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Foto del escritorTony Salgado

El retrato y otros relatos (IV de V)


Comercios

Es jueves. El día está nublado, pero no hay pronóstico de lluvia durante los próximos días. La primavera se ha hecho presente y los árboles despliegan la infinita variedad de colores de sus flores y brillantes hojas, que dan al parque el aspecto de una magnífica acuarela.

Nuestros tres amigos se han dado cita, como de costumbre, a las diez de la mañana, frente a la entrada al parque de la calle Pinto

Durante el transcurso de la primera vuelta su atención se concentra por primera vez en la gran cantidad de negocios que están situados frente al parque y que, en gran parte, tienen en quienes concurren a él, un elevado porcentaje de su clientela.

Así es como, antes de comenzar la segunda vuelta, deciden detenerse unos instantes en cada uno de ellos y tratar de imaginar las trastiendas de sus dueños o de quienes los alquilan.

 

Partiendo desde la entrada de la calle Pinto y recorriendo el parque en el sentido anti-horario, el primero en que reparan es en Barocca, café y bar.

—Parece bastante nuevo y está estratégicamente ubicado, ya que muchos de los visitantes que ingresan o se retiran del parque pasan por delante de él —Juanpi observa con detenimiento—. Ha sido una excelente inversión, sin dudas.        

—Todo el edificio de la esquina de Pinto y García del Río es nuevo —contesta Marcelo—. No debe tener más de cinco o seis años, y creo que el negocio es propiedad de quien lo construyó.

—No es nada tonto el hombre. Con las mesitas en la vereda, me imagino que los cafés, bebidas, sándwiches, helados y otras yerbas deben salir como churros, ¿no?

—Sí, sí. Exacto. No te equivocás, pero también tienen alguna comidas, aunque no gran variedad; pero suficiente para quienes vienen a pasar un día al parque. En el mismo lugar encuentran todo lo que necesitan. 

 

La siguiente oferta en la que fijan su atención es el Club San Jorge, del que ya hablaron antes, para considerar su experiencia en la forma de encarar su nuevo emprendimiento. 

—La verdad es que su vista, para los que pasan delante de él, no es muy atractiva como para captar su atención —opina Camilo—. No quiero decir que sea mala, pero podían haberse esmerando un poquito más quienes invirtieron en él.          

—Como vimos antes, este club tiene una larga historia  —aclara nuevamente Marcelo—. El predio es del parque y, por lo tanto, de la Ciudad; y la concesión que le han hecho a quienes lo explotan está a punto de vencer, aunque ellos están convencidos en poder renovarla. Tal vez por ello no han decidido invertir más hasta no tenerla segura. Tienen muchos deportes, como tenis, futbol, un salón e, inclusive, vienen los alumnos de algunos colegios de la zona.   

—¿Ves? Justamente por eso te lo digo. Vos lo sabés porque sos un antiguo vecino del barrio, pero para quienes somos nuevos o simplemente vienen a visitar al parque, no nos imaginamos esa actividad, viendo lo que muestra la entrada.  

—Sí. Es una lástima. Y otra contra es que los vecinos están cansados del bolonqui que se arma con los partidos de fútbol o cuando vienen a tocar varias bandas. Pero bueno, en definitiva es un activo más que tiene nuestro querido parque.

 

Luego de avanzar unos metros, nuestros amigos se topan con el Restaurante Cornelio Saavedra, ubicado sobre la calle Besares, en su esquina con Roque Pérez. 

—Este local también es muy nuevo —dice Marcelo—. Diría que de la misma época de Barocca, pero aquí su fuerte son las comidas, no el café o los helados..        

—Sí, la verdad es que se lo ve muy bonito  — opina Juanpi—, pero es una lástima que no tenga una vista más abierta y pueda captar la atención de los visitantes al parque. Lo veo medio oculto entre los árboles de esa plazoleta que divide la calle. 

—Es cierto, Juanpi. Creo que su clientela se basa en el boca a boca de quienes vienen por primera vez, y en la necesidad de comidas fuertes y no al paso de quienes se acercan hasta acá, como ser oficinistas, comerciantes y otros clientes que no lo hacen por el atractivo del parque.

—Supongo que debe ser así, porque quien se dispuso a hacer esta inversión debe haber analizado bien antes qué tipo de perfil de clientes esperaba y parece que tan mal no lo debe haber hecho, porque al local se lo ve muy bien. Parece que esta zona da para varios tipos de emprendimientos.

 

Y, hablando de este último tema, el siguiente negocio con el que se encuentran es el Vivero Terra, ubicado en la calle Vilela al 3600.

—¡Vaya, este sí que es un cambio de rubro!  —exclama Juanpi—. No está asociado directamente al parque, pero sí al perfil de gente que le gusta tener un poco de naturaleza, aunque sea en mínimas cuotas, en sus hogares.          

—Y, por lo que pude escuchar, es muy completo y quienes lo atienden son muy competentes y amables —agrega Camilo—. Siempre que pasamos, vemos gente adentro, ya sea comprando, consultando y recorriendo el planterío.  

—Mirá, el negocio debe ir muy bien porque se ve que la gente, aparte de ser mucha, debe estar dispuesta a pagar el plus que le da al vivero su ubicación, que es muy cotizada.

—Tengo una vecina que es habitué del negocio y me dice que los que lo atienden, que son un señor, su hijo y un ayudantes, son bárbaros y van a su caso cuando los necesita para aconsejarla qué planta poner y dónde. Se ve que tienen bien merecido lo que facturan. 

 

Dejando el vivero, la atención se concentra a continuación en un negocio franquiciado por una reconocida heladería, Freddo.

—Esta sí que es nueva; acaba de instalarse — les informa Marcelo a sus amigos—. Creo que al parque le hacía falta una heladería así. Habían algunos visitantes que se contentaban con las que ya existían y estaban a su alcance; pero hay otros que, a pesar de ser productos más caros, prefieren los de las cadenas famosas.             

—Obvio que es así —agrega Juanpi—. Y yo soy uno de ellos. Pueden haber muchas heladerías, pero a mí no me sacan de Volta, Munchis, Chungo, Freddo y alguna más. No hay con qué darles, a pesar que hay otras artesanales también los hacen muy bien. 

—Se ve que este local es bastante sencillo para una cadena tan grande, pero creo que está bien adecuado al poder adquisitivo de la gente que concurre al parque. Espero que les vaya bien.

—Yo creo que será así. Lo importante es el nombre y la calidad de los productos, que los hacen atractivos y, por lo que vemos al pasar tres veces por delante de él, nunca está vacío. Además hacen promociones, como regalarte medio kilo si compras uno los días lunes, y otras basadas en puntos que acumulás. No dudes que será un éxito. 

 

Compartiendo una medianera con Freddo está ubicado el siguiente negocio La Épica, Pizza & Love, con frente en Melián al 4000.  

—A esta también parece que le va bien —comenta Camilo— El otro día, cuando pasé por la tarde, la vereda y la terraza estaban llenas de muchachos y chicas.          

—Se inauguró junto con Freddo — agrega Marcelo —. Los que lo pusieron son dos muchachos jóvenes, por lo que me enteré, y es la segunda. La primera no sé dónde está, pero está claro que les fue muy bien para que se animen a duplicar la inversión.   

—La clientela de estos pibes sólo ellos la tienen clara. Nada de comidas y cosas formales. Sólo cerveza de calidad de muchas marcas y dos o tres tipos de pizza y ¡a cobrar! Se sientan y se pasan horas charlando, comiendo y chupando y se largan. En la terraza tienen hasta reposeras con sobrillas. Algo no convencional.  

—Sí, pero los que invierten deben saber muy bien los tipos de cerveza que tienen salida. Adentro tienen una punta de toneles, que no deben ser nada baratos y hay que saber elegirlos. Si le erraste, fuiste. Tan sencillo como eso. El resto, sale con fritas.

 

En la misma cuadra, sobre Melián y antes de llegar a Paroissien, se encuentra el local de comidas rápidas para delivery Mi parque.

—Bueno, este no invirtió mucho que digamos—observa Juanpi—. Se arregló con el frente de su casa, lo modificó, cocina y entrega para llevar. No está nada mal para ser un negocio familiar.        

—Seguro que no — agrega Camilo—. Y si cocina bien y con el parque enfrente para llevar buenas viandas, lo debe tener fácil, supongo. Todo es cuestión de hacerse conocer y ganar buena fama.

—En general este tipo de negocios son muy inestables. No se puede prever mucho qué cocinar todos los días y, por lo tanto, que mercadería guardar y freezar. Te puede tocar una racha buena, pero sos muy vulnerable al clima, a que la gente quiera sentarse a que lo sirvan, que prefieran menúes para los que no tenés mercadería, y otros factores más.

—Bueno, pero por lo poco que invertís, tampoco podés pedir demasiado. Gracias con que mantengas un mínimo de ventas semanales que te permita crecer un escalón más. Yo, la verdad, es que ni me había dado cuenta que existía cuando damos nuestras vueltas. Ahora podremos ver si progresa o no.

 

El siguiente espacio, inexistente en esos momentos, pero que comenzará a tomar vida al día siguiente a la tarde con la clausura de la calle y el armado e instalación de los puestos de venta, es el correspondiente a la Feria de Artesanos. La misma se ubicará durante el sábado y domingo en la curva que forman las calles Roque Pérez y García del Río, desde Parossien hasta casi Superí, con una longitud algo superior a los cien metros.

—Bueno, creo que ya hablamos de esta feria en otro momento, pero caminar ahora recorriendo lo que ocupará de punta a punta nos da una idea de lo grande que es —dice Marcelo—. Piensen que hay tres líneas de puestos, una a cada uno de los costados de la calle y otra en el medio.

—Sí, pero lo acojonante es que ahora no se ve nada —opina Juanpi—, y mañana en una hora te arman todo el tinglado para que lo llenen con sus productos el sábado a primera hora, lo lleven a sus casas por la tarde, y el domingo repitan la misma operación, para que desarmen los puestos el domingo a última hora y aquí no ha pasado nada…

—Sí, amigos, la logística y su coordinación son increíbles. Y además incluye la instalación de baños químicos, la habilitación de la Estación Saludable, el Reciclado Verde, la Policía Metropolitana y algún otro servicio más que no recuerdo ahora.        

—Ahora, yo me pregunto.. si los argentinos somos capaces de poner en marcha algo como esto, son toda la rapidez y coordinación que requieren  ¿Por qué no somos capaces de trabajar del mismo modo para levantar esta república bananera? Disculpen, no me contesten. Ya sé la respuesta, pero da mucha, pero mucha bronca.

 

En diagonal a la Feria de los Artesanos, en la esquina de Roque Pérez y García del Río, se sitúa la tienda de comestibles, periódicos y medicamentos Drugstore.

—Esta vende bastante por lo vemos cuando pasamos — señala Camilo—, aunque parece un poco descuidada. No sé cómo le darán los números. ¿Hace mucho tiempo que está acá?

—Un par de años, aproximadamente —contesta Marcelo—. Nació cuando el negocio anterior del que ahora que está enfrente no renovó su alquiler, pero algunas de sus personas pasaron a gestionar lo que había acá, que se ve que no andaba bien. 

—Y creo que lo repuntaron, por lo menos un poco, pero no sé si lo que venden tiene bastante margen. Tiene grandes competidores cerca y no le debe resultar nada fácil que lo prefieran.        

—Además, el olor a chori y a Paty de la parrilla que tiene al lado, sobre García del Río, no sé si los favorece o espanta a los clientes. Por bueno, lo importante es que ahí está, a pesar de todo y eso es muy meritorio.    

 

Enfrentado a Drugstore se ubica el restaurante, café y delivery Whoopies, parte de una cadena con locales en toda la ciudad.

—Bueno, acá sí que no escatimaron dinero para instalarse — dice Juanpi—. Lo pusieron a toda orquesta. ¿Hace mucho qué están?        

—No, solo hace un año —responde Marcelo—. Lo hacen porque tienen los otros negocios de la cadena que amortiguan las épocas buenas y las malarias de cada uno. Te digo que en esta misma esquina, para que te des una idea, ya es el tercer emprendimiento nuevo que larga en los últimos cinco años. Por algo debe ser. Es una esquina muy peligrosa.

—Pero supongo que esta gente no debe ser ninguna improvisada, creo yo. Si se decidieron a hacerlo es porque le ven un buen futuro. Ojalá que lo tengan. Imaginate que nadie quiere que a nadie que invierte en el barrio le vaya mal. 

—Por supuesto. Eso, descontado, pero yo me limito a contar los hechos. Creo que los anteriores no tenían un buen servicio y en los últimos años el local se había desmejorado bastante. Supongo que ahora los nuevos habrán aprendido la lección. 

 

Sobre García del Río, a media cuadra de Whoppies, avistan al Kiosco del parque.

—Este es parecido al pequeño puesto de delivery de comidas que vimos antes  —comenta Camilo—. Usan parte del frente de la casa para vender.        

—Sí, con la diferencia que es solo un kiosco que no las prepara —acota Juanpi—, pero sin embrago se las rebusca bastante bien.

—Sobre todo con las gaseosas, golosinas y cigarrillos, que siempre tienen buena salida en chicos y grandes.

—Y está estratégicamente bien ubicado, frente a una parte del parque a la que viene mucha gente a tomar sol o a descansar bajo los árboles.

 

A continuación se enfrentan con en espacio en el que se instala el Mercado Municipal todos los jueves, a ambos lados y a lo largo de García del Río, entre las calles Conde y Freire.

—Se lo ve tranquilo hasta ahora  —comenta Camilo—, aunque hay algunas señales que presagian que puede haber tormenta.        

—¿Qué señales percibís? —le pregunta Marcelo—. Yo lo veo normalito. ¡No será cosa de tu imaginación? 

—No lo creo. Fíjense bien. Volvió el punto de la verdulería que atiende con su mujer; y este puesto está entre la granja de la chica, con la que vimos caminar de la mano el fin de semana; y esa dietética que atiende un urso con una adolescente, presumiblemente su hija. Entre los tres no hacen más que mirarse con recelo. Tengo intuición para estos temas. Créanme.

—Me parece que estás fantaseando, Camilo, pero todavía nos queda una vuelta más para dar, así que dentro de veinte minutos pasamos de nuevo. Por ahora, me quedo con tu duda.

 

Donde finaliza el Mercado Municipal, sobre García del Río, está ubicada la heladería Occo, de reciente inauguración. 

—Es un negocio chico pero tengo excelentes referencias de él, ya que tiene otros locales en la Capital —comenta Marcelo—. La va a tener complicado porque tiene otros tres competidores frente al parque.          

—Sí, a mí me dijeron que sus productos son de muy buena calidad y tiene gustos exclusivos —agrega Camilo—. Y además, esas sillitas en la vereda bajo la sombra no están nada mal.

—Ojalá tengan suerte, porque a pesar de ser chica, se ve que invirtieron bastante para abrirla y ponerla bien.

—Creo que cuantas más opciones haya, mucho mejor. A mí me gusta variar y no quedarme con una única marca.

 

Medianera de por medio, yendo hacia Pinto, se ubica en restó bar Atilano, que ofrece un plato del día y otros no demasiado elaborados, café, cerveza y helados. 

—Yo conozco el otro local que tienen en Iberá y Freire, no muy lejos de acá  — dice Juanpi—, y la verdad es que siempre está lleno. Los platos son abundantes y no muy caros, comparados con otros restaurantes.        

—Y acá tienen una enorme ventaja —agrega Marcelo—, con el espacio semicubierto que tienen junto a la vereda, más las mesas que disponen en esta.

—Estoy seguro que les va muy bien. Tienen clientes para las cuatro comidas diarias e, incluso por la noche, ponen música y venden tragos.

—Es todo un baluarte del parque. No creo que se vayan más de acá. Muchas veces que quise ir tuve que hacer cola en la lista de espera durante casi media hora.

Pegado a Atilano hay un extraño local. Una gran pared coloreada de verde y celeste con dos figuras blancas horizontales superpuestas, semejantes a alas o pétalos, ocupa prácticamente toda su entrada, impidiendo ver qué hay adentro. No se ve ningún nombre y solo un escudo al lado de la pequeña puerta de entrada delata su origen chino, por lo que deciden llamarlo mercado chino Sin Nombre.  

—Lo único que sé de él es que tiene mucho movimiento de gente —dice Marcelo—, y creo que deben vender en grandes cantidades. Para mí es un misterio por qué están tan ocultos detrás de esa enorme pared.        

—Tal vez tengan temor de los asaltos —sugiere Juanpi—. Hubo varios supermercados que los sufrieron.

—Sí, pero estando así es peor. Nadie se entera de lo que está sucediendo adentro, además de no dar visibilidad a sus productos.

—Me dejaste con la duda. Creo que esta tarde me daré una vuelta y mañana les cuento qué hacen.

 En la esquina de García del Río y Pinto, en diagonal con el primer local que vieron, Barocca, se alza el último de los relevados, el  espectacular Dandy Restaurant & Grill.



—Es impresionante lo que hicieron aquí —dice Camilo—. Lo que deben haber invertido es inimaginable. Es el verdadero ícono de la entrada al parque.           

—Mirá, lo acaban de inaugurar hace un par de meses — agrega Marcelo—, y durante mucho tiempo todos los que venimos al parque nos preguntamos qué iban a hacer allí. Hasta hubo apuestas. Yo me jugaba por un vivero. Por los cristales de las paredes y la bóveda. Y los que construían no largaban prenda.    

—Entiendo que es una cadena, por lo que no deben ser ningunos improvisados. Si se decidieron a invertir tanto es porque deben estar confiados en un retorno rápido.

—Yo fui una sola vez a media mañana a tomar un café con leche y el ambiente que hay adentro es acogedor y la atención, excelente. Además tienen las mesitas afuera, en un espacio retirado de la vereda. La verdad es que negocios como estos jerarquizan al barrio. ¡Que vengan muchos!

 

En total han sido diecisiete posiciones en las que se realizan diversos tipos de transacciones comerciales en la periferia del parque, lo que representa una cantidad nada despreciable para un barrio como Saavedra.

 

Luego de completar la segunda vuelta, comienzan la última, satisfechos por conocer un poco toda la oferta comercial que sirve a los visitantes del parque y expectantes por lo que puede llegar a ocurrir en el Mercado Municipal.

—Bueno, muchachos, hoy tardamos bastante en la segunda vuelta, parándonos frente a algunos negocios —dice Juanpi—. A ver si recuperamos en la última. 

—Dale, caminando —agrega Marcelo—. Yo quiero ver si el presentimiento de Camilo se cumplió o no.

—¡Incrédulos! ¡Hombres de poca fe! —responde este—. Necesitan ver para creer. ¿Les suena esto?

Rápidamente dan cuenta de la primera mitad de la última vuelta, y al tomar por García del Río…

—¡Uy Dios! ¡Qué quilombo que se armó! —exclama Juanpi—. ¿Qué está pasando en el Mercado? Parece que hay piñas y empujones otra vez.

—Y escuchen, ¡la cana! —agrega Marcelo—. ¡Cartón completo! Tenías razón Camilo. Disculpame por no creerte cuando me lo anticipaste.

—Acerquémonos un poco más para ver qué está pasando —sugiere Camilo, desviándose del circuito habitual—. Desde acá no nos vamos a enterar…

—¡Miren, la pelea está entre los de la granja, la verdulería y la dietética! —advierte Juanpi—. Los dos tipo se están dando como en bolsa..

—Y las tres mujeres se tironean de los pelos —dice Marcelo—. Parece que los van a arrancar. Una se cayó y otra se le va encima…

—Y la tercera les está tirando con los envases de las galletitas —señala Camilo—. Las puede lastimar en serio.. ¿Cuidado, piba…!

—¡Te voy a estrangular, degenerado! ¡Querer meterte con mi hija, que es una adolescente! —le está gritando el que atiende la dietética a nuestro galán, el marido de la verdulera—. ¡Te voy a hacer saltar los ojos de las órbitas!

—¡Y si no lo matás vos, después lo remato yo! —le grita el bombón de la granja mientras la tiene sujeta contra el piso a la verdulera —. ¡Acepté a salir con él y así me lo paga! ¡Se lo voy a cortar así no jode más!

—¡Y a mí, que me quiere hacer cornuda por partida doble con mis vecinas! —la verdulera se suma a las amenazas, logrando liberarse del bombón, mientras se dirige velozmente hacia su puesto y le empieza a arrojar zapallitos y remolachas—. ¡Yo primera de todas; ustedes saquen número después!

Acto seguido comienza una lluvia de verduras, menudos de pollo y budines dietéticos en todas direcciones, los que van a estrellarse no solo contra los cinco protagonistas, sino también contra los puestos vecinos. La represalia de estos no tarda en llegar y culmina con el derribo de los tres puestos de marras, llenándose el piso de suerte de mercaderías.    

 La acción culmina con la pronta aparición de la furgoneta policial en las que son introducidos los cinco personajes, en medio del abucheo generalizado de toda la concurrencia. 

 

—¡Ché, estuvo bueno el show! —dice Juanpi, retomando el circuito—. ¿Será siempre así esto? Podrían avisar por lo menos cuándo va a pasar, así no nos lo perdemos…

—Yo quiero pedirle disculpas públicamente a Camilo por haber descreído de su intuición —agrega Marcelo—. Y, a propósito, Cami, ¿qué número sale en la quiniela esta noche? No quiero despreciar este dato

—No exageres, hombre —responde el español—. Si lo supiera no te lo diría y lo jugaría yo…

 

 


 

Inquietud (II)

Es viernes. Las nubes del día previo se han disipado y el sol luce radiante, predisponiendo al trío para una alegre y tranquila caminata.

No se prevén mayores novedades para hoy y el grupo todavía comenta la batahola que se armó en el día previo en el Mercado Municipal cuando comienza a dar la primera vuelta.

—Yo no sé ustedes qué piensan —les está diciendo Juanpi a sus amigos—, pero ese flaco es un suicida. Arrimársele a esa adolescente, cuando está al lado de su mujer y de la otra, con la que se lo vio llevándola de la mano hace unos días, es de no creer. Está jugando con fuego… 

—Y, ¿qué querés que te diga? —responde Marcelo—. Se ve que las faldas le hacen perder el sentido común; si no, no se explica. ¡Pobre tipo!

—¿Pobre? ¿Por qué, pobre? —opina Camilo—. Calavera no chilla, viejo. ¡Mirá lo que logró el tarado ese! Los cinco adentro y el bolonqui que se le va a armar con los del Mercado. No me lo quiero ni imaginar.

—Bueno, lo de los cinco adentro —comenta Juanpi—, es una verdad a medias. Te puedo asegurar que ya está todos en sus casas. Les deben haber tomado los datos en la comisaría y punto. Todos afuera nuevamente.

—Es muy probable —contesta Camilo—, pero de todos modos, creo que esta vez la sacó barata. Si no llegaba la policía a tiempo creo que ese urso, el padre de la piba, lo mataba. Ya lo tenía contra el piso y se le había montado encima. En fin, por lo menos, tuvimos un espectáculo gratis. Lástima que tengamos que esperar una semana para ver cómo terminó la historia.

A esta altura, el grupo ya ha recorrido la primera vuelta y se aproxima a Whoppies, cuando ven que tres o cuatro personas se juntan en su puerta mirando hacia el televisor situado en su interior.

Y ahí es cuando el día, que se preveía que iba a ser tranquilo para nuestro trío, da un giro inesperado y comienza una nueva etapa.   

—¡Vamos, acerquémonos! —Marcelo toma la iniciativa—. Debe haber novedades por el crimen, supongo.

—¡Permiso, por favor, si se pueden correr un poco! —les pide Juanpi a los que ya están frente al local—. ¿Nos dejan ver qué están diciendo?

—El comisario está a punto de emitir un nuevo parte con lo que pudieron averiguar sobre el asesinato de la joven —le contesta uno de los presentes—. Silencio, por favor, así escuchamos todos.

 

—“Buenos días. A continuación les leeré un informe de la situación de la investigación sobre el triste hecho acaecido en la calle Roque Pérez, en el barrio de Saavedra, donde fue ultimada una joven, luego de ser maniatada y violada salvajemente. Como mencioné en mi último reporte, la único testigo que ha aportado información concreta sobre el caso manifestó que vio salir de esta propiedad a dos masculinos el día martes de la semana pasada, aunque sus fisonomías hemos mantenido en reserva a efectos de proteger su identidad, mientras realizábamos los correspondientes rastreos que nos permitan dar con ellos. Lamentablemente, como hasta la fecha estos resultados han sido negativos y contando con la autorización de la testigo, daremos a continuación estos detalles sobre las dos personas, solicitando a la población que cualquier información que puedan aportar sobre los mismos, nos la hagan llegar a la brevedad, para lo que garantizaremos el total anonimato de quien lo haga. Se trata de individuos extremadamente peligrosos, ya que existe la certeza casi total que han sido los autores de este triste suceso. Se trata de dos masculinos de aproximadamente cuarenta años de edad. Uno de ellos es de gran altura, superior a 1,90 metros y es totalmente calvo. En el momento en que fue visto vestía unos vaqueros descoloridos,  una camisa a rayas azules y blancas y zapatillas deportivas negras. El otro individuo es de aproximadamente 1,70 metros de altura y al caminar, lo hace manifestando una notoria renguera. La vecina que lo vio dijo que vestía un short deportivo negro, una remera blanca  y zapatillas del mismo color. Como recordarán, fueron vistos el martes de la semana pasada a las diez y media de la mañana, dirigiéndose desde Roque Pérez hacia García del Río, y en la esquina doblaron hacia la derecha en dirección al parque Saavedra. Les agradeceremos cualquier información que puedan aportar sobre los mismos. Es todo por el momento. Continuaremos informando a medida que tengamos más novedades. Buenos días”.    

 

—¡Son ellos, muchachos! —exclama Juanpi mientras de dirigen hacia el parque, alejándose del grupo —. Ya me daban muy mala espina esos dos tipos, por la forma en que nos pasaron…

—¿Y ahora, qué hacemos? —pregunta Camilo—. No podemos desentendernos de este problema. Creo que tenemos la obligación de ir a declarar. No sé qué piensan ustedes al respecto.

—Mirá, yo por el momento —responde Marcelo —, quisiera terminar de dar las tres vueltas de hoy. No va a pasar nada si no vamos de inmediato. Aprovechemos para pensar un poco dónde estamos antes de decidir los próximos pasos. 

—¿Dónde estamos? Se responde rápido —contesta Juanpi—. Estamos en un verdadero bolonqui.  No sólo porque los vimos de cerca, sino porque además vimos dónde entraron.  

—Me parece bien, Marcelo —agrega Camilo—. Caminemos, pero no tan rápido como de costumbre y veamos qué conviene hacer.

—Por ejemplo, ¿ustedes registraron las caras de los dos tipos? —pregunta Marcelo—. O sea, si se las dan mezclados con otros diez, ¿los podrían identificar por sus facciones? Les aclaro, honestamente,  que yo no podría. 

—Yo tampoco —agrega Camilo—. No les presté atención a sus caras, sino a la renguera y a la calvicie del otro.

—Yo se las vi durante un microsegundo cuando nos pasaron —responde Juanpi—, y estoy casi seguro que las recordaría. Si me los presentan mezclados con otros individuos, creo que los identificaré con certeza.

—Y sobre sus voces, ¿las escucharon en algún momento? —vuelve a preguntar Marcelo—. ¿Las podrían reconocer? Yo solo escuché un murmullo que venía detrás nuestro, pero no le presté ninguna atención.

—En mi caso —responde Camilo—, cuando ya estaban delante nuestro, creo que el rengo nos mandó una puteada. Tengo un recuerdo muy vago..

—Yo, como escuchar, escuchar —dice Juanpi—, no escuché nada. Estaba enajenado por cómo nos habían empujado hacia un lado para poder pasarnos.

—Como verán, no es cuestión de ir a declarar y punto —Marcelo advierte—. Depende de lo que digamos y cómo lo digamos para que nos crean o no y, además, si no nos creen, podemos incurrir en falso testimonio. Seguramente nos van a tomar las declaraciones a cada uno por separado y después cotejarán si dijimos lo mismo o hubo contradicciones entre nosotros. ¡Mucho ojo con este tema!

—¡Tenés razón, Marce! —responde Camilo—. No es tan fácil como soplar y hacer botellas…  Hay que pensarlo muy bien.

—Sería el colmo —agrega Juanpi—, que por querer aportar datos para la investigación, todo esto se vuelva en contra nuestra.

—Pero ahora vayamos al tema más importante para nosotros —plantea Marcelo—¿Estamos absolutamente seguros de la casa en la que entraron una vez que se adelantaron y doblaron en la esquina?

—Bueno, yo miré de inmediato en cuanto nosotros estábamos caminando a la altura de Conde —contesta Juanpi— y vi como cuando llegaban a la esquina con Manzanares iban a entrar en la casa que está ubicada ahí.

—Pero, ¿podrías asegurar que efectivamente entraron en esa casa? —pregunta Marcelo—, porque es importante lo que digas.

—Como asegurar, asegurar, evidentemente no, ya que no nos detuvimos a mirar sino que seguimos caminando. Todo duró no más de un par de segundos.

—Bueno, yo entonces diría eso; que te pareció —agrega Camilo—, no que entraron. Yo por mi parte, la verdad es que seguí caminando y no miré dónde iban los dos tipos. 

—Bueno, ya estamos terminando el circuito de hoy —dice Marcelo—. Me parece que deberíamos ir los tres juntos a declarar a la comisaría, pero mi recomendación sería el no comprometernos en exceso. Los abogados dicen que cuando queremos aclarar algo, a lo mejor lo oscurecemos. ¿A qué hora les parece bien? ¿A las cinco?

—Sí, para mí está bien —contesta Camilo—. No más tarde por las dudas de que se alargue demasiado.

—Para mí también muchachos —agrega Juanpi—. Y nos da un poco de tiempo para repasar y ver si se nos escapó algún detalle. 

—Bueno, pues nos vemos a las cinco en la comisaría —cierra Marcelo.

 

A la hora indicada nuestros tres amigos se hacen presentes en la Comisaría 12 de la Capital, situada en Goyeneche y Ramallo, y solicitan hacer una declaración sobre el crimen cometido una semana antes.

Invitados a tomar asiento en la sala situada a la entrada, a los pocos minutos los recibe el comisario, quien les indica que la declaración será hecha individualmente y solicita al primero de ellos que quiera realizarla que lo acompañe a una sala privada, contigua a la recepción. Marcelo decide hacerlo en primer lugar, luego de preguntarles y tener la aceptación de sus dos amigos.

El comisario es acompañado durante la declaración por el inspector que asistió junto a él a la escena del crimen.

Luego de tomar nota de los datos personales de Marcelo, de su domicilio y de la antigüedad que tiene en el mismo, comienza el interrogatorio.     

—Por favor, primero díganme los motivos por los cuales han decidido hacer la declaración ahora y no antes —pregunta el comisario—. Como sabrá, hace ya varios días que estamos solicitando que si algún vecino tiene algo que aportar, que lo haga de inmediato, ya que estamos destinando bastantes recursos policiales a la búsqueda infructuosa de estas personas.  

—Verá, comisario. Recién hoy hemos llegado a la conclusión con mis dos amigos de que habíamos visto a las mismas, luego de que ustedes dieran a conocer las características físicas de ellas. Hasta ese momento no teníamos ninguna indicación de que nos habíamos cruzado con estos dos hombres.

—¿A ver? Por favor haga el favor de explicarse mejor cómo y cuándo ocurrió ese encuentro y qué los hace pensar que se trata de las mismas personas.

A continuación, Marcelo le suministra al comisario y al oficial todos los detalles de lo acontecido el martes de la semana anterior y el modo en que estas dos personas los empujaron para adelantárseles en su caminata, para luego desaparecer en la esquina siguiente.

—Ahora entiendo, señor, y le agradezco entonces que se hayan presentado hoy mismo a declarar. Déjeme preguntarle ahora si fueron capaces de verlos cara a cara, como para reconocerlos en medio de otras personas.

—Yo lamentablemente no reparé en sus rostros porque nos alcanzaron en el senda del parque desde atrás nuestro, nos empujaron hacia un costado para pasarnos, lo que lograron en un instante, dada la rapidez con que se movían. Luego los vi desde atrás, cuando pude apreciar la calvicie del más alto y la notoria renguera del otro.  

—Es una lástima que no los hayan podido ver, para que podamos dibujar su identikit y ayudar a otros vecinos a que puedan localizarlos. Y dígame, por favor, una vez que lo sobrepasaron ¿qué ocurrió?    

—A los pocos metros cruzaron García del Río y al llegar a Conde, doblaron rápidamente la esquina. Como la distancia que nos separaba en esos momentos era de unos veinte metros aproximadamente, al llegar nosotros a ese cruce miramos y vimos que estas dos personas estaban a punto de ingresar en la casa ubicada en la esquina noreste de Conde y Manzanares. Siguiendo nuestro recorrido, a partir de entonces los perdimos de vista.        

—¿Puede aclararme que significa “a punto de ingresar en la casa”, por favor?

—Sí, ¿cómo no? Estas personas habían detenido su marcha y estaban girando a la izquierda hacia la puerta de entrada de dicha casa. 

—Pero, ¿podría asegurar usted que ingresaron en ese domicilio?

—No, comisario. Como comprenderá, todo esto ocurrió en muy pocos segundos. El tiempo que tardamos, caminando sobre la senda peatonal del parque, en recorrer la distancia equivalente al ancho de la calle Conde.

—¿Y tiene usted algún otro detalle más que pueda aportar sobre estas personas?

—No realmente; lo único es que con nosotros se comportaron realmente mal por el empujón que nos dieron. Tenían mucha prisa y ahora entiendo por qué.

—Bueno, muy bien. Le agradezco mucho la declaración. Ahora, por favor, espérenos en la sala donde están sus amigos e invite a uno de ellos a declarar.

Camilo es el que toma la posta y va a declarar a continuación. Mientras tanto, en la sala de recepción, Juanpi le pregunta a Marcelo los detalles de su interrogatorio.

—¿Y, cómo te fue? ¿Te preguntó algo distinto de lo que conversamos esta mañana o es solo lo que vos quieras decir? 

—Primero hablás y después te hace preguntas, pero son las mismas que hablamos esta mañana. Lo único es que cuando me preguntó si los reconocería por sus caras, les dije que no. Vos deciles la verdad. La tuya no tiene que ser exactamente igual a la mía.   

—Sí, sí, claro. Voy a hacer eso. No me quiero quedar con ningún cargo de conciencia después. Dios proveerá.

Las declaraciones de Camilo y Juanpi transcurrieron por los cauces previstos y al cabo de las tres, el comisario y el oficial quisieron reunirse con los tres amigos.

—Bueno, señores, veo que los tres han coincidido plenamente en sus declaraciones —les informa el comisario—, por lo que las daremos por verídicas, al no haber incurrido en contradicciones. El aporte adicional que ha hecho el último testigo es fundamental y se lo agradezco especialmente, ya que puede constituirse en un elemento clave para la identificación de estos dos criminales. 

—Perdón, comisario —pregunta Juanpi—. ¿Por favor nos puede indicar cuáles son los próximos pasos a seguir y si debemos modificar en algo en el futuro nuestras actividades diarias?

—No, en absoluto las deben modificar. Respecto a lo que sigue a continuación, en primer lugar los declararemos testigos anónimos para que no estén expuestos a ningún tipo de peligro. De todos modos, de alguna forma estarán vigilados con suma discreción por parte nuestra, cuando se encuentren en el parque.

—Muy bien. No quisiera verme involucrado ni sentirme controlado con motivo de toda esta historia —agrega Marcelo—. Esto no se lo diré ni a mi propia esposa.

—Perfecto; eso era lo que quería pedirles; total discreción por el momento. Lo otro que haremos será concurrir a la vivienda que mencionaron, en Conde y Manzanares, para averiguar quiénes viven allí y las referencias que sobre ellos nos pueden dar los vecinos. Los mantendremos informados ¿De acuerdo?

—Sí, comisario. De acuerdo.

—Gracias por todo y seguimos en contacto

Cuando salieron a la calle Goyeneche y rumbearon por Ramallo hacia sus hogares, ya era las siete y media de la tarde de ese viernes. Dos horas y media había durado todo el proceso. El trío tenía una extraña sensación de tranquilidad de conciencia, pero también de miedillo… ¿podrían seguir manteniendo la tranquilidad de la que habían disfrutado hasta ese momento?

—Ah, me olvide de avisarles que mañana sábado tengo un compromiso a la mañana y no podré ir al parque —les avisa Marcelo a sus amigos—. ¿Les daría lo mismo si vamos a la tarde? Allí podremos ver a toda la jauría humana en acción.  

—A mí, incluso, me conviene —contesta Camilo—, así que por mí está bien.

—Bueno, yo también me anoto —dice Juanpi—. ¿Les parece bien a las cinco?

—Sí, perfecto, a las cinco entonces.

 

La policía, constituida por el comisario, el inspector y un agente se dirige de inmediato a la propiedad indicada por nuestros amigos. Luego de llamar en reiteradas oportunidades, nadie sale a recibirlos.

Se dirigen a continuación a la casa que está enfrente, en la misma esquina, cruzando Conde. Luego de llamar un par de veces, un señor mayor abre la puerta, sorprendiéndose ante la visita policial.

—Buenas tardes, señor. Tranquilícese. Es solo una pregunta. ¿Por favor nos puede indicar quién vive en la casa que está enfrente y si lo está haciendo durante el día?

—¡Ah! Me asustaron ustedes. Pasen, pase, siéntense. Mire, allí vive una matrimonio con dos hijos, un muchacho y una joven, de unos quince años de edad aproximadamente. No van a encontrar a nadie porque se han ido de vacaciones hace unos días y no regresarán antes de fin de mes. Lo sé porque han venido a despedirse y a pedirme que le eche una mirada a la casa para ver si está todo normal.   

—¿Y hay algo que haya llamado su atención durante las últimas dos semanas, con respecto a la casa?

—No, señor. No he visto nada raro, pero ¿por qué me lo pregunta?

—Es una investigación que estamos llevando adelante. ¿Sabe si alguna otra persona, aparte de esta familia, ha ingresado o estado viviendo allí desde que se marcharon?  

—Yo no he visto a nadie, comisario; pero tampoco es que esté monitoreando qué está ocurriendo allí durante las veinticuatro horas del día. 

—¿Y en concreto, el martes de la semana pasada, a media mañana, vio a alguien entrar o salir de allí?

—¿El martes de la semana pasada, dice usted? ¿Qué, el día en que se cometió el crimen? ¿No me diga usted que…?

—No se asuste señor, son solo conjeturas a raíz de una denuncia.

—Pues…. No, no observé nada anormal durante ese día ni en los siguientes….

—Bueno, señor, gracias y disculpe la molestia.

—De nada, comisario. Cualquier otra cosa que necesite, aquí me tendrá. No me voy de vacaciones.

Al regresar con el patrullero a la comisaría, la conclusión a la que llegan los policías es que, evidentemente, se trató de una pista falsa.

Esperan que los otros datos aportados por el trío sí, sean certeros.


 

Entropía

Es un sábado soleado y caluroso. Son las cinco de la tarde. El parque se encuentra totalmente colmado de gente y prácticamente no quedan lugares libres. Los tres amigos se disponen a caminar las tres vueltas habituales.

—¿Saben que esta mañana tuve que ir a la comisaría de nuevo? —comenta Juanpi a sus amigos—. Me llamaron a mi casa para que me acercara un momento porque necesitaban mi ayuda. 

—¿A vos solo? —le pregunta Marcelo, extrañado—. ¡Qué raro! ¿Y qué necesitaban de vos, que a nosotros dos no nos llamaron?

—Estaban con un retratista y necesitaban que le describiera todos los detalles que recordara de cada una de sus caras. Estuve como dos horas. Al principio lo que iba dibujando no era lo que yo me acordaba, pero luego de insistir varias veces, al final creo que les salió bastante bien. Ahora van a hacer sus identikits para publicarlos en varios lugares públicos.

—¡Qué bien, al final pudiste ayudar bastante! —señala Camilo—. Por lo menos tienen algo para comenzar a buscarlos… Pero, cambiando de tema.., ¿vieron cómo está el parque?

—Sí,  cartón completo —responde Juanpi—. No entra un alfiler. Nunca lo había visto así antes, ni creí que esto se diera.

—Ustedes porque son nuevos acá —dice Marcelo—, pero yo les aseguro que desde hace unos cinco años, más o menos, los fines de semana en primavera, es moneda corriente. Es el gran atractivo del barrio y nadie se lo quiere perder. Piensen que mucha de la gente que está acá vive en pequeños departamentos y esto representa un adelanto importante en su calidad de vida.

—Parecería ser que no estamos en una gran ciudad de cemento, sino en medio de una estancia —agrega Camilo—, y todo el mundo da rienda suelta a lo que quiso hacer y no pudo durante la semana. ¡Es acojonante, tío!

—Exactamente, tú lo has dicho —dice Juanpi—, y creo que a lo que a mí más me sorprende es cómo puede convivir en armonía tanta gente y realizando actividades tan distintas entre sí.

—¿A qué te referís, específicamente? —pregunta Marcelo—. ¿Qué es lo que te sorprende tanto? Esto fue siempre así.

—A ver, hagamos un rápido testeo —contesta Juanpi—. ¿Qué están haciendo los distintos grupos en este momento. 

—Bueno, veo a algunos chicos jugando a la pelota —dice Camilo—, a familias sentadas en las lonas, sobre el césped tomando mate, a parejas tiradas tomando sol, y así siguiendo…

—Y yo veo a otros como nosotros caminando —agrega Marcelo—, con bicicletas y patinetes que pasan de largo, a patovicas haciendo fierros, a chicas haciendo meditación.. ¿qué se yo?.. y mil cosas más… 

 

—Todas esas personas se encuentran en el mismo parque y en el mismo momento, ¿no? —dice  Juanpi—. Eso es lo maravilloso y se debe a una perfecta armonía que damos por sentado que ocurre, pero que en el mundo de la ciencia no la consideran como algo natural y que se da espontáneamente.

—Cada vez te entiendo menos, amigo —responde Marcelo—. Si no te explicás claramente, por favor……

—De acuerdo, voy a tratar de hacerlo usando varios ejemplos, si me quieren seguir y no los aburro demasiado.

—Dale, Juanpi, mientras caminamos y tomamos sol, desembuchá —Camilo alienta a su amigo a continuar—. Nunca está de más el conocer cosas nuevas.  

—Bien, el primer ejemplo que voy a utilizar es un caso que nosotros tres presenciamos hace solo un par de días; el Mercado Municipal —plantea Juanpi—. ¿Alguno me puede resumir qué pasó? No es que yo no lo sepa, pero me importa mucho escucharlo de boca de ustedes…

—Muy bien, ya que pedís, te lo resumo yo —contesta Marcelo—. Se armó un quilombo bárbaro, motivado por un idiota con aires de cafiolo, que se levantó a un bombón, y no conforme con eso, intentó hacer lo mismo con una adolescente; y todo a la vista de su esposa, del bombón y del padre de la piba. Creo que en un campeonato de idiotas, este roba.

—Perfecto, amigo —contesta Juanpi—. Ahora déjame que te haga un par de preguntas… la primera .. ¿cómo funcionaba el Mercado, antes de este evento, porque vos lo conocés desde ya varios años, ¿no?

—Sí, claro que lo conozco. Funcionaba perfectamente bien. Cada uno atendía su respectivo puesto y nadie se metía con sus vecinos. Se armaban los puestos, llegaban. Colocaban sus mercaderías, vendían, regresaban a sus casas, desarmaban los puestos y chau picho.

—Perfecto… Ahora decime ¿qué actitud tomó esa misma gente durante el incidente y qué esperás que ocurra el próximo jueves cuando abran? 

—Bueno, durante la pelea, varios de los que estaban cerca intentaron meterse y si la policía no hubiera llegado a tiempo, creo que al idiota este le hubieran llenado de patadas en el traste. Las clientes que estaban cerca lo abuchearon de lo lindo, y algunos de los que estaban un poco más lejos comenzaron a acercarse a ver qué pasaba. Respecto a lo que va a pasar el jueves cuando abran, no lo sé con seguridad, pero es probable que haya algún cambio en estos tres puestos porque se generó una inquina entre ellos que no se borrará fácilmente, supongo.   

—Perfecto, Marcelo —responde Juanpi—. Por favor recuerden esta última parte de la descripción que acabas de hacer.

—Así lo haremos —dice Camilo—, y primera vuelta completa. ¿Cómo sigue la historia, amigo?

 

—Bien, el segundo ejemplo que voy a utilizar es esto mismo que nosotros tres estamos realizando ahora. Si alguno de los dos fuera un observador situado al costado de la senda, ¿qué estaría viendo, por favor?

—Esto está chupado y te lo contesto yo, amigo —responde Camilo—. Estaría viendo a tres viejos charlando, sin saber que están diciendo pelotudeces, caminando por la senda junto a muchas otras personas que lo hacen en su misma dirección o la opuesta, y a las que tienen que esquivar. También vería a gran cantidad de personas andando en bicicleta, en la mayoría de los casos en su bicisenda, aunque no todos, ya que algunos desubicados se cruzan por la senda peatonal. Observaría también a chicos montados en sus patinetes que circulan por cualquiera de los dos sendas, y a los cuales los andantes deben prestar especial atención para llevárselos o que se los lleven puestos en cualquier momento. También repararía en personas que entran o salen del parque, para lo cual deben cruzar inevitablemente las sendas, y las que a veces no reparan en el tráfico circulante en ambos sentidos. También ellas deben ser dignas de una atención especial para no generar ningún accidente. Otro tanto ocurre con los chicos que están jugando a la pelota en las cercanías y a los que el balón se le va fuera de la cancha e irrumpen en cualquiera de las dos sendas en su búsqueda.          

—Excelente. Has elegido a un observador muy perspicaz y que está en todos los detalles. Gracias por la elección. Ahora vamos a hacer una suposición, ¿de acuerdo?

—Sí, dale, amigo —responde Camilo—, así mi observador se entretiene un poco. Está un poco aburrido de ver siempre lo mismo.

—Supongamos entonces, Dios no lo permita, que la última escena que vio el observador se cumple en la realidad. Un chico irrumpe repentinamente en la bicisenda en la búsqueda de una pelota y un joven de unos treinta años que viene a toda pastilla con su bici, se lo lleva puesto y el infortunado chico cae al piso en un charco de sangre…  repito, que Dios no lo permita. ¿Qué vería tu observador a continuación de este hecho?

—Y… vería que todos los que están cerca, dentro y fuera de las sendas, comienzan a gritar desesperadamente en búsqueda de auxilio. El joven va a ayudar al pobre chico, y llorando trata de reincorporarlo. Todo tipo de tránsito se interrumpe en el momento. La gente de las cercanías se acerca precipitadamente. Comienzan los gritos de reproche e insultos a los que andan en bicicleta por la velocidad a la que andan. Llegan los padres del chico y luego de enterarse de los hechos, lo quieren tomar a golpes al joven. En menos de cinco minutos se ha armado un círculo de caos generalizado, cuyo epicentro es el lugar del atropello, y que se va extendiendo a toda velocidad a lo largo del parque.    

—Nuevamente, un gran observador el tuyo. La siguiente pregunta es cómo se resuelve el hecho, si es que se resuelve, y qué consecuencias creés que tendrá a corto y mediano plazo.  

—Supongo que el hecho se resolverá con algún golpe de puño que tal vez reciba el joven, insultos por doquier al mismo, escandalosos comentarios entre los presentes y en las cercanías del lugar, retos a los chicos que corren detrás de las pelotas, llamado de urgencia a una ambulancia, llegada de la misma a los pocos minutos y traslado del chico al hospital e interrupción del tránsito de bicicletas durante algunos minutos. A corto plazo, digamos que al día siguiente, la velocidad de circulación de las mismas será algo inferior, los chicos tendrán más cuidados y los comentarios seguirán a modo de: “…sabe lo que pasó ayer?” En dos o tres días más esto habrá pasado a ser una historia más del parque..

—Muy buen resumen, Camilo. Gracias.  Les pido por favor ahora que guarden estas palabras junto a las que dijo Marcelo al finalizar el caso anterior…

—Pedís mucho, amigo —replica Marcelo—. Venimos al parque a caminar y relajarnos y no a memorizar información…

—Bueno, si no son palabras, por lo menos los conceptos; y ahora, tu turno nuevamente, Marcelo, y prometo que es el último para vos…

—Y bueno, si no hay más remedio, dale.

 

—Vamos entonces a la tercera escena, Marcelo. Como mucha gente más a su lado, una pareja joven descansa tendida sobre una lona en el césped tomando sol, mientras su hijita de unos ocho años revolotea alrededor de ellos. Están charlando mientras el sol broncea sus cuerpos. En un momento dado la charla empieza a subir de tono y así, de buenas a primeras, la pareja se incorpora y empiezan los dos a intercambiarse insultos mutuamente. Mientras la niña comienza a llorar, mucha de la gente del lugar vuelve su vista hacia ellos por curiosidad primero y luego por morbo. Es así que repentinamente el hombre, en un ataque de furia, le propina un soberano cachetazo a la mujer y la arroja al piso en medio de nuevos agravios verbales y físicos tales como:  “¡Sos de lo peor, zorra! ¡Me hacés la vida imposible! ¡Ya no te aguanto más! ¡Esta vez es para siempre! ¡Me voy y podés quedarte con esta hija tuya!”. Mientras el hombre se pone las zapatillas y la remera y comienza a marcharse; la mujer, desde el piso y maltrecha por los golpes recibidos, entre sollozos, comienza a gritar: “¡Por favor ayúdenme! ¡Es un canalla que se aprovecha por soy mujer y más débil y por eso me maltrata! ¡Ese hombre es de lo peor! ¡No lo dejen ir, por favor!”. La hija, llorando desconsoladamente, trata de ayudar a su pobre madre. Ahora bien, frente a este panorama, ¿qué creés  que ocurrirá, Marcelo, con la gente?

 

—Pero amigo, quién te creés que soy?, ¿un consejero espiritual? En los dos casos me planteas conflictos entre puntos y minas para que opine. Me lo ponés bien difícil. 

—Dale, creo que se te da bastante bien. No arrugues. ¿Qué pasa a continuación?

—Y, frente a este caso de violencia de género, creo que se armará un bolonqui de órdago. Los hombres se lanzarán detrás del marido tirándole zancadillas para arrojarlo al piso y tirársele sobre él y cagarlo a trompadas y las minas se acercarán a la esposa para ayudarla y consolarla, entre voces, tales como: “Tú marido es un degenerado. ¡Pegarle a una mujer! ¡Llamemos a la policía para denunciarlo y que lo metan preso! ¡Mirá cómo te dejó! ¿A ver si se anima con los hombres?”. El desorden se irá extendiendo por el parque hasta un determinado punto y lo más probable que pase es que como en el caso de Mercado, caiga la policía y se lo lleven en medio del aplauso del público.   

—Perfecto, Marcelo, ¿y qué creés que pasará entonces con la gente vecina y al día siguiente en el parque?

—La gente vecina seguirá comentándolo entre ella. El hecho habrá servido de excusa para que desconocidos se hayan unido en un frente común, tanto hombres como mujeres. Habrá acuerdos y desacuerdos sobre la forma en que actuaron todos y es probable que el desorden continúe hasta que llegue la hora en que empiecen a retirarse del parque. Respecto del día siguiente, como dijo Camilo antes, creo que será motivo de información para los nuevos que no se hayan enterado que ocurrió hasta que sea asimilada como una historia más del parque.   

—Muy bueno lo tuyo, Marcelo, y gracias.  Y… completamos la segunda vuelta. Ánimo que falta una sola más.

 

Ahora, Camilo, ¿te animás con la última? No me digas que no, ya que tenés experiencia en estas historias. 

—Sí, por supuesto, Juanpi, dale, acá me tenés.

—Bueno, el cuarto y último escenario se produce cuando estando el parque como lo ven ahora mismo, en un momento determinado se escucha un potente megáfono con capacidad suficiente para que el mensaje les llegue claramente a todos los visitantes de ese momento. El mismo proviene de una de las heladerías y dice así: “Buenas tardes a todos, estimados visitantes. La heladería Juancito tiene el agrado de informarles que a partir de este momento y durante los próximos treinta minutos presentará una oferta inigualable. Para quienes concurran a comprar un kilogramo de nuestros helados, se les obsequiarán gratuitamente dos kilogramos más de helado en forma totalmente gratuita. Recuerden, solo durante los próximos treinta minutos. Gracias, vecinos, y sigan disfrutando de esta tarde maravillosa”. ¿Qué pasará entonces? Todo tuyo, Camilo.

—Y… me imagino que en ese hipotético caso, que creo que no ocurrirá nunca, pero, en fin,… se producirá en desbande generalizado a lo largo y a lo ancho del parque. Hombres y mujeres, indistintamente, al galope y descontroladamente, tal vez pasando y tropezando con algunos que están sentados, para llegar primeros. Una vez alcanzada la heladería, un nuevo descontrol con empujones de todo tipo y color para armar una fila, en medio de un griterío que incluirá, sin dudas, alguno: “¡Yo llegué primero! ¡No, primero estaba yo!, ¡No empuje señor, por favor! ¡A la cola, sin colarse!, ¡Respeten el orden de llegada!”, entre otros. En un momento dado se armará una cola tan larga que ya los últimos en llegar se darán cuenta que no tiene sentido esperar porque no llegarán a atenderlos en menos de treinta minutos y abandonarán el intento, resignadamente. Mientras tanto, en el parque, aquellos que han sido estropeados por la jauría humana vociferarán exaltados: “¡Qué  barbaridad!, ¡Son unos bestias!, ¡No respetan nada, solo se interesan por lo propio!, ¡Con gente como esta, así va el país!”, entre otras aclamaciones. Y como ya sé qué me vas a preguntar, Juanpi, te lo contesto directamente. Esto se resolverá cuando regresen los que han podido comprar su kilo y recibir dos más de regalo. Seguramente pasarán en medio de: “¿Estás contento ahora, maleducado?, ¿Qué vas a hacer con tres kilos de helado, comer hasta reventar?, ¿No los pensás repartir entre los que tenés al lado?, ¿Valió la pena todo el despelote que armaron, o no te das cuenta?”, y varios más. Algunos de los que fueron pisoteados se retirarán puteando del parque y otros optarán por comerse el sapo y quedarse un rato más. Al día siguiente también será la comidilla de los que vayan parque, pero después quedará en el olvido.

 

—Excelente también lo tuyo, Camilo —dice Juanpi—. Ahora déjenme preguntarles a los dos.. ¿Qué notaron de común en todas las historias, si es que notaron algo? 

—Yo lo que noté —responde Marcelo—, es que cuando suceden cosas no habituales en el parque, en general provocan una reacción descontrolada e inconmensurable en la gente, un típico e inconmensurable quilombo. 

—En mi caso —agrega Camilo—, creo que saca lo peor de cada persona. Es como si no estuviéramos preparados para hacer frente a esos imprevistos y nos comportáramos según nuestros instintos animales. 

—Y te agrego más —complementa Marcelo—. En los casos que tocamos, no sé si no nos quedamos cortos en las consecuencias. Creo que a lo mejor algunas de ellas pudieron haber sido unas tragedias.

—Es como que nuestro comportamiento sigue ciertas reglas pautadas, pero cuando estas cambian, nos vamos al carajo.

—Bueno, me parece perfecto lo que dijeron, muchachos —responde Juanpi—. Ahí quería llevarlos, porque es algo que noté yo apenas vi el parque colmado de bote en bote. Miren, a pesar de que soy ingeniero informático, en la facu estudiamos una materia que llama Termodinámica, y en ella hay un concepto que se llama Entropía, que creo que se aplica perfectamente a estos casos… ¿Quieren enterarse de un poco más?  

—Y, dale, Juanpi —responde Marcelo—, si nos hiciste haber estado hablando durante un rato largo, ahora es tu turno… Desembuchá.

—Miren, el tema es así. La entropía es central para el Segundo Principio de la Termodinámica . La entropía vendría a ser algo así como una medida de la distribución aleatoria que tiene un sistema, y el parque con su gente, por ejemplo, hoy es un sistema bien complejo. Se dice que un sistema distribuido al azar tiene una alta entropía y que un sistema que no lo es, es improbable que exista durante mucho tiempo, y que tiene una tendencia natural a migrar al primero, generando  un aumento de la entropía. La misma alcanzará un máximo cuando el sistema llegue al equilibrio, con la configuración de mayor probabilidad.

—Será como vos lo decís, Juanpi —dice Camilo, pero, por favor lo podés traducir para un pobre cristiano como yo.

—El parque, con su toda la gente que ves, con cada grupo de personas cumpliendo sus distintos roles y tan pegados unos a otros, es algo así como un conjunto de títeres manejado mediante numerosísimos hilos invisibles, por un gran orquestador que les ha asignado roles y responsabilidades asociadas a cada uno para que el conjunto funcione sincrónicamente y sin problemas. Sería, por lo tanto, un sistema que no está distribuido al azar, desde el punto de vista de la Termodinámica y es, por la tanto improbable que exista prolongadamente. Lo que sucede cuando hay un suceso externo no previsto que lo afecte, es que el sistema colapsa, los hilos invisibles se cruzan, los grupos creados ya no cumplen las responsabilidades que tiene asignadas, y todo se va al carajo.

—Ahora se entiende un poco más —comenta Marcelo—. Está claro que con toda esta gente conviviendo acá, en cuanto algunos se van de rosca, afectan a todos.

—Otro ejemplo mucho más simple y burdo —agrega Juanpi—. ¿Cuánto trabajo de distintos maestros y artesanos hay detrás de una bella pieza de cerámica de Lladró, por ejemplo?

—Un montón, sin lugar a dudas —responde Camilo—. ¿Y, entonces?

—Que si se suelta y se cae al piso, se hace bolsa y ese simple hecho hace que cada uno de los fragmentos que la integraban si disgreguen en una distribución al azar, mucho más estable.

—Entendido, ingeniero —agrega Marcelo—Nos llevamos tu entropía con nosotros y procuraré que en mi casa no se me caigan nada valioso porque aparte de la pérdida material, mi señora me caga a patadas en el culo. Terminamos la tercera vuelta y mañana es domingo. ¿Se anotan a las diez?

—Por supuesto, nos vemos a esa hora.


 

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