La clínica
—¿Cómo te sentís, papá? —pregunta Josefina, su hija—. Anduvo todo bien, ¿no?
—Sí, tranquilos, estuvo perfecto. En un par de días ya voy a estar con mi ritmo habitual —responde Guillermo, el padre.
—¡Dale, viejo, no te hagás el loco! —le advierte Ernesto, su hijo mayor—. Descansá un poco más. Tenés que aprender a confiar en tus hijos.
—Ustedes lo acaban de escuchar ¿no? —Viviana, la esposa de Guillermo, tercia en el diálogo—. Es lo mismo que yo le digo, pero le entra por un oído y le sale por el otro. ¡Cabezadura como el sólo!
—Si querés, te puedo dar algunas clases sobre cómo disfrutar estando en la cama, sin compromisos —es el turno de Ricardo, su hijo menor—. Tengo una Maestría en Ociología.
—Bueno, no me esperaba menos de cada uno de ustedes —responde Guillermo, sonriendo—. Por algo soy su padre y conozco con que bueyes aro. Pero, en serio, no tenían que molestarse en venir hasta acá. Mañana me quedaré en casa, pero pasado ya iré a la clínica, para desgracia de algunos.
La escena transcurre en el año 2007 en la casa de los López Bragaña, en la calle Manzanares, del porteño barrio de Saavedra. Hasta allí se han trasladado los hijos del matrimonio para visitar a su padre, quien está recuperándose de una incómoda operación de vesícula.
La familia López Bragaña está integrada por el matrimonio de Guillermo, de cincuenta y cinco años; y Viviana, de cincuenta y uno; y sus hijos Ernesto, de veintiocho; Josefina, de veintiséis; y Ricardo, de veintidós.
Guillermo, familiarmente Willy, es médico de profesión desde hace veintinueve años, y se ha especializado en oncología. Hace cinco años ha inaugurado la modernísima Clínica Oncológica GLB en el barrio de Núnez, dotada de las últimas tecnologías disponibles en el mercado, de la que es Director General. En ella ha invertido todos los ahorros acumulados durante sus tres décadas profesionales y, adicionalmente, ha constituido una Junta de Accionistas que ha provisto la mayoría del dinero que ha sido puesto sobre la mesa para este proyecto.
Viviana es abogada laboralista y tiene su estudio en la calle Lavalle, muy cerca de Tribunales.
Ernesto, al igual que Josefina, han seguido la profesión de su padre y trabajan en la Clínica GLB y, casi seguramente, habrán de suceder a su padre. Es casado y vive en un dúplex en Colegiales.
Josefina se acaba de mudar con su pareja a un pequeño departamento en Belgrano.
Ricardo, a diferencia de los otros integrantes de la familia, no ha seguido una carrera universitaria, por lo que recibe periódicamente la reprobación de ellos. Es un soltero que, a pesar de haber convivido con una novia, no ha querido asumir compromisos mayores. Ha estudiado durante un par de años Publicidad y trabaja esporádicamente como extra en la TV y en campañas de publicidad. Vive solo en un loft, en Olivos.
Un mes más tarde, el bar de la Clínica encuentra a los tres médicos de la familia, intercambiando opiniones sobre los últimos casos ocurridos en la misma.
—Miren hijos, bien saben que no escatimé esfuerzos para que la clínica tuviera lo más rápido posible todas la herramientas de las que dispone la tecnología —está dirigiéndose Guillermo a sus dos hijos—. Hace sólo quince años se conoció la composición del genoma humano, luego el funcionamiento de cada una de sus partes y con ello, los tratamientos posibles para las malformaciones.
—Sí, papá, lo sabemos —responde Ernesto—, y además que el genoma de los humanos es similar al de los demás animales en un 99%; y que sólo el 1% restante es responsable de nuestra predisposición a enfermedades.
—Y que estas no dependen únicamente de nuestra genética, sino que también es muy importante la alimentación, nuestro estilo de vida y los factores ambientales —agrega Josefina—. Sabemos que debemos transferir material genético, como ADN, a las células somáticas; ya sea para reemplazar un gen defectuoso, mutado o ausente; para para proteger a las células ante cierto daño, o para provocar la muerte de células dañinas.
—Y que para adoptar la terapia génica adecuada hay que conocer primero la enfermedad —concluye Ernesto—, identificando los genes mutados, comprender la biología de la enfermedad, así como su duración, localización, distribución, etc. ¿Qué tal? ¿Nos apruebas, papá?
—No se trata de eso, hijos —responde, risueñamente, Guillermo—, sino que lo principal que debí afrontar desde la creación de la clínica fueron los costos para disponer permanentemente de las herramientas genéticas adecuadas, como ser el genoma del paciente afectado; sus ácidos ADN y ARN con la información genética presente en las células y las copias del ADN de un gen; las células somáticas del cuerpo; el Gen o secuencia de ADN que codifica algún tipo de ARN; entre otros elementos;
—Supongo que no debe ser sólo eso, viejo —responde Ernesto—, sino que el sistema de transferencia genética debe ser el adecuado para cada enfermedad, haciendo que el gen reparado se inserte eficientemente en las células que lo necesitan y no en otras, ya sea como transferencia directa si las células son de fácil acceso, o mediante moléculas que utilicen los receptores celulares como identificación de las mismas. ¿Viste cómo estamos al tanto? Nunca lo habíamos hablado con vos abiertamente.
—Bueno, y yo también puedo agregar algo —inyecta Josefina—, y es que cuando lleguen a las células, todavía deben penetrar en sus núcleos en menos de noventa minutos, antes de degradarse. Para colmo, deben integrarse a los cromosomas de la célula, lo que depende del tipo de enfermedad; más difícil en las degenerativas y algo más más fácil en el cáncer. Y finalmente, hay que asegurar que la transferencia genética no cause efectos adversos, ya sea por ser una sustancia tóxica o porque ocurra una respuesta inmune del cuerpo contra ella. ¿Aprobamos el examen y te sentís algo más respaldado, pa, por tus colaboradores?
—Bueno, hijos, desde luego que ya lo estaba, pero no está tan mal escucharlos de boca de ambos. Entonces déjenme decirles que —trata de resumir Guillermo —, por todo esto que acabamos de hablar, hay momentos en que la clínica me resulta extremadamente cara para mantenerla operando.
—Sabemos, viejo, todo lo que te está costando —responde Ernesto—, y por eso te admiramos tanto. Lo que estás haciendo para la salud de la comunidad es inmenso y los pacientes nos lo re-agradecen a cada rato.
—Sí, pa —agrega Josefina—, debés quedarte tranquilo. En el peor de los casos, no dudo que algún benefactor te va a ayudar. Creo que tu ejemplo nos motivó a seguir tu carrera y espero estar a la altura de las circunstancias.
—¡Gracias, hijos, por su apoyo! Necesitaba descargarme un poco.
Han transcurrido cinco años desde la última conversación. Afortunadamente para la familia, la Clínica CLB no ha parado de crecer y las ganancias obtenidas se han ido reinvirtiendo en nuevos equipamientos.
La escena sorprende a Guillermo y a su hijo mayor, Ernesto, reunidos en la oficina del primero, Director de la clínica.
—Hijo, quería de vos, como colega, ¿qué pensás sobre continuar invirtiendo en nuevos equipos?, ya que tengo algunas dudas.
—Sí, viejo ¿de qué se trata?
—Mirá, Ernesto, vos sabés que a mi todos estos adelantos tecnológicos me agarraron ya bastante grande como para seguirles el ritmo. También conocés que me especialicé en lo que para mi generación resultaba la avanzada, que eran los sistemas virales para lograr las transferencias genéticas, basados en virus o partículas, para atravesar las membranas celulares y llegar hasta el núcleo para transferir el material genético y reproducirse.
—Si, viejo, lo sé, y eso le permitió a la clínica crecer hasta lo que es hoy. Pero, dale, seguí y decime que querés saber.
—Bueno, hoy se pueden eliminar las partes del virus que le permiten reproducirse y causar enfermedad, y sustituirlas por el gen que se quiere transferir. Son sistemas muy eficientes para transferir genes y se los consideran como nanomáquinas, de las que la terapia génica modifica algunas piezas para adaptarlas a sus necesidades. Y hasta ahí llegué, pero por lo que leo ya también se emplean sistemas no virales. ¿Es correcto eso?
—Sí, viejo, es así, y es un paso importante en la tecnología. Son sistemas derivados de la nanotecnología, que es uno de los grandes avances del Siglo XXI, y que involucra la física, la química y la biología; y se vale de materiales y máquinas de escala nanométrica. Esto es ochenta mil veces menor que el diámetro de un cabello humano. Por otro lado, se trabaja con equipos a escala atómica o molecular que imitan o incorporan a los sistemas biológicos.
—¡Qué interesante, Ernesto! Pero me imagino que esos equipos deben ser carísimos y no sé si la clínica los puede absorber. ¿Y qué ventajas tienen sobre los que tenemos hoy?
—Tienen mucha más seguridad, al disminuir los riesgos de transmisión de enfermedades o de respuestas inadecuadas del paciente. Pueden utilizarse en la terapia génica activada por profármacos, que son medicamentos inactivos que se metabolizan en una forma activa dentro del cuerpo. En él se emplean sistemas nanotecnológicos multifuncionales, ya que la vasculatura del tejido tumoral es más permeable que la de un tejido sano, y eso facilita el transporte de nanopartículas más complejas.
—¿Vos me podrías averiguar un poco más sobre el costo de los equipos y la financiación que podríamos tener?
—Sí, viejo, por supuesto, pero antes déjame decirte que se pueden combinar con los que ya tenemos. Hay sistemas mixtos que aprovechan la transferencia de genes que poseen los virus y la incorporación de estas nanoestructuras que te comenté. Un ejemplo es el desarrollo de virus, a los que se incorporan nanopartículas de oro, que pueden ser irradiadas con un láser infrarrojo produciendo hipertermia, la que induce la muerte de las células cercanas. Así los virus no sólo se utilizan para transportar genes, si no también nanopartículas. Hay una infinidad de combinaciones que se pueden hacer con los sistemas virales disponibles y la gran cantidad de nanomateriales existentes, además de los nuevos que puedan surgir en ambos campos.
—Me dejaste con una gran inquietud. Me gustaría tenerlos ya mismo en nuestra clínica.
Sigue en el Capítulo X B...
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