Tony Salgado
Prólogo
Durante las últimas décadas en muchas de las grandes ciudades del mundo, y Buenos Aires no es la excepción, se ha producido un notable incremento de las actividades que se llevan a cabo en sus lugares céntricos tradicionales, como resultado del establecimiento en ellos de casas matrices, nuevas empresas o un mayor número de empleados de las mismas.
En paralelo a este nuevo fenómeno ha sido la evolución del sector de los servicios, los que son utilizados por los anteriores durante sus jornadas laborales. Bares, restaurantes, locales de comidas rápidas y salas de entretenimiento, entre otras, han hecho así irrupción en el mismo radio de actividad, contribuyendo a crear una demanda que había sido inadecuadamente prevista en el mejor de los casos, o totalmente imprevista en su mayoría.
El resultado directo de todo lo anterior fue el alcance de un nivel de saturación tal que el hecho de trabajar en los centros de las ciudades se convirtiera en una muy desagradable odisea, tanto debido al tiempo insumido para arribar a los mismos desde los hogares, como el de regreso a ellos.
Surgieron así diversas iniciativas de trasladar a varias de estas actividades a zonas más periféricas de la ciudad o, incluso, fuera de ella, a varios kilómetros de distancia.
En el caso de Buenos Aires, flamantes edificios fueron creciendo como hongos en barrios situados al norte de la misma, como Palermo, Belgrano, Colegiales y Núñez, entre otros. Otro tanto ocurrió en barrios adyacentes a la ciudad, como Vicente López, Olivos y San Isidro. En la mayoría de estos casos la fisonomía barrial fue alterada por la rápida irrupción de los nuevos visitantes diurnos.
Este libro es sobre uno de los pocos barrios norteños que aún no ha sido alcanzado por este fenómeno al punto tal de haber visto comprometida su identidad y fisonomía propios; por lo menos hasta ahora y espero que no lo sea a corto plazo.
Saavedra está ubicada al norte de la ciudad, dentro de ella, pero mantiene la tranquilidad y armonía que la convierten en un lugar apetecible para disfrutar en paz, estando a solo vente minutos del centro, gracias al tren.
Y el libro trata, específicamente, de uno de sus íconos y máximos exponentes de dicho hábitat, el parque Saavedra.
Espero que disfruten de él a través de estas páginas y si lo hacen, por favor no lo den a conocer mucho porque queremos que siga manteniendo su ambiente natural durante bastantes años más.
Amistad
—¡Qué mañana espectacular! —exclama Marcelo, vistiendo un pantalón corto banco de tenis y una camiseta deportiva —. Así da gusto para salir a caminar por el parque. ¿Cómo andan de ganas para las tres vueltas? ¡Andando…!
—Yo, perfecto. Esto está chupado —responde Camilo, que camina enfundado en un vaquero gastado y una camisa a cuadros—. Este airecito te llena de energía. Parece que el verde de los árboles fuera más intenso de lo normal.
—¡Este gallego, hace medio siglo que vive en el país y todavía una términos de allá! —agrega Juanpi, que completa el trío luciendo un juego de jogging Adidas—. No se dice “está chupado” acá, sino “es muy fácil” o algo parecido. Pero bueno, la verdad es que me moría de ganas al no haber venido ayer..
—Si quieren, para mí los domingos también está bien para venir —contesta Camilo, más bien petacón y con vientre prominente—. No vengo para no estar solo.
—Cómo se ve que no tenés una esposa a la que dedicarle un domingo a la mañana —responde Marcelo, de estatura y complexión medianas—. Si yo llego a venir, me mata. Jamás me lo perdonaría.
—Yo estoy igual que vos, querido —agrega Juanpi, alto y relleno, aunque bien proporcionado—. Los domingos, salidas con amigos vedadas. Pero, además, así los lunes disfrutamos más. ¿Ven? Ya casi dimos una vuelta…
Son las diez de la mañana de un lunes primaveral y la escena transcurre en el parque Saavedra, ubicado en su barrio homónimo de la Ciudad de Buenos Aires.
El sol radiante y el aire fresco, típico de una estación intermedia en la que las variaciones térmicas entre días consecutivos son frecuentes, preanuncian una jornada ideal para estar al aire libre.
Los tres personajes son jubilados que aprovechan las bondades del circuito exterior que el parque posee para que las personas puedan recorrerlo caminando, trotando, corriendo o en bicicleta.
El circuito tiene 1.300 metros de longitud, por lo que las tres vueltas que planean andar caminando representarán cuatro kilómetros, para lo que piensan destinar algo menos de una hora.
Ellos han recibido la recomendación médica de hacerlo, en lo posible diariamente, como una alternativa muy saludable atendiendo a sus edades.
Camilo es el mayor. Tiene 76 años y se ha retirado hace ya más de diez años. Llegó desde Madrid a Argentina cuando tenía 32 años y la empresa internacional de venta de insumos agrícolas en la que trabajaba decidió expandir su negocio en este país, designándolo como su representante, a cargo de la oficina regional en Buenos Aires.
Así lo hizo Camilo, dotándola de una secretaria, una administrativa y cuatro viajantes con los que cubría otras tantas zonas del país para vender dichos productos.
No pasó mucho tiempo hasta que el madrileño comenzó a percibir que la empleada administrativa, Dolores, una hermosa marplatense, había comenzado a despertar en él un sentimiento que iba mucho más que la relación estrictamente laboral que había mantenido hasta entonces.
Fue así como a los dos años de haber llegado al país y luego de haber transitado por todas las etapas intermedias de un romance tradicional, la pareja acabó casándose y se instaló en un cómodo departamento en el barrio de Palermo, que Camilo no tuvo inconvenientes en comprar considerando el elevado salario que percibía.
Al año llegó el primer vástago, por lo que Dolores dejó de trabajar para dedicarse por entero a él y a su hermana, que llegaría dos años después.
Todo iba sobre rieles para la alegría y felicidad de la pareja. La oficina regional le generaba abultadas ganancias a la Casa Matriz madrileña, por lo que el estándar de vida de Camilo y su familia alcanzó un nivel insospechado a su llegada al país.
Pero…. Argentina es Argentina. Varias crisis económicas sucesivas, inestabilidad gubernamental, restricciones a las importaciones y la aparición de una impensada competencia nacional pusieron en jaque en un breve lapso de tiempo a la rentabilidad de la oficina y de Camilo.
Y así fue como de la noche a la mañana, la empresa decidió su cierre por falta de rentabilidad, con los consiguientes despidos de todos sus empleados, incluido nuestro personaje.
La opción del retorno a España era impensable dado el fuerte arraigo de Dolores con su familia marplatense y a que sus hijos, de diez y ocho años, no querían por nada del mundo abandonar a sus grupos de amigos y compañeros de colegio.
Por suerte Camilo había sido una persona previsora, por lo que había podido ahorrar una importante cantidad de dinero desde su llegada al país, lo que le permitió vivir unos meses, mientras analizaba qué podía hacer en tales circunstancias.
Como en esa época el turismo internacional comenzaba a desarrollarse y los argentinos de las clases altas y medias se habían mostrado ávidos de salir a recorrer el mundo, en especial Europa y Estados Unidos, llegó a la conclusión que su mejor opción era abrir una agencia de viajes y, sin pesarlo mucho más, lo llevó a cabo, abriendo su oficina en la Avenida Santa Fe, en una de sus zonas más elegantes.
Era la década del ’80 y, tal como ocurrió en su experiencia anterior, la oficina comenzó a crecer rápidamente ya que brindaba buenos servicios en atrayentes destinos; y así se mantuvo durante casi veinte años.
En el 2002 un gran golpe sacudió sus cimientos, cambiándole la vida a partir de entonces. Dolores se enfermó y un cáncer de hígado galopante que había hecho metástasis cuando le fue diagnosticado, se la llevó en pocos meses, sin que se llegara a darse cuenta plenamente de lo que ocurría.
Camilo tenía 58 años y sus hijos 23, el muchacho, y 21, la joven. Su hijo comenzó a ayudarlo en la Agencia, ya que estaba terminando la carrera de Administración de Empresas, mientras que a su hermana le faltaban aún dos años para concluir la de Arquitectura.
Cinco años más tarde Camilo decidió jubilarse, dejando a cargo de su hijo a la Agencia de Turismo y reservándose el rol de consejero en las dificultades.
En esa situación ha permanecido Camilo durante los últimos trece años. Cuando sus hijos armaron sus propias familias, decidió vender el amplio departamento en Palermo y, atraído por las bondades del parque Saavedra, acaba de mudarse a otro más pequeño situado a pocas cuadras, sobre la calle Manzanares, esquina Pinto.
El segundo personaje, Marcelo, tiene 73 años, es de Pergamino y se trasladó a Buenos Aires luego de terminar su escuela secundaria. Se recibió como Profesor de Historia, actividad que ha desempeñado durante casi cincuenta años.
Ha trabajado como tal en el Colegio Nacional de Buenos Aires y en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, los que dependen directamente de la Universidad de Buenos Aires.
Como se hecho cargo de esta asignatura en los todos los años de la carrera, su minucioso conocimiento del tema lo ha convertido en un erudito de la historia, recorriéndola desde los neardentales hasta los kirchneristas y constituyéndose en un ícono nacional, por lo que es fuente de frecuente de todo tipo de consultas desde los más diversos ámbitos.
Adicionalmente, Marcelo es expositor durante el desarrollo de varias conferencias sobre la historia argentina, especializándose en las figuras de San Martín y Belgrano y en lo relativo a la Ciudad de Buenos Aires, de los que conoce vida, obra y milagros.
Ha contraído matrimonio con Graciela, una compañera porteña de estudios universitarios, con la que vive en el barrio de Saavedra, desde hace treinta años. El matrimonio tiene un hijo de cuarenta y cinco años, que ha formado su familia y los va a visitar solo ocasionalmente.
Se ha jubilado hace ocho años y los primeros años de su nueva vida han sido bastante complicados, ya que los días se le hacían interminables y vacíos de contenido.
Una tarde, en una de sus acostumbradas caminatas por el barrio y sus alrededores, pasó frente a un pequeño club llamado Mariano Moreno, situado en la calle Freire, casi esquina Iberá. Entró para tomar un café cortado y allí lo sorprendió una actividad que se llevaba a cabo en el club y que difícilmente hubiera podido ser descubierta por cualquier desprevenido transeúnte que pasase frente al mismo: el ajedrez.
Tanto fue lo que el descubrimiento lo impactó que quiso ponerse en contacto de inmediato con el coordinador de las actividades para ver si había cursos o profesores que pudiesen mejorar rápidamente los elementales conocimientos que tenía en la materia.
Huelga decir que a partir de entonces, Marcelo dedicó largas horas de su jubilación al perfeccionamiento y a la práctica de esta actividad. Ha participado en los torneos internos del club y luego en los interclubes, donde llegó a ocupar uno de los primeros tableros del Mariano Moreno.
En la actualidad aún dedica tres tardes de su semana a prenderse en enfrentamientos con cualquier socio del club al que encuentre esperando rival. Marcelo considera, acertadamente, que es una forma de mantener viva y ágil su mente en una actividad desafiante.
Su otro grupo de pertenencia está constituido por varios ex-alumnos de los dos colegios en los que ha dictado sus materias, los que inicialmente establecieron un empático vínculo con él, que se fue reforzando a través de los años.
Ahora, ya adultos de cierta edad, aún continúan juntándose periódicamente para intercambiar opiniones sobre determinados personajes que les interesa profundizar.
Son objetos de revisión desde pueblos celtas, anglos y normados, hasta el caudillo Francisco Franco y Gorbachov, pasando por Napoleón, Pizarro y Washington, entre otros cientos de figuras.
Al cabo de dichos encuentros los exalumnos, fascinados por sus conocimientos y su particular opinión sobre ellos, se retiran enormemente satisfechos y agradecidos por su predisposición a compartirlos con ellos y con una ansiedad no menor que perdurará hasta el encuentro siguiente.
En su departamento de la calle Zapiola, a la altura de Paroissién, Marcelo ha destinado el dormitorio que ocupaba su hijo antes de casarse y mudarse a un nuevo departamento, a instalar una gran y nutrida biblioteca.
Las estanterías repletas de libros ocupan todo el ancho y el alto de una de sus paredes, por lo que debe mantener un estricto control de las ubicaciones de cada ejemplar para hallarlo cuando sea requerido. Un amplio escritorio, también cubierto de libros, papeles, el router, su notebook e impresora, recipientes cubiertos de biromes, lápices, resaltadores y otros enseres, hablan bien a las claras que su actividad de investigación, consulta, lectura y escritura, lejos de aplacarse, aún continúa vigente.
Es su “pequeño lugar en el mundo”, al cual solo accede un par de veces por semana la chica que viene a limpiar el departamento, la que se ocupa a ordenar un poco y ventilar la biblioteca.
El tercer y último personaje del grupo de jubilados caminantes por el parque es Juan Pablo, Juanpi para los amigos, el menor de los tres, aunque cuenta ya con 68 años en su haber.
Se ha retirado hace sólo tres años, al cumplir los 65 que indica la ley para los hombres, también luego de una dilatada trayectoria pero en su caso, en una empresa informática multinacional de primer nivel.
Es ingeniero industrial, está casado con Graciela y tiene un hijo y una hija que viven en Barcelona y otra hija que vive en Buenos Aires. Vivió muchos años en Vicente López; luego, al casarse sus hijos y marcharse de su casa, durante unos pocos en Belgrano; y acaba de aterrizar en Saavedra en un departamento en la calle Jaramillo, a la altura de Conesa, atraído por la proximidad al parque.
Como en el caso de Marcelo, los primeros años posteriores a su jubilación fueron difíciles por el brusco cambio producido, aunque Juanpi había adquirido el hobby de escribir durante los últimos cuatro años de su carrera, como medida preventiva anterior a su jubilación.
Debido a su profesión en la empresa multinacional en la que trabajó, ha vivido el espectacular e impensado crecimiento de su especialidad, la informática, producido por la revolución tecnológica ocurrida durante las tres últimas décadas.
Los continuos cambios que tuvieron lugar le han creado la necesidad y el desafío de adquirir los nuevos conocimientos para mantenerse al día con el estado de arte de la tecnología, y que fueron requeridos para mantenerse en su puesto de trabajo.
Así tuvo que trabajar con computadoras de 32 Kilobytes de memoria en la década de los ‘70s que ocupaban una habitación; pero también con pendrives de 32 Gigabytes, equivalentes a un millón de habitaciones, condensadas en un minúsculo dispositivo más pequeño que un lápiz; y cuando ya se habla de Pentabytes, que equivalen a un millón de Gigabytes.
Otro tanto ocurrió con los lenguajes de programación, que pasaron de los complejos Cobol y Fortran, que requerían largos períodos de capacitación y entrenamiento a los más modernos C++, Java y Python, entre otros. Estos, a su vez, serán reemplazados no dentro de mucho por los nuevos lenguajes que serán requeridos por la Inteligencia Artificial, la Robótica y la Gestión Masiva de Datos, entre otros nuevos adelantos.
Quizás haya sido el tan espectacular cambio al que se tuvo que enfrentar, en donde las novedades no duraban más que un breve período de tiempo antes de ser reemplazadas y dejadas en obsolescencia por otras, lo que llevó a Juanpi a cambiar el mundo de los números y de las instrucciones de los programas; por el mundo de las letras, algo mucho más estable pero infinitamente más rico en sus combinaciones, que le garantizaba que lo que aprendía en un momento le serviría para toda su vida.
La internet le ha cambiado la vida a Juanpi en su nueva actividad. Todo lo que se le puede ocurrir aprender para la escritura de un libro o para aclarar cualquier duda que le pueda surgir en otros ámbitos, tiene su respuesta segura a pocos clics de su teclado.
Era algo inimaginable no muchos años atrás, cuando se debía recurrir a enormes diccionarios o gruesos volúmenes especializados en cada materia para aclarar dudas y facilitarle la escritura de cuentos, novelas, relatos de ficción o ensayos, de los que ya tiene varios subidos a Amazon. Este es otro adelanto. No hace falta publicar libros en papel, con los grandes costos asociados y el consumo de recursos preciados como los árboles desde los que se produce el papel. Ahora Amazon le permite poner a disponibilidad de los lectores ubicados físicamente en cualquier lugar del mundo, y en forma totalmente gratuita.
Si bien su biblioteca no tiene el tamaño de la de Marcelo, contiene los mínimos volúmenes a los que ha debido recurrir y que no pueden ser leídos en su dispositivo Kindle. Además, dicho sea de paso, ha donado a varias bibliotecas todos los libros de informática que utilizó a lo largo de su dilatada carrera, aunque tiene sus serias dudas de que puedan tener utilidad alguna en la actualidad.
Bueno, ya hemos conocido quiénes son los tres personajes que nos habrán de acompañar durante todo el relato. Todos tienen un denominador común: han elegido el barrio de Saavedra para pasar sus últimos años de vida. Pues bien, creo que llegó el momento de saber un poco más de él…
La legislatura de la CABA instituyó el día 27 de Abril como el “Día del Barrio de Saavedra”, en conmemoración al día de la fundación del mismo.
Entre los años 1872 y 1873, don Florencio Emeterio Núñez, hombre prominente y dueño de una inmensa fortuna, adquirió una gran extensión de tierras ubicadas en una zona alta del noroeste de Buenos Aires denominada “Las lomas de Saavedra”, donde se hallaba el casco de la estancia de don Luis María Saavedra que hoy es sede del Museo Histórico Brigadier General Cornelio Saavedra, del que Luis María era sobrino, y donde se conserva el acta de fundación del barrio homónimo. Cabe señalar que, de acuerdo a lo expresado por la Junta de Estudios Históricos de Núñez y Saavedra, éste es el único barrio de la Ciudad que fue fundado en un acto formal y por lo tanto legitimado por acta.
Buenos Aires trataba de expandirse hacia el norte y el oeste después de haber sufrido un par de años antes una grave epidemia de fiebre amarilla y Núñez, empresario con un gran espíritu de lucha, confió plenamente en el valor de esas tierras y vislumbró el progreso de la zona. Por ello, formó una sociedad llamada “Núñez y Cía.” cuyo principal objetivo era la fundación de un pueblo que se llamaría Saavedra en honor al primer presidente argentino.
Así fue como esta sociedad comenzó una batalla denodada contra el barro, los bañados, la vegetación y los pozos insalubres, para convertir el lugar en un modelo de ciudad con su debida parcelación, sus calles, nivelación de piso, desagües y acueductos.
Ya en Abril de 1873 los trabajos mencionados estaban muy adelantados y entonces se programó la fundación del nuevo pueblo. Para ello, se eligió el Domingo 27 de ese mismo mes, organizándose una ceremonia central a orillas del lago artificial de Saavedra hacia donde, cerca de mediodía, convergieron casi dos mil invitados entre los que se encontraban eminentes jurisconsultos, empresarios, políticos, comerciantes y personas interesadas en conocer las virtudes del lugar, todos ellos llegados en un tren especial que había arribado a la estación de Núñez, inaugurada el mismo día y que diera origen a la fundación de ese barrio. Al son de bandas de música, brindis y discursos en medio de una gran algarabía, ese día quedó oficialmente constituida la inauguración del barrio de Saavedra.
Muy pronto comenzaron los remates de aquellos terrenos y rápidamente se levantaron casas quintas, de familia y comercios, en principio pulperías y luego almacenes de ramos generales y despachos de bebidas. Se afincaron familias distinguidas y poco a poco la zona alcanzó un notable desarrollo, acrecentado por la inauguración de la estación ferroviaria en Febrero de 1891, de enorme importancia como medio de comunicación. Alrededor de 1920, por la zona del puente Saavedra, surgió en sus calles el juego clandestino y la prostitución, lo cual le dio mala fama al barrio temporariamente.
—¿Vieron? Ya dimos las tres vueltas —les comenta Juanpi a sus compañeros de caminata—. ¿Alguno quiere dar una más?
—Para mí está bien así —responde Marcelo—. Mejor sentémonos en aquel banco a descansar un rato.
—Sí, a mí también me parece una buena idea —Camilo aprueba la iniciativa—. Así, aunque sea podemos charlar unos minutos..
—Bueno, vamos… —Juanpi ya se está sentando, sin perder tiempo—. Y ayer.. ¿qué le pasó al Rojo, Camilo? Dominaron , pero se le fue el partido al final… Tenés que hacerte hincha del Millo si querés disfrutar del fútbol..
—Bueno, llegó la hora de decir pavadas —replica Camilo—. Por un partido de morondanga no voy a cambiar al equipo que ganó siete Libertadores.. ¡Siete! ¿escuchaste bien?
—¿Ven?.. mientras ustedes pelean —es el turno de Marcelo—, acá, a pocas cuadras hay un equipo marrón, que debe ser el único motivo de desvelos de los vecinos del barrio. El parque es el reflejo de lo que digo.. marrón y blanco en todos lados, señores
—Pero hablamos de campeonatos como la gente —Juanpi vuelve a la carga—. Aspiramos a lo grande, no a logros barriales..
—Bueno, siendo así —contesta Marcelo—. Entonces nada mejor que los xeneizes, que son de un barrio; pero no cajetillas a los cuales te plegás…
—Bueno, muchachos, creo que ya descansamos bastante —interrumpe Camilo—. Es hora de volver a casa, así mañana repetimos..
Cuidados
Retomando la historia del barrio de Saavedra que abandonamos en 1920 en el capítulo anterior, con sus primeros pobladores comenzaron a aparecer las pulperías. Era famosa la de la calle Pinto entre las calles Arias y Ramallo regenteada por su dueño Antonio Sarraino (alias) Alpargata, quien juntaba ciudadanos para el caudillo de turno.
Después de las pulperías fueron surgiendo las fondas o almacenes atendidos por sus dueños, que en general eran extranjeros italianos, españoles y alemanes; y las tabernas. Allí los parroquianos se divertían con el juego de las bochas, sapos, tabas etc. Fueron muy conocidas las de “El Tropezón”, ”La Dientuda”, “La Vasca Mariana” y “La Vienesa”.
Uno de dichos sitios, “La Sirena”, ubicada en Avenida Del Tejar y Núñez, fue fonda, bar, restaurante y confitería sucesivamente, mostrando los cambios del contexto social y económico del barrio hasta el presente.
En la avenida Cabildo, frente al Puente Saavedra, estaba el famoso boliche “El Cajón”, por la manzana con forma de ataúd y donde luego se estableció la cervecería “Zúrich”, con entrada en Cabildo y Pico.
Uno de los lugares regenteados por los hermanos “Trifulca” se dedicaba a los juegos clandestinos y a la prostitución. A tal punto era bueno el negocio que todas las noches pagaba un tranvía que se llamó el “tranvía de los patos” porque en él regresaban sin un centavo los que habían estado jugando clandestinamente.
El barrio quedaría luego delimitado por las avenidas Cabildo, General Paz y De los Constituyentes; y las calles Crisólogo Larralde, Galván, Núñez y Zapiola.
Se creó el Emblema Oficial del barrio de Saavedra, el que ilustra una división en cuadrantes, luciendo en su centro la silueta geográfica de la Ciudad, con un relieve destacado de los límites del territorio barrial.En la parte superior derecha danza un barrilete, significando la riqueza de los espacios verdes públicos de la zona. A su izquierda, un conjunto de manos en alto dan muestra de la solidaridad y el espíritu participativo de la comunidad. En su cuadrante inferior se luce la fachada tradicional de la estación ferroviaria Luis María Saavedra. En la cuarta partición deslumbra la sonrisa del “Ciudadano Ilustre” y “embajador saavedrense”, don Roberto “Polaco” Goyeneche, quien mira flamear en lo alto, un banderín marrón y blanco del Club Platense. Por fuera, en un bastón se entrelaza una cinta en movimiento con los colores de la Bandera Argentina.
El barrio tiene actualmente cuatrocientas sesenta y cuatro manzanas, con una población de cincuenta y dos mil habitantes.
Dentro del mismo hay tres zonas bien diferenciadas entre sí.
El barrio Presidente Roque Sáenz Peña, también conocido como barrio 1° de marzo de 1948, alrededor de la calle Valdenegro y con casas bajas más importantes.
El barrio Cornelio Saavedra, o Presidente Perón, entre el parque Sarmiento, Crisólogo Larralde y la avenida General Paz. El trazado de sus calles es de forma circular y concéntrica y con mucho verde, por hallarse entre parques. Se construyó gracias a la Fundación Eva Perón y esas viviendas para trabajadores, que son chalets de estilo californiano, con el tiempo pasaron a conformar un barrio residencial.
El barrio Mitre, también conocido como barrio Platense o barrio Goyeneche; ubicado a espaldas de la fábrica Philips, con seis manzanas de construcciones precarias construidas durante el gobierno de la Revolución Libertadora.
—¿Largamos muchachos? —les pregunta Juanpi a sus amigos—. Hoy está más frío que ayer, así que no nos quedemos mucho tiempo parados.
—Estoy listo, vamos.. —responde Marcelo—. Les comento que si veo a alguno de los parquistas, me gustaría preguntarle sobre el tipo de árboles que hay en el parque y en la zona. Mi cuñado tiene una quinta en Maschwitz; quiere plantar un par en su fondo y cómo sabe que vengo acá, me pidió que le averiguara con algún experto cuáles le convienen. Si yo me detengo, ustedes sigan. Yo después los alcanzo.
—No, yo te acompaño —comenta Camilo—. Me interesa el tema. Acá hay tantos, que está bueno saber en medio de cuáles caminamos todos los días.
—Esta mañana no tengo mucho tiempo —agrega Juanpi—, así que yo completo las tres vueltas y después me voy a casa, porque tengo que acompañar a Graciela a un control médico. Mañana me comentan de qué se enteraron.
—Lo que pasa es que cuando los ves tenés que encararlos en el momento —replica Marcelo—, porque después cambian de lugar o terminan su turno y se van y fuiste. Andá a encontrarlos otro día.
—Hoy venimos a un buen ritmo —contesta Juanpi—, así que en menos de una hora completamos las tres. Pero vayan ustedes si lo ven. No hay problema.
—Mirá, Marcelo, allá hay uno —señala Camilo la placita sobre García del Río y Roque Pérez, separada del parque por esta última—. ¿Qué hacemos?, ¿vamos?
—Dale, vamos, si no, lo perdemos —decide Marcelo—. Nos vemos mañana, Juanpi. Seguí a tu ritmo. Después nosotros completamos el circuito.
—Vayan tranquilos, muchachos —responde Juanpi—. Mañana me cuentan qué les dijo el parquista que cuida lo que disfrutamos.
Marcelo y Camilo mantuvieron una conversación muy entretenida con el cuidador del parque Saavedra, quien contestó amablemente todo tipo de preguntas que nuestro amigos le hicieron sobre la arboleda, no la del parque, sino también la del barrio en general.
Mediante la charla con el parquista encargado del mantenimiento del césped, del riego, sembrado y poda de las actuales y nuevas especies, entre otras actividades, se enteraron que la ciudad de Buenos Aires es considerada la París de América del Sur, donde los plátanos de las avenidas contribuyen a la lista de similitudes entre ambas ciudades.
Sin embargo, un buen observador podrá distinguir el toque autóctono del parque Saavedra apenas se acerque a él, representado por las especies típicas que lo decoran. Entre otros árboles podrá encontrar a los siguientes:
El jacarandá es una planta subtropical del noreste argentino que se adaptó al clima porteño. Aunque en el mundo es una especie en peligro de extinción, en Buenos Aires es la estrella de la ciudad, con más de catorce mil ejemplares. El color azul violáceo de sus flores es único y distintivo, y se puede ver en primavera, constituyendo un espectáculo sin igual.
La tipa es originaria de Argentina y Bolivia, y parte del encanto de Buenos Aires. El paisajista Carlos Thays la eligió para enarbolar las principales avenidas. Se distinguen parques y veredas por su imponente tamaño. En diciembre y enero se cubre de flores amarillas y entre fines de octubre y diciembre, no es nada raro que la planta “llore”, con un goteo leve como una suave llovizna, que no mancha pero puede ensuciar los autos estacionados debajo de sus ramas.
El palo borracho es una planta originaria del noreste argentino. Su tronco es más gordo en su parte inferior, actúa como reserva de agua en caso de sequía y también está cubierto de espinas cónicas. Sus grandes flores rosas, de entre diez y quince centímetros, aparecen de enero a junio y atraen colibrís y mariposas.
El ceibo es una planta típica del Delta del Paraná que prefiere los suelos húmedos e incluso saturados de agua. Su tronco y ramas son irregulares y delgados y su altura oscila entre cinco y diez metros. Se caracteriza por sus flores rojas con formas de gajos que se pueden ver de octubre a abril. Si bien se lo cultiva con fines ornamentales, su madera es sirve para fabricar bombos, por lo que se lo considera un árbol característico de la cultura argentina.
El ombú, pese a su espeso tronco de tamaño espectacular y a su porte de diez a quince metros, es una hierba gigante y no un árbol. Sirve como referente en las planicies interminables y como reparo de los rayos de sol. Es un ícono de la Pampa y aparece frecuentemente en el folclore y tradiciones gauchescas.
El tilo, un árbol de buen volumen, que llega a vivir hasta novecientos años, alcanzando entre veinte y cuarenta metros de altura, con un metro de diámetro y hojas con borde aserrado de hasta veinte centímetros de ancho de color verde oscuro. Sus flores son muy aromáticas, en forma de pequeños racimos amarillos.
El álamo, un árbol de crecimiento rápido, que puede alcanzar tallas de diez a treinta metros, con ramas flexibles y corteza lisa, de colores blanquecinos o cenicientos, con marcas horizontales de tonos más oscuros similares a estrías. Sus hojas son simples, alternas, habitualmente anchas y de bordes enteros o aserrados.
El pino, que pertenece al grupo de las coníferas y presenta una ramificación más o menos regular. De copa piramidal o redondeada y en los árboles adultos, ancha y deprimida. Con forma de cono, maduran bienal o trienalmente. Las semillas son de color y tamaño variables y forman los típicos racimos por los que se los conoce.
El plátano es un árbol de gran porte, abundante en el perímetro del parque, de corteza persistente en el tronco y hojas con perfiles muy variables. Sus frutos tienen forma globosa y amarillenta, están cubiertos de pelos y se desprenden, cubriendo todos los aledaños.
La palmera, que puede llegar a los cuarenta metros de altura, con troncos de cincuenta o sesenta centímetros de diámetro y apariencias de elegantes columnas. Las hojas tienen en su base vainas muy grandes que envuelven el tronco Sus penachos terminales puede llegar a medir hasta seis metros de largo.
El roble, unos de los árboles más resistentes, puede alcanzar los cuarenta y cinco metros de altura. Su copa es bastante regular, redondeada, y su tronco es de corteza grisácea o parduzca, muy resquebrajada en los ejemplares viejos. Las hojas son caducas y la bellota es ovoide y presenta abundantes escamas.
En la ciudad, no ya en el parque, otras especies no locales también merecen mención especial por sus dimensiones alucinantes, como el gomero, frente a la Recoleta; la magnolia, de la Plaza San Martín; y el ficus, de la Plaza Lavalle.
En cuanto a cantidad de árboles en la ciudad, los principales son el fresno rojo americano, con ciento treinta mil; el plátano, con treinta y dos mil; el ficus, con veinticuatro mil; el tilo, con diecisiete mil; el jacarandá, con catorce mil; y la tipa, con nueve mil.
Entre las comunas porteñas con mayor cantidad de ejemplares está la número 12. Los barrios de Coghlan, Saavedra, Villa Urquiza y Villa Pueyrredón, reúnen a treinta y nueve mil árboles.
Con toda esa información, Marcelo y Camilo se consideran más que satisfechos en cuanto a su conocimiento de las especies del parque, del barrio y la ciudad, por lo que luego completan las dos vueltas restantes y dan por concluida la actividad recreativa del día martes.
—Te perdiste la charla de ayer —le está diciendo Camilo a Juanpi mientras los tres comienzan la caminata diaria de los cuatro kilómetros—. Estuvo más que interesante. La verdad es que somos privilegiados en tener una arboleda como ésta a disposición para caminar, hacer deportes o simplemente, sentarse a descansar debajo de ella. No todos tienen esa suerte.
—Es cierto lo que decís, Camilo —responde Juanpi—, pero no te olvides que para poder disfrutarla hay que tener tiempo y nosotros ahora lo tenemos porque laburamos durante toda la vida. Es uno de los pocos privilegios de ser jubilado hoy en día, porque aparte de esto… ¡bah!, mejor no hablar… Caminemos muchachos, caminemos… y no pensemos en lo que cobramos, por favor se los pido… contemplemos lo que nos rodea, y que los que laburan no lo pueden hacer.... Y, a propósito ¿cómo les fue ayer con el parquista?
—Preguntá lo que quieras saber sobre árboles —responde Marcelo—. ¿A ver? Palo borracho, ombú, pino, álamo, tilo,.. el que quieras.. Nos dio cátedra en hombre. Ahora el que va a tener un problema es mi cuñado, para elegir cuál le gusta más para su quinta…
—¡Aramos, dijo el mosquito! —replica Juanpi—. Como si lo hubieran estudiado ustedes. Menos mal que el hombre les compartió sus saberes…
—La verdad que sí —responde Camilo—. Eso estuvo muy bueno de su parte. Y, a vos, ¿cómo te fue con el chequeo de tu esposa?¿Todo bien?
—Mirá ese es otro motivo para bajonear a los jubilados. No hay respeto. En la obra social te cobran una fortuna y cuando necesitás atención te dan turno para el día de la escarapela. Encima, tenía turno a las 12:30 y nos terminaron llamando casi a las 2 de la tarde y ni siquiera nos pidieron disculpas. No les importa que seamos personas mayores. Me tuve que contener para no decirle de todo al médico, porque no había tanta gente para justificar esa demora. Menos mal que los estudios habían dado bien, que si no…
—Tranqui, Juanpi —Marcelo trata de serenarlo—. Ya está. Ahora disfrutá de lo que tenemos. Ya completamos la segunda vuelta. Vamos por la última.
—Un esfuerzo más —agrega Camilo—. Lo que me llama la atención de este parque, como recién llegado al barrio, es la cantidad de actividades y puestos que tiene, y que todavía no sé muy bien qué hacen allí. Creo que me voy a ir integrando de a poco para poder disfrutarlo a tope.
—¿Sabés, Juanpi, que hay entidades particulares que contribuyen a embellecer el parque por su cuenta? —pregunta Marcelo—. Para mí fue una sorpresa.
—No, no tengo ni idea. ¿Quiénes son?
—Más de veinticinco colaboradores de la compañía Newsan, miembros de la Comunal 12 y cerca de ochenta alumnos de escuelas de la zona participaron de la acción en pos del cuidado del medio ambiente y el desarrollo de la comunidad. El Grupo Newsan celebró el Día Mundial del Medioambiente con una iniciativa para su comunidad, plantando más de sesenta árboles en el parque.
—¡Mirá vos! —responde Juanpi, asombrado—. Y lo hacen de tal forma que no trasciende mucho a los vecinos.
—Pues así es —agrega Camilo—. Desde hace veinticinco años, el Grupo Newsan procura la preservación del medio ambiente mediante diferentes acciones, como la fabricación y comercialización de productos que no contienen sustancias peligrosas o contaminantes y la reducción de recursos y materiales de descarte con el propósito de minimizar el impacto ambiental de las actividades, contribuyendo a un mejor planeta para las generaciones presentes y futuras. Ellos creen que la sensibilización de la comunidad en materia de cuidado del medio ambiente debe ser parte de la estrategia integrada de sustentabilidad de la compañía. Bajo esta premisa, el Grupo se articula con distintos actores de la sociedad civil para lograr sinergia y potenciar la sensibilización de la comunidad en esta materia.
—Me parece genial —Juanpi no para de asombrarse—. Son del primer mundo. ¿Qué hacen acá? ¿Todavía no se dieron cuenta dónde están?
—¿Viste que no todo es tan malo en este país? —Marcelo responde la pregunta—. Respecto de sus productos, Newsan fabrica aires acondicionados con gases refrigerantes amigables con el entorno. A su vez, sus heladeras son las de mejor eficiencia energética del mercado y la totalidad de las TV y monitores que producen, utilizan sustancias no contaminantes. En lo que respecta a economía circular, la compañía posee una planta enteramente dedicada al reciclado de sus materiales de descarte, recuperando más del 95% de sus residuos y logrando reincorporarlos a la cadena productiva. De esta manera, la conciencia ambiental está presente en todo el ciclo industrial de del Grupo.
—Bueno, muchachos —Juanpi reconoce—. Con gente así, no todo está perdido en este país. Esperemos que no se desmoralicen…
El grupo está recorriendo su tercera vuelta en sentido anti-horario, a la altura de García del Río y Roque Pérez, encarando hacia la finalización de la misma, en su unión con la ampliación de García del Rio en la avenida con canteros den el medio, que desemboca en Cabildo, cuando ocurren dos hechos dignos de destacar.
—Miren ahí. Paremos un momento —propone Camilo—. Esa clase no había empezado cuando pasamos la vuelta anterior.
—Y, debe empezar a las diez y media, supongo —contesta Marcelo—. Tiene buena música, muy pegadiza, ritmo centroamericano y los movimientos están geniales… además, la profe está de diez. ¿Por eso querés parar?
—No, ya veo que son todas mujeres —responde Camilo—, ciego no soy. Pero lo que creo es que tal vez tengan otro día y horario para los hombres. ¿Qué piensan, ustedes que conocen el parque mejor que yo, que acabo de llegar?
—Puede ser, Camilo —participa Juanpi—, pero seguro que por las mañanas, no. Si no ya lo hubiésemos visto antes. ¿Por qué no te acercás y le preguntás a la profe cuando terminen esta pieza? Es una buen excusa para chamullártela…, ahora que estás solo; ¡mirá qué oportunidad!
—No quiero interrumpirlas —responde Camilo—, y además me da un poco de corte. Son todas mujeres de nuestra edad, menos la profe.
—¡Mirá, ahí terminaron! —Marcelo trata de animarlo—. Tenés un par de minutos, mientras descansan y se refrescan, antes que empiecen con la siguiente… ¡Dale, anímate, no seas cagón!
—Bueno, ahí me mando, pero después sin cargadas, por favor..
—No pierdas más tiempo —Juanpi se suma—, que nos estamos enfriando. Es ahora o nunca..
De regreso y retomando la caminata, Camilo comenta…
—Me dijo Susi, que así se llama, que las clases son todos los miércoles de diez y media, como lo habían supuesto, hasta las doce. También que hay otra igual para los hombres pero los martes por la tarde, a partir de las dieciocho. Son gratis; llegás, te sumás y ya está; no hace falta nada más.
—¿Y no te dijo nada más, Susi? —pregunta Juanpi—, porque mirándola bien, está un camión..
—Es muy joven para mí, muchachos. Debe andar en los 35. ¡Después de una noche con ella, me tienen que sacar con los pies para adelante!
—¡Qué flojo había resultado este gallego, ché! —bromea Marcelo—. Una pena, la verdad que una pena..
—¡Ché, cuidado! ¿Qué hacen estos dos salames? ¡Déjenlos pasar que nos llevan puestos! —vocifera Juanpi, mientras dos jóvenes que vienen caminando a toda velocidad desde atrás los superan, empujándolos para pasar— ¡No respetan a los viejos!
—¡Pasen, pasen, muchachos! —grita fuerte Marcelo—. ¿Adónde van? ¿A apagar un incendio?
—¡Qué barbaridad! —agrega Camilo—Uno rengueando, además, y un calvo total que te llevan por delante. Esto no creo que pase en España.
—Este es el país de la impostura, gaita —responde Juanpi, tratando de serenarse—. Además, miren. Cruzaron la calle y doblaron en la esquina, en Conde.. ¿tanto apuro para qué?
—¿Qué se yo? ¡Andá a saber, vos! —responde Marcelo—. ¡Miren, allá están entrando en la casa de Conde y Manzanares…! ¡Que hdp.. este rengo y el pelado! Dan ganas de ir a patearles la puerta.
—No te calentés, Marcelo —Juanpi trata de calmarlo—. Ya estamos terminando por hoy a la mañana. Hacemos los últimos doscientos metros y.. ¡a casa, a ducharnos!
—Tenés razón, Juanpi —le contesta Camilo—. Es lo mejor que podemos hacer. Nos vemos mañana.
—¡Por supuesto! A la diez en punto —responden al unísono sus compañeros.
x
Comments