Libro: La memoria y otras historias
Antonio Jorge Salgado
—Mire, señora Cata, como le dije, hace ya un par de días que estoy buscando donde alojarme pero los precios son muy altos. La pieza que me mostró para mí es más que suficiente y me interesa mucho pero, por favor, me tendría que conseguir una rebaja del alquiler.
—Como te dije, Tomás, yo no soy la dueña y el precio que me fijó ella para cualquier interesado es de doscientos pesos. ¿Vos cuánto estarías dispuesto a pagar?
—Hoy por hoy no puedo comprometerme a más de ciento cincuenta, pero en cuanto me estabilice en el trabajo tal vez pueda llegar a esa cifra. Solo necesito tiempo y ganarme la confianza del dueño del bar.
—Te entiendo, hijo, pero no lo decido yo. Mirá, como creo que sos una buena persona, si me esperas la voy a llamar a la dueña por teléfono y te contesto lo que me dice. ¿De acuerdo?
—Por supuesto, señora Cata, y mil gracias por la ayuda.
Quienes están manteniendo el diálogo anterior son Tomás Gómez y Cata, una de las inquilinas de la casa a quien la dueña le ha confiado el trato y la recepción de nuevos interesados en alquilar piezas en ella.
Por su parte, Tomás Gómez nació en un modesto lugar de un barrio periférico de San Miguel de Tucumán en 1942 y acaba de arribar a la CABA. La acción transcurre en Marzo de 1960, cuando Tomás tiene solo 18 años de edad.
En Tucumán, desde hacía dos años, Tomás había quedado a cargo de sus cinco hermanos menores, cuatro varones y una mujer, luego que falleciera su madre, ya viuda.
Una familia vecina tucumana lo había ayudado en el cuidado de los mismos, cuando Tomás se vio obligado a salir a trabajar para poder alimentar las seis bocas.
Actualmente las edades de sus hermanos oscilaban entre los diecisiete y los ocho años y cada vez se le había puesto más difícil alcanzar este objetivo, a pesar que él ponía toda su voluntad y esfuerzo.
En un momento determinado Tomás tomó la drástica decisión de marcharse a Buenos Aires, en el afán de conseguir un trabajo mejor remunerado y remitirles a ellos en Tucumán todo lo que podría ahorrar cada mes.
Actualmente sus hermanos son Cecilia, de diecisiete años; Higinio, de catorce; Joaquín, de trece; Ramón, de once; y Mario, de ocho.
Si las cosas le van bien y Dios lo ayuda, su plan contempla la posibilidad de irlos llamando para venir a vivir junto a él en Buenos Aires en cuanto las circunstancias así se lo permitan. Tucumán le ha dejado un recuerdo muy triste y no quiere que sus hermanos deban pasar por el mismo sufrimiento que a él le tocó padecer. Cree, sin dudas, que ellos tendrán un mejor porvenir en la ciudad porteña.
Después de una estancia inicial en una habitación de un amigo de su familia, ha salido a alquilar un lugar que pueda hacer frente con el módico sueldo inicial del trabajo que acaba de conseguir.
—Bueno, tuviste suerte Tomás. La dueña dice que te puede aguantar seis meses con ciento cincuenta pesos para que te estabilices en la ciudad, pero que después el alquiler será sí o sí doscientos. ¿Qué le contesto?
—Sí, por supuesto que sí, señora Cata. Si quiere, ya le dejo el primer mes como adelanto.
—Tranquilo, hijo. Después lo arreglamos. La pieza de arriba es tuya. Ya podes traer tus cosas.
—No sé cómo agradecerle señora Cata. Seguro que la dueña accedió porque usted se hizo responsable por mí y eso es algo que no olvidaré.
—Andá Tomás, no pierdas tiempo y dedícate a trabajar bien y con empeño.
—Descuide, señora. Así lo haré.
La casa donde acaba de alquilar es una de tipo chorizo y está ubicada en la calle Ciudad de la Paz, entre las de Monroe y Roosevelt, a pocos metros de la esquina con esta última, en el porteño barrio de Belgrano.
La casa dispone de tres piezas de cuatro por cuatro metros en la planta baja y una pieza adicional de tres por tres metros en la planta alta. Tiene además una cocina y un baño para uso común de todos los inquilinos, un zaguán de entrada y un patio lateral, todos ubicados en la planta baja.
La pieza que ha quedado disponible es la de la planta alta, donde se ubicará Tomás. Una de las piezas de la planta baja está ocupada por Cata, su marido José y su hijo Carlitos, de doce años. Las otras dos piezas de la planta baja lo están por dos hermanas, las Melli, con sus respectivos maridos, pero sin hijos.
Una infidencia que Cata le ha comentado a Tomás durante la charla que tuvieron es que las Melli, aparentemente, están buscando un departamento fuera de la Capital para alquilar, ya que son más baratos y les permitirán a ambas parejas tenerlo totalmente a su disposición, sin tener que compartirlo con otras personas. Esto le interesa sobremanera a Tomás, ya que en caso de concretarse, ello podría constituirse en una oportunidad para traer en el futuro a sus hermanos, si es capaz de juntarse con unos ahorros para hacerlo.
El primer trabajo que Tomás ha conseguido en Buenos Aires luego de su arribo y dada la carencia de una mínima especialización, es el de lavacopas y ayudante de cocina en un bar situado en la esquina de Amenábar y Monroe, a una cuadra y media de la casa donde ha alquilado. El dueño le ha prometido un sueldo de cuatrocientos pesos durante los primeros tres meses, en los cuales podrá evaluar su desempeño y, en caso ser este satisfactorio, podrá concederle luego un aumento.
Si bien a este trabajo Tomás no lo considera como algo desafiante para poder tener un rápido progreso, por lo menos le permitirá estabilizarse, tener unos pequeños ahorros y encarar algo mejor con el tiempo. Estima que con ciento cincuenta pesos podrá afrontar sus gastos personales mensuales llevando una vida modesta, los que sumados a la misma cifra para el alquiler, le generarán cien pesos mensuales para enviar a Tucumán.
El primer año transcurre según Tomás lo había planificado. Su desempeño en el bar ha sido muy bueno. La tarea de lavacopas la realiza muy eficientemente y dispone del tiempo suficiente para ayudar en la cocina y aprender las recetas para lograr platos que sean bien recibidos y con el menor desperdicio posible.
El dueño ha reconocido su empeño y dedicación y, tal como le había prometido, a los tres meses le concedió un aumento de cien pesos, por lo que con su nuevo sueldo de quinientos pesos ha podido hacer frente al alquiler de doscientos, para satisfacción de la dueña de la casa y además enviar ciento cincuenta pesos por mes a Tucumán.
Un pequeño accidente sufrido por Tomás lo ha obligado a disponer de un día de recuperación. Un cuchillo mal colocado en su respectivo estante se ha deslizado y caído, incrustándose en su brazo izquierdo y generándole un corte muy profundo. Ante esta situación el encargado ha debido llevarlo, taxi de por medio, al hospital Pirovano, situado a unas diez cuadras del bar, donde fue atendido de inmediato por la guardia del mismo. El resultado del desgraciado hecho fueron ocho puntos de sutura para cerrar la herida, más la vacuna antitetánica, un descanso obligado de un día y la obligación de no realizar ningún esfuerzo con ese brazo hasta que la misma cicatrice. Como Tomás es diestro, al día siguiente ya pudo hacerse cargo del setenta por ciento de las actividades bajo su responsabilidad.
Lo que mucho le ha llamado la atención a Tomás es la infraestructura del hospital público; tanto la edilicia como algunos equipos que pudo ver y la cantidad de enfermeras que circulaban por las cercanías de la sala donde estaba. Al regreso del hospital al bar Tomás quiere saber más de él y mantiene un diálogo al respecto con el encargado del mismo.
—¿Sabe, don Luís, que creo que en todo Tucumán no debemos tener algo ni siquiera parecido a este hospital?
—No estuve en tu provincia, Tomás, pero me imagino cómo se deben sentir desprotegidos cuando necesitan ayuda.
— De hecho, en la mayoría de los casos nos tenemos que manejar con salitas de atención que no tienen ni lo mínimo para resolver urgencias.
—Así está el país, Tomás, pero mirá que este es uno de los hospitales mejores equipados de la ciudad. No podes comparar.
—¡Y, sí, así son las cosas! Los porteños siempre se quejan pero no saben lo que tienen acá.
—¿Te imaginas, Tomás, lo que podríamos tener todos los argentinos si en este país no se robara tanto?
—No me lo diga a mí, don Luís, que no quiero amargarme más, por favor. Piense que tengo cinco hermanos allá….
Pero no satisfecho con lo que pudo averiguar con el encargado, Tomás dedica el resto de ese día y toda la jornada de descanso a dirigirse a una biblioteca cercana a la casa para averiguar más detalles del hospital. Esto es lo que encuentra.
El Hospital de Agudos Dr Ignacio Pirovano estaba situado en la Avenida Monroe al 3500, en la Capital. Algunos decían que era Villa Urquiza; otros, Belgrano y los vecinos más cercanos al predio, Coghlan, que era lo correcto. Este barrio había nacido de una compra de treinta hectáreas de Belgrano para construir una estación del ferrocarril, la que se inauguró en 1981 y lleva el nombre del ingeniero irlandés de la compañía férrea. Habían ocurrido muchos cambios en los nombres de las calles y en los límites en los barrios. Monroe se llamaba Saavedra en un proyecto de traza de 1855 y luego, en 1893, se pasó a llamar Monroe en referencia al quinto presidente de EEUU.
Belgrano, junto a otros barrios, padecieron varias epidemias; la de Cólera en 1857, la Fiebre amarilla en 1858 y la Fiebre Tifoidea en 1881. Las autoridades decidieron la construcción de un nosocomio para atención de los pacientes, ya que la misma estaba colapsada, dado que funcionaba por la zona el ahora Hospital Fernández para atención de enfermos de sífilis.
En 1889 se compró un terreno delimitado por Monroe, Pedro I. Rivera, Melián y Roque Pérez para ello. Las Damas de Caridad de Belgrano le pidieron al Intendente del barrio, Sr. Francisco Seeber, quien compró el mismo a los hermanos Francisco y Tomás Chas; pero al no avanzar las obras volvieron a pedirle al nuevo Intendente, Dr. Federico Pinedo, y en 1894 se colocó la piedra fundamental del nuevo hospital. Próximo a la inauguración, falleció en Julio de 1895 el Dr. Ignacio Pirovano, un célebre cirujano y vecino del barrio, por lo que el hospital, que se iba a llamar “Hospital de Belgrano”, tomó el nombre del Dr. Pirovano.
Su objetivo fue dar asistencia a una población original de doce mil habitantes del barrio. La inauguración oficial fue en Julio de 1896 y su primer director fue el Dr. Arturo Billinghurst. Las monjas locales y extranjeras, conocidas como las monjas azules por sus hábitos, cubrían las necesidades espirituales.
Al año siguiente aumentó la demanda y se completaron las instalaciones. En 1898 había ciento treinta y seis camas de internación. Se avanzó en la construcción y en 1906, durante la dirección de Sanidad presidida por el Dr. José Penna se inauguraron nuevos pabellones, capilla y anfiteatro. Se concretó la instalación de anexos y la viuda del Dr. Pirovano donó todo el material quirúrgico del difunto.
En el censo de la Capital de 1904 los hospitales Pirovano, Álvarez y Fernández eran considerados de segunda, debido a su escasa capacidad de internación, aunque en cuanto a desarrollo técnico y funcionamiento administrativo eran equivalentes a los hospitales Rawson y San Roque.
Los pacientes pobres eran atendidos gratis o, como máximo, aportaban treinta centavos por receta.
En 1910 contaba con ciento ochenta camas, su prestigio había ido en alza y brindaba asistencia a la población de los barrios mencionados anteriormente.
Los problemas sanitarios se aliviaron con la inauguración de redes cloacales. La iluminación era a gas. La atención a domicilio aumentó exponencialmente. La guardia era permanente y se disponía de una ambulancia de auxilio y de un carruaje. Para la atención en consultorio los enfermos debían proveerse de un certificado de pobreza expedido por la Comisaría de Policía, otorgado por la Asistencia Pública.
A través del tiempo, el Pirovano sufrió ampliaciones y remodelaciones hasta colmar los servicios que brinda actualmente, asistiendo a los barrios de Belgrano, Núñez, Coghlan, Villa Ortúzar, Villa Urquiza y Saavedra, que conforman Comunas 12, 13 y 14.
—¿Sabe, don Luís?. Ayer estuve leyendo bastante sobre el hospital Pirovano en la biblioteca del barrio —le comenta Tomás al encargado del bar al día siguiente.
—¿Ah, sí? ¿Y qué encontraste? Te pregunto porque, como siempre pasa, cuando a algo lo tenes cerca no te preocupas por saber cómo llegó hasta dónde está.
—Mire, don Luís, es una larga historia pero para hacérsela corta, tiene ya más de sesenta años, nació por una epidemia que hubo en la ciudad y no para de crecer.
—Bueno, me alegro que te interesen estos temas. Eso demuestra que te sentís cómodo en el barrio, ¿no?
—Por supuesto, y hoy cuando termine acá voy a ir a leer un poco más porque ayer terminé un poco cansado. Además, le tengo que confesar que esta ciudad me gusta tanto que en cuanto pueda voy a tratar de traer a algunos de mis hermanos que se quedaron en Tucumán.
—¿Tan pronto? Desde ya contá conmigo para lo que sea, pero no te precipites porque tenes que contar con algo de plata ahorrada para recibirlos.
—Lo sé muy bien, don Luís, y desde ya le agradezco su ayuda. No voy a hacer locuras, pero la sangre tira ¿vio?, y me pone mal saber cómo deben estar viviendo allá.
Por la tarde, luego de terminar su trabajo en el bar, Tomás concurre nuevamente a la biblioteca para terminar de leer lo que encuentre sobre el hospital..
Las puertas del Hospital se abren a las seis de la mañana, dándose los números para ser llamados a partir de las siete. Todos los días existen turnos programados y también turnos libres para las especialidades que atienden ese día. Se debe llevar siempre el DNI y el carnet de afiliado a la Obra Social, si corresponde.
Con el número, las personas deben dirigirse al hall que corresponda: Obstetricia, Pediatría y Clínica Médica.
El Hospital ofrece atención matutina y vespertina hasta las veinte horas.
Los servicios incluyen las siguientes especializaciones: alergia, alimentación, cardiología, cirugía general y especial, clínica médica, dermatología, diabetes, endocrinología, gastroenterología, ginecología, hernias, hipertensión, kinesiología, nefrología, neurocirugía, neurología, obstetricia, oftalmología, otorrinolaringología, pediatría, proctología, reumatología, traumatología, urología y vías respiratorias.
Asimismo se realizan jornadas científicas desde hace tres décadas, habiéndose tratado, entre otros, los siguientes temas: Nuestro hospital, atención primaria, interdisciplina y alta complejidad; Avances en medicina interna, diagnóstico y tratamiento; Mujer, infancia, familia y sus desafíos y propuestas; Infecciones hospitalarias; Prevención, calidad e interdisciplina en salud; Salud mental y pública y sus desafíos y propuestas; Docencia, hospital y comunidad; El derecho a la salud y la atención en tiempos de crisis; y Enfermedades que hereda el tercer milenio.
Las integrantes del Servicio Social hoy cuentan con una formación profesional heterogénea, complementando sus experiencias en el hospital. Disponen de una concepción amplia de salud, orientada a la atención integral y a la consideración de las personas como protagonistas de un proceso de salud-enfermedad-atención-cuidado.
La infraestructura de los edificios también ha sido motivo de una mejora y mantenimiento permanentes, entre cuyas obras pueden mencionarse: la demolición de una chimenea, dado el deterioro de la misma en el sector de incineración de los residuos; la readecuación del local de inflamables; el refuerzo del alumbrado de calles; el mejoramiento de veredas, vados y arbolado; la ejecución de nuevo playón de ambulancias; la readecuación del local de residuos peligrosos; y el mejoramiento de ascensores en los distintos pabellones.
Ha transcurrido un año y medio desde la llegada de Tomás a Buenos Aires. El muchacho ha continuado trabajando en el bar cada vez con un mayor entusiasmo y dedicación, aprendiendo rápidamente muchos de los secretos de la cocina del mismo, aparte de la labor de lavacopas que le había sido asignada. Esto fue motivo de una gran satisfacción de don Luís y, por su intermedio, del dueño del bar. De continuar así ambos planean darle mayores responsabilidades, aunque no se lo han hecho saber.
En Septiembre de 1961, una tarde, al regresar del bar a su pieza de la casa de Ciudad de la Paz, Tomás se cruza en la puerta de entrada con doña Cata, quien le pide que se quede un momento en el zaguán porque tiene novedades.
—Hola Tomás. ¿Te acordas de que cuando llegaste te comenté que creía que las Mellizas estaban buscando un departamento en las afueras de la ciudad para mudarse porque querían tener algo sólo para ellas y sus maridos?
—Sí, doña Cata, me acuerdo perfectamente. ¿No me diga que…?
—Sí, Tomás, así es y me alegro por vos.. Se están mudando el mes que viene, con lo cual se liberan las dos piezas de la planta baja. Eso era lo que querías, ¿no?
—Sí, doña Cata. Dios está de mi lado. No sabe lo dichoso y agradecido que me siento. Ahora podría traer a varios de mis hermanos, si me da el cuero. Por favor, ¿podría ayudarme con la dueña como hizo la otra vez?
—Sí, Tomás, en lo que pueda, por supuesto que contás conmigo.
—Quisiera saber cuánto me saldría por mes el alquiler de las dos piezas de abajo más la de arriba que tengo ahora; y si es posible, si me puede cobrar algo menos los primeros meses hasta que vea en el bar si me pueden pagar un poco más para hacer más cosas.
—Bueno, Tomasito, quédate tranquilo. Voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para que cobre lo menos posible. Me encantaría que podamos compartir este departamento solo nosotros. Esta misma noche la llamo y se lo planteo, aunque no creo que me conteste de inmediato. Tendrá que hacer algunos números, supongo.
—Entiendo, doña Cata. Voy a tratar de dominar mi impaciencia lo mejor que pueda. Rece por mí.
—Así lo haré, hijo mío. Te lo mereces.
La respuesta de la dueña se ha hecho esperar. Recién un par de días después de la conversación, doña Cata se la transmite a Tomás en el zaguán.
—Lo que me dijo la dueña es que lo que ella estuvo recibiendo estos meses por el alquiler de las tres piezas son ochocientos pesos; trescientos por cada una de las de la planta baja y doscientos por la tuya. En el caso tuyo está dispuesto a bajarlo a setecientos y que, además, te da un período de gracias hasta fin de año, o sea tres meses, para que traigas a tus hermanos y se consigan un trabajo, pagando cuatrocientos. Luego, a partir de Enero, los setecientos. Creo que es una muy buena oportunidad y que fue muy generosa.
—¡Uy, tengo una montaña frente a mí, doña Cata! Creo que lo primero que tengo que hacer es plantearle el tema al encargado del bar y él al dueño, para ver si me pueden ajustar un poco mi sueldo. Espero que me comprendan. Si no, no sé… no quiero pensar mucho más en el aire.
—Es lo mejor que podés hacer. No te apresures, la dueña de la casa puede esperar un par de semanas. Igual las Mellizas no se van hasta fin de mes.
—Le confieso que tengo los veinte dedos cruzados.. ¡Qué nervios..!
Y el pobre Tomás habló con el encargado del bar y éste con el dueño y, tal como lo habían ya planeado, le propusieron un aumento para que se sintiera cómodo en su lugar: su nuevo sueldo sería de seiscientos pesos, un veinte por ciento de incremento.
Y el pobre Tomás tuvo que hacer números y más números y consultar a doña Cata y a don Luís, antes de tomar su decisión.
Y cuando la polvareda levantada se decantó, la tomó: haría venir a tres de sus hermanos; Cecilia, Higinio y Joaquín; que podrían conseguir un trabajo y ayudarlo a pagar el alquiler. Los dos más pequeños, Ramón y Mario, deberían esperar un poco. Tenían once y ocho años, respectivamente y debían terminar con la primaria, por lo menos. Según sus números, a los hermanos en Buenos Aires les quedaría resto para enviar dinero a Tucumán y mantener a los pequeños hasta que Tomás los reclamara para venir a Buenos Aires.
Y así fue como a comienzos de 1962 la casa de la calle Ciudad de la Paz alojaba, aparte de doña Cata y su marido, a Tomás, Cecilia e Higinio en la planta baja, y a Joaquín en la planta alta. El espacio era suficiente para ellos y para los dos hermanos menores que se incorporarían luego, lo que sucedió dos años más tarde, en 1964.
En cuanto a los trabajos, a lo largo de ese año Cecilia consiguió un puesto como operadora en la fábrica Fate, ubicada en la zona norte del Gran Buenos Aires, Higinio lo hizo también como lavacopas en la Pizzería Génova, situada en Cabildo y Monroe, y Joaquín ingresó como cadete en un estudio jurídico cercano a Las Barrancas.
Con sus aportes mensuales, la situación económica de los hermanos se transformó en una suficientemente cómoda como para pagar el alquiler, sus gastos y remitir el resto a Tucumán.
Así fueron transcurriendo los años, con los hermanos cada vez más asentados en la gran ciudad e independientes entre sí, lo que les permitió encarar sus propios proyectos de vida.
La primera en dejar el nido de Belgrano fue Cecilia. Lo hizo en 1964, cuando se casó con un compañero de trabajo llamado Hugo y se fue a vivir a una muy modesta casa en San Fernando, cerca de la fábrica donde ambos trabajaban. De este matrimonio serían engendrados Pedrito, en 1964; y Justino, en 1970.
La distribución de las piezas se modificó entonces: en una de la planta baja vivía Tomás, quien podía hacer frente a su alquiler y había comenzado a noviar; en la otra vivían Higinio y Joaquín; y en la de la planta alta los menores, Ramón y Mario.
Transcurre 1968 y los dos hermanos mayores, Tomás e Higinio se han casado y cada matrimonio ocupa una de las dos piezas de la planta baja; y en la planta alta, a Ramón y Mario se les ha sumado Joaquín. Aunque para estos no es la solución ideal, por lo menos temporariamente representa una alternativa aceptable.
Tomás y su esposa han dado a luz a Tomito, que ya tiene seis años; y a Mecha, que tiene uno. Los cuatro viven en la misma pieza.
En dicho año, 1968, ocurrió un suceso que sería recordado luego durante muchos años y que haría que Tomás regresara a su ya conocido hospital Pirovano. El domingo 23 de Junio había ido con su hermano Higinio al estadio Monumental de Núñez, donde el equipo millonario recibía a su tradicional rival Boca Júniors…
El partido terminó 0 a 0, pero el siniestro suceso ocurrió a la salida del estadio. Se lo conoció luego como la “Masacre de la puerta 12”. Dicha puerta era una de las que facilitaban la salida de los simpatizantes visitantes. Por causas nunca aclaradas el sector de salida a Figueroa Alcorta, luego de las escaleras, no se encontraba liberado y la presión de la multitud que intentaba salir causó la muerte de las setenta y una personas, la mayoría simpatizantes de Boca y menores de edad, con un promedio de diecinueve años, y resultaron heridas, además, ciento trece personas. El hecho adquirió las características de un tabú, no siendo recordado desde ese momento en más, ni por Boca ni por River. Se trató de la mayor catástrofe de la historia del deporte argentino. Algunos testimonios sostuvieron que los molinetes se encontraban colocados y que ello impidió la salida de la multitud, mientras que otros afirmaron que la salida no fue posible porque la Policía Federal lo impidió.
Tomás e Higinio, como buenos bosteros, habían ido a ver el partido y estaban en medio de la hinchada en la tribuna Centenario, pero habían abandonado el estadio cinco minutos antes del final porque el partido era sumamente aburrido y, además, como a Tomás no les gustaban las aglomeraciones, lo convenció a Higinio para que se fueran. Emprendieron el regreso por Lídoro Quinteros y luego por Monroe y llegar por esta hasta Ciudad de la Paz, cuando empezaron a escuchar las radios de los vecinos que transmitían las noticias.
—¿Escuchaste Tomás? Parece que hubo un accidente a la salida.
—¿Viste? Lo intuí Higinio. Por eso te dije que nos fuéramos antes. Dale, metele. Tratemos de llegar a casa cuanto antes..
—Si. Apuremos el paso así nos enteramos bien cuando llegamos. Pero escuchá.. ¡son los sonidos de ambulancias!
—Y están yendo hacia allá y son varias, Higinio. Debió haber sido una tragedia mayor.
—¿Querés que sigamos caminando por Monroe hasta el llegar al hospital, Tomás? Son solo diez cuadras más desde Ciudad de la Paz.
—No sé… creo que no nos va a hacer bien ver todo eso.
—¡Dale, no seas marica! Vamos.. lo miramos desde la esquina.
—Bueno, pero solo desde la esquina y un ratito. Después no empieces a joder como haces siempre, para quedarte.
Los boquenses decidieron aguardar hasta el pitazo final porque estaban atacando en los últimos minutos. Apenas terminó, todo el mundo dijo 'Vamos'. Hasta el último descanso iban apretados, típica salida de la cancha. No había luz, solo una bombita en el último tramo. La gente quería irse rápido de ahí adentro; había una adrenalina extraña. En esos momentos el país estaba gobernado por la dictadura militar, con el general Onganía a la cabeza. Aparentemente, la hinchada de Boca habría cantado la marcha peronista en medio del partido y cometido algunos desmanes que despertaron la ira de las fuerzas de seguridad, influenciadas por el contexto represivo de la época. En la vereda muchos policías a caballo intentaban ordenar, pero desordenaban. Desde arriba, otros hinchas les tiraban pomelos. Eso los hizo calentar y atacaron. Los policías eran agresivos porque sí. Un año más tarde, en el siguiente clásico, la hinchada de Boca cantó a coro con la de River: “No había puerta, no había molinete, era la cana que daba con machete”. Algunos relatarían luego que cuando alcanzaron los últimos tramos de la escalera, observaron la aglomeración y que algunos policías gritaban que no empujaran. La gente que venía detrás, en la escalera, cantaba y gritaba pero no podía escuchar las advertencias. Las sirenas de las ambulancias pulularon y se hicieron escuchar a lo largo de toda la calle Monroe, desde Libertador hasta el hospital, durante varias horas.
La gente, entre ella Tomás e Higinio, comenzó a ubicarse frente a la entrada del hospital para observar el triste espectáculo que daban las ambulancias cuando detenían frente a él y de ellas descendían las camillas con las víctimas.
Inicialmente, dos directivos de River fueron procesados por ser sospechosos de negligencia, pero la Cámara de Apelaciones dejó el procesamiento sin efecto y la causa fue archivada.
Luego de la masacre la salida fue renombrada como Acceso L y se realizó un documental sobre el tema con el título Puerta 12, estrenándose en 2008.
—¡Ya está, Higinio!¡Ya viste lo que querías! Menos mal que está este gran hospital cerca del estadio. Si no, hubiera sido mucho peor. Volvamos a casa.
—Dale, Tomás, un ratito más, ¡mirá las cámaras de la tele!
—Basta, ya te di el gusto, Higinio. No rompas más. Si querés, quédate vos. Yo me vuelvo porque mi mujer y los chicos ya debe estar empezando a preocuparse y no quiero que sufran al pedo.
—Bueno, volvamos, pero decime una cosa.. ¿Cómo fue que quisiste volverte antes de que terminara el partido?..¿te das cuenta que si no lo hubiéramos hecho, a esta hora podríamos haber sido boleta?
—No soy gil, salame. Por eso estoy temblando y quiero llegar a casa cuanto antes para abrazar a mi familia y ponerme a rezar para agradecer a Dios el aviso que me mandó.
—Pero vos no crees mucho en Él hasta donde yo sé, ¿o me equivoco?
—No creía hasta hoy, pero tendría que ser un necio si no cambio a partir de ahora, ¿o no?
—Como siempre, tenés razón Tomás, y este también fue un mensaje para mí.
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