La operadora
Muchos empresarios u oportunistas realizan operaciones en la Bolsa, comprando bonos en pesos en Argentina y vendiéndolos afuera, obteniendo así dólares legales. Lo más caro es traer dinero al país. Por este servicio las oficinas financieras cobran entre cuatro y seis por ciento de comisión, alentadas por la diferencia en la brecha entre el dólar oficial con el dólar libre.
Uno de los espectáculos más bizarros comienza a observarse en los aeropuertos, donde los turistas extranjeros se convierten en una pieza codiciada de aquellos que buscan comprarles sus dólares.
—Hola doctor Basualdo ¿cómo está usted? —Jimmy, el jefe de la oficina financiera, responde el llamado que le ha transferido Montse—. ¿En qué lo puedo ayudar?
—Buen día, Jimmy, gracias por atenderme. Mire, estoy vendiendo un departamento a nombre de mi madre. Ya tengo comprador y vamos a escriturar. Como ella ya tiene sus años y movilidad reducida, necesitamos hacerlo en un lugar conocido y reservado y había pensado en la sala que tiene en su oficina, si no le parece mal.
—Por favor, doctor Basualdo. Usted es uno de nuestros principales clientes. Cuente con ello. Mire, lo voy a transferir con Montse, nuestra operadora, que es quien lleva las reservas de la sala para que arregle con ella. Por supuesto, yo voy a estar presente en la escritura para que usted se quede más tranquilo.
—Gracias Jimmy por la gauchada. Arreglo con Montse y lo veré entonces el día de la firma. Un abrazo.
—Buenos días, doctor, le habla Montse —la eficaz operadora recoge de inmediato la llamada—. Ya me informó el señor Jimmy sobre lo que usted necesita. ¿En qué fecha está pensando, aproximadamente?
—Gracias Montse por contestar tan rápido. Mire, como el comprador necesita de un par de semanas para disponer del dinero, diría que, para cubrirnos en salud, sería dentro de treinta días.
—Sí, no hay problema, doctor. En esa fecha solo estará ocupada el miércoles por la tarde. El resto de los días todavía están disponibles. ¿Cuántas personas serían, aproximadamente, y necesitaría algún tipo de ayuda de nuestro lado?
—Siendo así, ese jueves a las 15 horas estaría bien entonces. Respecto a la gente seremos mi madre, mi esposa y yo por la parte vendedora; un matrimonio por la compradora; el escribano; el señor Jimmy; y me encantaría si usted nos puede acompañar. Somos ocho personas, digamos que nueve, por las dudas. Tal vez necesitemos a la persona de seguridad que tienen para acompañar al matrimonio comprador cuando retira el efectivo del banco de enfrente y lo lleva a la oficina. Aparte de eso y de la contadora de billetes, creo que nada más, Montse. ¡Ah, y me olvidaba…! El dinero que cobre no lo voy a retirar del edificio, sino que se los voy a dejar para que me lo depositen en mi cuenta afuera habitual.
—¡Hecho! Cuente con todo eso, doctor Basualdo.
—Siempre ha sido un placer trabajar con ustedes, Montse. Simplifican todos contratiempos que puedan surgir.
—Gracias, doctor, y nos veremos el día de la firma, entonces.
Para garantizar estas operaciones están los llamados “portavalores”, que son aquellos empleados de financieras que, vestidos con un jean y campera, mueven el efectivo de una oficina a otra. En algunas financieras, se advierten carteles de avisos de dónde evitar estacionar con el auto, porque como todos andan cargados con bolsos y mochilas llenos de efectivo, se han producidos reiterados robos.
El día y a la hora acordada se hacen presentes en la oficina todos los involucrados en la operación, a los que, amablemente, Montse hacer ingresar a la sala.
Por la parte compradora se trata de un matrimonio en el que se percibe una notoria diferencia de edad entre ambos cónyuges. Mientras que el marido debe ya sobrepasar cómodamente los cincuenta años, su mujer, una joven de una belleza inusitada, no debe alcanzar los veinticinco. Por la vendedora, aparte del ya conocido doctor Basualdo, ha concurrido su madre, una anciana ya seguramente nonagenaria a la que llevan en silla de ruedas, y con notorios problemas de audición y dicción.
—Buenas tardes a todos —Jimmy recibe a todos los participantes—. Sean bienvenidos a esta oficina, de la cual soy el responsable. El doctor Basualdo es un conocido y fiel cliente nuestro, por lo que procuraremos facilitar la operación en todo lo que podamos.
—Muchas gracias señor —responde el escribano con la debida formalidad del caso—. Para comenzar, por favor necesitaría los documentos de las dos partes.
Una vez verificados los mismos, el escribano continúa
—Perfecto, daré entonces comienzo a la lectura de la escritura traslativa de dominio y les ruego que me indiquen cualquier disconformidad o duda que pudiera surgirles, ¿de acuerdo?
Con la conformidad de ambas partes, procede a dicha lectura, enfatizando en que la escritura se hace por ciento ochenta mil dólares, con lo que también todos están de acuerdo.
—Muy bien, siendo así, le solicitaré a la parte compradora que entregue el dinero a quién habrá de verificarlo por los vendedores.
—Yo soy esa persona, escribano —responde, solícita, Montse, levantándose —, y aquí está la contadora de billetes, así que si me van pasando los fajos…
Mientras los fajos van desfilando y la máquina contadora devorándolos, la madre del doctor Basualdo le indica a este que acerque su oído para escuchar algo que necesita decirle; lo que hace este inmediatamente.
—Bien, aquí están los ciento ochenta mil dólares que las partes han acordado en escriturar y aquí los treinta y cinco mil adicionales que ambas acordaron que fuese el precio real.
—Muy bien, siendo así, procederemos entonces a la firma de la escritura de ambas partes. Por favor utilicen esta lapicera y firmen en los lugares que les he indicado con una cruz en lápiz…
Y el acto formal que hasta ese momento se desarrollaba con toda armonía y cordialidad, comienza a irse al demonio…
—¡Eh, esteee…! —comienza a balbucear el pobre doctor Basualdo.
—¿Ocurre algo, doctor? —inquiere el escribano, comenzando a fruncir el ceño.
—Sí, ¿por favor podríamos pasar un minuto al despacho del señor Jimmy, usted, señor escribano, el señor Jimmy, Montse y yo?
Habiendo ingresado a dicho despacho, el doctor Basualdo, visiblemente nervioso, se dirige a las otras tres personas.
—¡Espero que me perdonen ustedes, señores! Es algo totalmente impredecible.
—¿Qué le pasa, doctor? —inquiere Jimmy, con intención de colaborar
—Es mi madre… ¡no quiere firmar!
—¿Y eso? ¿Por qué? ¿A su edad…? —le pregunta Montse, en tono amistoso.
—Justamente por eso, Montse. Por su edad. Es muy prejuiciosa y el hombre comprador no le ha caído bien….
—¿Pero, por qué? Si lo único que tiene que hacer es firmar, cobrar el dinero y.. si te he visto, no me acuerdo —agrega, ya algo molesto, el escribano.
—No trate de encontrarle la lógica, doctor —responde un alicaído Basualdo—. Dice que tanta diferencia de edad con su esposa, no sé.. la debe haber seducido o será un matrimonio por conveniencia… y no quiere venderle el departamento.
—¿Y no hay nada práctico que podamos hacer para convencerla? —pregunta Jimmy—. No sé, tal vez algo que pueda hacer el comprador para demostrarle que es una buena persona…
—¿Hay algo en especial que le guste o sienta debilidad por ello? —pregunta Montse.
—¡Esperen, tal vez….! Montse, ¿le puedo pedir un favor? —dice el doctor Basualdo.
—Por supuesto, doctor, ¿de qué se trata?
Tras comentarle algo en secreto. El doctor le pide a los otros que regresen junto a él a la sala, a excepción de Montse, quien abandona la oficina.
Mientras se vuelven a reunir en un ambiente de una tensión casi palpable, el escribano retoma la palabra.
—Vamos a hacer un descanso de diez minutos, por favor, a pedido de la parte vendedora.
Al cabo de cinco minutos regresa Montse, quien disimuladamente le alcanza un pequeño objeto al hombre de la parte compradora, tras lo cual este hace lo mismo con la madre del pobre doctor Basualdo, logrando de esta una amplia sonrisa. La madre, mediante un pequeño cabeceo vertical le indica a su hijo que pueden seguir con la operación.
—Muy bien, señores, retomamos con la firma de la escritura.
Y la misma concluye con total normalidad, logrando la plena satisfacción de todas las partes, quienes se retiran de la oficina poco después…
—¿Qué pasó, Montse? ¿Qué hiciste para lograr destrabar este desaguisado?
—Nada. Jimmy, solo compré un conito de dulce de leche recubierto con chocolate negro en el kiosquito de al lado. ¡Me dijo Basualdo que eran la perdición de su madre!
A esta altura del partido, a Jimmy no le deben quedar dudas de que reemplazar a su rubia y pulposa operadora le va a resultar harto difícil de lograr, tanto por su eficiencia como por su… algo más.
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