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Foto del escritorTony Salgado

El encuentro y otros cuentos (VI B de XIV)


Las estatuas


A pesar de que Barcelona es mundialmente conocida por la grandiosidad, originalidad y belleza de muchas de sus obras y monumentos, algunos de los cuales son producto del talento de uno de sus hijos pródigos, el arquitecto modernista Antoni Gaudí, la ciudad también es posible contemplar el gran talento de muchos desconocidos personajes que pueden surgir de improviso en cualquier sitio. 

 

En ese sentido, uno de los atractivos de La Rambla lo constituyen, sin dudas, las estatuas humanas.  

Pero la vida no resulta fácil ni cómoda para ellas.  En efecto, las estatuas presentan constantes quejas contra las regulaciones de la ciudad que incluyen horarios reducidos y estrictas condiciones para otorgar licencias. Han pedido que su actividad no quede discriminada respecto a otras, como la música de calle, que posee ventajas con respecto ellas; así como otras normativas que son consideradas  xenófobas porque no permiten la inscripción a artistas extranjeros sin permiso de residencia, lo que no ocurre con los músicos.  

También critican que existen personas con licencias autorizadas que llevan años sin ocupar sus sitios, sin que nuevas personas puedan hacerlo en esos lugares vacíos. Otras quieren volver a instalarse a lo largo de toda La Rambla y no sólo en la zona de Santa Mónica, inhóspita y nociva para la salud, al ser un espacio abierto cerca del mar y con vientos fuertes y sin refugio, lo que les ha creado problemas de salud.  Agregan además que no existe ninguna obligación legal para exigir a los artistas darse de alta en Hacienda, Seguridad Social y Autónomos.

Por todo ello se producen enfrentamientos constantes con la Guardia Urbana a causa de estas directrices, así como las sanciones impuestas a artistas por colocarse fuera del sitio asignado, que incluyen el  secuestro de todo los materiales de trabajo  que los mismos poseen.

 

Una hora después de haber reiniciado el recorrido la familia llega finalmente hasta un pequeño restaurante al pie del Monumento a Colón, luego de haber recorrido toda La Rambla.

—¡Qué lindas las estatuas, mamá! —dice, eufórica, Adri—. ¿Cómo lo hacen? 

—Requieren mucho esfuerzo y paciencia, hija. No creas que es tan fácil mantenerse tanto tiempo parados y sin siquiera moverse. Esas personas tienen mucho mérito en lo que hacen.

—Esto es lo mejor que vi hoy, papá —exclama Pedrito—Si creía haber visto mucho cuando paramos a mitad de camino; esto me ha dejado boquiabierto. Una de ellas me sorprendió moviéndose cuando pasé a su lado y me dio un susto de muerte.

—Ya nos dimos cuenta, Pedrito —responde, riendo a carcajadas, Jacinto—. Y  cuáles les gustaron más?

—A mí el ángel. Era muy lindo y muy sonriente. Daba gusto verlo —responde Adri.

—Pues a mí —agrega Pedrito—, me gustó el demonio negro con esas alas tan enormes. Me dio un poco de miedo, pero estaba muy bien. ¿Y a ustedes, también les gustaron? 

—A mí —responde Jacinto— me gustó la del hombre tendido en el piso, boca abajo y con hierros retorcidos sobre él. Era un accidente de bicicleta. El mensaje de la precaución que hay que tener. 

—Y a mí —agrega Susana—, una que ya se deben imaginar, sabiendo lo romántica que soy. Pues la de la pareja, con él arrodillado frente a ella declarándole su amor.

—Sí, mamá —responde, riendo, Pedrito—. No hacía falta que lo dijeras.

—Pues me alegro mucho que les gustaran, pero creo que no saben algo —dice Jacinto—, y es lo más meritorio de todo lo que hacen estas personas.

—¿Qué es papá? —pregunta Pedrito.

—Pues que cada una puede representar más de una estatua, aunque lo hacen en días distintos.  

—O sea que si venimos mañana o pasado, podríamos ver a las mismas personas, pero enmascaradas en distintas estatuas, ¿no?

—Tú lo has dicho, hijo, así es.

—Pues me gustaría que volvamos mañana o pasado a verlas de nuevo, antes de regresar a casa.

—¡Sí, por favor, papá! —Adri se suma al pedido—

—Bueno, bueno, ya lo veremos con vuestro padre —Susana responde—. Tendremos en cuenta este pedido. Tiempo de regresar al hotel, ahora. Mis piernas protestan cada vez más.

 

 Los constantes reclamos de las estatuas dan, de vez en cuando, sus frutos.

Nuevas regulaciones del Ayuntamiento otorgan licencias de ocupación del espacio público mediante concursos de adjudicación. Una vez logrados, los artistas pueden iniciar su actividad en diferentes puntos. Se extienden los permisos a tres años, prorrogables, hasta la convocatoria de nuevos concursos. También les permiten tres propuestas del vestuario que se podrán exhibir de forma alternada durante la vigencia de la autorización.

Se amplía a doce sitios de La Rambla los lugares de actuación y cada uno de ellos tendrá dos turnos (mañana y tarde), por lo que habrá un total de veinticuatro licencias para llevar a cabo esta actividad. Los horarios serán de verano y de invierno;  el estival de 9 a 16, y de 16 a 23 horas, y el invernal de 10 a 14, y de 14 a 19 horas.

Los criterios de valoración para las adjudicaciones incluyen la experiencia en la vía pública con licencia de un mínimo 6 meses; y la reacción positiva del público, mediante una prueba durante el concurso. Las estatuas vivientes podrán iniciar su actividad en cuanto se hayan recogido las licencias concedidas.

 

La tarde del Sábado Santo, previa a su regreso a Tenerife al día siguiente, encuentra a la familia Prado Montalvo tal como fue solicitado por los dos hijos, recorriendo nuevamente La Rambla. Ya han terminado de hacerlo y disfrutan de una reconfortante cena en el Maremagnum.

 

—Bueno, no se pueden quejar —dice Jacinto, satisfecho, a sus hijos—. Le hemos dedicado a la Rambla nuestra mayor atención en esta visita a Barcelona. Vieron que muchas estatuas habían cambiado, aunque creo que los que las representaban eran las mismas personas.

—Sí, papá, gracias por traernos de nuevo. Esta vez me gustó mucho el hombre que estaba con galera, leyendo el diario y sentado en el inodoro, con los pantalones bajos —señala Adri—. Estaba en el baño en el centro de la ciudad.  Era muy divertido.

—¿Y a tí, Pedrito, te gustó alguna en particular? —le pregunta Susana a su hijo—. Si, estaba en el mismo sitio que anteayer vimos al demonio negro y hasta creo que era el mismo muchacho. Ahora representaba al hombre apurado, casi corriendo, con el traje dorado, como llegando tarde al trabajo. ¿Será así en esta ciudad durante los días de semana? No me gustaría vivir acá si fuera cierto.

—Seguramente lo sea, Pedrito —le responde su padre—. Es el ritmo frenético de las grandes ciudades. Pues tendrás que ir acostumbrándote hijo, si el día de mañana tienes que vivir en alguna de ellas para trabajar. 

—Bueno, les cuento algo que pasó con la estatua —continúa Pedrito, todavía excitado—. Cuando me acerqué y le pregunté por lo bajo por qué corría tanto. ¿Y saben lo que me dijo? Pues porque si no llegaba a horario y solo le faltaban cinco minutos, la dueña lo iba a echar porque ya lo tenía entre ojos por no querer responder a sus ocultos deseos. ¡Vaya sorpresa!

—Así lo creo, hijo, y respecto a las estatuas —agrega su padre—, a mí me siguió gustando la del hombre tendido en el piso con los hierros retorcidos encima. Pero hoy vieron que había un enfermero junto a él, tratando de ayudarlo. Es increíble la creatividad que tienen estos muchachos.  

—¿Y a tí, mami, cuál te gustó? —pregunta ahora Adri—, aunque ya todos adivinamos la respuesta.

—¡Sí, sí, acertaron! Y aun no me lo puedo creer, ni asombrarme y divertirme internamente cuando lo recuerdo. ¿A quién se le ocurre?  

—¡Vamos, dinos, mujer, lo que sientes; compártelo con nosotros! —Jacinto le dice a su esposa.

—Miren, que la pareja romántica de ayer en la que él se arrodillaba frente a ella, se haya convertido hoy en la misma, pero ahora mostrando orgullosa un bebé en brazos de su madre, me ha dejado atónita. Su creatividad es infinita.  

—¡Ya lo creemos, mamá, pero te ha pegado muy fuerte! —responde Pedrito—. Pero debe haber algo más ¿no?

—Sí, y es algo que ustedes no se dieron cuenta porque se mantuvieron a distancia; pero cuando yo me acerqué a verlos, la señora intentó pasarme al bebé. ¿No lo notaron?

—No, había mucha gente delante nuestro y apenas podíamos verlos —le responde Jacinto—. ¿Y entonces?

—Y entonces, que el bebé, que desde lejos parecía un muñeco por lo inmóvil que parecía, cuando me acerqué, ¡me dí cuenta que era real. empezó a lloriquear y tenía olor a caca!

—¡Vamos, Susana, te habrá parecido! —contesta Jacinto, frunciendo el ceño—. ¿A quién se le ocurre que…?

—Sabía que ni mi propia familia me creería —responde Susana, con resignación—. Pues sepan entonces que la madre ni se inmutó. Lo arrulló un poco, disimuladamente y el niño se durmió y volvió a su posición inmóvil original.


 

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