenir mejor y venirse a Buenos Aires, ha fallecido en junio a la edad de 74 años.
Se le había detectado a principios de año un tumor maligno en un pulmón, el que se lo llevó en pocos meses.
Todos sus seres queridos han quedado sumidos en los primeros momentos en una profunda depresión y, en especial, sus hermanos, para los que fue un modelo en cuanto a la valentía y esfuerzos requeridos para establecerse en la gran urbe y crear y sostener a sus respectivas familias.
Habiendo partido Joaquín primero y ahora Tomás, los hermanos que quedan en vida son Cecilia, Higinio, Ramón y Mario; con edades entre los 73 y los 64 años.
Su esposa, Ana María, como era de esperar, es la más afectada por esta triste situación y sus hijos Tomito y Mecha tratan por todos los medios de que salga a pasear un poco, en especial en estos momentos en que la primavera ha dicho presente.
Las Barrancas han sido elegidas en esta ocasión para que Mecha, su marido Osvaldo y su hija Meli, nieta de Ana María, las están recorriendo junto a ella un domingo a media tarde.
—¡Miren, allá hay un banco libre al sol! —les avisa Meli—. Es grande y creo que entramos todos. ¿Vamos? Leí un poco sobre la historia de Las Barrancas y se los quiero comentar. Es muy interesante.
—Sí, apurémonos antes de que nos lo quiten —Mecha toma la iniciativa—. Hay mucha gente acá y se debe haber desocupado recién.
—Vayan ustedes tres, así pueden charlar tranquilas —les dice Osvaldo—. Yo prefiero ir a estirar las piernas y caminar un poco por el parque.
—Sí, sí, pa —le responde, risueña, Meli—, te entendemos; y de paso relojear un poco a las chicas que están tomando sol, ¿no?
—Pero, Meli, ¿por quién me tomaste?, ¿por un viejo verde? Por favor, una persona honorable como yo… ¿por favor!
—Dale, Osvaldo —agrega Mecha—, que somos pocos y nos conocemos mucho. Anda tranquilo. Y nosotras ya estamos curtidas, ¡sentémonos!
—¿Cómo es eso de la historia de Las Barrancas, Meli? —le pregunta Ana María—. Parece que te tomaste bastante trabajo para averiguarlo.
—No, abue, para nada. Lo aprendí en una materia de urbanismo el año pasado. Esperen, que me traje un machete para no olvidarme de nada. ¡Acá está! Miren, resulta que estas Barrancas de Belgrano fueron diseñadas en 1892 por el arquitecto paisajista francés Charles Thays, que también parquizó las principales plazas de nuestra ciudad.
—Había escuchado de él —le comenta Mecha—, pero no conozco muy bien sus trabajos. ¿Cuáles son, por ejemplo?
—Miren, él decía que “Para ser feliz, es preferible vivir en una cabaña dentro de un bosque que en un palacio sin jardín”. Se había mudado acá temporariamente en 1889, pero le gustó tanto que decidió quedarse a vivir el resto de su vida y fue el director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires hasta 1913. El 80% de los parques, plazas y espacios públicos de Buenos Aires fueron diagramados por él y varias de sus generaciones posteriores estuvieron asociadas a esto.
—¡Qué interesante lo que decís, Meli! —Ana María la anima a seguir contando la historia— ¡Y qué parques diseñó y creó?
—El más importante es seguramente el Jardín Botánico, que tiene una gran variedad de árboles autóctonos, exóticos y de varias partes del mundo, y se abrió en 1898. No sólo lo creó, sino que también vivió con su familia en un edificio de estilo inglés que está en su interior. Tiene obras de arte y grandes invernaderos.
—Ahí sí que fui, —comenta Ana María—, pero no conocía todos los detalles. ¿Y en qué otro más trabajó?
—Abue, mirá, Thays modernizó el Parque Tres de Febrero, dándole vida a la flora autóctona y a los lagos, puentes y pérgolas. Creó el Parque Centenario, en Caballito, conmemorando el Centenario de la Revolución de Mayo aunque, como todo en nuestro país, se inauguró recién en 1920 por falta de fondos y tiene una figura circular que evoca a nuestro escudo. También creó el Parque Lezama, en San Telmo, con una rosaleda y en el que se alberga el Museo Histórico Nacional.
—Toda una personalidad, don Thays —acota Mecha—. ¿Y respecto a nuestras Barrancas, qué pasó?
—Bueno, pasó que las barrancas constituían los bordes de la terraza que delimitaba los bañados del río cuando estaba en crecida, y ocupan lo que fue la quinta de Valentín Alsina. Eran un paseo público desde la época en que las mujeres bajaban al río con cestos de ropa en la cabeza. Les cuento que inspiraron a un pintor famoso, Prilidiano Pueyrredón, para cuadro “Lavanderas en el Bajo Belgrano”.
—¡Como siempre, machistas tenían que ser! —Mecha interviene nuevamente—. Estoy teniendo un poco de frío. ¿Vamos a caminar un rato a ver si lo encontramos a tu padre?
—Sí, vamos, pero antes déjame que te dé un beso, Meli —Ana María se lo estampa en la mejilla—, y decirte que te agradezco por todo lo que hacés para que me sienta acompañada.
—¿Qué decís, abuela? Nada que ver. Es un placer. Vamos a caminar y les sigo contando sobre nuestras Barrancas.
—¡Ah, ahora se está mejor, caminando! —exclama Mecha—. ¿Y qué más pudiste averiguar, Meli?
—Algo importante fue la construcción de la casa-quinta de Alsina, que te mencioné antes, y era contemporánea de la fundación del pueblo, en 1856. Es uno de los pocos testimonios que quedan de la arquitectura italiana de fines del siglo pasado y está en 11 de Septiembre y Sucre, frente a las barrancas.
—¿Podríamos ir a verla un día ¿no? —pregunta Mecha—. ¿Te anotás, ma?
—Sí, gracias por la invitación. Supongo que debe tener un lindo mobiliario para poder apreciar.
—¡Lástima que ahora está cerrada! —dice Meli—. Si no, íbamos. Averiguo y les aviso. Bueno, continúo…, en esa época también se tendieron las vías del tren que ahora vemos enfrente, usando una antigua huella que se llamaba "Camino del Bajo", que incluía el "Camino de las Cañitas", sobre el que ahora está Luís María Campos. También se inauguró la estación de tren que vemos, que se llamó Valentín Alsina y el terraplén que construyeron sirvió como contención de las aguas de las aguas del río durante las crecidas.
—¡Te tenemos que agradecer Meli por habernos desasnado de tantas cosas! —Mecha felicita a su hija—. Nos pasa lo que a todos. Cuando a las cosas las tenés cerca, no te preocupás por saber cómo llegaron ahí. En cambio si vas como turista a algún lugar, averigúas antes hasta la vida, obra y milagros del santo que lo bendijo. Y, a propósito de santos, no lo veo a tu padre, que no es ningún santo, por ningún lado. ¿Dónde corno se habrá metido?
—Dale, sigamos caminando, ma; ya va a aparecer; hay mucha gente hoy acá. No se lo tragó la tierra. Bueno, la historia sigue años después con los vecinos del pueblo de Belgrano comprando las manzanas de Alsina a la Municipalidad, para convertirlas en paseo público que luego parquizó Thays, como les comenté antes. El parque tenía lugares para la diversión en el verano, como ser dos piletas con trampolines, una para señoras y otra para caballeros; y también una confitería familiar donde se tomaba el aperitivo y se charlaba después del baño. También existía una antigua capilla franciscana del siglo XVIII en la esquina de 11 de Septiembre y Pampa.
—¡Cuántas cosas, Meli, que después se fueron perdiendo con el tiempo! —replica Mecha—. En este país no sabemos conservar la cultura que recibimos, ¡una lástima!... Y este cretino…, que no aparece. Mejor encaremos hacia la glorieta, a ver si anda por ahí. Pero dale, segúi contando mientras caminamos. Es muy entretenido lo que decís.
—A mí me encanta —agrega Ana María—. Si por mí fuera, estaría escuchándote todo el día.
—¡Bueno, no exageres, abue, no es para tanto! Sigo un poco más… estaba arbolada con más de sesenta especies como ser palmeras, magnolias, paraísos, tilos, robles, madreselvas, ceibos y plátanos, entre otras. Además, y como se ha mantenido y poder ver hoy, tiene un gran ombú, que es el emblema de las Barrancas y está a metros de Juramento. Hoy tiene también un pino histórico, bajo el que San Martín firmó en 1813 el parte de la victoria de San Lorenzo ante los españoles; que fue plantado en la terraza-mirador de las barrancas en 1932 por la Asociación Cultural Sanmartiniana del barrio. A este lugar se le agregó luego un busto en honor a San Martín en 1965. ¡Miren el sendero por dónde vamos..! está construido con antiquísimos adoquines del siglo XIX.
—¡Ustedes perdonen! —Ana María interrumpe la explicación de Meli—, pero mis piernas necesitan un descanso. Después de bajar primero y ahora subir se me hace, materialmente imposible, cuesta arriba… ¿Podemos parar un ratito?
—Hagamos una cosa, ma, Meli y vos quédense sentadas en ese banco y yo subo un poco más para llegar a la glorieta, a ver si lo encuentro al crápula de mi marido. ¿Está bien, así?
—Par mí sí, Mecha, si Meli me quiere acompañar y terminar con su historia mientras buscás a Osvaldo.
—Por supuesto, abue, queda un poco más y ya está. Andá tranqui, ma, te esperamos en ese banco.
—Bueno, pero no se muevan de ahí, por favor; así no tenemos más desencuentros durante el día de hoy.
—Escuchá, abue…. Acá hay una escultura hecha a una escala reducida de la famosa Estatua de la Libertad de Nueva York, creada por el mismo autor francés, y que se inauguró en 1886, 25 días antes que la famosa. Estuvo hecha en hierro rojizo, pero luego tuvo que ser pintada de negro para preservarla del vandalismo.
—No tenía ni idea. ¿Podemos ir a visitarla?
—Hay que caminar un poco, pero cuando vuelva ma. Si querés, te acompaño. También tiene otra escultura que se llama la Fuente de los delfines, hecha en mármol en 1910 y donada por un empresario naviero, siguiendo una arquitectura romana. ¿Y viste que ma fue a buscar a pa a un glorieta? Bueno, se llama Glorieta Malvagni, que en 1910 creó la Banda Sinfónica de la Ciudad y comenzó su divulgación en espacios abiertos, para lo que fue diseñada esta obra. Antiguamente tenía un piso de madera, pero luego se reemplazó por uno de material. El resto es de hierro fundido y el techo tiene forma de pagoda, sostenido por columnas ornamentales. Hoy la gente se reúne para bailar tango y otros estilos y también hay recitales de distintos conjuntos.
—Podrías trabajar de guía para la Ciudad. Seguramente te iría muy bien. ¿No te atrae la idea?
—No, abue, no es lo mío. Esta historia de Las Barrancas la preparé para ustedes, cuando supe que hoy íbamos a venir acá. Así, aparte de caminar y ver, está bueno saber un poco que hay detrás de cada cosa.
—Y yo te lo agradezco de corazón, Meli. Da una inmensa tranquilidad saber que una cuenta con el amor de la familia en los momentos más difícles.
—Y será porque en la vida habrás hecho las cosas muy bien, abue. Si querés, termino con la historia..
—Dale, Meli, sabés que me encanta y tu madre no da señales de vida.
—Bueno, mirá, en la plaza, aparte de lo que te conté, hay plazas de juegos para los niños, mesas con tableros para el ajedrez, dominó y otros juegos y pasatiempos bajo la sombra del gran ombú, e inclusive un canil para los perros. Mucha gente viene para practicar deportes, como la gimnasia, el Tai Chi Chuán y el aerobismo entre otros, sola o dirigida por profesores. Los vecinos de Belgrano somos muy afortunados ya que Las Barrancas constituyen un muy buen pulmón verde dentro de la ciudad, y además está ubicado a pocas cuadras del Parque Tres de Febrero o Bosques de Palermo, que es el mayor pulmón de la ciudad. Por último, en la parte baja, más allá de las vías ferroviarias y al este de las barrancas, se fue constituyendo desde fines del siglo XIX el barrio Bajo Belgrano en terrenos ganados al río mediante relleno, donde hoy está ubicado, entre otros, el Barrio Chino.
—Mírenlo. Allá está Osvaldo —Mecha irrumpe y detiene la conversación, señalando la dirección en que avistó a su marido—. Pero no está sólo ¿Con quién demonios viene? ¿Quiénes son esas dos parejas de jóvenes que lo acompañan? ¡Osvaldo, Osvaldo! ¡Acá estamos!
—Hola, disculpen la tardanza pero me encontré con estas dos agradables parejitas —Osvaldo busca refugio en sus acompañantes—. ¡Nada menos que nuestros primos lejanos Arturo y Nacho, con sus respectivas….!
—¡… Amigas, y mejor dejémoslo ahí! —responde de inmediato Arturo, en una buena demostración de reflejos—. Recién nos estamos conociendo. ¿Cómo están mi querida prima, su madre y su hija tan bonita?
—Dentro de las actuales circunstancias, bien, Arturo —responde Mecha—. Sacamos a pasear un poco a mamá. ¿Y ustedes dos como están, que hace mucho que no se dejan ver? Por lo visto, muy bien acompañados.
—Ella es Ona —Arturo presenta su amiga, luego de abrazar a sus familiares—, una gran amiga, que tuve la suerte de conocer hace un par de meses.
—Y ella es Lupe —ahora es el turno de Nacho, después de repetir el ritual—. Es mi novia y hace un año que nos conocemos y convivimos.
—¡Son muy bonitas ambas! —Ana María las toma de la mano a ambas—. Hacen dos hermosas parejas. ¿Y ustedes dos, qué edad tienen, ya que perdí la cuenta después de tantos años y con todos los que somos ahora?
—Yo tengo treinta —contesta Arturo—, y este sátrapa de Nacho ya tiene veintinueve, tía.
—¡Es increíble cómo pasan los años! —recuerda Ana María, sin soltarle las manos a las chicas—. Pensar que acompañaba a Juani, la madre de estos dos grandulones, cuando los sacábamos a tomar sol a la placita. ¿Y Ramón cómo anda?
—Si te tengo que decir la verdad, tía, no muy bien que digamos —Nacho toma la palabra esta vez—. Entre la pérdida de su hermano mayor, tu marido, y la jubilación que tuvo que aceptar después de tantos años de trabajar en el bar, está bastante bajoneado, pero supongo que se le irá pasando….. por lo menos, eso espero.
—Pero dejemos esos temas tristes —Arturo quiere dar vuelta a la página—. Miren este bomboncito.. Mecha, tené cuidado con Meli cuando sale sola a la calle; se deben arrastrar detrás de ella. Si la veo sola, no la conozco. ¿Cuántos años tenés?
—¡Dale, tarado! No es para tanto. Voy a cumplir dieciocho y el año próximo empiezo la facu. Voy a seguir medicina.
—¡Increíble! —Nacho no sale de su asombro—. La última vez que la vi era una niña todavía. Bueno, no debería ser una sorpresa ya que nos vemos tan poco…
—¡Sí, muchachos! —interviene Osvaldo—. A ver si nos vemos más seguido, por favor. Tuve que mirarlos un rato largo y acercarme recién para reconocerlos, ya que me resultaban caras familiares, pero no podía saber bien quiénes eran.
—Bueno, chicas —ahora es Meli quien toma la palabra, sonriendo—. ¿Y ustedes cómo hicieron para engancharse con estos dos delincuentes? ¿En qué estaban pensando?
—¡Meli, aparte de pariente, es una amiga! —replica Arturo, burlándose—. ¿Si ella es nuestra amiga, cómo serán nuestras enemigas?
—Yo te contesto por mí, Meli —es Lupe la primera en responder—. Aunque parezca extraño, a mí me gusta bailar tango. Mis papás me enseñaron los primeros pasos, ¿sabés?, y ahora vengo los domingos a la tarde a la glorieta a practicarlo desde hace un par de años. De hecho, estuve bailando hasta hace un rato. Al principio venía sola y me daba un poco de vergüenza bailar con desconocidos, pero al poco tiempo lo superé porque hay muy buena gente y además me tenían mucha paciencia. De hecho, ahí conocí a Ona y nos hicimos amigas.
—¡Qué interesante! —contesta Meli—. En una de esas me anoto para acompañarlas. ¿Y entonces, qué pasó?
—Bueno, como te decía, había muy buena gente…, bueno…., a excepción de algunos curiosos que se acercaban a vernos bailar y podían levantar algo. En particular, los que estaban haciendo tai chí chuán al lado de la glorieta suministraban a algunos de esos indeseables personajes…
—¡Ya está, Lupe, ya está, no agregues nada más…! —esta vez es Ana María quien se suma a los comentarios de su hija—. Se ve venir el final, ….y uno de esos indeseables era, precisamente, mi primo Nacho.. ¿no es así?
—Así fue, señora, y el muy cretino perseveró, esperó a que terminara, me tiró onda durante varias semanas hasta que, no sé si por cansancio o para sacármelo de encima, acepté ir a tomar algo a un bar que está acá cerca.
—Bueno, por lo visto, parece que no te lo pudiste sacar de encima —Meli vuelve a la carga—. ¿Qué pasó…? Faltó carácter o algo más?
—Insistente el hombre.. y pasó algo más.. La primera vez que salimos fue hace un año y medio y ahora convivimos hace un año… ¡Triunfó el descarado!
—¡Grande Nacho! —exclama Meli—. ¿Y en tu caso, Arturo?
—Yo soy medio fiaca para venir a las clases de Tai Chí —responde el susodicho—, y en especial en invierno, así que no me anoté como Nacho. Pero cuando me comentó que había un par de chicas bailando tango al lado de donde practicaban me interesó, y sobre todo cuando me dijo que se había levantado a una y que tenía una amiga que estaba un montón.
—Ya veo —Meli va directamente a los hechos—. Tu hermano hizo el trabajo fino y vos te anotaste al final, ¿no…? Pero Ona, ¿qué le viste a este marciano?
—¡Por favor, Meli, no me alabes más! Tus papás y tu abuela se van a creer que soy un superhéroe… ¡no es para tanto!
—Doy fe que no es para tanto —responde Ona—. Mirá, apareció recién a fin del año pasado y como ya Lupe y Nacho salían, tuvo más fácil el encare, pero hasta ahí nomás. Recién nos estamos conociendo y todavía tiene que hacer muy buena letra si quiere llegar más lejos.
—Me parece muy bien, hija —comenta Ana María— A los hombres hay que conocerlos muy bien antes de noviar porque si no, te pueden lastimar mucho.
—¡Pará, tía, no me defiendas más! —responde Arturo, sonriendo—. Si te hace caso, va a salir corriendo.
—Hablo en general, Arturo. Ustedes son dos santos….
—Sí, ma —agrega Ana María—. Les falta la coronita. Pero ahora dejémoslos ir porque ya los entretuvimos bastante….
La memoria
—¡Hola, buen día Teresa! —el teléfono suena en el departamento de Higinio un sábado de Septiembre—. Habla Mario, tu cuñado. ¡Cómo andan todos? ¿Anda tu marido por ahí cerca?
—Hola, Mario. Todos bien gracias a Dios, ¿y ustedes? Hace mucho que no tenemos noticias. ¡Higinio, tu hermano Mario!
—Un poco ansiosos, Teresa. Moni ya está de siete meses y no vemos la hora de conocer a nuestro primer nieto.
—¡Me imagino como debe estar Gaby, la futura abuela! Es increíble que Moni ya esté por ser madre. Para mí es como si fuera todavía una adolescente.
—No te creas. Es solo un poco más chica que las mellizas.
—Sí, lo que pasa, Mario, es que cuando ves a una persona todos los días no te das cuenta de cómo cambia. Pero si pasa mucho tiempo y de golpe te dicen que va a ser madre, no lo podés creer. Bueno, acá está tu hermano. Mandales saludos a todos y a ver si nos vemos más seguido.
—¡Hola, Mario, qué sorpresa, che! ¿Qué hacés, campeón, pasó algo?
—No, Higinio, no pasó nada. Es solo para ver si querés que nos juntemos mañana a la mañana para desayunar o picar algo y charlar un rato. Hace mucho que no nos vemos.
—Sí, por supuesto que encantado, pero esperá que le pregunto a Teresa a ver si tenemos algún compromiso y te confirmo.
—Dale, andá a preguntarle. Te espero.
La respuesta no se hace esperar. Al cabo de un par de minutos ya está lista.
—Sí, Mario. No hay problema. ¿A qué hora y dónde querés que nos juntemos?
—¿A las once en Cabildo y Juramento, frente a El Ateneo, te parece bien? Ahí vemos dónde vamos.
—¡Perfecto, nos vemos ahí!.. y gracias por la invitación.
—De nada, sos mi hermano, y además no dije que iba a pagar yo…
La acción trascurre a fines de 2018, dos años después de los encuentros en Las Barrancas. En esta oportunidad los dos hermanos de la familia han decidido encontrarse y luego de analizar varias opciones, la elegida es compartir un brunch en Casa Watson, un bonito bar restaurante situado en la recova junto a La Redonda. Ambos ya se han jubilado; Higinio hace siete años, y Mario hace uno, ambos luego de cumplir los sesenta y cinco de rigor que marca la ley.
—Es muy lindo este restaurante, Mario —comenta Higinio, luego de tomar asiento en la galería al aire libre—. Pasé mil veces por enfrente de este lugar, pero nunca había entrado.
—Sí, quedó muy bien. Esta nueva concesión debió haber gastado sus buenos mangos en arreglarlo. Desde que lo conozco ya es la segunda o tercera que pasa. Esperemos que esta tenga suerte.
—Bueno, ¿cómo anda tu nueva vida de jubilado? ¿Te podés acostumbrar a estar sin trabajar? A mí me costó un poco al principio, pero después se me pasó y ahora disfruto un montón. Es más, no sé cómo pude haber estado trabajando tantos años atendiendo en los restaurantes y pizzerías diez o doce horas por día.
—Mirá, Higinio si te soy honesto, no extraño para nada ir a la oficina en el centro todos los días y recorrer los tribunales con las carpetas de los clientes llenas de legajos. Los últimos años ya eran un sufrimiento. Llega un momento en que la vida dentro de locura que se vive ahí se te hace imbancable.
—¿Señores, qué se van a servir?—el mozo interrumpe la conversación—. ¿Necesitan la carta?
—Para mí un tostado de jamón y queso y un café con leche, por favor —responde Mario.
—Y para mí un cortado en jarrito y dos medialunas de manteca, si es tan amable —es la selección de Higinio.
—¿Sabés de dónde viene el nombre de este restaurante? —Mario le pregunta a su hermano
—Ni la menor idea —responde este—. ¿De dónde?
—Es una historia truculenta. Escuchá. Parece ser que en la recova, del otro lado de la iglesia, hacia Echeverría y hace ya más de cien años había un inglés llamado Watson que fundó el hotel más importante que existía en Belgrano, cuando era un pueblo veraniego de Belgrano, que ofrecía además un restaurante de primera.
—Tampoco sabía que Belgrano era un pueblo veraniego, Mario. Mirá vos de lo que uno viene a enterarse.
—Sí, porque la ciudad estaba sólo en el centro. Bueno, uno de los huéspedes era un tordo gaita de apellido Castañeda, acordate de este nombre. Bueno, en un momento llega al puerto un barco alemán con una pareja de apellido Scheiber, Carlos y Teresa, tres hijos y un tal Julio, amigo de ellos. La pareja se alojó en el Hotel de Inmigrantes y Julio prefirió irse a la ciudad.
—Hummm. Esto tiene mala pinta. Dale, Mario, seguí.
—Dos días después, la mujer desapareció del hotel y el dorima empezó a buscarla por todos los hoteles de Buenos Aires hasta que al final averiguó que la mina se había piantado con Julio, que resultó ser su amante. La nueva parejita había salido de incógnito de Buenos Aires y se fue al pueblo de Belgrano, donde pensaban pasar desapercibidos en el hotel de Watson, pero no lograron porque el marido averiguó donde estaban unos días después y se vino para acá.
—Creo que mi intuición no me falló. Dale, ¿cómo termino?
—Tranqui, Higinio, que todavía falta. Carlos entró en las piezas ocupadas por Teresa y Julio. Al verse descubiertos, Julio, el amante de Teresa le metió un tiro a ella en la sien y después lo hizo con él mismo. Al escuchar los disparos Watson y el tordo Castañeda, que te mencioné antes, corrieron y encontraron a los dos amantes sobre el suelo, cubiertos de sangre y en cruel agonía. Ella estaba embarazada de ocho meses y mientras agonizaba, el hijo se agitaba en sus entrañas. Entonces Castañeda decidió intervenir, arrancando al niño de una muerte segura. las garras inexorables de la muerte. Ella murió pero el bebé se salvó, fue enseguida bautizado por el cura y estrechado en los brazos de los otros huéspedes que fueron enseguida. A su marido Carlos lo detuvieron hasta que el caso se esclareciese. ¿Qué tal? De ahí viene el nombre de Watson de este lugar.
—Bueno, salvo en los detalles, creo que mi intuición no estaba tan errada —comenta Higinio—, y menos mal que pedimos muy poco para comer porque después de esta historia, no sé si mi estómago está preparado para recibir más sin protestar.
—¡Dale, déjate de joder, Higinio! —Mario le da un pequeño golpecito en el hombro—. No seas sensiblón. Lo conté para despejarnos un poco. Me dijo un pajarito que andabas un poco bajoneado en estos últimos tiempos. ¿Es así?
—Más o menos, Mario. Mirá, a vos no te puedo engañar. La verdad es que la muerte de Tomás, sumado al hecho de haber dejado de tener una actividad diaria al jubilarme, sí, me hicieron arrugar un poco. ¿A vos no te pasó algo parecido?
—Si te tengo que ser honesto, sí, también. Creo que es algo inevitable y no hay que negarlo. Suena raro que un ex abogado diga algo así, pero yo también soy un ser humano con sentimientos. Mirá, lo que trato de hacer es racionalizarlo. Pienso en todo lo mucho que hizo Tomás por todos nosotros, sus hermanos. Haberse venido solo a Buenos Aires, habernos llamado luego a todos para que nos viniéramos de Tucumán y bancado acá hasta que formáramos nuestras propias familias es algo que nunca me voy a olvidar y terminar de agradecérselo, Higinio.
—Justamente, lo mismo me pasa a mí, Mario. A veces pienso qué hubiera sido de nosotros si nos hubiéramos quedado allá. Seguramente no hubiéramos podido conseguir lo que logramos acá. Mirá, en mi caso, como sabés, nunca pude comprarme una casa y sigo alquilando; pero tengo una familia hermosa, con dos hijas que pronto me van a hacer abuelo y una esposa que me sigue queriendo como el primer día. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? ¡Y se lo debemos a él, a él, Mario, y se nos fue..! me entendés ahora..? Con la vorágine, el trabajo no te da tiempo de sentir, pero después, al jubilarte, se te viene todo encima, como una estantería.
—Bueno, tranquilo, hermanito, —Mario trata de brindarle un mínimo consuelo, estrechándole el brazo—. Creo que lo mejor que podemos hacer es honrar su memoria viviendo nuestros últimos años como él hubiese querido…. Y, entre otras, cosas, haciendo esto… visitando los mismos lugares por los que él pasó… la misma iglesia, la misma recova, la misma entrada de lo que era el cine de la parroquia y que ahora aloja a Cáritas, los mismos puestos artesanos en la plaza… lo mismo, Higinio, nada nuevo… ¡lo que él quiso!
—Tenés razón, Mario. Soy un sensible de mierda…. Y no quiero bajonearme en mi casa, frente a Teresa y a mis hijos… Sería un papelón…
—Dale, salame. ¿Vos sos calamar, no? Bueno, si es así, entonces estás acostumbrado a sufrir… Y cuando sufras, pensá en Tomás, que debe estar gritando desde alguna tribuna, allá arriba…
—¿Vamos, aguante el marrón, carajo! ¡Hay que saltar! ¡Hay que saltar! ¡¡El que no salta…, es Paternal!!
—¿Hola Ramón, cómo estás? —la llamada sorprende al ex socio de Tomás, y encargado del bar desde su muerte—. Te habla Cecilia, tu hermana.
—Hola Ceci —responde éste con prontitud—. No tenés que aclarar que sos mi hermana. No hay otra mujer en mi vida con ese nombre, que yo sepa.
—Bueno, una nunca sabe, por las dudas. ¿Cómo andan? ¿Qué es de Juani y los chicos? Hace mil que no hablamos
—Bien, Ceci, todos bien, sin nada en especial. Hace un rato que terminamos de desayunar y estaba empezando a hojear el diario ¿Me llamás por algo en especial? ¿Me tengo que preocupar?
—No, tonto, nada para preocuparse. Nosotros también todos bien, cada uno en su cosa. Te llamo porque como el día está lindo, tenía ganas de salir a caminar a la tarde por la Plaza de Belgrano, pero como no me gusta ir sola, quería ver si me querés acompañar... No salimos juntos desde que éramos chicos.
—Sí, Ceci, me encanta la idea. ¿A eso de las tres te parece bien? Suena como un plan extraño, pero creo que lo vamos a pasar bien.
—Dale, está perfecto. Nosotros almorzamos temprano y con el 67 estoy allá en un ratito. Si querés, podés esperarme en la parada de Mendoza y Cabildo y vamos caminando un par de cuadras.
—Bueno, perfecto. ¡Me hace ilusión! Como cuando era joven e iba a esperar a Juani a la parada del colectivo cuando venía de Urquiza. ¡A la vejez, viruelas..!
—Llevate algo de abrigo por si nos quedamos a tomar algo. Parece que a la nochecita va a refrescar.
—¡Ese es un cruel llamado a mi realidad mundana! Cuando salía con Juani eso no me pasaba. Nos vemos en un rato.
Parece que el plan de Mario e Higinio no era tan original que digamos, para ese día. En efecto, como vemos, para la media tarde los otros dos hermanos, Cecilia y Ramón, también tenían el suyo y apuntaban a la misma plaza, aunque no al mismo bar restaurante.
—¡Hola Ramón, acá estoy! —le avisa Cecilia a su hermano desde el interior del colectivo—. ¡Ayudame a bajar, por favor! ¡Tengo miedo de caerme!
—¡Esperá, esperá..! ¡Agarrate de mi mano y andá bajando de a poco! —Ramón sube un par de escalones y ayuda a descender a su hermana—. ¡Ya está! Subamos a la vereda ahora.
—Gracias hermanito. Cuando viajo en colectivo, siempre tengo temor a tropezarme. Sabés que una caída a mi edad puede ser origen de una quebradura y no estoy para esos chistes, precisamente…
—Pero escúchame, Ceci … ¿Por qué no te tomás un taxi para venir? No te entiendo… ¿Tanta puede ser la diferencia? No me digas que ahora te vas a poner a ahorrar en estas cosas…
—¡Ay, hermanito, hermanito! La plata no me sobra precisamente y siempre que puedo amarrocar un mango, lo hago. Es una costumbre de cuando trabajábamos con mi marido y teníamos que parar la olla para nosotros y nuestros hijos…
—Dale, no me jodas, Ceci…. Vamos caminando de a poco, que hay mucha gente en Cabildo; mejor vamos por Obligado…. Decime ¿cuántos años tenés ahora, que mi memoria me falla un poco?
—Dale, tarado, no te hagas el pibe ahora. Sabés que tengo seis más que vos, y vos tenés sesenta y nueve… así que, digamos, que no es tan difícil la cuenta… ,
—Bueno, precisamente, con setenta y cinco pirulos, podés dejarte de embromar y venirte en un taxi a una salida con tu hermano. Si me dejás, se lo pago antes de que subas, a la vuelta.
—No hace falta, de ninguna manera. Te prometo que lo voy a hacer. Tenés razón, pero me cuesta aceptar estos inconvenientes de ser personas mayores ya.
—¡Dale, no jodas, y cuidado con esa bici!.. ¡Señor, mire a su hijo, por favor!, ¡no sa puede andar con la bici por la veredas..! ¡Dios, qué gente!
—Calmate, Ramón, que cruzamos Juramento y ya llegamos… Se ve tan lindo todo esto… y lleno de vida. Mirá la feria… pasemos un momentito aunque sea..
—Bueno, vamos…
Al margen de que la Plaza Belgrano concentra buena parte del patrimonio histórico del barrio, desde hace muchos años y durante los fines de semana y feriados se viene desarrollando una feria artesanal, en la que se exponen a la venta artículos en cerámica, cuero, madera, metal, plástica, sahumerios, tela y otros materiales. La gran creatividad de los artesanos es presentada ante los ojos de los paseantes, quienes se detienen a observar las obras de sus manualidades y llevarse algunas a sus domicilios.
—Son magníficas las cosas que se pueden encontrar acá, Ramón, y además tiene mucho mérito el esfuerzo que hacen para armar y desarmar diariamente los puestos que les asignan.
—Sé que hay un proyecto de la Ciudad para asignarles un nuevo lugar frente a la recova, hermanita, del lado de Juramento. Allá va a estar mucho mejor que acá, pero no sé cuándo lo van a hacer.
—Yo tengo confianza en este Gobierno. Me parece que en la Ciudad están haciendo las cosas muy bien, ¿no estás de acuerdo?
—Sí, Ceci, y en especial en todo lo que se refiere a las obras públicas. Están mejorando muchos barrios, instalaron el metrobus, están arreglando los trenes. Más no se le puede pedir. ¡Bah! Eso creo yo.. Mirá, hay un banco al sol ¿vamos?
—Dale, un banco en Belgrano vale oro…. Y a propósito nunca supe bien qué hizo Belgrano, aparte de crear la bandera. Vos sabés quién fue?
—bien, hoy me puedo florear. Como ahora me sobra el tiempo después que me jubilé, empecé a desasnarme un poco sobre la historia argentina, así que si querés, te puedo dar una mini clase.
—Me encantaría y, sobre todo, si me lo cuenta mi hermanito.
—Pués ahí voy. Nació, vivió y murió en esta ciudad, entre 1770 y 1820, o sea, solo cincuenta años. Estudió aquí en el Colegio San Carlos de Buenos Aires y luego se fue a España, donde se graduó de abogado en la Universidad de Salamanca. Volvió para trabajar como Secretario del Consulado de Comercio y dio impulso a la educación. Participó en la defensa de la ciudad durante las invasiones inglesas y luego, en Mayo de 1810, en el Cabildo Abierto que derrocó al virrey Cisneros, siendo elegido vocal de la Primera Junta de Gobierno.
—O sea que fue todo un patriota, aparte de crear la bandera. Ya sé que la cultura no es mi fuerte, pero no sé si todos los que viven acá lo saben. Además, pensá que desde que llegué a Buenos Aires y me fui del departamento de Tomás, viví casi todos los últimos años en San Fernando y de allí a Saavedra hace poco; o sea que todo esto me es muy nuevo.
—Sí, te entiendo y por eso te explico. Luego encabezó las tropas que lucharon contra los realistas en Paraguay y la Banda Oriental, antes de crear la Bandera de Argentina. Fue nombrado Jefe del Ejército del Norte para enfrentar a los realistas, a los que derrotó en las batallas de Tucumán y Salta; pero poco después fue vencido por ellos en Vilcapugio y Ayohuma. Hay que destacar que Belgrano era diplomático y no militar como San Martín, por lo que sus triunfos fueron doblemente meritorios.
—Ya veo, ¿pero no habían más generales en esos momentos, para que lo pusieran a él al frente de las tropas?
—Uno fue Guemes, que ya combatía con sus gauchos, y a los otros, no les tenían confianza los de la Junta. Mirá, Belgrano fue luego a Inglaterra a buscar ayuda y en 1816 fue uno de los promotores de la Declaración de Independencia en Tucumán, nuestra tierra, hermana. En sus últimos años combatió la guerra civil entre distintas facciones de nuestro país, ¿te suena, Ceci?, pero en 1819 pidió licencia por enfermedad y se estableció en Buenos Aires, donde falleció al año siguiente.
—¡Qué gran tipo, y todo lo hizo en sólo cincuenta años de vida! Un ejemplo para imitar por los gobiernos actuales, ¿no, Ramón?
—Mirá, Ceci, me conformaría con que tengan el diez por ciento de la honradez y el patriotismo de Belgrano. Con eso solo alcanza para levantar a este gran país de donde está.
—Sí, estoy de acuerdo con vos, Ramón, pero es pedirle peras al olmo… como sabés.. Y otra pregunta es ..¿sabés cuál es la historia de esta plaza?
—Algo sé, de haber chusmeado algunos folletos. Se llama Plaza Manuel Belgrano, aunque también se la conoce como Plaza Juramento. Recibió el nombre en 1949 y al principio llegaba hasta Cabildo, incluyendo a las placitas que están alrededor de La Redonda. Hace más de cien años plantaron paraísos y también sembraban alfalfa para mantener a los caballos del Municipio. Como ves, esta zona tiene una gran actividad comercial ya que está a una cuadra de Cabildo y Juramento y, además está rodeada por el Museo Sarmiento, la Escuela Casto Munita, La Redonda y el Museo Larreta.
—Viene a ser algo así como el ombligo del barrio de Belgrano, ¿no, Ramón? Por eso la deben valorar tanto..
—´Tú lo has dicho hermana. Tiene además un mástil donado en 1951 y el Monumento al General, inaugurado en 1961. Está formado por una base de granito rojo con relieves que representan pasajes de su vida. La imagen es en tamaño natural del prócer y está realizado en bronce. Tiene también una escultura en mármol blanco, llamada “Las tres gracias”, obra de un escultor italiano.
—Con razón a Tomás le gustaba venir tanto a este lugar. Siempre me comentaba que se sentaba a mirar lo que lo rodeaba y le parecía que estaba respiraban do historia. ¡Pobre Tomás! ¿Dónde estará ahora?
—Sabés que nuestro hermano hizo las cosas muy bien y seguro que ahora está mejor que nosotros acá. A mí también me gusta venir. Es como si lo viera entre tanta gente… caminando y sonriéndoles a los pibes. Continúa viviendo en mi memoria. Debe estar muy tranquilo ahora. Tomito, Arturo y Nacho están manejando nuestro bar mejor que nosotros mismos. Tanto esfuerzo no fue inútil.
—¿Sabés una cosa? Mirá el árbol ese que está frente al colegio… ese que parece embarazado, por la enorme panza que tiene. Ahora que lo veo, él lo comentó una vez. Le llamaba la atención ¿sabés?.. y la verdad es que no es para menos.
—Sí, acá es muy conocido… es el árbol del gran nudo .¿sabés cómo se forman los nudos de los árboles?
—No, ni idea, pero está bárbaro para jugar a las escondidas. Te metés atrás y no te descubren ni por casualidad….
—En general los retoños de un árbol se extienden hacia afuera de él. En cambio las yemas forman un nudo, que puede ser producido por accidentes o insectos. Son remolinos de granos de madera que tienen un aspecto distinto del resto del árbol y se pueden usar para artes decorativas de madera. Los que son bultos de la corteza, como éste, se forman sobre algún tipo de daño al árbol, como ser alambres que se atan a él No pueden matarlo, pero sí disminuir su vigor y salud y acortar su vida.
—Bueno, se ve que alguien debe haber hecho alguna maldad y nadie después se preocupó en arreglarlo, ¿no, Ramón?
—Así es, Ceci, para variar. Vamos a tomar un cafecito. ¿Dónde te gustaría ir?
—Acá, cruzando Juramento, antes de llegar a Cabildo, hay un Bonafide. Ese sí que es un buen café, no como el que te sirven en muchos otros lugares y te lo cobran como tal y no lo es.
—Dale, vamos, levantando campamento. Fue una visita corta a la plaza, pero estuvo muy buena. ¡Que se repita!
Epílogo
Y aquí dejamos a nuestros queridos hermanos tucumanos, con sus alegrías y sus sinsabores, éxitos y fracasos, con nuevos seres que llegaron para integrar sus familias y algunos pocos que emprendieron su viaje inapelable.
Hemos compartido sus vidas durante seis décadas, desde que el mayor de los hermanos Gómez, Tomás, llegó a probar fortuna a la ciudad porteña con tan sólo dieciocho años, hasta fines de 2018.
Durante el último año y medio hasta hoy no han tenido grandes cambios en sus vidas, salvo el estar encerrados durante cuatro meses por la pandemia del Coronavirus, de la cual esta historia es un subproducto. Estamos en julio de 2020 y, como todos los demás, esperan recuperarla con la mayor brevedad. El negocio del bar no ha sido afectado en gran medida, ya que el local donde se asienta es propiedad de los hermanos, gracias a la visión y el esfuerzo de Tomás y Ramón.
Media docena de nietos/as ya son parte de una lista que no para de crecer, para gran satisfacción de sus padres, quienes se encargan de transmitirles sus historias familiares y cómo llegaron a integrarse en este sitio que ahora los ve nacer.
Dado que la Plaza Manuel Belgrano constituye una verdadera reliquia verde en cuanto al Patrimonio de la Ciudad, en 2019 fue reinaugurada, luego de intensos trabajos, para el disfrute de los vecinos del barrio.
La puesta en valor incluyó la demolición de solados existentes y reemplazo con baldosas y adoquines, el ensanche de caminos internos para feriantes, la reparación de rejas, la colocación de rejillas y desagües, rejas bajas para los espacios verdes, plantaciones nuevas para canteros y colocación de césped nuevo, un sistema de riego por aspersión y el mantenimiento del monumento.
Argentina fue un país muy generoso, que acogió siempre a todos los inmigrantes que llegaron para poblarlo, y que puede seguir haciéndolo si hacemos las cosas bien, ya que puede alimentar a cuatrocientos millones de personas y hoy solo lo habita el diez por ciento de tal cifra.
Paradójicamente, la Ciudad Porteña fue despoblada a lo largo del siglo XVI luego de su primera fundación, debido a las condiciones hostiles de los pueblos originarios indígenas que la rodeaban y atacaban constantemente y a nadie le atraía residir aquí. Recién un siglo después y luego de su segunda fundación, el fuerte contó con las mínimas garantías de seguridad para atraer a varios españoles que residían en Asunción, quienes fueron sus primeros pobladores.
A partir de entonces su continuo crecimiento se basó en la llegada de inmigrantes y sus descendientes, ya fueran manteniendo la sangre autóctona o mediante el mestizaje, producto de su cruce con los nativos.
Quienes arribaban a Buenos Aires fueron europeos hasta el siglo XIX, posteriormente personas del interior del país; a continuación, de países limítrofes, y últimamente de países con serios problemas políticos y económicos, como es el caso de nuestros queridos hermanos venezolanos.
La gran mayoría de estos personajes, como es el caso de los hermanos Gómez, ha permanecido en el anonimato, tal vez planteándose su gran duda existencial sin respuesta: ¿Qué vida hubiéramos tenido nosotros y nuestros descendientes si nos hubiéramos quedado en el lugar de dónde vinimos?
Pero otros han sido exitosos y famosos y, en el caso específico de Tucumán, podemos mencionar a Juan Bautista Alberdi, Nicolás Avellaneda, Julio A Roca, Ramón “Palito” Ortega, Mercedes Sosa, Jaime Torres, Alfonso Prat Gay y Joaquín Morales Solá, entre otros.
La otra cara de la moneda es que jóvenes profesionales y talentosos nacidos y educados en la Ciudad Porteña, se deciden a tomar el solitario camino de la emigración en búsqueda de nuevas oportunidades, cargados de desilusiones que una inoperante clase política se encarga de machacarles.
FIN
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