La operadora
Para los que nacimos a mediados del siglo XX, la palabra “operadora” en una empresa estaba ligada automáticamente a la persona que se hacía cargo de la atención telefónica de la misma.
Esta acepción se ha incrementado ya desde fines de siglo hasta la fecha, atribuyéndosele otras responsabilidades mucho mayores que la anterior.
Son aquellas personas que, como su nombre lo indica, se encargan de realizar las gestiones operativas diarias de las empresas, constituyéndose en la mayoría de los casos en factores clave del éxito o fracaso de las mismas, en este caso, de una oficina financiera.
—¿Estás seguro de que no tendremos problemas, Juanca? —le pregunta su esposa, Susi, preocupada—. Mirá que si te agarran vamos a tener problemas y no estoy para disgustos.
—¡Quedate tranquila, Susi! No es la primera vez que lo hago y hasta ahora siempre anduvo todo bien. Pero todavía no llegamos. Disfrutá de la calle ahora, mientras caminamos. Mirá qué linda está Florida; hacía mucho que no venías.
—Sí, muy linda. Llena de turistas y con los negocios ofreciendo de todo y de buena calidad, Juanca. Allá en Madryn no tenemos nada parecido.
—¿Querés que nos sentemos a tomar un cafecito y miramos desde adentro a esta jauría humana, Susi?
—No, Juanca, mejor hacé lo que tengas que hacer y después lo tomamos. ¿Cuántos dólares trajiste al final?
—Bueno, dale. Traje tres mil. Serán cerca de cuatrocientas lucas y entran perfectamente en la riñonera. En una cuadra más ya se van a ver los primeros. Vas a ver que cuando me vaya con él, la operación se hace rápido y en diez minutos ya estoy de regreso.
—¿Y qué hacemos después? No vas a andar con toda es plata encima, me imagino.
—Nos vamos al banco, la depositamos en mi caja de ahorro y chau. A disfrutar de Florida y a tomar sol en la Plaza San Martín, Susi. ¡Vas a ver qué linda está!
—Hasta que no lo hagas no voy a estar tranquila. ¿Y yo qué hago mientras vos estás con él, Juanca?
—Nada, recorré las vidrieras y los negocios de la cuadra y en un ratito vuelvo. Bueno, llegamos, mirá ahí hay un arbolito.
—¡ Cambio dólares y euros, cambio! —un muchacho enfundado en un vaquero desteñido y remera amarilla pronuncia con discreción las mágicas palabras que lo identifican —. Sí, señor, ¿qué necesita?
—Buen día, ¿cuánto pagan el dólar billete? —le pregunta Juanca.
—Ciento veinte pesos, señor. Si le interesa, sígame.
—Bueno, dale, te sigo. Esperame por acá cerquita nomás, Susi; enseguida vuelvo.
Uno de los personajes singulares que se instalan en las calles más concurridas de la city porteña son los arbolitos, quienes ofrecen dólares en la vía pública. Suelen pararse en zonas turísticas o de gran actividad comercial y financiera, llamando la atención de sus posibles clientes pronunciando "¡cambio!" o directamente mencionando las monedas dólar, euro o real. El término arbolito proviene del color verde de sus tenencias de dólares y de que se encuentran parados en las aceras de la ciudad. Cuando un cliente es cautivado por la oferta y se acerca al mismo, la transacción no se hace en ese lugar, sino que este personaje conduce al comprador hacia la oficina financiera para concretarla.
La “Argentina del cepo” es una máquina de generar obstáculos para el pequeño inversor. ¿Cómo hace una persona que piensa en comprar su primera vivienda para mantener el poder adquisitivo de sus ahorros? ¿Se puede ahorrar en pesos para comprar un inmueble que cotiza en dólares? Con una tarjeta de crédito al límite e intentar viajar al exterior ¿cómo se sobrevive con la ínfima cuota diaria que permite comprar el Banco Central? Con dólares comprados el año pasado y que ahora es necesario venderlos ¿se hace en los bancos, cuando pagan un cuarenta por ciento menos que el mercado informal? Estos inconvenientes a nivel personal, también son sufridos por las pymes, que terminan recurriendo a las oficinas financieras para lograr insumos en el exterior, necesarios para la producción.
Estas oficinas financieras son conocidas por su operatoria con dólares, pero también realizan descuentos de cheques y transferencias al exterior no reguladas por el Banco Central.
—Acá llegamos, señor —le pregunta el arbolito a Juanca, al llegar a un departamento situado en el segundo piso de un edificio en la calle Sarmiento, a media cuadra de Florida—. ¿Cuántos dólares quiere cambiar?
—Tres mil, por favor.
—Sí, no hay problema —le responde, entrando al departamento juntos.
—Buen día, Montse, ¿todo bien’ —dice el arbolito, saludando a la operadora, una adorable y muy agraciada jovencita—. El señor necesita cambiar tres mil dólares.
—Buen día, Tito. Espera que le aviso al Bocha —responde la eficiente empleada—. Mientras tanto que te dé el dinero así lo paso por nuestra contadora de billetes. Disculpá, me está entrando una llamada. Hola ¿quién habla?
—¿Me puede dar los billetes, por favor? —le pide Tito, el arbolito, a Juanca—. Acá están, Montse
—Sí, está el señor Jimmy. ¿Quién le habla? —Juanca escucha la conversación, mientras que Montse pasa sus billetes por la contadora y atiende la llamada simultáneamente.
—Señor Jimmy, llama el doctor Basualdo para usted. ¿Se lo paso? Gracias. Está bien, Tito, son tres mil y no hay falsos —la eficiente y multitareas Montse verifica que su pedido esté en orden. .
—Gracias, Montse. Paso a ver al Bocha. Usted señor, espere aquí sentado, por favor —responde Tito, entrando a un pasillo que da a los despachos interiores.
—¡Qué increíble! —se dice Juanca a sí mismo, contemplando la dinámica operativa del lugar—. Parece una oficina normal de atención al público, pero en realidad algunos negocios no son tan santos.
—Hola Montse, por favor le puede avisar al señor Jimmy que el cliente ya hizo la operación en el banco con normalidad —un corpulento joven, con aspecto de patovicas, hace su ingreso en la oficina.
—Sí, Leopoldo, quedate tranquilo. Ahora le aviso. —le responde la operadora— Es mejor que vayas a la Bolsa a ver si todo está en orden.
—Bueno, señor, aquí tiene su dinero —Tito se dirige a Juanca, abriendo la puerta. Son trescientos cincuenta y cinco mil pesos. Cuéntelos por favor.
—Está muy bien —responde Juanca, luego de hacerlo—. Gracias por todo y buenos días.
—¡Por fin llegaste Juanca! —Susi, su mujer le dice, apenas lo ve aparecer por la puerta—. Ya me estaba empezando a preocupar
—¡Pero, Susi, por Dios!, ¿a ver cuánto tardé? —responde su marido, sonriendo—. ¡Pero si apenas fueron ocho minutos!
—Habrán sido, pero a mí me pareció una eternidad. ¿Vamos al banco, ahora, Juanca?
—Sí, Susi. Vamos. Me dieron trescientos cincuenta y cinco mil pesos, así que voy a depositar trescientos treinta y me guardo veinticinco mil para gastar en Buenos Aires y llevar de regreso a Madryn en efectivo.
—Me parece muy bien. ¿Y cuánto te hubieran dado en un banco por los dólares?
—Al cambio de hoy doscientos cuarenta mil pesos, así que en estos cinco minutos me embolsé ciento quince mil pesos.
—¡Este país da para todo, Juanca! ¿No me digas?
—Sí, ya lo sé, ¡chocolate por la noticia! ¿Pero sabés qué?
—¿Qué?
—Que mientras nuestros políticos y gobernantes se llenan los bolsillos y se roban el país, nosotros, los pobres giles que trabajamos todos los días y pagamos nuestros impuestos puntualmente apenas sobrevivimos y por lo tanto, si se me presenta una oportunidad como esta, no la voy a dejar pasar.
—Comparto lo que pensas, Juanca. Quedate tranquilo. Vamos, dale, el cafecito nos espera…
En el microcentro de Buenos Aires, una oficina financiera puede ser un lugar físico entre cuyos servicios están la venta de dólares blue y el envío o el servicio de traerlos de una cuenta en el exterior, con el cobro de una comisión. Quienes acuden a una oficina financiera suelen hacerlo mediante un conocido que ya operó allí. A pesar de no ser algo frecuente, los riesgos de que haya algún entregador que facilite una salidera existen, por lo que cuando se retira dinero es necesario tomar precauciones para evitar asaltos.
—Buenos días, Montse —dice un señor algo mayor, bien trajeado, al ingresar en la oficina, luego que la operadora le abriese la puerta al identificarlo por el intercomunicador que se activa al sonar el timbre
—Buenos días, señor Andrada —contesta Montse.
—Gracias Montse. Aprovecharé para ver mi celular, que no para de zumbar.
—Andrada, por favor sígame, invitándolo a a pasar.
—¿En qué puedo serle útil, hoy? —le pregunta al llegar a su escritorio, dentro de una sala que comparte con otros dos administrativos.
—Montse, como recordará, hace un par de meses y por consejo suyo, con unos pesos que tenía ahorrados compré unos bonos locales que luego los vendieron en dólares y depositaron en mi cuenta gringa, ¿recuerda?
—Sí, perfectamente Andrade. A ver, déjeme ver. Sí, acá lo tengo anotado. Los bonos se vendieron a dieciocho mil trescientos sesenta dólares y monedas. ¿Qué necesitaría hacer ahora, Andrada?
—Mire, señorita Montse, tengo que hacer frente a una deuda acá y necesitaría, si fuera tan amable, vender diez mil de esos dólares y retirar su equivalente en pesos. ¿Será posible?
—Si, señor. Es posible, pero eso dura un par de días, así que hoy no podrá llevarse el dinero.
—¡Uyy, qué macana! No contaba con esto. ¿No hay algo que se pueda hacer para que me los lleve aunque sea a última hora?
—No podemos, Andrada. Tenemos que dar una serie de pasos y eso lleva dos días.
—Bueno, si eso es así, le avisaré a mi acreedor que me tendrá que esperar. Ya veo que me cobrará intereses. Pero si es la única forma…
—Sí, créame que lo es; y además debe saber usted que por esta operación le cobraremos el cinco por ciento de comisión.
—¿Cinco por ciento? ¡Pero es una barbaridad! ¿Considera usted que soy un cliente de esta oficina desde hace más de veinte años?
—Sí, señor Andrada, por supuesto. Pero piense usted en el riesgo que corremos nosotros. Déjeme confiarle un secreto. Si no fuera usted un cliente con tanta antigüedad, directamente no lo atenderíamos.
—O sea que, al final, debo terminar agradeciéndoselos, Montse ¿Es eso lo que me quiere decir?
—Eso mismo, señor Andrada.
—Pues muchas gracias, entonces. Hagámoslo. ¡Válgame Dios!
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