La playa
—Ester, nos vamos con los muchachos a tomar un café y volvemos en un rato —le avisa Ovidio a su esposa—. Por favor mirá a los chicos.
—No tarden mucho —le responde Ester—. ¿Te das cuenta, Clarita? Llegamos hace una hora y ya nos abandonan.
—Dejalos ir, querida ¡Por lo que nos ayudan en la playa! —se escucha la voz de Clarita, desde la carpa pegada a la suya—. ¿No es cierto, mi amor? —esta vez la pregunta se dirige a su marido, Héctor
—Bueno, acabo de caer en la volteada —responde este, dirigiéndose a sus compañeros de vacaciones—. ¡Mejor vámonos ahora antes de nos sigan verdugueando! ¿Venís, Ernesto?
—Sí, dale, y Osvaldo también se anota. Bancanos un rato, Mechi. —le dice el tercer culposo marido a su mujer.
—Dale, tómensela de una vez y no tarden, que nosotras también queremos disfrutar tomando sol —es la respuesta de ella.
Las tres familias han decidido alquilar carpas contiguas para pasar la segunda quincena de Enero en Pinamar.
La primera, los García Prieto, está integrada por Ester, Ovidio y sus hijos Lore, de diez años; Gus, de siete; y Mike de cinco.
A la segunda, los Méndez Achával, la componen Clarita, Héctor y sus hijas Lau, de seis años; y Gaby, de cuatro.
La última, los Urquijo, está formada por Mechi, Ernesto; su hijo Lucas, de siete años; y el hermano de Mechi, el sacerdote Osvaldo Mendoza, que ha aceptado la invitación de su hermana para sumarse al descanso durante unos días.
Las familias se han conocido el año pasado cuando Gus García Prieto, Lau Méndez Achával y Lucas Urquijo comenzaron siendo compañeros del primer grado en el Colegio Highlands, de Vicente López, al norte de Buenos Aires. Sus familias han compartido actos escolares y otros eventos familiares a partir de entonces, propiciando una incipiente amistad, lo que los llevó a decidir compartir estas vacaciones y a alquilar carpas contiguas en la playa.
Son la once de la mañana del primer día en que están las tres familias presentes, por lo que el café tentador ha de servir también como excusa para que se conozcan mejor en cuanto a sus profesiones e intereses.
—Es lo que hay, ¿no? —Héctor inicia la charla—. Me refiero a este puesto que, la verdad, podría estar mejor mantenido. Se nota que a los concesionarios no les interesa mucho. Es raro, porque el balneario y las carpas están muy buenos. Sin embargo, a este puesto podremos venir de vez en cuando, para huir de la familia.
—Sí que lo está, pero bueno… —Ernesto toma la palabra—, mientras esperamos el café, déjenme que les cuento un poco a qué me dedico, ya que compartimos varios eventos del cole de los chicos, pero no nos conocemos mucho; bah, por lo menos eso creo yo.
—Muy buena idea, Ernesto —Ovidio apoya la idea—; y propongo que después cada uno de nosotros haga lo mismo.
—¿De acuerdo todos? Bien, comienzo entonces —Ernesto retoma el diálogo—. Miren, muchachos, me dedico a la fabricación de vidrios templados. Es un negocio familiar que empezó mi abuelo, cuando los cristales no tenían la sofisticación de hoy, y que se fue mejorando con los años.
—¿Cómo se hace el templado de los vidrios? —interviene Héctor.
—Mediante tratamientos térmicos o químicos, para aumentar su resistencia. Se hace poniendo las superficies exteriores en compresión y las superficies internas en tracción. Estas tensiones hacen que cuando se rompe, se desmenuce en trozos pequeños granulares en lugar de astillarse en grandes fragmentos dentados y así tienen menos probabilidades de causar lesiones. En realidad, puede decirse —Ernesto concluye— que mi familia vive del vidrio, que no es lo mismo que yo coma vidrio, ¿no?
—Correcto, no es lo mismo —Ovidio responde pronta y risueñamente—. Y decime, che, ¿el vidrio cómo se hace?
—Ah, esa es una larga historia, pero trataré de resumirla lo más que pueda antes que las chicas nos maten cuando volvemos.
—No te preocupes por ellas —Ovidio lo alienta a seguir—, perro que ladra no muerde…
—Bueno, miren. Mucha de la economía mundial, aunque no lo sepan, está asociada a las playas y a la arena, ya que las grandes revoluciones tecnológicas y el progreso de la humanidad se han basado literalmente en ella. El motivo es que uno de los elementos clave para estas revoluciones es el silicio, el principal componente de la arena.
—Mirá vos de lo que me vengo a enterar ahora.. —exclama Héctor—, estamos parados sobre la cantera que nos permitió llegar hasta donde estamos hoy.
—Así es, muchacho, no es joda. La primera revolución tecnológica, hace ya un millón y medio de años, se basó en que nuestros ancestros descubrieron que un vidrio volcánico negro que se formaba al enfriar rápidamente la lava, se rompía y quedaba con un borde muy afilado, con el que hicieron armas y herramientas; pero recién en la Mesopotamia, hace cinco mil años, aprendieron a fabricar vidrio con un proceso de mejora continua. Su base es el dióxido de silicio o sílice, un compuesto de oxígeno y silicio que se encuentra presente en el setenta y cinco por ciento de la corteza terrestre.
—¿El silicio, dijiste? —pregunta, asombrado, Ovidio—. Es la base de mi trabajo actual. Y me vengo a enterar ahora.
—¡Y de la mía, también —agrega Héctor—. Ya lo verán, pero seguí, seguí, Osvaldo, a ver qué otras sorpresas nos vas a dar.
—La sílice es la base de la mayoría de las rocas, que se diferencian entre sí por el proceso de formación y los cristales que surgen según otros compuestos asociados a él. La arena, calentada a mil seiscientos grados y con ínfimas partes ceniza de soda y roca caliza, produce una mezcla que, enfriada rápidamente, genera un sólido amorfo; el vidrio.
—¡Vaya, era así, nomás! —Ovidio no sale de su asombro— ¿Y cómo siguió la historia?
— Sus átomos están fijos pero en vez de formar cristales ordenados, están organizados aleatoriamente; por eso el vidrio es rígido como un sólido, pero sus moléculas están desordenadas, como las de un líquido. Al descubrir cómo crear este increíble material duro pero transparente, se abrieron las puertas a un nuevo mundo. Y además, la estructura atómica del silicio, hace que sea un semiconductor de extrema importancia.
—Gracias Héctor por tu explicación —dice Ovidio—. Y ahora creo que es nuestro turno ¿no, Héctor?
—Así es, todo tuyo, Ovidio. Me reservo para el final—responde Héctor, rápidamente.
—Pero antes, tiempo para el cafecito, antes que se enfríe —interrumpe Osvaldo, el sacerdote
—Bueno, has abierto la boca —le refuta, alegremente, Héctor—. Se ve que a la Iglesia no le interesan mucho estos temas.
—No lo creas, Héctor. Aunque no nos involucremos directamente, nos interesan sobremanera.
—Pues nos interesaría saber qué piensan, en algún momento, Osvaldo —Héctor no quiere dejar que se evada de la charla.
—Cuando quieran. No tienen más que pedírmelo.
—Tomo debida nota y a dar cuenta del café, muchachos.
Una vez apurado el mismo, se retoma el diálogo.
—Muy bien, pues ahí voy entonces —comienza Ovidio—. Por si no lo saben, soy ingeniero en sistemas y me dedico a la informática. Trabajo desde hace ocho años como gerente de desarrollo de aplicaciones para la industria automotriz; y retomando lo que dijo Ernesto, la computación también se basó desde sus comienzos hasta ahora mismo en el silicio..
—Bueno, parece que estamos condenados a hablar de él esta mañana —acota Héctor—, pero dale, seguí. No queremos interrumpirte.
—Bien, la segunda gran revolución tecnológica fue la informática, mediante microprocesadores grabados en chips de silicio, con una pureza de casi el cien por ciento. Se logra cuando a la sílice se le eliminan sus moléculas de oxígeno y se convierte en una sustancia con una conductividad eléctrica manipulable: el famoso chip, una pista de obstáculos para los electrones. Mediante impurezas añadidas para que puedan ser esquivadas por ellos, al prender y apagar estos obstáculos se controla la conducta de los electrones; y con grandes cantidades de obstáculos se pueden hacer todas las funciones lógicas de un computador. Los obstáculos son conocidos como transistores. ¿Me siguen?
—¿Cómo no vamos a seguir, Ovidio? —esta vez es Ernesto quien contesta—. ¿Por quienes nos tomaste? Dale, continuá que está interesante.
—Retomo entonces. Muchachos, el chip es entonces un dispositivo muy pequeño de silicio y otros materiales, con transistores de múltiples funciones; y el milagro de los microprocesadores actuales se basa en la gran cantidad de transistores que la industria aprendió a meter en una placa diminuta de silicio, logrando hoy un poder de computación increíble. Con nanochips es posible realizar comunicaciones de fibra óptica que equivalen a diez mil canales de televisión de alta definición. Son también capaces de procesar información de señales de comunicaciones y diversos equipos electrónicos.
—Sí, sí, resulta increíble lo que progresó esta industria —acota nuevamente Héctor—; y de la mano de ella otras industrias asociadas. ¿Tenés idea de las cantidades de transistores que son alojados en los chips actuales?
—Sí, miren, en nuestra industria es conocida una ley, la de Moore, que decía en 1970 que se duplicaría el número de transistores en un microprocesador cada dos años, y así fue; y aún más. Para que se den una idea, el primer chip de esa época contenía mil doscientos transistores; y los últimos chips alojan a más de mil millones en una diminuta placa de silicio. Pero déjenme decirles que los chips no son en sí mismos un producto final sino que son incorporados en equipos electrónicos que sí lo son; y otro elemento fundamental es la fibra óptica.
—Escuché hablar de ella, por lo menos yo; pero me gustaría si nos podés dar algunos detalles —sugiere Ernesto—, si los muchachos está de acuerdo.
—Si, dale, continuá por favor —Héctor está de acuerdo con el pedido.
—Bueno, estas fibras son guías de ondas eléctricas que se transmiten a gran velocidad. Constan de un núcleo central de cristal, hecho con óxido de silicio y germanio, con un alto índice de refracción, y rodeado de una capa de un material con un índice menor, en general un plástico. Son cables muy finos que envían luz a grandes distancias; y esta luz contiene mucha información digital, que al ser procesada por los chips se traduce en datos, videos, voz, teléfonos, computadoras; y por ejemplo, la que va por Internet se transmite a través de estas fibras, surcando los océanos y comunicando a todos los continentes de la Tierra.
—Nos dejaste con la boca abierta, por no ser más chabacano, Ovidio. El gran progreso de fines del siglo XX y comienzos del XXI condensado en diez minutos —concluye Héctor—. ¡Genial! Y ahora, si me permiten, creo que es mi turno.
—Obviamente, no podías ser menos —responde Ernesto—, pero no se extiendan mucho más que esto porque si no las chicas nos van a matar.
Continuará en el Capítulo VIII B de XIV...
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