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Foto del escritorTony Salgado

La memoria y otras historias (III de V)

Antonio Salgado López (Ansaló)


Los museos



A esta altura de los acontecimientos es indispensable hacer una acotación para el distinguido lector.

La ordenada descripción de la historia de la familia, que fue mantenida hasta el comienzo del tema anterior, se ha visto bruscamente interrumpida por los irrefrenables sucesos acaecidos al seguir las campañas del equipo marrón, lo que nos ha catapultado, casi sin querer, hasta la actualidad.

Apreciando que sepan disculpar este desorden ocasionado por el fanatismo, hemos de retornar entonces a comienzos de la década de 1990 para seguir encadenando en forma sistemática los principales eventos de nuestra querida familia. Gracias por su comprensión.

 

—Mechi, ¿seguro que podemos ir a visitarte pasado mañana a tu trabajo? —le está planteando Marta, una de las mellizas, a su prima Mecha—. ¿No te joderá tener que recibirnos? Dale, de veras…

—No, chicas, para nada —contesta la mayor del grupito—. Aprovechen que yo estoy ahí, así las acompaño en el recorrido.

—¡Estaría buenísimo primi! —exclama Moni, la menor—Así va estar mucho más entretenido y te podemos preguntar todo lo que se nos ocurra.

—Sí, y tengo preparada una lista —agrega Elba—. Me va a ayudar un montón para el cole..

—¿Cuánto dura la visita, más o menos, Mechi? —es el turno de Susi, la otra melliza— ¿Y a qué hora nos conviene ir para darnos tiempo para ir después al que está enfrente?

—Si vienen a la una, como máximo a las dos y media ya lo recorrieron todo —contesta Mechi—. Y tienen tiempo de ir al otro también.

—Genial, Mechi. Entonces mañana a la una nos tenés a las cuatro ahí —responde Susi— ¿No, chicas?

—Por supuesto —confirma Elba—. Allí estaremos, firmes como rulos de estatuas.

—Bueno, denle, las espero —cierra Mechi—. No me fallen.

 

Estamos en las vacaciones escolares de invierno de 1991. Un domingo de fines de Julio encuentra reunida a los hermanos Tomás, Higinio y Mario, junto a sus respectivas familias, en el almuerzo  dominguero en casa del primero. Como de costumbre, los dos ausentes son Ramón, debido a razones laborales asociadas al ya conocido bar; y Joaquín, debido a razones extra laborales, también ya descriptas anteriormente.

En esos instantes, el grupo femenino más joven integrado por las mellizas Marta y Susi, de dieciocho años; Elba, de nueve y Moni, de ocho, plantean sus deseos de expandir sus conocimientos durante las primera semana de vagancia a su prima mayor, Mechi, que ya tiene veinticuatro años.     

El plan que tienen las menores para el martes es ir a visitar el Museo Histórico Sarmiento, en Cuba y Juramento, donde Mechi es una de las dos chicas que trabajan para el Gobierno de la Ciudad, recepcionando y conduciendo a las visitas al museo, incluyendo una explicación de todo lo que allí se exhibe. Una vez finalizada la misma, las primas harán otro tanto con el Museo de Arte Español Enrique Larreta, ubicado a una cuadra del anterior.   

Ha sido una gran idea porque es una buena excusa para que puedan participar todas las primas y, a la vez, adquirir conocimientos que les sirvan para sus estudios.

 

—Bueno, prima, acá nos tenés —la saluda Susi a su prima Mechi con un beso—. Somos todas tuyas. 

—Me alegro mucho que hayan venido, chicas —Mechi las recibe con otro cariñoso beso a las cuatro—. Bueno, ya ven donde trabajo. Espero que les guste el recorrido.

—El lugar parece muy lindo —Marta felicita a su prima—En un trabajo muy lindo. No te podés quejar.

—Para nada, estoy muy contenta. Bueno, arranquemos.. El museo está dedicado a la que se llamó Generación de 1880, a la que pertenecía Sarmiento que, como deben saber, fue un literato y político que presidió el país entre 1868 y 1874; a su obra literaria; y a su sucesor, Nicolás Avellaneda. Luego de una revuelta que se produjo en 1880, el Gobierno Nacional debió abandonar la ciudad y se instaló en este edificio.

—No sabía que el gobierno estuvo alojado acá —dice Susi.

—Así fue. Alojó a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial del Gobierno Nacional y en la mayor de sus salas sesionó el Congreso que declaró a Buenos Aires, Capital Federal de la Nación. Cuando terminó la guerra civil aquí se firmó la Ley de Federalización

— Es un edificio muy bonito y está muy bien mantenido —añade Marta— . Lo conocemos de vista, ya que estudiamos acá al lado, en el Casto Munita.  

—Como ya saben, yo también queridas primas. Bueno, sigo.. Es un petit hotel de estilo renacentista italiano, de 1873. Su entrada principal tiene en su fachada un pórtico centralizado, sostenido por seis columnas romanas, estriadas y base sencilla, sobre una escalinata baja. Se trató de hacerlo museo en 1910, el centenario del natalicio de Sarmiento, por una ley que lo declaraba de utilidad pública, ya que fue habitada por él en sus últimos años, pero la idea no prosperó. Años después y sin esperar a que se convirtiera en ley, sus descendientes entregaron en guarda al Estado todas las colecciones de objetos y documentos que verán, las que quedaron en custodia en el Museo Histórico Nacional. En 1938, cincuentenario de su muerte, el Presidente Ortiz restituyó las reliquias a una fundación encargada de exponerlas en lo sucesivo a escuelas e instituciones. El museo sería entonces archivo y biblioteca dedicados al estudio e investigaciones sobre Sarmiento y su época.

—Y ahora lo podemos disfrutar nosotras —comenta Elba—. ¡Qué suerte que tenemos de estar acá!

—¿Y por qué no querían hacerlo? —pregunta ahora la pequeña Moni.

—Bueno, a muchos no les gustaba porque criticaba lo que hacían, ¿sabés? Por eso no querían que lo recordaran.

—Siempre hubo esas luchas internas en nuestro país, ¿no Mecha? —Es el turno de Susi.

—Sí, prima, siempre e, incluso, ahora mismo. Pero déjenme que les diga que el museo tiene varias salas y anexos donde se exhiben reliquias, objetos, documentos, manuscritos y recuerdos de nuestro pasado, no solo de Sarmiento, sino también de la historia de la organización nacional, como ser el Congreso de Belgrano, la presidencia de Avellaneda y las personalidades civiles más destacadas de la época. ¿Están listas para arrancar?

—Sí, Mecha, arranquemos —Marta toma la iniciativa.

—Bien, la primera sección es la dedicada a Sarmiento. Mientras vamos hacia allí, déjenme decirles que aquí se realizan exposiciones temporales durante el año. Bueno, llegamos… en su sala dormitorio da comienzo el relato entre 1811 y 1814 y pueden observar muebles victorianos procedentes de su casa. En la sala comedor se ubica el retrato del prócer confeccionado por su nieta, además de objetos personales y en la sala Facundo se exhiben ejemplares antiguos así como en otros idiomas de esta obra literaria. Vayan recorriéndolos y si tienen comentarios, no se los guarden y háganmelos.

—¡Siempre muy serio este señor! —Moni hace sonreir a todo el grupo—. En todos los cuadros aparece igual. ¿Por qué será?

—Tal vez porque los tiempos que le tocó vivir eran difíciles para el país —Mecha trata de encontrar una salida que conforme a la pequeña—. Pero no sé, lo supongo yo. 

—Pensá que por él —Susi acude en ayuda de su prima—, lo que aprendés en la escuela es gratis.

—A lo mejor está serio porque nos da mucha tarea para el hogar —Moni no se deja convencer fácilmente—, y nos cuesta mucho aprender.

—Bueno, sigamos, entonces…. Ahora pasamos a la sala de su vida pública, donde se muestran objetos de cuatro aspectos de ella: educador, publicista, magistrado y militar. Vean esa escuelita improvisada en San Luís, acuarelas y pinturas de escenas con sus estudiantes, ejemplares de notas en periódicos de Chile y fragmentos de su libro “Civilización y Barbarie”. Más adelante están su bastón y banda presidenciales, el diploma de  coronel mayor otorgado por Avellaneda y el de general de división; así como imágenes de su madre y de Dominguito y objetos personales de su  dormitorio, entre otras reliquias.

—Es increíble la variedad de actividades que tuvo —comenta Elba—, y en casi todas se destacó, ¿no?

—Así es, además de otros trabajos que tuvo cuando era chico, en San Juan, donde nació en un hogar muy humilde, como ser asistente en una oficina, entre otros. 

—Es tremendamente meritorio lo suyo —acota Marta—. Llegar adonde llegó, proviniendo desde tan abajo. Un ejemplo de constancia y superación de dificultades. Ojalá nosotros tuviéramos alguien así en nuestros días.

—Vos lo dijiste prima. Ahora vayamos a otra sala, síganme… estamos en la sección Alberdi, donde se ver algunos de sus documentos personales, ilustraciones y representaciones de sus ideas para avivar el recuerdo de lo que influenciaron en su tiempo; entre otros: "Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina" de 1852; y folletos de un libro que hace referencia al conflicto entre Sarmiento y Alberdi en Chile en 1853.

—Por lo que sé, fue un gran pensador  y una persona muy inteligente —menciona Susi—, además de que le debemos nada menos que nuestra Constitución.

—Siempre se necesita una mente preclara —Mecha les explica a las menores—, en medio de un proceso tan convulsionado como el que se vivió en el siglo pasado. No lo olviden.   

—Trato de registrar todo lo que veo y escucho, prima —responde Elba—, aunque no sé cuánto me voy a acordar.

—No te esfuerces, Elba, lo importante es saber que todo esto existe y que podés volver cuando vos quieras..

—Gracias, Mecha. Hoy es un día muy lindo para mí.

—Me alegro, bueno… la última de las secciones es la dedicada a Avellaneda, donde pueden ver la ley que convirtió a la Ciudad de Buenos Aires en la Capital de la República, abriendo una nueva etapa en nuestra historia. También cuadros y documentos suyos, archivos de su candidatura presidencial y, en la galería, sus palabras: "El Congreso de 1880 registrará su nombre en la Historia Argentina por la ley sobre Capital, y será llamado El Congreso de Belgrano ¡Honor al Congreso de Belgrano!".

—Qué suerte en estar viviendo en este barrio —dice Moni—, y de que vos seas nuestra prima. Así podemos ver todo esto.

—¿Les gustó la visita?

—Mucho, de veras.. —contesta Marta—. Superó mis expectativas. Muchas gracias por tu dedicación, Mecha.

—De nada, primas. Vuelvan cuando quieran. ¿Y ahora qué hacen?

—Son las dos y media. Vamos al Larreta…  andando niñas…

 

Minutos más tarde las cuatro primas se hacen presentes en el Museo Larreta y, haciendo la cola para entrar escuchan una conversación entre la persona que las precede en ella y la recepcionista.

—¡Pero es una barbaridad! —está diciendo la señora delante— ¿A quién se le ocurre hacer algo así en un museo?

—Y sí, señora ­—oyen que le contesta la recepcionista—. Este país da para todo, en especial para las cosas más insólitas.

—Bueno, espero que se arregle pronto. A mí me gusta venir seguido a este jardín y estas cosas me ponen muy mal.

—Esperemos, señora, esperemos. ¡Hola chicas! ¿Son ustedes cuatro? ¿Van a necesitar una guía que las ayude a recorrer? Es gratis.

—Sí, nosotras cuatro ­—responde Susi—, y estaría bueno tener una guía; pero disculpe, sin querer oímos la última conversación. ¿Qué pasó en el museo?

—¡Ah!, ¿lo escucharon? Pasó algo muy raro. Esta mañana descubrimos que había desaparecido un brote de un ejemplar muy raro de conseguir que tenemos en nuestro jardín y no sabemos qué pudo haber pasado. 

—¿Se lo robaron? —pregunta Marta—. Es inconcebible algo así

—Bueno, es lo que le decía a la señora. Esperemos a ver qué pasa, pero nos da mucha bronca. En fin… bueno, vayan pasando, allí está la guía y gracias por venir.  

El Museo de Arte español Enrique Larreta está ubicado en la esquina de Juramento y Vuelta de Obligado, frente a la Plaza Manuel Belgrano.

Se trata de una típica casa española renacentista de arquitectura neocolonial del siglo XIX, que fue propiedad de Larreta, un famoso escritor argentino y cultor de la literatura y del arte español.

—Hola, chicas, bienvenidas —las recibe la recepcionista—¿Saben ya algo de lo que van a ver?

 

—No, la verdad es que no, disculpanos —responde Susi—. ¡Perdón por nuestra ignorancia!

—No hay problema. Les voy contando. Acá tenemos uno de los tesoros más valiosos del arte hispánico que existen en Buenos Aires. Tiene doce salas de exposiciones, donde se exhiben importantes obras de arte del más exquisito gusto. En una oportunidad, cuando Enrique Larreta tuvo que realizar un servicio diplomático en Francia, trajo al país una colección de obras de arte de origen español para ambientar su nuevo hogar.

—¡Ah! ¿Y quién fue ese señor, Larreta? —Elba se anima a hacer la pregunta que el resto quería formular.

—Fue un escritor, cuya novela histórica La gloria de Don Ramiro es muy famosa. Además fue diplomático en Francia y coleccionista de arte español de los siglos XVI y XVII.

—Gracias, señorita. ¿Y qué vamos a ver? —Elba continúa interesada en el tema.

—Bueno, miren, acá verán pinturas, esculturas, mobiliario y cerámica, junto a obras medievales, renacentistas y barrocas. Vayan caminando… yo las acompaño y se las voy describiendo.

Luego de recorrer varias salas, comentan lo que fueron viendo.

—Recuerden el Retablo en Honor a Santa Ana realizado en 1503; el altorrelieve de Jesús en el Monte de los Olivos; el retrato de Larreta con el fondo de Ávila, escenario de su novela, pintado en París en 1912; las imágenes de religiosos como la del Patrono de Buenos Aires, San Marín de Tours, con dos metros de altura, y varias más. ¿Les gustó?

—Sí, están muy buenos —comenta Marta—, sobre todo para utilizar los salones para charlas, ya que son muy bellos. 

—Lo hacemos. Aquí se dictan durante todo el año cursos, conferencias y seminarios para el público interesado en el arte español, que es mucho. No podemos desperdiciar algo así. ¿Quieren que vayamos pasando al jardín?

—¡Sí, vamos! —contestan al unísono las más pequeñas, Elba y Moni—. Nos dijeron que es muy lindo. 

—Así es. Mírenlo. Se trata de un jardín andaluz que rodea a la residencia. Modestamente, es espectacular. Está lleno de plantas y arbustos de los que se desprenden fragancias, y tiene fuentes y esculturas que aumentan su encanto.

—Ya lo vemos —exclama Elba—. ¡Qué lindo! ¿Podemos adelantarnos y recorrer esos caminos?  

—Sí, chicas, vayan pero no pisen donde hay carteles que lo prohíben.

—¿Y dónde estaba el retoño que desapareció? —pregunta Susi— ¿Es una especie muy rara? Porque de otra forma no veo el interés que pudieron haber tenido para llevárselo. 

—Sí mirá, el jardín cuenta con un ejemplar adulto y un retoño de un árbol llamado ginkgo biloba o nogal del Japón​, que es único en el mundo. Allí ves al árbol y el pozo en piso, donde estaba el retoño.

—Ya veo. ¡Qué vándalos! ¿Para qué lo pueden querer?

—La verdad es que no lo sé, pero todavía confío en que lo devuelvan en algún momento. Veremos. Bueno, allí también hay una glicina centenaria y otros ejemplares muy bonitos. Durante el verano, en el jardín se efectúan diversos conciertos y representaciones teatrales al aire libre y viene bastante gente. Un poco de naturaleza en medio de tanto cemento.

—Tal cual. Acá están las niñas. ¿Cómo les fue?

—Todo muy lindo, como nos lo habían contado —responde Moni—. Se lo voy a recomendar a mis amigas. No se lo pueden perder.

—Me alegro, chicas, que les gustara —le transmite la guía, satisfecha— . Regresen. ¿Vamos volviendo?

—Sí, vamos —Marta emprende el regreso—. Mientras vamos caminando, ¿te molestaría comentarnos un poco la historia de este caserón en medio de Belgrano? Me intriga.

—Mirá, esta propiedad ocupa siete mil trescientos metros cuadrados y el jardín seis mil quinientos. Originalmente era una quinta de veraneo construida en 1886 para un sobrino de Manuel Belgrano y su esposa. A su muerte, fue adquirida en 1894 por los Anchorena y al casarse Josefina Anchorena con Enrique Larreta, en 1903, ésta la recibió como regalo de bodas. Al principio la casa tenía solo unas habitaciones abiertas a una galería, pero luego se incorporaron otras en el primer piso, junto con nuevas áreas de servicio, y se cubrió el patio central, recreando las inclinaciones estéticas del escritor, interesado por el período renacentista español y barroco.

—¡Qué interesante! —Marta agradece la explicación de la guía—. Y en los tiempos más recientes, ¿qué pasó?

—Bueno, en 1961, al fallecer Larreta, sus hijos vendieron la casa a la Municipalidad de la Ciudad para dedicarla como museo, y donaron la colección de obras de arte y mobiliario. Al año siguiente el museo abrió sus puertas, contando con una mayoría de objetos que pertenecían al escritor, más otros adquiridos nuevos o recibidos como donación. Entre otros, aquí estuvieron el rey Leopoldo II de Bélgica, los príncipes imperiales de Japón y el premio Nobel de la Paz Henry Kissinger. ​Finalmente reabrió sus puertas luego de una serie de mejoras hecha por el Gobierno de la Ciudad, incluyendo  las condiciones ambientales, equipos de montaje, un nuevo sistema de iluminación y climatización con tecnología moderna; y la renovación íntegra del jardín andaluz.  ​

—La frutillita del postre del barrio de Belgrano, ¿no? —le pregunta Marta.

—Se merece algo así, ¿no creés?

—Por supuesto, muchas gracias por tu tiempo y ojalá devuelvan el retoño. ¡Vamos chicas, a tomar un helado!  

 

Ha sido un largo día y el cuerpo ya acusa el cansancio de las dos visitas, por lo que por decisión unánime se acuerda que la tercera, la del Museo Saavedra, será realizada al día siguiente.  

 

—¡Bueno, chicas, ya llegamos! —Susi se adelanta para comprar las entradas—. Somos nosotras cuatro.

—Muy bien —responde la recepcionista—. ¿Es la primera vez que vienen?, ¿necesitan un folleto explicativo con lo que tiene el museo?

—Sí, es la primera vez y le agradezco el folleto. ¿Podemos pasar?

—Sí, adelante, van a estar casi solas. Son las primeras en llegar.

—Dejame el folleto a mí —le pide Elba a su prima—. Se los voy leyendo mientras caminamos.

—Dale, Elba, somos todas oídos —le dice Moni, la menor de las primas.

—Bueno, leo. El Museo Histórico Cornelio Saavedra se encuentra ubicado en Crisólogo Larralde, dentro del Parque General Paz.  En él se exhiben objetos relacionados con la vida cotidiana y los principales acontecimientos políticos y sociales del siglo XIX. Fue inaugurado en 1921 y tuvo varias sedes en el centro de la Ciudad de Buenos Aires hasta que en 1941 se destinó la chacra que pertenecía a Luis María Saavedra, sobrino del prócer como su nueva sede.

—Pará, pará, no te apures —Susi la frena—. Así vamos caminando y viendo lo que hay a medida que hablás. Dale, seguí, pero más lento.

—Bueno. Se modificaron sus líneas arquitectónicas para adaptarlo al estilo de las quintas aledañas a Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX, lo que incluyó la mutilación de parte de la casona de la chacra, mientras que se actualizó la decoración y los arreglos interiores del mismo, inaugurándose en Mayo de 1942. En 1947 fue ampliado con dos nuevos pabellones para alojar un aumento del patrimonio museológico, teniendo así la estructura arquitectónica que puede observarse en la actualidad.

—Sí, se ve que los arquitectos se esmeraron en embellecer los salones —es el turno de Marta, para injertar su comentario—. Esto tiene muy buena pinta. Seguí, primi, por favor.

 —Retomo entonces. El interior de esta antigua casa resulta muy atractivo. Se ingresa por el patio del costado, con plantas, ladrillos y paredes con cal. Esta fue la casa de personas que vivían en ese mismo lugar, pero cuando los tiempos eran muy diferentes. En su recorrido se avanza a través de la historia y las modas, para conocer cómo vivían los porteños desde las primeras décadas después de la independencia, con un estilo anglosajón austero; pasando por el período rosista, en el que las peinetas llevaban el lema de Confederación o muerte; hasta fines del siglo XIX, con la influencia francesa y los trajes negros más familiares.

—¡Miren los vestidos y los peinados que se llevaban antes! —exclama Moni—. Son muy graciosos. Me hacen reír mucho.

—Era la moda de entonces, Moni —Susi le recrimina el comentario—. Pensá que cuando nos vean a nosotras dentro de cien años, les va a parecer ridículo lo que usamos. Eso pasa siempre así. 

—Sigo. El mobiliario y los adornos son recargados y complejos, como el juego de sillones que perteneció a Mariquita Sánchez de Thompson. También se pueden apreciar distintos óleos que ilustran los cambios que sufrió la Plaza de Mayo hacia 1880; lo mismo que objetos, tales como muebles, un piano, collares, armas, vestidos, billetes y monedas que vivieron la vida de una Buenos Aires convulsionada, lejana  y nuestra.

—Si nosotros viviéramos en Buenos Aires cuando nacimos —agrega Marta—, con suerte, tal vez podrían haber sido nuestros bisabuelos. ¿No lo pensaron?

—No, Marta, nuestra familia viene de Tucumán —Susi le da un baño de realismo al tema—. No te hagas ilusiones. No tenemos nada que ver con la alta sociedad porteña, a Dios gracias. 

—Bueno, volvimos al punto de entrada —dice Elba—. Nos queda el parque para visitar, como el del Larreta.

—¿Qué dice, Elba? —pregunta Marta—. Aunque se ve que no es un patio andaluz como el que vimos ayer, nada que ver.

—Dice que un gran parque verde rodea al museo. Allí se encuentran la sala Guillermo Moores para exposiciones temporales y el teatro Carlos Pueyrredón, donde se llevan a cabo regularmente conciertos y obras de teatro. También se exponen varios cañones, uno de ellos recibió el homenaje de una poesía de Baldomero Fernández Moreno. En sus placas se cuenta su historia: “Cuando acabó su vida útil, sirvió como poste para proteger a los edificios de los golpes de los carruajes en la iglesia de la Merced, en la actual esquina de las calles Reconquista y Cangallo”.

—Mirá el uso que le dieron al pobre cañón. —agrega Susi—. Bueno, denle, vayamos al parque que es una mañana de sol radiante.

—¡Vamos, primas, vamos! —la pequeña Moni se entusiasma con la idea—, y así nos sacamos de encima todos los recuerdos viejos que estuvimos viendo ayer a la tarde y esta mañana….. 

 

Al cabo de una hora las primas deciden que es un buen momento para hacerse con algún bocado al mediodía ya que algunas, por haberse quedado remoloneando en la cama, ni siquiera han desayunado todavía.

—Estaría bueno que vayamos a Cabildo y Juramento, ¿no les parece? —les pregunta Susi al resto del grupo—. Ahí hay un par de boliches lindos y después podemos ir a caminar por Cabildo.

—¡Dale, buena idea! —Marta da su conformidad—. Miren, hay viene un taxi. Nos hacemos chiquitas y a ver si nos lleva a todas… ¡Taxi!

Una vez saciado el apetito al mediodía y antes de salir a caminar, hay una propuesta.

—¿Podemos pasar por el Larreta? —pregunta Susi—. Tengo curiosidad por saber si tuvieron alguna novedad sobre el retoño. Vamos.

Una vez allí, la chica de la Recepción satisface su inquietud…    

—¿El retoño? ¡Ah, sí! Esta mañana apareció en su lugar, dentro de una hermosa maceta, con una nota ensobrada dentro de un plástico para protegerla de la humedad. Cuando la abrimos decía: “Necesitábamos el retoño para la inauguración de nuestro nuevo local, ambientado al estilo japonés, y teníamos temor que si se lo pedíamos no nos lo iban a prestar. Disculpas y gracias”. No sé cómo el sereno no se enteró de cómo hicieron para llevarlo y devolverlo. 

—Y sí, los japos son muy hábiles —responde Susi—, además de silenciosos y muy trabajadores. 

 


La Guitarrita



—¡Ché, este lugar está mucho mejor que cuando vinimos la última vez! —Tomás le comenta al grupo—. Debe hacer más de diez años ¿no, Higinio?

—Y sí, ustedes para venir a visitarme son medio cortos, viejo —le contesta su hermano, mientras toma el pedido—. Podrían aparecerse por acá más seguido… esto siempre está lleno. Hoy, el encargado del local, que vengo a ser yo, hace una excepción para venir a atenderlos a ustedes en persona.

—Sí, la verdad es que tenés razón, tío —le replica Tomito—pero a este viejo mío lo enganchás cada vez menos libre una noche. Siempre laburando en el bar…  y gracias por la atención personalizada.

—Paren, viejo —responde Tomás—. Ya ven como vinimos. Se lo tenía prometido a los pibes y cumplí, ¿no, chicos?

—Sí, tío, gracias —le dice Arturo, uno de los hijos de Ramón—. Como nuestro viejo está siempre enganchado en el bar por las noches, si no fuera por vos, no conocíamos este lugar del “maestro”.

 

Estamos en Septiembre de 1999 y un miércoles a la noche Tomás, junto a su hijo Tomito, su hermano Mario y sus sobrinos Arturo y Nacho, han decidido ir a castigarse con unas buenas muzzas y un par de birras a La Guitarrita, donde Higinio trabaja desde hace ya casi diez años, después de dejar la pizzería de Cabildo y Monroe. La excusa es que estos últimos son fanas de San Lorenzo y su tío les había prometido llevarlos a conocer un lugar que fue abierto por una de las mayores glorias del equipo cuervo de Boedo.

—Dale, miren bien todas las fotos que hay —les dice Higinio, mientras lleva el pedido a la cocina—. Su crack está en la mayoría, en el equipo y en la selección. Tienen para hartarse.

—Vamos a mirar, Nacho —le dice Arturo a su hermano—, y haceme una foto con esa pared de fondo, en la aparece René en varias partes.

—¡Dale, ponete justo en el medio de esas dos! Listo. Mirá esa pared la cantidad de Copas que tiene. Sacame una a mí, ahora. 

—¡Hecha, salió perfecta! Volvamos a la mesa, que ya estamos molestando a la gente. Impresionante la cantidad de recuerdos que hay acá. 

—¿Y, chicos? —les pregunta Tomás cuando sus sobrinos se sientan—. Se respira fútbol. Lástima que no figure Tense en ningún lado, pero, en fin, se los puede disculpar. Es todo cuervo y bostero, matizado con algo de la Selección.

—No sabe lo que se pierde la gilada por no tener nada Calamar —reflexiona Mario—. Pero no importa. Somos pocos pero exclusivos.

—¡Parando de cotorrear..! —anuncia Higinio, portando un par de muzzas y sus respectivas birras—. Esto está para chuparse los dedos.

 

La Guitarrita se inauguró en la esquina de Blanco Encalada y Ciudad de La Paz en 1963, en el mismo sitio en el que estuvo situado el almacén Don Justino, que cerró sus puertas a fines de los ’50, luego del fallecimiento de su dueño.

Quienes la fundaron fueron dos ídolos de Boca Juniors y San Lorenzo en las décadas del ‘40 y ’50, ambos campeones con la Selección Argentina: Mario Boyé y René Pontoni.

Mario “el atómico” Boyé  ocupaba la posición de wing derecho. Había surgido de las inferiores de Boca Juniors, debutando en 1941, irrumpiendo de manera rápida y convirtiéndose en todo un símbolo de la década del 40, así como una de las principales figuras del xeneize, donde es considerado uno de los grandes ídolos de su historia. Permaneció ocho años en el club, logrando seis títulos, entre ellos los campeonatos de 1943 y 1944. Fue uno de los pocos futbolistas de la época en emigrar, primero al Génoa italiano y luego a Millonarios de Colombia. A su regreso, integró el equipo de Rácing Club, donde estuvo tres años y ganó los campeonatos de 1950 y 1951. Luego pasó a Huracán durante dos años, antes de regresar a Boca y retirarse definitivamente en 1955. Fue famoso por la fuerza y potencia de sus remates, que alcanzaban los 180 kilómetros por hora, y era temido por los arqueros de la época. Para la selección argentina ganó los Sudamericanos de 1945, 1946 y 1947. Falleció en Julio de 1992.

 

Por su parte René Pontoni fue también uno de los mejores delanteros de la misma década, llegando a ser comparado con Alfredo Di Stéfano. Fue ídolo indiscutido de Newells Old Boys y San Lorenzo e integró el mismo seleccionado que Boyé, obteniendo los tres Sudamericanos. Fue considerado como el mejor centrodelantero de América. Proveniente de Santa Fe, debutó en Newells en 1940, donde permació cinco años. Fue el futbolista de dicho equipo con el mayor promedio de gol, 61%,con 67 en 110 encuentros. En 1945 llegó a San Lorenzo, donde permaneció tres años. Obtuvo el Campeonato de 1946, integrando un ataque notable junto a Farro y Martino. Realizó luego una gira inolvidable por España y Portugal, donde dejó un recuerdo imborrable por la calidad de su juego. En 1948 sufrió la fractura de la rótula, los meniscos y los ligamentos de la pierna derecha, lo que truncó su carrera brillante.  Se dedicó luego a trabajar como entrenador de Newells, logrando salvar al equipo en situaciones comprometidas en la tabla de posiciones. Falleció en Mayo de 1983. 

 

—¡Está buenísima, Higinio! —la exclamación de Tomás es el mejor premio que puede recibir su hermano—. No sé cómo carajo la hacen, pero este sabor no se encuentra en ningún otro lado.

—¿Vieron? —responde Higinio—. Pensar que nuestra casa está a solo dos cuadras de este lugar. No tienen excusas para no venir cada vez que salen para llenarse las tripas.

—¡No exageres, tío! —le responde Tomito—. Si venimos seguido, después vamos a tener que hacer dieta para bajar la buzarda.

—¿Saben que yo lo conocí a Boyé, justo antes de que se muriera, no? —pregunta Arturo en medio de la ingesta—.

—No sabía nada, sobrino —contesta Tomás—. ¿Cómo fue eso?

—No saben nada porque le pedí a mi viejo encarecidamente que no lo contara, que fuera un secreto..

—¿Por qué? —le pregunta Tomito a su primo— ¿Qué fue lo que pasó? No entiendo porque no confiar en nosotros…

—No, Tomito, no se trata de eso. No se lo tomen así, por favor..

—Bueno, dale, Arturo —es ahora Mario quien interviene—. Largá el rollo de una buena vez..

—Lo que pasó es que cuando yo era muy chico, calculen que en esos momentos tenía solo seis años, tenía veleidades de ser un gran futbolista, algo parecido a los cracks de los clubs.

—Sí, me acuerdo que tus amigos nos decían eso —Tomás interviene de nuevo—, pero entonces ¿qué hiciste?

—Como sabía que en este lugar había cracks, le pedí a mi viejo que me dejara ver a alguno y que le contara lo que quería, para ver si podía probarme.

—¡Era de locos este pibe! —Tomás dixit— ..¿y no me digas que te trajo hasta acá para conocer a Boyé?

—Bueno, si quieren no lo digo, pero fue exactamente lo que hizo. Lo conocí al “atómico” y mi viejo le preguntó si me podía ayudar a probar en Boca, ya que él era muy querido en el club.

—Sí, sí, claro, era muy querido… ¿y entonces..?

—Entonces se ve que habló y un día mi viejo me llevó a una práctica de chicos. Allí un señor me hizo entrar un rato como media punta y después le dijo a mi viejo que iban a avisar. Por supuesto le dio las gracias a Boyé por la ayuda.    

—Ahora entiendo porque nunca nos contaron nada.. No te llamaron más, ¿no es así cómo terminó la historia?

—Más o menos… dijeron que tenía condiciones pero esos puestos ya estaban cubiertos y me iban a llamar al año siguiente. En el interim falleció Boyé, perdimos el contacto y entonces sí, nunca más supimos nada.  

—Bueno, pero tan mal no te fue, entonces.. —Mario reconforta a su sobrino—. No me imagino siendo tío de un Rojitas o Brindisi…

—Ni yo, primo de un crack —agrega Tomito—. ¿Y por qué no te llevó a probar al Marrón? A lo mejor ahí tenías chances y nosotros conocíamos a varios del club. 

—Les dije que tenía veleidades de pibe, ¿no?.. el resto de los clubs era muy poco para mí… 

—Bueno, muchachos —interrumpe Higinio— ¿Otra birra o hago marchar una nueva muzza..?  Por favor, no se queden con hambre.

 

Desde que abrió sus puertas y durante cuatro décadas La Guitarrita logró un gran prestigio en la ciudad, convirtiéndose en la visita obligada de muchas celebridades, quienes donaban sus cuadritos  para ser agregados a algún rincón del local, una costumbre que se mantuvo vigente a lo largo de toda su existencia. Cientos de camisetas, banderines, pelotas, fotos, recortes periodísticos y platos con dedicatorias de deportistas, artistas y famosos decoraban por completo su interior.

El maestro pizzero, que había acompañado desde el inicio a los dos cracks, hizo que las pizzas ganaran rápidamente identidad propia, aportando su toque de distinción basado en su experiencia y creatividad para lograr nuevos sabores y combinaciones, como la Tirolesa, La Bomba y el Grillito, entre otras.

 

Pero, como muchos negocios en Argentina, aparte de sus éxitos, tuvo sus épocas malas, especialmente luego del fallecimiento de los cracks.

Luego de estar más de cuarenta en Belgrano, la pizzería estuvo a punto de cerrar definitivamente años después de la escena descripta, cuando a comienzos del nuevo milenio las dos hermanas, esposas de los jugadores, no quisieron saber más nada con ella y se bajaron definitivamente las persianas del local. Esto implicó la pérdida de los puestos de trabajo de quienes se desempeñaban allí.

 

—¡Me salvé de milagro! —Higinio está llevando la noticia a Tomás—. Menos mal que me acabo de jubilar. Si no, era boleta..

—¿En serio me lo decís? ¡No lo puedo creer! Si me hubieran preguntado qué negocio era un baluarte de Belgrano, hubiera contestado que era La Guitarrita, sin dudarlo.

—Mirá, hermano, una cosa es el local abierto con Mario y René en vida y otra cuando ya no están. Pensá que muchos clientes venían para hablar con alguno de ellos y sacarse fotos. Después que partieron y ya en los últimos tiempos, venía cargado medio fule..

—Pero, Higinio, ¿no seguían yendo fanáticos del fútbol, aunque fuera por el nombre que tenía la pizzería?

Al principio te diría que sí, pero ya después cada vez menos. Te confieso que no me extraña para nada la decisión que tomaron sus viudas. Hay que entenderlas. 

—Sí, sí, por supuesto. ¿Y tenés idea de qué van a hacer con el local? Porque lo habían comprado, ¿no?

—No tengo idea, Tomás, pero vender esa esquina les va resultar muy jodido, ¿viste? Por debajo de Blanco Encalada circula un arroyo y cuando llueve mucho, se inunda cada dos por tres. De hecho la pizzería estaba bastante elevada sobre el nivel de la vereda. Ya no hay más giles y la gente mira mucho el lugar antes de soltar los dólares. 

—Bueno, nosotros no podemos hacer nada desde acá, más que amargarnos. ¡Dale, Higinio, pasá! ¡Vamos a tomar unos mates para combatir la malaria!

 —Acepto y gracias. ¿Tenés bizcochitos de grasa? Si no voy a comprar a la panadería y en cinco minutos estoy de vuelta. El mate solo no me gusta mucho

—¿Pero por quién me tomaste? Acá te traigo un paquete que acabo de traer. Todavía están calentitos.

—¡Ahora sí! Esto es otra historia. La felicidad completa con dos mangos. Después de todo, los argentinos somos bastantes creativos para arreglarnos con bien poco ¿no?.

—¡Seguro, hermanito, pero qué macana, ché! Se va a sentir bastante la pérdida en el barrio. Cada vez que la gente pase delante del local, van a rememorar el ambiente que había. Así es el progreso, ¿no, Higinio? Si se vende, todo bien; pero si no, fuera y a otra cosa mariposa… ¿Vos creés que existe alguna remota esperanza de que en el futuro se pueda volver a abrir?

—¡Ni en pedo, Tomás, ni en pedo! ¡Sería un verdadero milagro de la naturaleza! ¡Dale, servime otro amargo!

 

En realidad, desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días, las pizzerías habían sido protagonistas de la cultura gastronómica de la Ciudad, disputándose un primer puesto con el asado y la pasta. Los adoradores de la media masa y la pizza de molde, en el barrio de Belgrano, habían podido sentarse a comer en la Burgio, ubicada en Cabildo, entre Monroe y Blanco Encalada. Lo primero que impactaba al entrar era un humeante horno a leña del cual entraban y salían muzzarellas constantemente, cuyo destino eran las mesas, los que daban cuenta de ellas parados frente al mostrador, o los vecinos que iban a buscarlas para llevárselas a sus casas. Burgio había sido fundada en 1932 por italianos, tenía estantes atemporales en los que se veían latas de conservas y vinos, las paredes estaban cubiertas por coloridas venecitas y era una de las pocas pizzerías en las cuales se servían las porciones en platos de metal, por ser más durables. Su enorme mérito era haber resistido estoicamente el paso del tiempo, viendo como frente a ella, cruzando la calzada de la avenida iban despareciendo una tras otra, sus sucesivas competidoras, entre ellas Génova y Plaza del Carmen..

Otras se encontraban en los aledaños de la estación Belgrano C del ferrocarril Mitre, frente o al costado de las Barrancas. La Mancha de Grasa se situaba en la esquina de Echeverría y la estación. Allí daban cuenta regularmente de una grande de muzzarela los alumnos del Colegio San Román, en la previa o luego de los partidos de handball que disputaban a la salida del colegio.   

A metros de allí, sobre Juramento, estaba la pizzería Strómboli, donde se servían porciones muy generosas de varios gustos, y era un lugar frecuentado por los usuarios del Mitre, así como los fines de semana por muchos simpatizantes de Ríver, en especial cuando había partido en el Monumental, ya que desde partían varias líneas de colectivos hacia distintos puntos de la ciudad.

 

No hay porteño o bonaerense que no haya probado una milanesa gigante en la pizzería La Farola en alguno de los múltiples barrios en que está instalada. En efecto, ningún otro local de la ciudad es capaz de preparar una milanesa  para catorce comensales, un verdadero monumento desmesurado e innecesario. Su fundador se llamaba Manuel Canosa, que mientras su negocio no paraba de crecer, trabajaba silenciosamente detrás del mostrador de la sucursal que funcionaba  en el Centro Galicia, en Olivos. En 1972 don Manuel trabajaba de mozo en la pizzería San Carlos, en Caballito, y fue elegido por el dueño para manejar un local llamado La Farola de Belgrano. Tenía veintisiete años y trabajaba desde los once vendiendo diarios, luego como lavacopas. A los dieciocho había entrado como socio en la pizzería El Príncipe, en Cabildo y Olazábal y luego fue mozo en el  restaurante al paso King George hasta que su gerente le dio una oportunidad, y no la desaprovechó. Abrió una Farola en Núñez, como pizzería y casa de comidas; y a partir de entonces, nuevos locales en toda la ciudad, manejados por familiares y amigos. Luego comenzaron a preparar  milanesas gigantes y se fueron convirtiendo en restaurantes familiares con platos contundentes que, además de la pizza y las milanesas, ofrecían tortillas, pastas y un menú de varias páginas, todos en versión extra large. La familia argentina quiere comer; que los platos sean ricos, abundantes y salgan rápido; que no sea demasiado caro y que los chicos no se queden con hambre. En la Capital sus locales se encuentran en Belgrano, Núnez, Colegiales, Saavedra, Urquiza, Devoto, Abasto, Villa Crespo, Barracas  y San Cristóbal, entre otros. En el Gran Buenos Aires, en Vicente López, Olivos, Martínez, San Isidro, entre varios más.

 

Pero volviendo al relato de nuestra familia y su relación con La Guitarrita, que dejamos en los tristes momentos en que había cerrado sus puertas; en contra de todo pronóstico el milagro de su reapertura ocurrió, aunque no en Belgrano sino en Núnez.

En efecto, luego de un tiempo de mantener sus puertas cerradas, la pizzería resurgió en el nuevo barrio de la mano de René Pontoni, nieto, quien se hizo cargo de la que fuera fundada por su abuelo y tío abuelo, concuñados entre sí.

En la esquina de Cuba y Manuela Pedraza se erige actualmente un lugar lleno de historia. Es una pizzería, pero no es una más.

Aquí se respira fútbol, pasado y presente. La nostalgia surge cuando uno recorre las paredes cubiertas de tantas reliquias. Glorias y hazañas de otros tiempos para el gusto de los memoriosos, pero también de los más jóvenes, quienes se llevan algún dato desconocido de su equipo favorito y del deporte en general.

Y como si eso fuera poco, el milagro se siguió multiplicando ya que actualmente La Guitarrita cuenta además con nuevas sucursales, en las que existen la tradicional oferta y otros nuevos platos y servicios.

Ya no están sus fundadores, pero sí siguen intactos el recuerdo, el legado y los valores que han sabido transmitir y se respiran en el ambiente: amor por el fútbol, la familia y los amigos.

La clave de la recuperación y el éxito logrados reside en varios factores fundamentales como ser: cuidar la identidad,  aprender de las frustraciones, aprovechar el momento, unificar el producto y diversificar el target, entre otros.

Fue así que sin perder su identidad, una de las sucursales abiertas cuenta con un bar escondido detrás de la pizzería, combinando su perfil bien porteño con la vanguardia del lugar oculto.

El reconocimiento diario a La Guitarrita de parte de los clientes y el reciente de la Legislatura porteña, declarándola “Sitio de Interés Cultural de la Ciudad de Buenos Aires”, demuestra que sus páginas de gloria conservan intactas su brillo, mientras otras nuevas se van escribiendo.

 

Los cuatro hermanos: Tomás, Higinio, Ramón y Mario, han logrado hacer un alto en sus compromisos diarios para ir a almorzar juntos el día siguiente al del reconocimiento y mientras disfrutan de una pizza de las especialidades del nuevo local, están dialogando con el nuevo dueño.  

—Te tenemos que felicitar por la iniciativa que tuviste, René —le está diciendo Tomás, mientras le estrecha la mano—, y además por cómo la llevaste a cabo.

—Gracias, Tomás. Sé que ustedes cuatro y sus hijos eran clientes desde hace mucho tiempo del otro local y me alegro mucho que decidan seguir viniendo ahora al nuevo.  

—Sí, pibe —es el turno de Higinio—, y disculpá que te llame así, pero visto lo decrépito que somos, me sabrás disculpar. Te confieso que yo lo aprecio más que ellos porque trabajé muchos años con tus abuelos y cuando cerraron el local, casi me muero de tristeza. Nunca pensé que La Guitarrita iba a seguir existiendo, te tengo que confesar, pero me equivoqué.  

—¿Y cómo fue que te decidiste a levantar el negocio que habían dejado? —le pregunta Mario, el más joven de los cuatro— La verdad es que hay que tener una gran visión de los negocios y un coraje aún mayor para llevarlo adelante. Debés estar orgulloso, supongo ¿no? 

—Mirá, mis abuelos eran muy amigueros. De hecho René rechazó ir a jugar al Barcelona por no irse de acá; Mario sí fue a jugar a Italia, pero al año se escapó y se volvió en barco; y yo me crié ahí de pibe, jugando. Cuando me enteré que iba a cerrar tenía veinticinco años, estaba recién casado, estudiando para ser escribano y mi esposa, periodista vinculada al arte.

—El momento no era oportuno, precisamente —agrega Ramón—, ¿Y entonces cómo tomaste la decisión?

—Miren, como jóvenes recién casados y trabajando con nuestros padres, siempre pensábamos en la independencia, ya fuera un video club,  un kiosco, o lo que fuera para despegar, así que una noche lo estuve meloneando y cuando le dije a Ximena que creía que reabrir la pizzería era nuestra oportunidad se tiró a la pileta conmigo, sin dudarlo. Sin ella no me hubiera animado, se los puedo asegurar.

—¡Qué bien, ché! ¡Los felicito a los dos! —le dice, eufórico, Higinio—. Hay que tenerlas bien puestas…

—Bueno, no sé si fue eso o simplemente nuestra inconsciencia juvenil, pero lo único que hice antes de tomar la decisión fue ir a hablar con nuestro maestro pizzero de siempre, que me dio su aliento y me dijo que quería seguir colaborando conmigo. Ahí me tranquilicé un montón. Fue lo que me faltaba para lanzarme.

—Y mal no lo hiciste —agrega Mario—, ¡mirá el premiazo que te acaba de dar la Legislatura! Me alegro mucho por vos. Te lo merecés.

—Bueno, muchas gracias a los cuatro por venir, y a comer que veo que ya les están trayendo la segunda pizza. Espero segur viéndolos pronto.

—No lo dudes ni por un segundo, René, contá con nosotros —Tomás se vuelve a levantar para estrecharle la mano—. Y además, que haremos correr la noticia por los del barrio.

 

Mario “el atómico” Boyé y René Pontoni seguramente deben estar sonriendo, sentados en un tablón, mientras se manducan una porción de pizza y miran un enfrentamiento entre ángeles y querubines…

 

 

Los restaurantes


—¿Te acordás, primi, cuando te peleaste con tu melliza? —le está preguntando Mecha a Susi—. Al final nunca nos enteramos del verdadero motivo. ¿Nos lo podrás confiar ahora, ya que pasó bastante tiempo, no?

—¡Qué curiosas que son! ¿Para qué quieren saberlo si ya es historia y entre nosotras está todo aclarado y nos llevamos muy bien, como ocurrió siempre, salvo esos meses?

—¡Dale, Susi, contanos! —el segundo pedido viene esta vez de Moni—. ¡No te vamos a vender!, por favor.

—¡Mirá que somos chusmas las mujeres! —les recrimina Susi—. Y después nos quejamos cuando los hombres nos lo echan en cara. ¡Al final tienen razón! ¿Y qué quieren saber, en concreto?

—¡En concreto, concreto, todo!, pero considerando cómo reaccionás, con el motivo y qué se dijeron, es suficiente, prima ¿no chicas?

—Sí, dale Susi, eso sólo, por favor, boluda —le concede Moni.

—Solo eso y nada más. Eso pasó hace ya catorce años. Con Marta éramos muy pendejas todavía. Imagínense. No Habíamos llegado ni siquiera a los veinte. Y el motivo fue más que obvio; tenía nombre y apellido: Ernesto Ibáñez, un chico que le estaba arrimando el bochín a mi hermana, pero no se le animaba a atacar.

—Me acuerdo perfectamente de él y me imaginé que ibas a decir esto. Ustedes dos —le dice Mecha a Moni y Flor—, eran muy niñas o bebés y no lo conocieron, pero el turro tenía una pinta que te dejaba sin aliento…

—Así es, chicas —Susi comienza a largar el rollo—. Y la pelotuda de mi hermana se empezó a hacer la canchera y a darle largas, excusas y disculpas, para que terminara de caer; pero se fue de rosca.

—De eso también me acuerdo —Mecha la alienta a seguir— ¿Y entonces qué pasó?

—Pasó que Ernie se empezó a cansar de tantas vueltas y que como se ve que al pibe le gustaba la figura nuestra, empezó a cambiar de hermana para ver si yo le daba bola.

—¡Uauuu! —exclama Flor, entusiasmada—. Un novelón en la familia, boluda… y estaba oculto. ¿Y qué hiciste, tía, por favor?

—¡Basta de decir boluda, che! ¿Qué hice? Lo obvio, salimos un par de veces, pero en cuanto me dí cuenta que lo único que quería era la cama, lo mandé al carajo..

—Disculpá, lo decimos en tono cariñoso… ¿Y la tía Marta que hizo?

—Al principio me cagó a pedos porque dijo que le había sacado al punto y después nos mandamos a la mierda mutuamente. ¡Eso hizo!

—¿Y cómo terminó la historia, tía?

—Ese mes fue horrible. Imagínense. Compartíamos la misma pieza y no nos dábamos ni la hora. Pero al final, dejamos todo eso de lado y nos perdonamos. Al fin de cuentas, somos mellizas, ¿no? ..  Y todo por un imbécil que lo único que tenía de bueno era la pinta porque después, era un descerebrado, el pobre..

—Sí, sí..  las uvas estaban verdes, como dijo la zorra ¿no? —Mecha se levanta y encara hacia Zurich—. Vamos yendo que tengo un hambre que ni te cuento..

 

Transcurre la primavera del año 2006 y estas integrantes femeninas de nuestras queridas familias recuerdan hechos del pasado que provocaron alejamientos circunstanciales entre ellas, pero que luego de un tiempo prudencial terminó primando la cordura y permitió su reconciliación.

Mecha tiene ya treinta y nueve años; una de sus primas, Susi, treinta y tres; su otra prima, Moni, veinticuatro;  y finalmente Flor, la hija de Tomito y sobrina suya, quince.

Las cuatro estaban cómodamente sentadas en un banco curvilíneo de hierro y maderas verdes como los que suelen poblar estos espacios públicos, en la plaza General Belgrano, disfrutando del sol primaveral del mediodía, mientras esperaban un rato antes de decidirse a ingresar a la Confitería Zurich para almorzar, tal como lo tenían previsto.

Con la iniciativa de Mecha, hacía allí parten.   

 

—¡Hola chicas! Buen día —las saluda un mozo ya maduro y, por lo que se puede apreciar a primera vista, ducho profesional en su ramo—. ¿Van a ser a ustedes cuatro o esperan a alguien más?

—Buen día; sólo nosotras cuatro —responde Mecha—. Podrá ser en aquella mesa, junto a la ventana?

—Sí, por supuesto. Aquí les dejo la carta para que vayan eligiendo.

—Gracias, señor. Bueno, chicas, ¿cómo vienen de hambre? 

—Yo me anoto con una milanga con fritas —arranca Susi—, pero si alguien me ayuda y la compartimos. Acá son platos grandes.

—Dale, prima —se suma rápidamente Moni—, acepto. Ya se me está haciendo agua la boca.  

—¿Y vos, Flor, querés que compartamos una suprema con ensalada? —le pregunta Mecha a su sobrina—. Las hacen muy ricas.

—Sí, tía, para mí está bien.

Hecho el pedido, al que han decidido acompañar con gaseosas y agua mineral, mientras esperan comienzan a observar el local. A excepción de Mecha, las otras tres chicas es la primera que van. 

—Conocen algo de la historia de las confiterías en nuestro barrio de Belgrano? —les pregunta Mecha—. Es muy interesante.

—No, para nada —responde Susi, luego de consultar a las restantes chicas—. Estaría bueno saberla.

—Bueno, pues entonces les digo lo que conozco, ya que como vengo seguido, en algún momento me interesó y estuve leyendo bastante. 

—Dale, Mecha, empezá —le pide Susi—, que hasta que venga la comida tenemos para rato.

—Bueno, parece ser que nuestro barrio ya disponía de los negocios precursores de los actuales cafés desde comienzos del siglo XIX, hace nada menos que  doscientos años. Había una pulpería llamada La Blanqueada que estaba en una esquina de Cabildo, donde tiene una curva. Su nombre venía del color de sus paredes. Era también almacén y alto de las carretas que iban al norte para melones, sandías, zapallos y duraznos para venderlos luego en la ciudad.

—¡Mirá vos, desde tan atrás viene la historia de nuestras confiterías! —exclama Moni, sorprendida—. ¿Y después, qué pasó?

—Bueno, al comienzo era muy modesta, con un rancho de un interior descuidado, con precaria iluminación de faroles, rejas, mostradores, mesas y bancos rústicos, sin ventanas y con una sola puerta por razones de seguridad. La gente podía refrescarse con sangrías y naranjadas, o calentarse con vino o aguardiente. Allí jugaban al truco o a la taba. Tenía cerca, además, una cancha para carreras cuadreras; y en su interior tocaban una modesta guitarra.

—Perdón, señoritas, acá está su pedido —el mozo interrumpe circunstancialmente la explicación—. Espero que les guste..

—¡Qué buena pinta tiene esto! —exclama Susi al ver los platos—. Tengo un hambre que se me parte el estómago.

Después de que el plato principal es historia y han encargado los postres, a pedido de las chicas, Mecha retoma la historia. 

—El caso fue que mientras las pulperías se iban transformando con los años en almacenes con despacho de bebidas o fondas, en paralelo surgían los primeros cafés, los verdaderos antepasados de las confiterías actuales. El primero fue el Café Vergés en 1855, en Juramento y Obligado,  y que en 1875 se transformó en el restaurante del Hotel Watson, el más importante del pueblo, al lado de La Redonda. En ese lugar le siguieron luego otros cafés y restaurantes, como el Marco Polo y La Recova. Otro, que se llamaba El Paulista, en Cabildo y Mendoza, tenía su frente pintado de rojo, Era el café por excelencia y estaba siempre colmado de clientes en torno a mesas de madera con sillas vienesas esterilladas, como era la moda entonces.

—No me puedo imaginar todo esto que contás, tía  —la interrumpe Flor, asombrada—. Ahora cuando camino por Cabildo veo otro mundo. No hubiera sospechado que fuera algo así.

—Pero créelo, Flor, créelo. Miren, en la lista de comercios que combinaban almacén con despacho de bebidas, bar y café, había uno llamado Il Piccolo Torino, fundado en 1874 precisamente donde estamos nosotras ahora. Esta confitería Zurich recién abrió a mediados de este siglo.

—¡Ah, no, esto es demasiado! —ahora es Moni la sorprendida—. Solo falta que nos digas que la silla donde tengo apoyado el trasero tiene un abuelo de esa época. ¡Me muero!

—Eso no lo sé, pero te digo que no sería nada raro.

—¡Disculpen chicas, acá están los postres! —el mozo da el punto final a la explicación— ¿Para quién es el flan mixto?

—¡Por acá! —contesta Susi—. Gracias.

 

Han transcurrido unos meses desde la escena anterior y, ya próximos a entrar en el nuevo año, Tomás decide ir a cenar con su esposa Ana María, sus hijos Tomito y Mecha, sus respectivos conjugues, y sus nietas Flor y Meli, que ya tiene siete años, con la condición de que el gasto sea solventado “a la romana”, ya que no puede darse el lujo de pagar la salida para ocho personas.

—¿Está bueno este lugar, no? —pregunta Tomás al grupo, luego de que el eterno recepcionista canoso y de sonrisa fácil lo recibiera y condujera luego a una de sus mesas mejor ubicadas en el medio de la parte posterior del local—Vine un par de veces ya hace muchos años y el viejo de la entrada era el mismo, aunque con el pelo negro. Es parte del mobiliario del local. 

—No te burles —le recrimina Ana María—. Debe hacer muy bien su trabajo si lo aguantaron en el puesto tanto tiempo. Siempre resulta agradable que te reciba alguien simpático cuando llegás a un lugar nuevo. Te hace sentir como parte de una familia.

—¡Tonterías, mami! —replica Tomito—. ¿Sabés cómo le debe reventar tener que mantener esa sonrisa forzada todo el tiempo? Desconfía de todos los que no son auténticos; te lo digo por experiencia. 

—Bueno, papi ¿qué nos recomendás de este lugar? ­—le pregunta Mecha, cortando el diálogo anterior—. ¿Son solo comidas alemanas?

—No, para nada, el menú es de lo más variado, las porciones son grandes y la calidad, muy buena. Y lo más importante, el precio es bastante razonable.

—¡Ni que fueras accionista, Tomás! —bromea Ana María—. Pero algo de todo eso debe ser bastante cierto porque casi no quedan mesas.

Luego de hecho el pedido, que incluyó desde salchichas con chucrut, pasando por leberwurst y repollos, hasta milanesas completas con papas fritas, todo regado con cerveza alemana, vino y gaseosas; mientras esperan los postres, Tomás trata de aleccionar a su familia.   

—¿Vieron que estuvo muy bueno todo? Pues no es casualidad ya que desde hace cien años se instalaron los restaurantes alemanes en nuestro país, especialmente cerca de donde vivían, como Villa Ballester, pero también en la Capital.

 

La Antigua Munich, y no Zurich, era parte de una cadena de cervecerías en varios barrios, que estaba decorada en su exterior e interior, parecida al alemán de antes de la guerra. Como ven esta es muy bonita. Las paredes  recubiertas de madera trabajada  y las  mesas separadas entre sí por tabiques no se ven en muchos más lugares.

—Sí, tenés razón, pa —comenta Mecha—. Fue una buena idea venir. Lo tenemos que hacer más seguido, mientras nuestros bolsillos aguanten.

—A mí me encantaron las salchichas —añade Flor—. Es la primera vez que las como y me parecieron más ricas que las hamburguesas. Quiero venir más seguido.

—Miren, el hombre que está en la puerta —Tomás retoma la explicación— me contó una vez que otros locales de la cadena en la Capital tenían su planta baja y, al fondo, una escalera de mármol con baranda de hierro labrada hacia la planta alta, donde se podía ocupar una mesa en el balcón. También me dijo que otros locales poseían al fondo una glorieta con reservados en medio de enredaderas, hiedras y jardines.

—Ideal para conquistar chicas —Tomito se apura en dar su opinión—. ¿Y vos, pa, no te anotaste en ninguna? Dale, sé sincero.

—No, Tomito, desgraciadamente, no me daba el cuero para eso y lo poco que ahorraba iba a parar al bar que alquilaba pero lo que sí me dijo este hombre es que se servían unos sándwiches imposibles de hallar en otros lugares de la ciudad. Miren, eran al plato, con una feta de pan negro y otra de pan blanco alemán, y sobre ellas jamón crudo, leberwurst, lechuga, anchoa, mayonesa, pepinos agridulces y algunas cosas más.

—Pará, abuelo —interviene su nieta Flor—. Creo que se fue de rosca. ¿Quién se puede comer algo así sin reventar? Yo ya me siento hinchada con solo escucharlo.

—¡Señores, acá están los postres! —el mozo interrumpe la narración—.  ¿Para quién es el apfelstrudel?  … ¿Y el pastel de queso?..  

Cuando los postres han sido historia y a espera de cuenta, los integrantes mayores de la familia han sido retribuidos con una copa de fino y refrescante champagne.

—Mi querido hermano Ramón, invalorable acompañante de mi emprendimiento —Tomás retoma la explicación al grupo—, me contó que una vez fue con su familia, hace ya unos diez años, a otra cervecería alemana que estaba en Crámer, entre Monroe y Blanco Encalada. 

—Pero en esa cuadra hoy no hay nada que se parezca a una cervecería, abuelo —Meli se lo hace notar

— Sí, ya lo sé, por eso traigo el recuerdo. La que estaba allí se llamaba Bodensee y había sido construida en 1935. Era un de los lugares del barrio, preferido por los vecinos alemanes; y se trataba de una cervecería con bar y cafetería que luego se convirtió en un típico restaurante, con reservados, glorietas, canchas de bolos, y espacio suficiente para hacer fiestas y bailes.

—¿Y qué le pasó al tío Ramón ahí, pa? —pregunta Mecha con curiosidad—. ¿Tuvo una buena experiencia?

—Me dijo que los sentaron en uno de los reservados y que allí la mayoría eran ya personas muy mayores que recordaban su tierra natal y se lo transmitían a sus descendientes. Conocían todas las especialidades de la cocina, como ser kartoffelsuppe, goulash con spätzle, leberbust, chucrut y apfelstrudel, entre otras.    

—Me imagino que debió haberse sentido perdido como turco en la neblina —pregunta Tomito—. Pobre tío, encima le debe haber salido bastante.

—Eso no sé, pero lo que sí me dijo es que unos alemanes lo invitaron a jugar un partido de bochas luego de almorzar y le pintaron la cara. Se ve que eran muy buenos.

—Bueno, pero no todo es tan tétrico, querido suegro —Osvaldo, marido de Mecha, inyecta esta vez su pensamiento—Como todo en esta vida, las modas van cambiando y así como algunos negocios desaparecen, otros más modernos toman la posta.

—¡Dale, Osvaldo, desembuchá! —responde, desconfiado, Tomás—. ¿Qué tenés para agregar de bueno a estas historias, si se puede saber?

—Bueno, ya que me lo pedís, agrego… No sé si sabrás, pero en los últimos años la cerveza artesanal se está convirtiendo de a poco en una  tendencia que parece ser muy impetuosa en los barrios. En la ciudad son cada vez más los locales que apuestan a la producción de sabores originales, acompañados de platos con sello propio, servidos en la mesa o barra y dotados de ambientes de estilo cerveceros.

—¡Ah, si?¿Y pretendés comparar una cosa con la otra? No le llega ni a la altura de los zapatos.

—No se apure, compañero. Hay que darles un poco más tiempo y los resultados los sorprenderán. Miren, para los que quieran tomar una buena cerveza artesanal bien fresca, ya se están confeccionando listas con selecciones de las mejores propuestas porteñas, tanto para nosotros como para los turistas.

—Mmmmm… ver para creer. Por ahora me parece solo un sueño.

—No tanto, suegro. Mire, por ejemplo hay una cadena que fue fundada hace muy poco por dos hermanos y está creciendo rápidamente. Sus locales ofrecen una amplia variedad de cervezas tiradas, muchas de ellas premiadas mundialmente. Tienen una happy hour y un patio bien cervecero. También ofrecen un sabroso menú con exquisitas hamburguesas gourmet. La otra novedad es que también están disponibles para pedir por delivery en forma online.

—¡Dios mío! Los alemanes deben estar revolcándose en sus tumbas.. ¿En qué quedaron todas sus tradiciones?

—Mire que esto ocurre en todo el mundo, y también en Alemania. Fíjese, hay otras que ofrecen una gran variedad de comidas rápidas, como ser pizza a la piedra, rabas, papas fritas con cheddar y bacon, entre otras con toque gourmet; y cualquier plato es ideal para acompañar con los más de diez estilos de cervezas artesanales que se ofrecen.

—Puede ser, pero en Alemania siguen teniendo desde 1810 la Oktoberfest, que es la fiesta de cerveza más popular de Munich y que durante más de dos semanas atrae a miles de participantes que siguen respetando sus tradiciones….

—…Por ahora, suegro, por ahora…

—¡Bueno, macho, córtenla los dos! —interrumpe Tomito—. Ya me tienen podrido con este tema. ¡Vamos, que me estoy durmiendo..!

—Tiene razón Tomito —Ana María reafirma la posición de sus hijo—. Pueden estar discutiendo hasta mañana, dando vueltas el círculo, y no se convencerán nunca que lo que dice el otro es mejor que lo suyo.

—Bueno, vamos —acepta Tomás—. Pero en cualquier otro momento la seguimos, Osvaldo. Ya veo que el nivel de cultura de esta familia no está a la altura de nuestra discusión.  

 

Con el paso del tiempo, lamentablemente las tradiciones se fueron perdiendo a medida que los primeros dueños de estos restaurantes fueron dejando sus establecimientos en manos de sus hijos que, sintiéndose ya argentinos, no pudieron o no quisieron mantenerlos y los vendieron. La Bodensee cerró definitivamente sus puertas en la década del 90.

Por su parte, la Cervecería y Restaurante Antigua Múnich, en Monroe, entre Cabildo y Ciudad de la Paz, alojaba todas las noches una nutrida concurrencia. Sin embargo, los avatares económicos del país comenzaron a producir lentamente una merma de la misma. Cerró sus puertas definitivamente a fines de la década de 2010.

 

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