Antonio Salgado López (Ansaló)
Prólogo
Actualmente mis 78 años de vida, con excepción de 7 que he vivido en el exterior (EUA y España), han transcurrido en Buenos Aires.
La gran mayoría de ellos fueron en la Capital Federal, en tres barrios de su Comuna 12 (Coghlan, Saavedra y Villa Urquiza), y en tres de su Comuna 13 (Belgrano, Colegiales y Núñez). Los restantes fueron en el Gran Buenos Aires, en su Partido de Vicente López; y también tuve una casa de fin de semana en otro de sus partidos, Escobar.
Debido a ello decidí que el desarrollo de las tramas del presente libro transcurriese en algunos de sus múltiples lugares, a modo de agradecimiento por haberme cobijado durante tan extenso período.
Como más de la mitad del mismo fue en el barrio de Belgrano, incluyo a continuación una sucinta historia de él.
Al comienzo formaba parte de un distrito de tierras heredadas que se extendía desde Retiro hasta San Isidro. Fue fundado por decreto como pueblo en 1855 y pasó a ser barrio en 1887, cuando se integró al distrito federal.
Recién en 1853 se habían hecho los planos topográficos de la Provincia de Buenos Aires y dos años después el gobierno de turno decidió fundar nuestro barrio, debido a que la población había crecido extraordinariamente.
Sin ceremonia ni acta de asentamiento, se le asignó el nombre del abogado, devenido luego en secretario del Consulado de España en Buenos Aires, y posteriormente, general defensor de la gesta de Mayo y creador de nuestra bandera.
Se delimitó el trazado del nuevo pueblo entre las actuales calles de 11 de Septiembre, La Pampa, Crámer y Monroe.
En el mismo se encontraba el arroyo Vega (actual Blanco Encalada), que atravesaba el pueblo y al que había que vadear para cruzarlo.
Con el pueblo nació también la Plaza Mayor, cumpliendo con la Ordenanza de Nueva Población promulgada por Felipe ll en 1753, que establecía plantar en el lugar plazas, calles y solares.
Dicha plaza se rodearía luego por la Municipalidad; la Iglesia “La Redonda”; el Hotel Watson; y la residencia de Mercedes Castellano de Anchorena, quien se la regaló a su hija Josefina al contraer matrimonio con Enrique Larreta.
La calle principal que atravesaba el Pueblo se llamaba Camino del Alto, luego recibiría el nombre de Calle Real; y finalmente, Cabildo.
Sobre la misma, entre las actuales Echeverría y La Pampa, se ubicaba la Pulpería La Blanqueada, solar de descanso de pasajeros y reemplazo de los animales de tiro de carretas, galeras y carruajes que llevaban verduras y frutas hacia San Fernando.
Tiempo después, en la segunda mitad del siglo XIX, fue inaugurada la primera escuela (actual Casto Munita), en Cuba y Echeverría.
El Ferrocarril del Norte comenzó su tendido de vías hasta San Fernando pasando por Belgrano. En su inauguración salió de la Estación Central (Retiro), y al pasar por la Estación Belgrano, ubicada en la avenida Virrey Vértiz, entre Juramento y Sucre, fue recibido con una jubilosa fiesta de recepción, banda y público presente.
Una segunda línea de ese FFCC pasó por el costado oeste del pueblo, llegando hasta Campana. Se construyó una nueva estación entre las calles La Pampa, Juramento, Freire y Zapiola, a la que se denominó Belgrano R.
Mientras tanto el transporte urbano se realizaba en carruajes, diligencias y tranvías a caballos.
Se creó una Comisión para la construcción del Nuevo Templo de la Virgen de la Concepción. El edificio de forma circular sería similar al Panteón de Agripa existente en Roma. La obra se situó en Vuelta de Obligado, entre Juramento y Echeverría. A la inauguración del templo Nuestra Señora de la Concepción asistió el presidente Avellaneda.
La Comisión Municipal decidió levantar frente a la plaza un edificio municipal (actual Museo Sarmiento) adonde se trasladó el Congreso Nacional, sancionando allí la Ley de Federalización. El mismo sería declarado luego como residencia de las autoridades Nacionales..
Ante la inminencia de una lucha armada contra el gobernador bonaerense Tejedor, el presidente Avellaneda dirigió una proclama denunciando su rebelión y hospedándose en el hotel Watson, al lado de la Iglesia,
Se realizó la primera prueba de iluminación a gas con más de cien faroles en la calle Cabildo, entre Echeverría y Juramento
La Provincia de Buenos Aires acordó ceder los Partidos de Flores y Belgrano a la Nación, por lo que Belgrano quedó incorporado a la ciudad como barrio porteño.
A comienzos del siglo XX Belgrano contaba con treinta mil vecinos.
Se instaló un cuartel de bomberos en Vuelta de Obligado, asistiendo el ministro de interior Castillo. Contaba con una bomba a vapor y un carro tirado por dos caballos.
Después de una centuria la Plaza Mayor se rebautizó con el nombre de Manuel Belgrano. Contaba con árboles añosos que respetaban el plano original. En el centro de la plaza, con frente a la calle Juramento, se inauguró una nueva estatua del prócer en reemplazo de una hecha de cal y tierra romana, destruida por el vandalismo.
Sus calles y avenidas, recorridas a diario por un incesante flujo de peatones, automóviles, motocicletas y colectivos, acaban de incorporar no hace mucho a dos nuevas modalidades de transporte: las ciclovias y el metrobús.
El barrio no ha cesado de crecer, habiendo superado en la actualidad los ciento cincuenta mil habitantes y haciendo que la Comuna 13 a la que pertenece se haya convertido en una de las tres más pobladas de las quince que tiene la ciudad.
He vivido mucho tiempo lejos de él pero ahora regresé y estoy cerca, como en mi casa. A él y a sus barrios vecinos van dirigidas estas historias.
El Pirovano
—Mire, señora Cata, como le dije, hace ya un par de días que estoy buscando donde alojarme pero los precios son muy altos. La pieza que me mostró para mí es más que suficiente y me interesa mucho pero, por favor, me tendría que conseguir una rebaja del alquiler.
—Como te dije, Tomás, yo no soy la dueña y el precio que me fijó ella para cualquier interesado es de doscientos pesos. ¿Vos cuánto estarías dispuesto a pagar?
—Hoy por hoy no puedo comprometerme a más de ciento cincuenta, pero en cuanto me estabilice en el trabajo tal vez pueda llegar a esa cifra. Solo necesito tiempo y ganarme la confianza del dueño del bar.
—Te entiendo, hijo, pero no lo decido yo. Mirá, como creo que sos una buena persona, si me esperás la voy a llamar a la dueña por teléfono y te contesto lo que me dice. ¿De acuerdo?
—Por supuesto, señora Cata, y mil gracias por la ayuda.
Quienes están manteniendo el diálogo anterior son Tomás Gómez y Cata, una de las inquilinas de la casa a quien la dueña le ha confiado el trato y la recepción de nuevos interesados en alquilar piezas en ella.
Por su parte, Tomás Gómez nació en un modesto lugar de un barrio periférico de San Miguel de Tucumán en 1942 y acaba de arribar a la CABA. La acción transcurre en Marzo de 1960, cuando Tomás tiene solo 18 años de edad.
En Tucumán, desde hacía dos años, Tomás había quedado a cargo de sus cinco hermanos menores, cuatro varones y una mujer, luego que falleciera su madre, ya viuda.
Una familia vecina tucumana lo había ayudado en el cuidado de los mismos, cuando Tomás se vio obligado a salir a trabajar para poder alimentar las seis bocas.
Actualmente las edades de sus hermanos oscilaban entre los diecisiete y los ocho años y cada vez se le había puesto más difícil alcanzar este objetivo, a pesar que él ponía toda su voluntad y esfuerzo.
En un momento determinado Tomás tomó la drástica decisión de marcharse a Buenos Aires, en el afán de conseguir un trabajo mejor remunerado y remitirles a ellos en Tucumán todo lo que podría ahorrar cada mes.
Actualmente sus hermanos son Cecilia, de diecisiete años; Higinio, de catorce; Joaquín, de trece; Ramón, de once; y Mario, de ocho.
Si las cosas le van bien y Dios lo ayuda, su plan contempla la posibilidad de irlos llamando para venir a vivir junto a él en Buenos Aires en cuanto las circunstancias así se lo permitan. Tucumán le ha dejado un recuerdo muy triste y no quiere que sus hermanos deban pasar por el mismo sufrimiento que a él le tocó padecer. Cree, sin dudas, que ellos tendrán un mejor porvenir en la ciudad porteña.
Después de una estancia inicial en una habitación de un amigo de su familia, ha salido a alquilar un lugar que pueda hacer frente con el módico sueldo inicial del trabajo que acaba de conseguir.
—Bueno, tuviste suerte Tomás. La dueña dice que te puede aguantar seis meses con ciento cincuenta pesos para que te estabilices en la ciudad, pero que después el alquiler será sí o sí doscientos. ¿Qué le contesto?
—Sí, por supuesto que sí, señora Cata. Si quiere, ya le dejo el primer mes como adelanto.
—Tranquilo, hijo. Después lo arreglamos. La pieza de arriba es tuya. Ya podés traer tus cosas.
—No sé cómo agradecerle señora Cata. Seguro que la dueña accedió porque usted se hizo responsable por mí y eso es algo que no olvidaré.
—Andá Tomás, no pierdas tiempo y dedícate a trabajar bien y con empeño.
—Descuide, señora. Así lo haré.
La casa donde acaba de alquilar es una de tipo chorizo y está ubicada en la calle Ciudad de la Paz, entre las de Monroe y Roosevelt, a pocos metros de la esquina con esta última, en el porteño barrio de Belgrano.
La casa dispone de tres piezas de cuatro por cuatro metros en la planta baja y una pieza adicional de tres por tres metros en la planta alta. Tiene además una cocina y un baño para uso común de todos los inquilinos, un zaguán de entrada y un patio lateral, todos ubicados en la planta baja.
La pieza que ha quedado disponible es la de la planta alta, donde se ubicará Tomás. Una de las piezas de la planta baja está ocupada por Cata, su marido José y su hijo Carlitos, de doce años. Las otras dos piezas de la planta baja lo están por dos hermanas, las Melli, con sus respectivos maridos, pero sin hijos.
Una infidencia que Cata le ha comentado a Tomás durante la charla que tuvieron es que las Melli, aparentemente, están buscando un departamento fuera de la Capital para alquilar, ya que son más baratos y les permitirán a ambas parejas tenerlo totalmente a su disposición, sin tener que compartirlo con otras personas. Esto le interesa sobremanera a Tomás, ya que en caso de concretarse, ello podría constituirse en una oportunidad para traer en el futuro a sus hermanos, si es capaz de juntarse con unos ahorros para hacerlo.
El primer trabajo que Tomás ha conseguido en Buenos Aires luego de su arribo y dada la carencia de una mínima especialización, es el de lavacopas y ayudante de cocina en un bar situado en la esquina de Amenábar y Monroe, a una cuadra y media de la casa donde ha alquilado. El dueño le ha prometido un sueldo de cuatrocientos pesos durante los primeros tres meses, en los cuales podrá evaluar su desempeño y, en caso ser este satisfactorio, podrá concederle luego un aumento.
Si bien a este trabajo Tomás no lo considera como algo desafiante para poder tener un rápido progreso, por lo menos le permitirá estabilizarse, tener unos pequeños ahorros y encarar algo mejor con el tiempo. Estima que con ciento cincuenta pesos podrá afrontar sus gastos personales mensuales llevando una vida modesta, los que sumados a la misma cifra para el alquiler, le generarán cien pesos mensuales para enviar a Tucumán.
El primer año transcurre según Tomás lo había planificado. Su desempeño en el bar ha sido muy bueno. La tarea de lavacopas la realiza muy eficientemente y dispone del tiempo suficiente para ayudar en la cocina y aprender las recetas para lograr platos que sean bien recibidos y con el menor desperdicio posible.
El dueño ha reconocido su empeño y dedicación y, tal como le había prometido, a los tres meses le concedió un aumento de cien pesos, por lo que con su nuevo sueldo de quinientos pesos ha podido hacer frente al alquiler de doscientos, para satisfacción de la dueña de la casa y además enviar ciento cincuenta pesos por mes a Tucumán.
Un pequeño accidente sufrido por Tomás lo ha obligado a disponer de un día de recuperación. Un cuchillo mal colocado en su respectivo estante se ha deslizado y caído, incrustándose en su brazo izquierdo y generándole un corte muy profundo. Ante esta situación el encargado ha debido llevarlo, taxi de por medio, al hospital Pirovano, situado a unas diez cuadras del bar, donde fue atendido de inmediato por la guardia del mismo. El resultado del desgraciado hecho fueron ocho puntos de sutura para cerrar la herida, más la vacuna antitetánica, un descanso obligado de un día y la obligación de no realizar ningún esfuerzo con ese brazo hasta que la misma cicatrice. Como Tomás es diestro, al día siguiente ya pudo hacerse cargo del setenta por ciento de las actividades bajo su responsabilidad.
Lo que mucho le ha llamado la atención a Tomás es la infraestructura del hospital público; tanto la edilicia como algunos equipos que pudo ver y la cantidad de enfermeras que circulaban por las cercanías de la sala donde estaba. Al regreso del hospital al bar Tomás quiere saber más de él y mantiene un diálogo al respecto con el encargado del mismo.
—¿Sabe, don Luís, que creo que en todo Tucumán no debemos tener algo ni siquiera parecido a este hospital?
—No estuve en tu provincia, Tomás, pero me imagino cómo se deben sentir desprotegidos cuando necesitan ayuda.
— De hecho, en la mayoría de los casos nos tenemos que manejar con salitas de atención que no tienen ni lo mínimo para resolver urgencias.
—Así está el país, Tomás, pero mirá que este es uno de los hospitales mejores equipados de la ciudad. No podés comparar.
—¡Y, sí, así son las cosas! Los porteños siempre se quejan pero no saben lo que tienen acá.
—¿Te imaginás, Tomás, lo que podríamos tener todos los argentinos si en este país no se robara tanto?
—No me lo diga a mí, don Luís, que no quiero amargarme más, por favor. Piense que tengo cinco hermanos allá….
Pero no satisfecho con lo que pudo averiguar con el encargado, Tomás dedica el resto de ese día y toda la jornada de descanso a dirigirse a una biblioteca cercana a la casa para averiguar más detalles del hospital. Esto es lo que encuentra.
El Hospital de Agudos Dr Ignacio Pirovano estaba situado en la Avenida Monroe al 3500, en la Capital. Algunos decían que era Villa Urquiza; otros, Belgrano y los vecinos más cercanos al predio, Coghlan, que era lo correcto. Este barrio había nacido de una compra de treinta hectáreas de Belgrano para construir una estación del ferrocarril, la que se inauguró en 1981 y lleva el nombre del ingeniero irlandés de la compañía férrea.
Habían ocurrido muchos cambios en los nombres de las calles y en los límites en los barrios. Monroe se llamaba Saavedra en un proyecto de traza de 1855 y luego, en 1893, se pasó a llamar Monroe en referencia al quinto presidente de EEUU.
Belgrano, junto a otros barrios, padecieron varias epidemias; la de Cólera en 1857, la Fiebre amarilla en 1858 y la Fiebre Tifoidea en 1881. Las autoridades decidieron la construcción de un nosocomio para atención de los pacientes, ya que la misma estaba colapsada, dado que funcionaba por la zona el ahora Hospital Fernández para atención de enfermos de sífilis.
En 1889 se compró un terreno delimitado por Monroe, Pedro I. Rivera, Melián y Roque Pérez para ello. Las Damas de Caridad de Belgrano le pidieron al Intendente del barrio, Sr. Francisco Seeber, quien compró el mismo a los hermanos Francisco y Tomás Chas; pero al no avanzar las obras volvieron a pedirle al nuevo Intendente, Dr. Federico Pinedo, y en 1894 se colocó la piedra fundamental del nuevo hospital. Próximo a la inauguración, falleció en Julio de 1895 el Dr. Ignacio Pirovano, un célebre cirujano y vecino del barrio, por lo que el hospital, que se iba a llamar “Hospital de Belgrano”, tomó el nombre del Dr. Pirovano.
Su objetivo fue dar asistencia a una población original de doce mil habitantes del barrio. La inauguración oficial fue en Julio de 1896 y su primer director fue el Dr. Arturo Billinghurst. Las monjas locales y extranjeras, conocidas como las monjas azules por sus hábitos, cubrían las necesidades espirituales.
Al año siguiente aumentó la demanda y se completaron las instalaciones. En 1898 había ciento treinta y seis camas de internación. Se avanzó en la construcción y en 1906, durante la dirección de Sanidad presidida por el Dr. José Penna se inauguraron nuevos pabellones, capilla y anfiteatro. Se concretó la instalación de anexos y la viuda del Dr. Pirovano donó todo el material quirúrgico del difunto.
En el censo de la Capital de 1904 los hospitales Pirovano, Álvarez y Fernández eran considerados de segunda, debido a su escasa capacidad de internación, aunque en cuanto a desarrollo técnico y funcionamiento administrativo eran equivalentes a los hospitales Rawson y San Roque.
Los pacientes pobres eran atendidos gratis o, como máximo, aportaban treinta centavos por receta.
En 1910 contaba con ciento ochenta camas, su prestigio había ido en alza y brindaba asistencia a la población de los barrios mencionados anteriormente.
Los problemas sanitarios se aliviaron con la inauguración de redes cloacales. La iluminación era a gas. La atención a domicilio aumentó exponencialmente. La guardia era permanente y se disponía de una ambulancia de auxilio y de un carruaje. Para la atención en consultorio los enfermos debían proveerse de un certificado de pobreza expedido por la Comisaría de Policía, otorgado por la Asistencia Pública.
A través del tiempo, el Pirovano sufrió ampliaciones y remodelaciones hasta colmar los servicios que brinda actualmente, asistiendo a los barrios de Belgrano, Núñez, Coghlan, Villa Ortúzar, Villa Urquiza y Saavedra, que conforman Comunas 12, 13 y 14.
—¿Sabe, don Luís?. Ayer estuve leyendo bastante sobre el hospital Pirovano en la biblioteca del barrio —le comenta Tomás al encargado del bar al día siguiente.
—¿Ah, sí? ¿Y qué encontraste? Te pregunto porque, como siempre pasa, cuando a algo lo tenés cerca no te preocupás por saber cómo llegó hasta dónde está.
—Mire, don Luís, es una larga historia pero para hacérsela corta, tiene ya más de sesenta años, nació por una epidemia que hubo en la ciudad y no para de crecer.
—Bueno, me alegro que te interesen estos temas. Eso demuestra que te sentís cómodo en el barrio, ¿no?
—Por supuesto, y hoy cuando termine acá voy a ir a leer un poco más porque ayer terminé un poco cansado. Además, le tengo que confesar que esta ciudad me gusta tanto que en cuanto pueda voy a tratar de traer a algunos de mis hermanos que se quedaron en Tucumán.
—¿Tan pronto? Desde ya contá conmigo para lo que sea, pero no te precipites porque tenés que contar con algo de plata ahorrada para recibirlos.
—Lo sé muy bien, don Luís, y desde ya le agradezco su ayuda. No voy a hacer locuras, pero la sangre tira ¿vio?, y me pone mal saber cómo deben estar viviendo allá.
Por la tarde, luego de terminar su trabajo en el bar, Tomás concurre nuevamente a la biblioteca para terminar de leer lo que encuentre sobre el hospital..
Las puertas del Hospital se abren a las seis de la mañana, dándose los números para ser llamados a partir de las siete. Todos los días existen turnos programados y también turnos libres para las especialidades que atienden ese día. Se debe llevar siempre el DNI y el carnet de afiliado a la Obra Social, si corresponde.
Con el número, las personas deben dirigirse al hall que corresponda: Obstetricia, Pediatría y Clínica Médica.
El Hospital ofrece atención matutina y vespertina hasta las veinte horas.
Los servicios incluyen las siguientes especializaciones: alergia, alimentación, cardiología, cirugía general y especial, clínica médica, dermatología, diabetes, endocrinología, gastroenterología, ginecología, hernias, hipertensión, kinesiología, nefrología, neurocirugía, neurología, obstetricia, oftalmología, otorrinolaringología, pediatría, proctología, reumatología, traumatología, urología y vías respiratorias.
Asimismo se realizan jornadas científicas desde hace tres décadas, habiéndose tratado, entre otros, los siguientes temas: Nuestro hospital, atención primaria, interdisciplina y alta complejidad; Avances en medicina interna, diagnóstico y tratamiento; Mujer, infancia, familia y sus desafíos y propuestas; Infecciones hospitalarias; Prevención, calidad e interdisciplina en salud; Salud mental y pública y sus desafíos y propuestas; Docencia, hospital y comunidad; El derecho a la salud y la atención en tiempos de crisis; y Enfermedades que hereda el tercer milenio.
Las integrantes del Servicio Social hoy cuentan con una formación profesional homogénea, complementando sus experiencias en el hospital. Disponen de una concepción amplia de salud, orientada a la atención integral y a la consideración de las personas como protagonistas de un proceso de salud-enfermedad-atención-cuidado.
La infraestructura de los edificios también ha sido motivo de una mejora y mantenimiento permanentes, entre cuyas obras pueden mencionarse: la demolición de una chimenea, dado el deterioro de la misma en el sector de incineración de los residuos; la readecuación del local de inflamables; el refuerzo del alumbrado de calles; el mejoramiento de veredas, vados y arbolado; la ejecución de nuevo playón de ambulancias; la readecuación del local de residuos peligrosos; y el mejoramiento de ascensores en los distintos pabellones.
Ha transcurrido un año y medio desde la llegada de Tomás a Buenos Aires. El muchacho ha continuado trabajando en el bar cada vez con un mayor entusiasmo y dedicación, aprendiendo rápidamente muchos de los secretos de la cocina del mismo, aparte de la labor de lavacopas que le había sido asignada. Esto fue motivo de una gran satisfacción de don Luís y, por su intermedio, del dueño del bar. De continuar así ambos planean darle mayores responsabilidades, aunque no se lo han hecho saber.
En Septiembre de 1961, una tarde, al regresar del bar a su pieza de la casa de Ciudad de la Paz, Tomás se cruza en la puerta de entrada con doña Cata, quien le pide que se quede un momento en el zaguán porque tiene novedades.
—Hola Tomás. ¿Te acordás de que cuando llegaste te comenté que creía que las Mellizas estaban buscando un departamento en las afueras de la ciudad para mudarse porque querían tener algo sólo para ellas y sus maridos?
—Sí, doña Cata, me acuerdo perfectamente. ¿No me diga que…?
—Sí, Tomás, así es y me alegro por vos.. Se están mudando el mes que viene, con lo cual se liberan las dos piezas de la planta baja. Eso era lo que querías, ¿no?
—Sí, doña Cata. Dios está de mi lado. No sabe lo dichoso y agradecido que me siento. Ahora podría traer a varios de mis hermanos, si me da el cuero. Por favor, ¿podría ayudarme con la dueña como hizo la otra vez?
—Sí, Tomás, en lo que pueda, por supuesto que contás conmigo.
—Quisiera sabe cuánto me saldría por mes el alquiler de las dos piezas de abajo más la de arriba que tengo ahora; y si es posible, si me puede hacer, si me puede cobrar algo menos los primeros meses hasta que vea en el bar si me pueden pagar un poco más para hacer más cosas.
—Bueno, Tomasito, quédate tranquilo. Voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para que cobre lo menos posible. Me encantaría que podamos compartir este departamento solo nosotros. Esta misma noche la llamo y se lo planteo, aunque no creo que me conteste de inmediato. Tendrá que hacer algunos números, supongo.
—Entiendo, doña Cata. Voy a tratar de dominar mi impaciencia lo mejor que pueda. Rece por mí.
—Así lo haré, hijo mío. Te lo merecés.
La respuesta de la dueña se ha hecho esperar. Recién un par de días después de la conversación, doña Cata se la transmite a Tomás en el zaguán.
—Lo que me dijo la dueña es que lo que ella estuvo recibiendo estos meses por el alquiler de las tres piezas son ochocientos pesos; trescientos por cada una de las de la planta baja y doscientos por la tuya. En el caso tuyo está dispuesto a bajarlo a setecientos y que, además, te da un período de gracias hasta fin de año, o sea tres meses, para que traigas a tus hermanos y se consigan un trabajo, pagando cuatrocientos. Luego, a partir de Enero, los setecientos. Creo que es una muy buena oportunidad y que fue muy generosa.
—¡Uy, tengo una montaña frente a mí, doña Cata! Creo que lo primero que tengo que hacer es plantearle el tema al encargado del bar y él al dueño, para ver si me pueden ajustar un poco mi sueldo. Espero que me comprendan. Si no, no sé… no quiero pensar mucho más en el aire.
—Es lo mejor que podés hacer. No te apresures, la dueña de la casa puede esperar un par de semanas. Igual las Mellizas no se van hasta fin de mes.
—Le confieso que tengo los veinte dedos cruzados.. ¡Qué nervios..!
Y el pobre Tomás habló con el encargado del bar y éste con el dueño y, tal como lo habían ya planeado, le propusieron un aumento para que se sintiera cómodo en su lugar: su nuevo sueldo sería de seiscientos pesos, un veinte por ciento de incremento.
Y el pobre Tomás tuvo que hacer números y más números y consultarla doña Cata y a don Luís, antes de tomar su decisión.
Y cuando la polvareda levantada se decantó, la tomó: haría venir a tres de sus hermanos; Cecilia, Higinio y Joaquín; que podrían conseguir un trabajo y ayudarlo a pagar el alquiler. Los dos más pequeños, Ramón y Mario, deberían esperar un poco. Tenían once y ocho años, respectivamente y debían terminar con la primaria, por lo menos. Según sus números, a los hermanos en Buenos Aires les quedaría resto para enviar dinero a Tucumán y mantener a los pequeños hasta que Tomás los reclamara para venir a Buenos Aires.
Y así fue como a comienzos de 1962 la casa de la calle Ciudad de la Paz alojaba, aparte de doña Cata y su marido, a Tomás, Cecilia e Higinio en la planta baja, y a Joaquín en la planta alta. El espacio era suficiente para ellos y para los dos hermanos menores que se incorporarían luego, lo que sucedió dos años más tarde, en 1964.
En cuanto a los trabajos, a lo largo de ese año Cecilia consiguió un puesto como operadora en la fábrica Fate, ubicada en la zona norte del Gran Buenos Aires, Higinio lo hizo también como lavacopas en la Pizzería Génova, situada en Cabildo y Monroe, y Joaquín ingresó como cadete en un estudio jurídico cercano a Las Barrancas.
Con sus aportes mensuales, la situación económica de los hermanos se transformó en una suficientemente cómoda como para pagar el alquiler, sus gastos y remitir el resto a Tucumán.
Así fueron transcurriendo los años, con los hermanos cada vez más asentados en la gran ciudad e independientes entre sí, lo que les permitió encarar sus propios proyectos de vida.
La primera en dejar el nido de Belgrano fue Cecilia. Lo hizo en 1964, cuando se casó con un compañero de trabajo llamado Hugo y se fue a vivir a una muy modesta casa en San Fernando, cerca de la fábrica donde ambos trabajaban. De este matrimonio serían engendrados Pedrito, en 1964; y Justino, en 1970.
La distribución de las piezas se modificó entonces: en una de la planta baja vivía Tomás, quien podía hacer frente a su alquiler y había comenzado a noviar; en la otra vivían Higinio y Joaquín; y en la de la planta alta los menores, Ramón y Mario.
Transcurre 1968 y los dos hermanos mayores, Tomás e Higinio se han casado y cada matrimonio ocupa una de las dos piezas de la planta baja; y en la planta alta, a Ramón y Mario se les ha sumado Joaquín. Aunque para estos no es la solución ideal, por lo menos temporariamente representa una alternativa aceptable.
Tomás y su esposa han dado a luz a Tomito, que ya tiene seis años; y a Mecha, que tiene uno. Los cuatro viven en la misma pieza.
En dicho año, 1968, ocurrió un suceso que sería recordado luego durante muchos años y que haría que Tomás regresara a su ya conocido hospital Pirovano. El domingo 23 de Junio había ido con su hermano Higinio al estadio Monumental de Núñez, donde el equipo millonario recibía a su tradicional rival Boca Júniors…
El partido terminó 0 a 0, pero el siniestro suceso ocurrió a la salida del estadio. Se lo conoció luego como la “Masacre de la puerta 12”. Dicha puerta era una de las que facilitaban la salida de los simpatizantes visitantes. Por causas nunca aclaradas el sector de salida a Figueroa Alcorta, luego de las escaleras, no se encontraba liberado y la presión de la multitud que intentaba salir causó la muerte de las setenta y una personas, la mayoría simpatizantes de Boca y menores de edad, con un promedio de diecinueve años, y resultaron heridas, además, ciento trece personas. El hecho adquirió las características de un tabú, no siendo recordado desde ese momento en más, ni por Boca ni por Ríver. Se trató de la mayor catástrofe de la historia del deporte argentino. Algunos testimonios sostuvieron que los molinetes se encontraban colocados y que ello impidió la salida de la multitud, mientras que otros afirmaron que la salida no fue posible porque la Policía Federal lo impidió.
Tomás e Higinio, como buenos bosteros, habían ido a ver el partido y estaban en medio de la hinchada en la tribuna Centenario, pero habían abandonado el estadio cinco minutos antes del final porque el partido era sumamente aburrido y, además, como a Tomás no les gustaban las aglomeraciones, lo convenció a Higinio para que se fueran. Emprendieron el regreso por Lídoro Quinteros y luego por Monroe y llegar por esta hasta Ciudad de la Paz, cuando empezaron a escuchar las radios de los vecinos que transmitían las noticias.
—¿Escuchaste Tomás? Parece que hubo un accidente a la salida.
—¿Viste? Lo intuí Higinio. Por eso te dije que nos fuéramos antes. Dale, metele. Tratemos de llegar a casa cuanto antes..
—Si. Apuremos el paso así nos enteramos bien cuando llegamos. Pero escuchá.. ¡son los sonidos de ambulancias!
—Y están yendo hacia allá y son varias, Higinio. Debió haber sido una tragedia mayor.
—¿Querés que sigamos caminando por Monroe hasta el llegar al hospital, Tomás? Son solo diez cuadras más desde Ciudad de la Paz.
—No sé… creo que no nos va a hacer bien ver todo eso.
—¡Dale, no seas marica! Vamos.. lo miramos desde la esquina.
—Bueno, pero solo desde la esquina y un ratito. Después no empieces a joder como hacés siempre, para quedarte.
Los boquenses decidieron aguardar hasta el pitazo final porque estaban atacando en los últimos minutos. Apenas terminó, todo el mundo dijo 'Vamos'. Hasta el último descanso iban apretados, típica salida de la cancha. No había luz, solo una bombita en el último tramo. La gente quería irse rápido de ahí adentro; había una adrenalina extraña. En esos momentos el país estaba gobernado por la dictadura militar, con el general Onganía a la cabeza. Aparentemente, la hinchada de Boca habría cantado la marcha peronista en medio del partido y cometido algunos desmanes que despertaron la ira de las fuerzas de seguridad, influenciadas por el contexto represivo de la época. En la vereda muchos policías a caballo intentaban ordenar, pero desordenaban. Desde arriba, otros hinchas les tiraban pomelos. Eso los hizo calentar y atacaron. Los policías eran agresivos porque sí. Un año más tarde, en el siguiente clásico, la hinchada de Boca cantó a coro con la de River: “No había puerta, no había molinete, era la cana que daba con machete”. Algunos relatarían luego que cuando alcanzaron los últimos tramos de la escalera, observaron la aglomeración y que algunos policías gritaban que no empujaran. La gente que venía detrás, en la escalera, cantaba y gritaba pero no podía escuchar las advertencias. Las sirenas de las ambulancias pulularon y se hicieron escuchar a lo largo de toda la calle Monroe, desde Libertador hasta el hospital, durante varias horas.
La gente, entre ella Tomás e Higinio, comenzó a ubicarse frente a la entrada del hospital para observar el triste espectáculo que daban las ambulancias cuando detenían frente a él y de ellas descendían las camillas con las víctimas.
Inicialmente, dos directivos de Ríver fueron procesados por ser sospechosos de negligencia, pero la Cámara de Apelaciones dejó el procesamiento sin efecto y la causa fue archivada.
Luego de la masacre la salida fue renombrada como Acceso L y se realizó un documental sobre el tema con el título Puerta 12, estrenándose en 2008.
—¡Ya está, Higinio!¡Ya viste lo que querías! Menos mal que está este gran hospital cerca del estadio. Si no, hubiera sido mucho peor. Volvamos a casa.
—Dale, Tomás, un ratito más, ¡mirá las cámaras de la tele!
—Basta, ya te di el gusto, Higinio. No rompas más. Si querés, quédate vos. Yo me vuelvo porque mi mujer y los chicos ya debe estar empezando a preocuparse y no quiero que sufran al pedo.
—Bueno, volvamos, pero decime una cosa.. ¿cómo fue que quisiste volverte antes de que terminara el partido?..¿te das cuenta que si no lo hubiéramos hecho, a esta hora podríamos haber sido boleta?
—No soy gil, salame. Por eso estoy temblando y quiero llegar a casa cuanto antes para abrazar a mi familia y ponerme a rezar para agradecer a Dios el aviso que me mandó.
—Pero vos no creés mucho en Él hasta donde yo sé, ¿o me equivoco?
—No creía hasta hoy, pero tendría que ser un necio si no cambio a partir de ahora, ¿o no?
—Como siempre, tenés razón Tomás, y este también fue un mensaje para mí.
La Redonda
—Buenas tardes, señora. Soy Tomás y hablé con usted ayer a la tarde —el joven se dirige a la secretaria, que lo mira detrás de sus amenazantes anteojos, frunciendo el ceño—. ¿Me recuerda? Era por el tema del bautismo y la comunión.
—¡Ah, sí! Pase, siéntese por favor —a pesar de su aparente circunspección, lo invita amablemente a ingresar a la oficina—. ¿Me decía que…?
—Sí, ..que tengo un hijo de siete años y una hija de dos. Quisiera averiguar para que el mayor pueda tomar la comunión y además bautizar a la nena.
—Bien, le comento. Si son vecinos del barrio y su hijo está bautizado, para que tome la comunión debe prepararse primero —Tomás empieza a darse cuenta que nada es fácil en Buenos Aires, como lo era en Tucumán—. Hay un curso que se da en la Parroquia que empieza en Abril del año próximo y dura seis meses, a tiempo para que la pueda tomar el 8 de Diciembre, que es cuando lo hacen todos los niños.
—Entiendo, pero este año.. ¿no habría forma de..?
—Imposible, señor. Las normas son las normas aquí y hay que cumplirlas. No pueden haber excepciones. Y su hija ¿cuántos años tiene?
—Mecha tiene dos años, señora.
—En el caso de Mercedes, que supongo que así se llama, dada su corta edad, su voluntad de ser bautizada puede ser representada por la suya.
—Y en este caso, ¿es necesario tener que hacer un curso, señora?
—En este caso, señor Tomás, no es necesario un curso, pero usted, su señora y dos padrinos deben venir a un par de reuniones junto a otras parejas que también estén por bautizar a sus hijos, en las que un sacerdote les explicará el significado del bautismo y les pedirá su confirmación de que lo quieren realizar.
—Ya veo, señora.. ¿y hay algún requisito más?
—No, eso es todo. Los cursos se dan todos los primeros jueves de cada a mes a las 19 horas, en la oficina que está aquí en frente. No hace falta inscribirse previamente. ¿Alguna pregunta más?
—Sí, por favor. Junto a un hermano mío, queremos confesarnos. ¿Por favor me podría indicar cómo hacemos?
—Ahora cuando salga, en la entrada principal del templo están los horarios de las misas y las confesiones. Pueden venir directamente. ¿Tiene alguna otra duda?
—No, creo que por ahora no.
—Muy bien, acá le dejo un folleto con la historia de la parroquia desde su fundación para que se vaya enterando. ¡Que pase el siguiente!
— (¡Jodida la vieja! —piensa Tomás mientras se dirige a la entrada principal—. Y nosotros, que con Higinio queremos dar gracias a Dios por habernos salvado de la masacre el año pasado…)
Ha transcurrido un año desde la escena anterior. Nos encontramos en casa de los hermanos Gómez en Julio de 1969. Tomás acaba de arribar luego de acercarse a La Redonda. Tomasito y Mecha, sus hijos, han sido el motivo de consulta por el cual Tomás ha ido.
—¿Cómo te fue, querido, en la iglesia? —su esposa, Ana María, lo interroga apenas lo ve llegar.
—Conseguí toda la información, a pesar de todo…
—¿Cómo que a pesar de todo? ¿Qué querés decir?
—Que con el bulldog que tienen en la secretaría, más que atraer fieles, los están espantando. Pero, en fin… acá tengo el folleto que me dejó sobre la historia de la iglesia.
La Parroquia de la Inmaculada Concepción de Belgrano, a la que todos conocemos familiarmente como "La Redonda", recibió influencias de la Iglesia de la Gran Madre di Dio de Turín y del Panteón de Agripa de Roma.
Está enclavada en el verde marco de la plaza Manuel Belgrano y rodeada por una recova en la que se encuentra la vicaría, una llamativa casa colonial. Está ubicada en la calle Vuelta de Obligado, entre Juramento y Echeverría.
La primera capilla del barrio estaba situada sobre la antigua barranca, estaba dedicada a San Benito y fue edificada por el dueño de aquellas tierras para que sus esclavos, que trabajaban en los terrenos de entonces, tuvieran un lugar para oír misa. Muchos años después aquel oratorio fue donado a la Curia junto con sus tierras adyacentes, donde existían un horno de ladrillos y una calera, los que fueron explotados entonces por los padres franciscanos.
En un decreto de 1855, que aprobaba la delineación del pueblo, se disponía: "rehabilitar un viejo edificio allí existente para servir provisoriamente para una escuela y una capilla, mientras se construían los respectivos edificios para esos destinos"; y al año siguiente se inauguraron las obras con la asistencia del Gobernador Alsina junto a ministros, el arzobispo y una enorme concurrencia.
En 1860 se la declaró Parroquia, pero aquella capilla era "modesta en condiciones para una población de inusitado desarrollo, precaria por sus condiciones físicas e incómoda para su frecuentación a través de las calles de tierra a menudo enlodadas, urgía reemplazarla".
Fue entonces cuando la Municipalidad de Belgrano dispuso en 1864 organizar una Comisión para que se encargara de los trabajos destinados a la construcción de un nuevo templo.
Se realizaron todos los estudios necesarios para su factibilidad y la elaboración de un presupuesto, que resultó en un total de un millón seiscientos mil pesos.
La piedra fundamental se colocó en 1865 y se levantó un acta, la que fue depositada en un cofre junto con las plumas que utilizaron los firmantes de la misma, entre los que encontraba el Gobernador Alsina.
La construcción del templo fue encomendada al ingeniero Nicolás Canale y, luego del fallecimiento de éste en 1876, fue continuada por su hijo José, mientras que las últimas etapas estuvieron a cargo del arquitecto Juan Buschiazzo.
Por falta de dinero la edificación resultó lenta y para obtener más fondos se tuvieron que rematar los terrenos de la barranca donde se levantaba la antigua capilla y el edificio de la misma, con todas sus existencias. Un texto decía: "Hoy tiene lugar el interesante remate en el Paseo de la Barranca del edificio y terreno perteneciente a la Iglesia vieja. Recomendamos este terreno a los ricos capitalistas amantes de lo bueno y del progreso, mucho más siendo su producto destinado para la prosecución de nuestro colosal monumento, la Iglesia nueva".
El nuevo párroco de la misma, el padre Diego Miller, dedicó todos sus esfuerzos a la construcción del nuevo templo, obra que por su magnitud, necesitó también de la contribución de mucha gente. A un costado del Altar Mayor, sobre el muro, una placa recordaba a quienes integraban la Comisión a cargo de la misma: “Comisión de las obras de este templo. Padre Diego Miller, Padre Vicario Benjamín Carranza, Arquitecto Juan Buschiazzo, Señor Alejandro Caride, Señor Juan Corti, Señor Jorge Civit”.
La Iglesia fue inaugurada el 8 de diciembre de 1878 en una ceremonia a la que asistieron el Presidente de la República Nicolás Avellaneda, sus ministros, el Gobernador Carlos Tejedor y otras dignidades de la Iglesia.
El domingo siguiente Tomás, su esposa e hijos y su hermano Higinio han decidido ir a Misa de las 11 horas para que la conozcan, participen de la ceremonia e, indirectamente, animarse con este último a ir a confesarse durante la semana y luego comulgar el domingo siguiente.
Han llegado veinte minutos antes y sentados en la parte posterior del templo, antes de comenzar el oficio, observan todos los detalles y los comentan, murmurando por lo bajo.
—¡Cuánta cantidad de gente que hay en este lugar! —le dice Ana María a Tomás—. Jamás me maginé que iba a ser una ceremonia así.
—Es que Belgrano es un barrio muy populoso —contesta este—, y esta iglesia está en su ombligo, frente a la plaza.
—Te digo que tengo un poco de cagazo de venir a confesarme acá —le susurra Higinio a su hermano—. Me hace sentir un poroto y además, que el cura me va a sacar carpiendo.
—Dale, no seas marica. Nada de eso. —responde Tomás—. Están para ayudarnos y perdonarnos las macanas que hacemos.
—Yo estoy de acuerdo con Higinio —acota Ana María—. Me siento intimidada por esta ceremonia y la multitud que hay. Escuchame, Tomás, cuando vengamos a bautizar a Mecha ¿va a ser algo así? Me muero…
—No, Ana, no.. es algo íntimo, solo participamos los que venimos a bautizar a nuestros hijos y el cura.. No arrugues ahora..
—Pa, mirá esos dos chicos que acaban de entrar con túnicas blancas y una campanita —Tomito llama la atención de su padre—. ¿Quiénes son y qué hacen?.
—Se llaman monaguillos, hijo, y lo ayudan al cura cuando da la misa. Hacen sonar la campanita en algunos momentos que son importantes para llamar la atención de la gente.
—Cuando sea un poco más grande, me gustaría ser como uno de ellos ¿podré?
—Después que tomes la primera comunión el año próximo sí, pero por ahora sos muy chico.
—¡Miren las estaciones del Vía Crucis! Son imponentes y lujosas —acota Ana María—. Aquí todo es enorme. No me lo imaginaba para nada...
—Pues ya te tendrás que air acostum……
—…¡Ssshhhh! Por favor dejen de hablar por lo bajo, que molestan y está por empezar la misa —una señora mayor ubicada en el banco de atrás reprende a la familia.
—Disculpe, señora —le responde Ana María, girando la cabeza y clavando fijamente sus ojos en ella—.Ya terminamos. .
El templo está inspirado por el neorrenacimiento italiano y se encuentra sobreelevado del nivel de la acera.
En su fachada una escalinata de mármol conduce a la entrada principal y también se puede acceder al templo por las escaleras y puertas laterales.
La fachada presenta un pórtico de gran volumen, el que está sustentado por una serie de columnas apareadas, con fuste liso y capitel corintio.
En su interior dieciséis columnas apareadas distribuidas alrededor de un centro forman un anillo, sobre el que descansa el peso de la gran cúpula, que llega a los veinte metros de diámetro.
Una galería con solado ajedrezado y columnas rodea al edificio, la que se interrumpe por el campanario, adosado a la masa circular por la parte posterior.
Días después, un sábado por la tarde llega de visita a la casa de Tomás y sus hermanos en Belgrano, su hermana Cecilia, que vive con su marido Hugo y su hijo Pedrito en su modesta casa que alquilan en San Fernando.
—¡Qué sorpresa Ceci, por fin viniste! —Joaquín es el primero que la ve llegar y corre a abrazarla—. Les aviso a estos vagos. ¡Vengan ché, que los buscan!
—Y.. si no vengo yo, si fuera por ustedes me puedo morir tranquila que ni se enteran, ¿no?
—No jodas ni te hagas la víctima. Mirá, acá están Tomás y los dos purretes.
—Hola, bienvenida, pero,... dejame verte… ¡vos estás..! —le espeta Tomás.
—¡Sí, salame, sí..! Esta panza no la crié morfando… y va a reventar a fin de año.
—¡Felicitaciones, hermana, que sea con la mejor de las suertes..! Los cinco hermanos se suman para abrazarla.
—Pero, decime, mi sobrino Pedrito ¿cuántos años tiene ahora? —Mario, el menor, quiere saber —. Debe estar enorme, ¿no?
—Cinco. Ya el año próximo va al cole.
—¡Qué lo parió! Parece que hubiera sido ayer cuando lo vi gatear en este patio —agrega Higinio.
—¿Y tu marido y vos siguen laburando en Fate? —es el turno de Ramón, el penúltimo— ¿Cómo hacen para aguantar tanto?
—Menos mal que a Dios gracias, con eso conseguimos parar la olla, porque si no… ¡en este país!
—Bueno, dale, dale, entremos y así almorzamos todos juntos… —Tomás toma la iniciativa—. ¡Ana, mirá quién vino! Hoy hay puchero para todos…
Día más tarde, aprovechando un mini-descanso, Tomás tiene una charla con el encargado del bar donde trabaja..
—¿Sabe, don Luís?, en los últimos tiempos nos han pasado algunas cosas a mi familia y a mí —arranca Tomás en busca de consejo.
—¿Ah, sí? Hace mucho que no hablamos. ¿Cómo andan?
—En general bien. Higinio empezó a trabajar de mozo en una pizzería de Cabildo, Joaquín es tornero en una fábrica de repuestos para coches, y los más chicos, Ramón trabaja en un almacén y el más chico, Mario, que ya tiene diecisiete años, está ayudando en una carpintería mientras termina el secundario. Quiere ser abogado, no se anda con pavadas el mocoso.
Me alegro mucho, Tomás. Tenés que pensar que todo eso te lo deben a vos en parte, que fuiste el primero que encaró para esta ciudad y luego los fue llamando.
—Sí, sí, don Luís, y eso también se los debo a ustedes, que me mantuvieron en el laburo desde que llegué y que ahora me dieron la responsabilidad de la cocina. Pero hay un par de cosas más que quiero contarle, a ver qué le parecen.
Dale, desembuchá, soy todo orejas.
—Gracias, como siempre, don Luís por hacerme la gamba. Mire, la primera y no se lo tome en serio ni a risa, es que estoy empezando a acariciar la idea de largarme por mi cuenta con mi bar propio. Por supuesto que no voy a hacer locuras ni dejar un sueldo fijo por una aventura hasta no haber juntado un mínimo capital, pero para más adelante le tengo que ser sincero. La idea me seduce. ¿Le parece muy loco? Dígame la verdad, por favor, don Luís, usted es más que un padre para mí.
—Mirá, Tomás, en primer lugar, no me río para nada ni parece algo loco. Pero lo más importante es que creo que hay cosas en la vida que las podés hacer en un momento dado, pero no más adelante; y que creo que tu momento te está por llegar dentro de no mucho. En otras palabras, ¿si no arriesgás ahora, cuándo lo vas a hacer? Creo que sos muy inteligente y despierto para los negocios y que es muy probable que te vaya muy bien. A nosotros nos va a resultar difícil perderte, pero en el fondo nos vamos a alegrar porque te lo merecés. Desde ya contás con toda mi ayuda ante la menor duda que tengas.
—Gracias, don Luís, no esperaba menos de usted. No tengo palabras para que se dé cuenta de todo lo que lo aprecio..
—Dale, no te me declares ahora.. ¿y la otra cosa cuál es?
—¡Ah, sí! La otra tiene que ver con la iglesia ¿sabe? Y no se me ría.
—Contame, dale, que es un tema serio..
—Bueno, por un lado decidimos con mi esposa bautizar a mi hija y que mi hijo tome la primera comunión, así que fui a La Redonda y hablé con la secretaria, que me dio un folleto sobre la Parroquia y toda esa sanata. Pero, aunque no lo crea, con Higinio decidimos confesarnos y comulgar para agradecerle a Dios por habernos salvado de la masacre de Ríver. Así que comencé a ir a misa a La Redonda con mi familia y pasó algo que no tenía previsto; y fue que nos gustó y ahora vamos todos los domingos.. ¿puede creerlo?
—Sí, que lo puedo creer. Mirá, yo soy católico pero no practicante. Hace ya muchos años que no piso una iglesia, pero comprendo y respeto mucho a la gente que lo hace. Creo que, en el fondo, los envidio porque se sienten parte de una comunidad y obran para honrar a lo que más creen, el Creador, justamente, ni más ni menos. Por lo tanto, nuevamente tengo que felicitarte.
—¿Sabe que me siento más aliviado por haberlo compartido? Es como si me hubiera confesado en La Redonda..
—Me alegro, y a propósito de La Redonda, ¿sabés que hace quince años corrió un serio peligro?
—No, don Luís, no tengo ni idea..
En 1955 el presidente Perón ordenó la quema de varias iglesias antiguas de Buenos Aires, ante el silencio y complicidad de otras autoridades, causando un verdadero estrago para la Iglesia Católica argentina.
No sólo fueron quemadas las iglesias y las imágenes sino que también fueron profanados los Sagrarios, los copones de oro robados por la plebe peronista disfrazada con las vestiduras sacras y bailando entre risotadas infernales sobre las hostias consagradas tiradas a la calle.
Fueron incendiadas las iglesias de Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio, las Victorias, San Nicolás, La Piedad y la Curia metropolitana con todos los archivos desde la Colonia allí guardados, entre otras.
Después de este atentado, los días del presidente estaban contados. Cuando cayó, lo hizo sin que el pueblo argentino, que era más católico que ahora, intentara defenderlo, porque no pudo tolerar el sacrilegio.
Se han inventado luego excusas, como que el “peronismo era la barrera contra el comunismo” o que “sin el peronismo el país era ingobernable”, pero las iglesias en llamas son un argumento perpetuo contra tales argumentos.
Hasta la década de 1970 los franciscanos, cuya iglesia fue una de las incendiadas, guardaban las imágenes decapitadas y semi carbonizadas rescatadas de las ruinas, como una acusación permanente contra aquel acto de barbarie. Pero al regreso de Perón en 1973, aquellas reliquias desaparecieron ante el silencio de la Orden, por lo que se supone que fueron eliminadas impíamente.
Esto incendio no afectó directamente a La Redonda, primero porque estaba alejada del radio céntrico de la ciudad, donde ocurrieron los desmames, pero además debido a que el párroco de aquellos años, Virgilio Filippo, se había desempeñado como diputado nacional entre 1948 y 1952, representando al partido peronista.
Estamos en Diciembre de 1968 y el día anterior a la fiesta patronal, el 7 del mes, se ha producido el bautismo de Mecha, la hija de Tomás y Ana María; y de Pedrito, el hijo de Cecilia, quien finalmente se decidió a acompañar con su esposo a su hermano en esta ceremonia. También se ha hecho presente su hermano Joaquín, quien ha sido padrino de Mecha, mientras que Cecilia ha sido la madrina. Los padrinos de Pedrito han sido Tomás y Ana María, con lo que todo quedó en casa. El resto de los hermanos no ha podido acompañarlos porque está trabajando.
Al cabo de la misma se dirigen a la pizzería Génova, en Cabildo y Monroe, donde trabaja Higinio como mozo y les ha reservado una mesa.
—¿Qué tal, cómo les fue? —los recibe apenas los ve llegar y los conduce hasta la misma—. Parece que bien, por la cara que tienen.
—Sí, todo estuvo muy bien y todavía estamos un poco emocionados —le responde Ana María—. Ya están los dos bautizados.
—Higinio, gracias por la reserva y sobre todo por el descuento que nos conseguiste —Tomás lo abraza sonriendo—. No estamos para grandes festejos.
—Tenés que agradecérselo al encargado, mi jefe —responde Higinio—. En cuanto lo comenté quiénes y por qué venían, me lo ofreció de inmediato. Después seguro que pasa a saludarlos. Dale, siéntense que ahora les traigo la picada.
—Bueno, ya lo escucharon —Tomás y el resto del grupo toman asiento, mientras comentan la ceremonia.
—A mí el cura, mucho, mucho que digamos no me gustó —dice Cecilia—. Me pareció muy serio y poco amistoso con nosotros.
—Tenés que pensar que solo está haciendo su trabajo, y además es el párroco de esta iglesia —responde Ana María—. Con la cantidad de bautismos que debe haber hecho en su vida, este es solo un número más.
—Miren, esto refuerza lo que pienso —agrega Joaquín, valiéndose de lo dicho por su cuñada—. Yo, la verdad es que descreo de la religión. Por supuesto que acepto y respeto lo que piensan los demás, pero en el fondo, fondo…., no se…. Me parece que hay muchas cosas sobre las que la iglesia debería haber actuado y no lo hizo.
—¿Por ejemplo, cuáles, Joaquín? —lo interroga Tomás, a quien mucho no le gusta lo que está escuchando.
—Los pobres, por ejemplo. Jamás vi un cura hambriento o pidiendo limosna por la calle. Trabajar, trabajar, no se matan que digamos y, sin embargo no les falta nada. Y ni que hablar de cómo viven en el Vaticano, por lo que escuché. No sé.. hay algo que no me cierra…
—Pero, salame, acabás de apadrinar a Mecha y se supone que vas a ayudarla a ser una buena católica con tu ejemplo—Tomás le responde frunciendo el ceño—. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Y lo voy a hacer, Tomás, quédate tranquilo. Como te dije, respeto mucho las creencias de los otros. Ella nunca sabrá que tiene un tío y padrino un poco calavera, como todo soltero. Te lo prometo.
—En fin… las cosas que hay que escuchar en la viña del Señor… Espero que nunca se entere de tu vida de bacán, más te vale.
—Y.. cambiando de tema —Cecilia quiere cortar cuanto antes con esta charla—, me dijo un pajarito que vos, Tomasito, estás pensando en largarte por tu cuenta con un negocio, ¿es tan así?
—Esta bocina de mi mujer, no sabe guardar un secreto… —Tomás le reprocha a Ana María—. No sé bien qué te dijo, pero sí, algo de eso hay de cierto.
—Bueno, bueno… —Joaquín toma el cabo suelto—, y después me acusan a mí de ocultar detalles de mi vida.. ¿y por casa, cómo andamos?
—No se pueden comparar los secretos, Joaquín, pero ya que preguntan, les cuento. Todavía es una idea a la que estoy dándole forma y no hay nada seguro. Lo que quiero es abrir un bar chico pero propio, para poder llevarlo adelante. Creo que con todos estos años que estuve trabajando, tengo la experiencia para hacerlo bien. Y es eso, estoy… viendo si hay algún local al que llegue con mi presupuesto. Lo consulté con el encargado de donde trabajo y me dijo que le parecía que me iba a ir muy bien. En fin, veremos…
—Una movida arriesgada, hermanito, ¿no? —le pregunta Cecilia—. Tenés que estar muy seguro. Mirá que tu familia necesita la guita a fin de cada mes.
—No hace que me lo recuerdes, Ceci. Te aclaro que después de hablar con el encargado, lo consulté con Ana y luego en la Parroquia y todos me animaron a hacerlo y rezarán por mí. Hasta Dios me hizo un guiño de ojos.
—¡Ah, bueno!, si Él te lo dijo, no podés fallar —Joaquín le palmea la espalda sonriendo.
—Bueno, basta de cháchara, que acá nos vienen a servir la picada —Ana María lo ve venir a Higinio con los platos—. Gracias cuñado, si no fuera por vos, estos hermanos tuyos no paran de cotorrear.
Posteriormente a los hechos narrados de la Parroquia, en la misma se llevaron a cabo y aún lo continúan haciendo, distintas restauraciones interiores como el órgano de tubos, el altar de la cruz, las paredes interiores y las imágenes de los santos, ya que aparecen desmejoradas por el paso del tiempo. Esto es posible gracias a las contribuciones de los fieles que concurren frecuentemente; y esto es de gran importancia, ya que ayuda a preservar este patrimonio histórico para el barrio y la ciudad.
Desde la década de 1950 en adelante en La Redonda tuvieron lugar diversas acciones pastorales alentadas por los padres Filippo y Raybaud, a cargo de la misma, y por la Acción Católica, que tenía una gran llegada al vecindario.
La primera actividad con la que los niños tomaban contacto con el templo, luego de su bautismo, era la preparación para la Primera Comunión. Esta se desarrollaba durante los seis meses previos a la ceremonia, que tenía lugar los días de Diciembre, coincidiendo con la fiesta patronal. Esta actividad estaba a cargo de una voluntaria de la Acción Católica, con la supervisión de uno de los sacerdotes.
En la parte posterior de la iglesia, el predio tenía unas salas donde se dictaban cursos de inglés y dibujo y se ayudaba a los niños a hacer sus deberes escolares.
Durante unos años, un grupo de voluntarios creó un club parroquial: Pecos Bill. Construyó un cine sobre un gran patio que había en el predio, con largos y amplios escalones que oficiaban de butacas. Los domingos por las tardes, desde las 15 hasta las 18 horas se proyectaban dos películas de aventuras, que producían la algarabía de la menuda concurrencia. Durante el intermedio aparecía el sacerdote para tratar de adoctrinar al grupo, aunque muchas veces no lo conseguía por el griterío que imperaba en el ambiente.
Otra de las actividades del club eran las excursiones a una quinta que el párroco poseía en Ituzaingó. Eran los domingos y se partía a las 10 de la mañana, luego de la misa, para regresar a las 20 horas. Al mediodía se servía un asado preparado por los caseros. El resto del día era libre y la mayoría se dedicaba al futbol, la paleta, embocar en el sapo u otras actividades infantiles.
Estamos ahora a mediados de 1969 y Tomito, próximo a cumplir ocho años, está aprendiendo el Catecismo, como requisito para tomar la Primera Comunión el 8 de Diciembre de ese año. Para ello debe concurrir a la Parroquia dos veces por semana por las tardes, a la salida de la escuela. Ana María, llevando en el cochecito a su hermanita Mecha, de dos años, se encarga puntualmente de ambos compromisos, y de esperarlo cuando termina el Catecismo para llevarlo de regreso a su casa. La enseñanza se imparte en uno de los salones que están en la parte posterior del templo y el grupo en el que está Tomito es de quince niños y niñas.
—¿Cómo sigue el padre, señora? —Ana le está preguntando a la secretaria de la parroquia por la salud del párroco, ya que se ha enterado de que no es muy buena.
—Si quiere que le sea sincera, la salud del padre Filippo no está nada bien. Tanto es así que ayer lo ha venido a visitar el Obispo. Es la primera vez que lo hace.
—¿Cuánto hace que el padre está en la parroquia?
—Desde el año 1939, o sea treinta años. Imagínese, toda una vida.
—Bueno, esperemos que se mejore.
—Ojalá, pero lo dudo mucho. Igual, si hay alguna novedad, ya se avisará a toda la comunidad. Pero mire, ahí están saliendo los chicos del Catecismo.
—Hola Tomito, ¿qué tal?, ¿cómo te fue?
—Bien, mamá, pero hay que estudiar y memorizar muchas oraciones. ¡Es muy difícil!
—Vale la pena, hijo, creeme que vale la pena. Es una vez única y te sirve después para toda la vida. Vamos andando, que está haciendo frío.
—¿Sabés que hoy me explicaron algunas cosas que hay en la parroquia, y que me gustaría anotarme? Los que van me dijeron que están muy buenas… ¡Dale, ma, por favor…!
—Me gustaría Tomito, pero no puedo estar quedándome todos los días de la semana con el bebé esperándote a que termines en la parroquia hasta las siete de la tarde. Se pone muy molesto y tengo que darle de comer. Creo que el año próximo no habría problema, y además ya vas a ser un poco más grande y tal vez si hay algún compañero que viva cerca de casa nos podemos turnar con su madre para ir a buscarlos.
—Les voy a preguntar a los chicos donde viven para ver si hay alguno cerca. Ojalá que pueda venir, y además ya no voy a tener el Catecismo, o sea que tendré todos los días libres.
—Eso me parece mejor. Por lo que pude ver en el folleto que me trajo papá en día que vino, sé que las personas que ayudan dan clases de inglés y dibujo gratis. ¿Es eso lo que te contaron?
—Sí, eso es una parte, pero además tienen el club Pecos Bill, con campeonatos de futbol en el patio de la parroquia, tienen metegoles, dan películas los domingos, y hacen excursiones a una quinta del padre de vez en cuando. Me quiero anotar. ¡Dale, por favor, sé buenita, ma…!
—Ya te expliqué que este año no, pero el año próximo te prometo que durante la semana, por lo menos dos días te puedo traer, y en cuanto a lo otro, lo tengo que hablar con tu padre. Pero primero, terminá el Catecismo, tenés que tomar la Primera Comunión, y otra cosa muy, pero muy importante…
—¿Qué es? No puede ser tanto como para que me des permiso o no, ma…
—Que cuando hable con tu maestra en la escuela me diga que sos un buen alumno. Eso es todo...
—Esto dalo por hecho. Está chupado, como dice mi compañero español….
El padre Filippo falleció ese año y los nuevos párrocos que lo sucedieron continuaron desarrollando nuevas actividades lúdicas para niños, así como incorporando otras para atraer a jóvenes y personas mayores a la feligresía de La Redonda.
Durante las últimas décadas esta se vio mermada por la aparición de otro tipo de expresiones de fe cristianas no católicas, como las evangélicas, presbiterianas y metodistas, entre varias más.
A comienzos del año 2013 el Arzobispo de Buenos Aires y Primado de Argentina Jorge M Bergoglio fue elegido Papa, adoptando el nombre de Francisco. Este hecho, si bien al comienzo, suscitó un retorno a la práctica religiosa activa de muchos fieles, este fenómeno se fue diluyendo, con lo que la participación de los católicos en las misas en general continuó decreciendo. La Redonda constituye, no obstante, una excepción a esta regla, ya que en sus misas se puede apreciar una nutrida concurrencia.
Actualmente en la Redonda se desarrollan los Grupos Juveniles, un espacio pensado para jóvenes de los colegios secundarios y las universidades. Allí los integrantes de los grupos tienen distintas actividades como la organización de campamentos, convivencias, retiros de fines de semana y en febrero el campamento de verano, que suele realizarse en Bariloche, Córdoba, Mendoza o en la Provincia de Buenos Aires. Además se organiza anualmente la Peregrinación Juvenil a Lujan.
En la Iglesia también funciona el SIPAM (Servicio Interparroquial de Ayuda Mutua), asistiendo a las familias con necesidades básicas insatisfechas o que estén pernoctando en la vía pública, dando ropas dos veces a la semana. También funciona un comedor que ofrece un plato de comida y el postre a cien personas aproximadamente de lunes a sábados. Estos programas son atendidos por voluntarios, personas que hacen este trabajo en forma gratuita.
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