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Foto del escritorTony Salgado

La iglesia en crisis

La Nación, María Nöllmann, Junio de 2024

Editado por Tony Salgado

  

"El Seminario Metropolitano Inmaculada Concepción es un coloso de 1899 que ocupa toda una manzana del barrio de Villa Devoto, con claustros abovedados, patios con fuentes y canteros de rosas, y más de 200 dormitorios que en una época no tan lejana estuvieron colmadas de jóvenes.

De sus tiempos de mayor esplendor queda registro en las fotografías que cuelgan de uno de sus pasillos principales. Allí posan cientos de estudiantes vestidos de sotana. Son de una época dorada, donde las vocaciones sacerdotales se multiplicaban, y en sintonía, se creaban nuevas diócesis y nuevos seminarios.

Este auge de mitad de siglo pasado volvió a replicarse en los 80 y se mantuvo hasta principios de los 90. Fue entonces que comenzó el declive.

“Estudié acá entre el 78 y el 85, y llegamos a ser 220 seminaristas, más del triple de los que hay ahora, que son unos 60”, detalla el padre Julio Miranda, rector del Seminario Metropolitano, establecimiento que se encuentra en plena época de finales y por cuyos pasillos hoy circulan unos pocos jóvenes de camisa y pullover.

Desde hace unos años que en este centro de formación comenzaron a estudiar y vivir seminaristas de otras diócesis, como San Martín, Bariloche y Zárate-Campana, que, por falta de vocaciones han cerrado sus seminarios.

Pero incluso con este extra de seminaristas, el edificio de Villa Devoto sigue quedando grande. Actualmente hay 96 dormitorios libres, que se alquilan para retiros espirituales.

El modus operandi se ha replicado en todo el país: en los últimos años, varios seminarios han cerrado y enviado sus seminaristas a otros centros de formación.

Otros, han logrado reinventarse, alquilando parte de sus instalaciones a colegios u otras organizaciones católicas y así solventar los gastos de edificios que, en algunos casos, fueron hechos para albergar a centenares de jóvenes que aspiraban al sacerdocio.

“Hoy tenemos dos seminaristas de nuestra diócesis, la de Morón. Si no fuera porque empezamos a recibir a los seminaristas de Laferrere, Merlo-Moreno y San Miguel, ya ni deberíamos tener seminario, pero gracias a que damos este servicio todavía sobrevivimos”, cuenta el rector Mauricio Larrosa, mientras camina por el predio arbolado de una manzana donde funciona el centro de formación de la diócesis.

Hasta 2009 este establecimiento religioso tuvo su propio instituto de Teología y Filosofía, donde se formaban los futuros sacerdotes, pero debió cerrar por falta de alumnos. Desde entonces, sus estudiantes cursan todos los días en el Seminario Metropolitano.

Los investigadores consultados coinciden en que la falta de vocaciones religiosas tiene correlación directa con la pérdida de fieles católicos y la poca participación de las nuevas generaciones en las comunidades parroquiales.

Dicen que esta pérdida de contacto entre la Iglesia y los ciudadanos más jóvenes es parte de un sentimiento de época, de un proceso de secularización general que hace que, cada vez más, lo religioso compita con lo mundano y que la esfera espiritual tenga menos raigambre en la sociedad. Hablan también del “desprestigio generalizado” que enfrenta el catolicismo, ocasionado por diferentes factores, entre ellos, los discursos dominantes anti-iglesia y también los casos de abusos sexual perpetrados por miembros del clero.

Es en medio de este contexto que, pese al nombramiento de un Papa argentino en 2013, el número de vocaciones sacerdotales argentinas no dejó de decrecer. La tendencia no impacta de la misma manera en todo el país, ni en todos los grupos. De hecho, preocupa particularmente a la Iglesia argentina el crecimiento de congregaciones religiosas conservadoras “muy rígidas”, dicen. Éstas no tienen problemas de falta de vocaciones. Todo todo lo contrario.

La baja de vocaciones sacerdotales se replica en casi todos los países de base católica y se ve plasmada en el Anuario Estadístico Pontificio, que publica anualmente el Vaticano.

De acuerdo a este documento, cuyos primeros registros datan de 1970, la cantidad de seminaristas en la Argentina viene en caída constante desde 1985, cuando había un total de 2231 estudiantes en los seminarios argentinos.

Las cifras incluyen los seminaristas diocesanos, es decir, los pertenecientes a las distintas diócesis argentinas, y también los que estudiaban dentro de congregaciones religiosas con sede en el país.

La estadística muestra una leve caída hacia 1995, cuando todavía había en el país un total de 2105 aspirantes al sacerdocio, número que cayó de manera acentuada en los últimos 24 años, cuando la cantidad de seminaristas argentinos se redujo a menos de la mitad.

En el 2000 se contabilizaron 2003 seminaristas, mientras que en 2020, 1070, la mitad. En las estadísticas que publica cada año la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR) se puede hacer un seguimiento.

A inicios de 2023, esta organización censó 533 seminaristas diocesanos, mientras que en 2024, censó 481. A estos habría que sumarles los que estudian en congregaciones religiosas, que son minoría, de los cuales no hay datos publicados para este período. La disminución sostenida de nuevas vocaciones se ve de manera clara en la cantidad de ingresantes a los seminarios diocesanos.

En 1997, primer año del registro de la OSAR, ingresaron un total de 256 aspirantes; en 2004 hubo 215; en 2014, 164.

Tras la pandemia, los números pasaron a ser de dos cifras, y llegaron a su baja histórica este año, con tan solo 57 ingresantes en todo el país. El fenómeno coincide con un aumento constante de la cantidad de diáconos permanentes, laicos que no están obligados a ser célibes y, tras años de formación, ayudan al párroco y pueden realizar algunas funciones sacramentales, como bautismos. Los investigadores coinciden en que la caída de la cantidad de seminaristas argentinos es mayor a la que registran otros países de la región y, a la vez, similar a la que se registra en Europa desde 2008.

Por ejemplo, España cuenta este año con 956 seminaristas, el mínimo histórico. En el último año se ordenaron 79 seminaristas, mientras que el curso anterior habían sido 97.

Mientras, en Africa las vocaciones se mantienen en alza: aumentaron un 2,1% durante el período de dos años, según la agencia de noticias AICA.

La baja en las vocaciones ya ha tenido efecto en el envejecimiento poblacional del clero argentino y en el funcionamiento de las parroquias.

“Tenemos varios sacerdotes ancianos, y muchos de entre 50, 60 años. Y tenemos poco cura joven, de 30 o 40 años.

Antes había ordenaciones de a 7. Ahora, las últimas fueron de 1 o 2”, sostiene el padre Cristian Torres, rector del seminario de Paraná, un edificio construido para 200 seminaristas que actualmente alberga a 22, de los cuales 15 son de la diócesis homónima y 7, de la diócesis de Concordia.

Es considerado un número importante si se contempla la media nacional. Para mantener el edificio, alquilan un sector a una escuela secundaria privada, y mantienen, también dentro del edificio, su propia escuela parroquial. “Gracias a Dios, así nos mantenemos.

Con el uso y el alquiler, más los ingresos propios de la vida parroquial, se van cubriendo los gastos”, suma.

La decisión de unir seminarios pequeños y generar comunidades de formación más robustas responde, en parte, a un pedido que realizó el Papa Francisco durante un curso para rectores y formadores de seminarios latinoamericanos, en 2020.

“No puede haber un seminario para cuatro personas -enfatizó-. Es necesario dejar inercias y protagonismos y comenzar a soñar juntos, no añorando el pasado, no solos, sino unidos y abiertos a lo que el Señor hoy desea como formación para las próximas generaciones de presbíteros”, afirmó.

Para el padre Larrosa, quien, además de rector, es director de la Organización de Seminarios de la Argentina, la medida responde principalmente a una cuestión pedagógica.

“No es bueno que alguien que ingresa a primer año esté solo, es bueno que tenga pares de la misma edad, que estén viviendo la misma experiencia, que se forme un grupo”, sostiene.



El investigador Juan Martín López Fidanza, director de la maestría en Sociología de la UCA, destaca como principal causa de la falta de vocaciones la carencia de vida juvenil en las parroquias.

“En los 80, los grupos de jóvenes eran enormes. Fueron años vitales para la Iglesia luego del cimbronazo de los 70, donde hubo una crisis de vocaciones, no solo por el Concilio Vaticano Segundo, que al principio generó tensión dentro de la Iglesia, sino por el contexto socio político”, sostiene el sociólogo, que también es el coordinador académico del Instituto de investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA.

“Incluso en los 90 todavía había muchos jóvenes en las parroquias. Hoy por hoy, hay algunas que tienen grupos grandes, pero la mayoría ni tienen”, afirma.

Destaca las dificultades que está enfrentando la Iglesia para “llegar, comprometer, y conectar” con los más jóvenes.

“En la sociedad actual, la figura del sacerdote se vuelve menos común, ni que hablar de la crisis de imagen a causa de los abusos. A esto se suma la dimensión contracultural de la forma de vida de un cura. El celibato, en una sociedad como la actual, se va volviendo cada vez más contractual. Es una opción más de nicho disponible para los grupos de fuerte marca identitaria, los grupos de jóvenes de congregaciones más conservadoras”, afirma.

Larrosa habla de un desprestigio generalizado de la Iglesia Católica, que, a su criterio, tiene partes fundadas y otras, infundadas.

Destaca, por un lado los escándalos de los abusos, que generaron un “desprestigio internacional que hace que la tarea evangelizadora sea más problemática”.

“A mi criterio, también hay críticas infundadas. Hay una especie de clima sociológico, una moda: queda cool criticar a la Iglesia Católica. Eso tampoco favorece. Se posiciona al católico como un sinónimo de antiderechos, cuando no lo es. En este contexto, los chicos que ingresan al seminario tienen que ser muy valientes para poder enfrentar estos climas sociales”, afirma.

La población argentina se divide entre católicos (62,9%), personas sin religión (18,9%), evangélicos (15,3%) y personas de otras religiones (2,9%), según la Segunda Encuesta Nacional sobre Creencias y Actitudes Religiosas en la Argentina, del Conicet.

 De acuerdo con este estudio, el grupo de los sin religión es uno de los que más creció en los últimos años: si en 2008 ya representaba el 11,3% del total de la población, en 2019 pasó a ser el 18,9%, convirtiéndose en el segundo colectivo de creencias más grande de la Argentina, luego de los católicos.

Estos resultados van en sintonía con la última encuesta de religiosidad en América Latina del Pew Research Center (2014).

De acuerdo a sus resultados, mientras que un 84% de los latinoamericanos había sido criado en el catolicismo, el número de los que todavía se identificaban como católicos al momento del estudio representaba el 69%.

El docente e investigador de la Universidad Austral Arturo Fitz Herbert, que es parte de un proyecto de investigación sobre religiosidad de la Universidad de Birmingham, Reino Unido, sostiene que la falta de vocaciones sacerdotales es, además, parte de un proceso social de desinstitucionalización que trasciende a la Iglesia, pero que la perjudica de manera particular.

“La vocación religiosa implica elegir un rumbo de vida muy claro, tomar una decisión de por vida. Implica también autorrestricciones: el celibato, la entrega a una institución, a formarte en esa institución y no abrirte a una carrera laboral. En una sociedad de tendencia individualista, que por ideología va en contra de las instituciones y de los compromisos de largo plazo, la vocación religiosa naturalmente va a ser menor”, sostiene.

Los sacerdotes consultados mencionan que la baja en las vocaciones tiene también un lado positivo. “Hoy, el ingreso claramente es mucho más estricto que en otras épocas, y eso está muy bien. Los chicos que ingresan, entran más grandes. Hay un camino previo de psicodiagnóstico, de maduración. Antes el discernimiento se daba durante el seminario. Hoy se fortalece la preparación para el ingreso y no se deja entrar a todos”, afirma un sacerdote de la diócesis de San Isidro que prefirió resguardar su identidad.

Al igual que otros miembros del clero entrevistados, este sacerdote sostiene que, más que la falta de vocaciones en los seminarios diocesanos, lo que realmente le preocupa es que el fenómeno tenga una contracara en los seminarios de las congregaciones religiosas más conservadoras del país; estos grupos, que son minoría dentro de la iglesia, actualmente no tienen problemas de vocaciones. Algunos, incluso, crecen.

“Mientras que en la mayoría de los seminarios, desde hace décadas o años, dependiendo el caso, se le hacen exámenes psicológicos a los postulantes antes de dejarlos entrar, hay seminarios de congregaciones muy conservadoras que no lo hacen. Me preocupa que en estos lugares, con estructuras muy rígidas, haya más pibes, porque estas congregaciones muchas veces pueden funcionar como refugio de personas que por alguna razón quieren escapar de la sociedad, o están pasando un momento de vulnerabilidad”, sostiene.

El mismo Papa, durante el curso para formadores y rectores de 2020, mencionó el tema. “Han surgido congregaciones religiosas que son un desastre, que hubo que ir cerrándolas de a poco, congregaciones de rígidos ‘que no, que no, que no…’. Y que, en el fondo, detrás de esa rigidez, se esconde verdadera podredumbre”, mencionó.

Uno de los recientes cierres de seminarios, el de San Rafael, Mendoza, que tuvo lugar a fines de ese año, fue ordenado por el Sumo Pontífice y la razón no tuvo que ver con una baja de vocaciones. De hecho, este centro de formación tenía 39 seminaristas.

El Vaticano no expuso oficialmente los motivos, aunque, según fuentes consultadas, tuvo que ver con la fuerte injerencia de la congregación Verbo Encarnado en la comunidad. Tras la medida, los seminaristas de la diócesis fueron reubicados en otros seminarios del país, aunque, según comunicaron las autoridades diocesanas en su momento, “un número importante" decidió dejar la formación sacerdotal.

Larrosa destaca, en este sentido, que, desde su perspectiva, la falta de vocaciones no siempre es “un mal absoluto”.

“En las cosas del Reino de Dios no es bueno guiarse solo por la cantidad. Los seminarios más integristas a menudo están llenos, a fuerza de ofrecer una visión en la que casi el único modo de ser generoso con Dios y con la causa del evangelio es siendo sacerdote o consagrándose”, critica Larrosa, quien, a su vez, sostiene que es enriquecedor que haya tanto “curas de sotana como curas de chancleta”.

“La diversidad nos complementa. El problema es cuando por razones ideológicas, el de sotana o el de chancleta dice que el otro no puede existir y lo acusa de ‘Iglesia flan’ o de no ser fiel a Jesucristo”.

Considera que las claves para tener más vocaciones radican en la capacidad de congregar a las nuevas generaciones en la vida pastoral de las diócesis.

“Si cada diócesis desborda de vida, tendremos vocaciones. ¿Cuántas? Esa es otra cuestión: las que Dios disponga, que no necesariamente deberían ser las que nosotros pretendemos”, plantea".

 

 

Recuerdo como si fuera hoy que el 13 de marzo de 2013, mientras estaba en Barcelona, miraba por televisión el cónclave reunido en el Vaticano para designar al sucesor del Papa Bendicto XVI y se descontaba que el elegido sería el Arzobispo de Milán.

Luego del tradicional humo blanco, un sacerdote francés anunció al mundo el nombre de quién debería conducir los destinos de la Iglesia Universal a partir de entones: Jorge Mario Bergoglio, a quien se lo conocería como el Papa Francisco.

Mi emoción fue indescriptible, como la de muchos otros compatriotas… ¡Un Papa argentino…!  Nadie lo esperaba.

Me ilusioné con el resurgimiento de una auténtica fe en nuestro querido país como consecuencia de este histórico acontecimiento, pero luego pude comprobar que ello ocurrió solo durante un poco tiempo, para luego caer en el triste declive religioso que todos presenciamos a diario.

Soy católico practicante y esto me duele profundamente.

En un siglo donde se reconoce y reivindica la diversidad de varios colectivos eternamente postergados, por otro lado, irónicamente, languidece la fe en el Señor.

Soy consciente de los tremendos desatinos que ha cometido la Iglesia durante el siglo pasado y lo que va de este, pero siento que eso no justifica que la abandonemos y nos transformemos en incrédulos.

Por otro lado, la crisis vocacional es una realidad ineludible y también consecuencia de lo anterior, no solo en nuestro país, sino en otras regiones del mundo.

La observo apenado y me consuela asociarla a los períodos cíclicos que se han dado a lo largo de esta historia que ya lleva veinte siglos; no uno ni dos.

Quiera Dios que así sea, aunque seguramente no llegaré a verlo, por lo menos desde acá.

 

Tony Salgado

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