La Nación. Dic, 2021
"Cada gasto del Estado es un ingreso privado. Cada regulación de privilegio crea un mercado cautivo. Y cada mercado reservado para algunos es costo para los demás.
Después de 80 de años de experimentar con múltiples recetas dirigistas, se han consolidado sectores que viven del gasto estatal o que prosperan en nichos sin competencia. Como capas geológicas, una receta sucede a la otra y cada una crea un nuevo estrato sobre el anterior. Al final, el statu quo permanece inamovible, controlando la política y la economía, asegurando que nadie pueda reformarlo, aun cuando implique un lento suicidio colectivo.
Esta metáfora, tan ilustrativa, debería prologar cualquier ensayo que pretenda explicar el drama argentino. Si un barco zozobra y su casco se asienta en el fondo del mar, podría ser reflotado con presión de aire, grúa, linga y malacate. Pero luego de ocho décadas, nuevas formas de vida se desarrollan en su interior, que reclaman por la subsistencia de su hábitat: peces, pulpos, mejillones, esponjas, cangrejos, erizos y pólipos del coral, además de miles de especies vegetales. Como en los arrecifes, ese ecosistema se adapta e interactúa, mediante prácticas de mutualismo, que aseguran su supervivencia.
Si alguien intentase reflotarlo, enfrentaría las quejas, reclamos y piquetes de quienes alegarían la alteración de su entorno, la destrucción de sus viviendas y la extinción de sus medios de vida. En esas condiciones, cualquier cambio parece imposible.
Los políticos defienden o atacan el gasto público pretendiendo ignorar la enseñanza de la metáfora. Quienes lo defienden, acuñan nombres de organismos y reparticiones, cada vez más absurdos, que describen fines loables, pero solo crean nuevas formas de ingresos privados, como la frustrada ley de envases. Más peces, pulpos y mejillones. Quienes lo condenan, prometen bajarlo en abstracto, soslayando, por estrategia o por ignorancia, que cada centavo de gasto tiene un dueño que no permitirá se lo quiten. Los pulpos y lo erizos saben defenderse. Como lo sabe el FMI: es la restricción que condiciona cualquier programa serio de gobierno.
Casi no existe quehacer que no tenga un interés directo o indirecto en la subsistencia del gasto o de las regulaciones de privilegio. Empezando por la estructura del Estado, incluyendo Nación, provincias y municipios. Con sus cargos políticos, asesores, empleados de planta o contratados. Funciones esenciales, superfluas o redundantes, descriptas en minuciosos organigramas. Sumado a las intocables empresas estatales, organismos descentralizados, autárquicos, entes mixtos y fideicomisos, que defienden su distancia de la ley de administración financiera. Y en los últimos años, los enormes flujos de fondos sin control, volcados a subsidios económicos y planes sociales, con sus opulentos operadores, sus astutos intermediarios y sus raquíticos beneficiarios.
Casi no hay actividad que no tenga o aspire a lograr alguna regulación que establezca barreras de entrada a competidores o imponga condiciones de contratación de orden público. Desde los sindicatos, con sus aportes compulsivos y obras sociales, a las industrias “sensibles” o fueguinas; desde profesiones liberales a servicios de transporte, comerciales o financieros. Licencias no automáticas, aranceles, permisos, habilitaciones discrecionales, colegiaciones obligatorias, registros burocráticos, homologaciones técnicas, prohibiciones arbitrarias (como cadenas de farmacias), costos coercitivos, obstáculos intencionales, subcontratos forzados y un sinfín de dispositivos para crear plusvalías particulares a costa del erario público, a expensas de los bolsillos de los consumidores.
Quienes se sientan ajenos al gasto estatal o a sus regulaciones de privilegio se sorprenderán cuando adviertan, en su entramado de clientes y proveedores, cuántos de ellos dependen de esas fuentes de ingresos, para subsistir en sus negocios. El ecosistema marino se ha expandido desde la proa hasta la popa.
No hay maldad en esto. Luego de 80 años, son millones los argentinos con trabajos honrados que, por temor al cambio, se oponen al salvataje del barco. Quienes mayor rédito sacan del statu quo son los sindicalistas corruptos, los empresarios prebendarios, los industriales del juicio, los contratistas del retorno, los expertos en exacciones y los traficantes de influencias, que utilizan a tantos hombres de bien para blindar sus negocios, argumentando defensa del empleo.
Movilizando multitudes con dinero ajeno, llenan plazas y cortan avenidas para marcar la cancha a la política. Con habilidad para obtener audiencias, organizar desayunos y entregar maletines, se aseguran que sus intereses facciosos prevalezcan sobre el interés general. Hasta pretenden interesadamente identificarlos con la soberanía y el ser nacional.
Sin reflotar a la Argentina desde el fondo del mar, no se podrá reducir el déficit, ni la inflación, ni la pobreza. Sin abrir los mercados a la competencia, suprimir privilegios y comerciar con el mundo, no habrá mejoras de productividad, para crecer de verdad y mejorar el salario real. Solo reduciendo el gasto público se podrá eliminar el déficit, la emisión monetaria y detener la espiral inflacionaria, causa principal de la pobreza. Solo aumentando el PBI per cápita, se podrá financiar la educación, la salud, la seguridad y las prestaciones indispensables para la igualdad de oportunidades.
Los dirigentes prometen lograr esos objetivos, soslayando la dura realidad, para no enfrentarla. El barco se encuentra hundido, con ese ecosistema viviendo en su interior. Por ignorancia o por estrategia, todos prefieren sacar conejos de la galera, como si la Argentina pudiese salvarse sin cambios estructurales. Cada cual intenta salir por la tangente con fórmulas utópicas o fracasadas. Unos insisten en volver a 1974, con la liberación nacional. Los más clásicos, con planes de obras públicas. Las izquierdas, con la justa distribución de un ingreso inexistente. Los más novedosos, con los algoritmos o las criptomonedas. Todos prometen que el barco avanzará sin salir del fondo, satisfaciendo a todos, sin perturbar a nadie. El ecosistema marino les ha nublado la visión y los condiciona.
El desafío es convencer a una mayoría crítica de la población acerca del futuro promisorio de Argentina si cada sector dejase de aferrarse a conquistas ya vacías de contenido, un insostenible lastre. No sirven los parches, ni actuar caso por caso. Nadie aceptará individualmente sumarse al cambio sin certeza de que se trata de una mega transformación simultánea y colectiva.
La Argentina necesita un salto cualitativo para modificar sus condiciones de vida actuales y las de las siguientes generaciones. Requiere liderazgos políticos e impostergables consensos para reflotar el barco y reconvertir su ecosistema. Es la única forma de salir de las profundidades del mar, para comenzar a navegar a toda máquina y dejar atrás la pesadilla de exclusión y de pobreza que nos deja sin aire, pegados al fondo."
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