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Foto del escritorTony Salgado

El encuentro y otros cuentos (IX A de XIV)



El cambio


—Dale Flor, apurate que después de comer me tengo que ir rajando —le dice Tomy a su hermana a la salida del colegio—. Siempre te tenés que quedar charlando con tus amigas.

—¿Y vos qué tenés que decir? —responde Flor con pocas pulgas—. ¿Qué te pasó? ¿Hoy no vino Fer, para que estés paveando con él? Dale, caminá de una vez.

—Creo que hoy a la noche soy boleta con los viejos —dispara Tomy mientras cruzan Pampa raudamente—, cuando miren las notas que me pusieron estos turros de Benítez y Malatesta. ¡Malatesta, mirá que llamarse así! Y la verdad es que su cara le hace honor a su nombre. Es más fulero que un moco en un bigote.

—Te lo debés merecer chabón, si les tenés miedo a sus libros. No te preocupás ni un cachito así, salame.

 ­—No me rompas, Flor, esas materias no son lo mío. El tiempo vale oro como para gastarlo en esas estupideces. Y a propósito, ¿no te animás a ayudarme? 

—¿Con qué, con la firma? ¡Ni lo sueñes! Ya la última vez casi me descubren. ¡No lo hago más!

—¡Señor, señor! ¡Qué desgracia tener una hermana que no esté dispuesta a ayudarme! ¿Para qué sirve entonces?

La familia Casariego vive en un amplio departamento del sexto piso de un edificio situado en la esquina de las calles Sucre y Arcos, en el barrio porteño de Belgrano y pertenece a la que daríamos en llamar una clase media relativamente acomodada. Consta de un amplio living comedor, cuatro dormitorios y dependencia de servicio.

Está integrada por el marido, Jorge, un arquitecto de cuarenta y nueve años; su esposa, Graciela, profesora de inglés, de cuarenta y siete; y sus hijos, Tomy, de dieciséis; y Flor, de catorce.

Tomy y Flor concurren al turno mañana del Colegio Manuel Belgrano, situado a dos cuadras de su domicilio, donde cursan el cuarto y el segundo año del secundario respectivamente. El colegio, ya centenario, posee una larga trayectoria en el barrio; es privado, mixto y católico, perteneciente a la orden de los Hermanos Maristas. Goza de una muy buena reputación y es muy requerido por muchas familias católicas del barrio. Tiene una gran infraestructura: un patio central enorme, capilla, aulas inmensas, pileta en el subsuelo y un campo de deportes en el Gran Buenos Aires.

Ofrece un muy buen plan de estudios, con inglés intensivo; y su arancel mensual representa una erogación importante para Jorge, pero no duda en pagarla para brindarles la mejor educación posible a sus hijos.

Estamos a comienzos de Diciembre, finalizando el curso lectivo del año, por lo que los alumnos han recibido la última evaluación mensual y el promedio anual, incluyendo todas las materias que han aprobado y aquellas que deberán rendir nuevamente por ser aplazados, tanto en Diciembre como en Marzo. 

Flor es una alumna inteligente y aplicada, por lo que sus boletines de calificaciones no cesan de dar satisfacciones a sus padres cada vez que los lleva a su hogar para su firma.

El caso de Tomy es distinto. Si bien resulta claro que también está dotado de una gran lucidez mental, incluso superior a la de su hermana, su nivel de aplicación es dispar, según la materia que se trate.  

Es evidente que su interés se vuelca decididamente hacia las asignaturas relacionadas con las ciencias exactas, siendo matemáticas, física, química, computación y tecnología las preferidas; lo que se traduce en muy buenas notas.

No obstante, a diferencia de Flor, aquellas asignaturas relacionadas con las ciencias sociales, como geografía, historia, literatura e idiomas, no se ven coronadas con buenos resultados en su boletín, lo que provoca el lógico desencanto y posterior reproche por parte de sus padres.

Este año sus profesores Benítez, en Literatura, Malatesta, en Historia, y Galíndez, en Geografía, han sido sus principales detractores durante la cursada en cuanto al interés que demuestra en sus materias, lo que se reflejó en sus aplazos respectivos.

Tomy deberá recuperar las tres materias en Marzo para poder pasar al quinto año.      

 

La cena encuentra a los cuatro integrantes de la familia sentados a la mesa. Luego del último plato, tanto Flor como Tomy llevan sus boletines a sus padres para que los firmen.

—Muy bien, Flor, te felicito —le dice Jorge, sonriendo, a su hija—. Se ve que te gusta el colegio y que le dedicas todo el tiempo que merece. Así da gusto pagar las cuotas.

—Sí, es muy merecido lo tuyo, hija —añade Graciela, su madre—. Además te hiciste de muy buenas amigas, ¿no?

—Por suerte sí, no me puedo quejar. Se formaron muchos grupos y estoy en varios. Siempre me siento muy acompañada. No tienen por qué preocuparse.  

—¡Y en cuanto a vos, Tomy, la verdad es que no termino de entenderte! —Jorge de dirige ahora a su hijo subiendo el tono de voz—. Tenés notas sobresalientes en la gran mayoría de las materias, pero en otras zafás raspando y encima ahora te vas a Marzo en tres. Ya sé que no te interesan, pero al menos poné algo de voluntad. ¿Te crees que el colegio es gratis?

—Ya sé que te cuesta mucho pagar la cuota, Pa, pero es que estos tres profes me tomaron de punto desde el primer día. Soy consciente de que no estudié mucho, pero no era para tanto.

—¿Cómo que no era para tanto, Tomy? —es ahora Graciela quien interroga a su hijo—. Si no estudiás era para eso y mucho más. Yo hago lo mismo con mis alumnas. Sos un ser privilegiado por poder ir a ese colegio y no te das cuentas. ¿En qué mundo vivís, Tomy?

—Discúlpenme los dos. Creí que no iba a ser para tanto. Saben que mi debilidad son las Ciencias Exactas y que con el Humanismo no me llevo bien. Mi futuro no pasará seguramente por ahí; pero les prometo dedicarme más en el futuro.

—Mirá, Tomy, como ambos saben, ya pagué el viaje de nosotros cuatro para ir a Miami en la segunda quincena de Enero, pero la verdad es que ya me estoy arrepintiendo Tomy, porque es demasiado premio para vos. Te lo digo honestamente. No te lo merecés. 

—Bueno, pa, si no voy no me voy a poner mal. Otra cosa y que me voy a dedicar más, no les puedo decir ahora.

—No sé… no sé.. —Jorge titubeando se dirige a su esposa— ¿Y vos, Graciela, qué pensás?

—Mirá, Jorge, como ya está todo pago y falta solo un mes, creo que cancelarlo va a ser un problema. Estoy de acuerdo en que no lo merece, pero si nos promete acá mismo y jura que de ahora en más les va a dedicar el tiempo que necesita para aprobar, hagamos el viaje.    

—¡Lo prometo! Y que en Marzo voy a aprobar las tres para arrancar limpio el quinto año.

—¡Tomo ese compromiso, y más te vale cumplirlo, Tomy! ­—sentencia Jorge—. Y ahora, a los postres.

 

Y así, efectivamente, ocurrió. Los cuatro integrantes de la familia viajaron a Miami para disfrutar de sus encantos durante la segunda quincena de Enero.

Al cabo de cuatro días y luego de desayunar, se encuentran tomando sol en la pileta del hotel de la Avenida Collins.

—Muy lindo hotel, Jorge —le está diciendo Graciela a su esposo—. Por el precio que pagamos, no nos podemos quejar.

—Sí, mami, y además está frente a la playa —acota Flor—. Aunque no sea temporada, tampoco hace frío. Creo que un día de estos me animo y me meto.

—Para mí esta pileta es más que suficiente —responde Jorge—. Está al aire libre y su temperatura es ideal. Con esto y unas caminatas por la playa, ya me siento realizado.

—¿Y vos, Tomy, la pasás bien? —le pregunta su madre—. Siempre leyendo revistas técnicas. Tenés que disfrutar más del aire libre.

—Estoy bien así, ma. Estas reposeras son lo más. ¡Bingo! Puedo leer y tomar sol al mismo tiempo.  

—Bueno, niñas, ¿qué planes tienen para la tarde? —pregunta Jorge a las integrantes femeninas de la familia.

—Estaría bueno ir al shopping de Sawgrass Mill —responde prontamente Flor—. Es un paseo muy lindo y hay de todo.

—Yo apoyo la idea de Flor, Jorge —Graciela se suma a la iniciativa—. De hecho, creo que podemos almorzar ahí y luego tenemos toda la tarde por delante para recorrerlo y hacer algunas compras.

—¡Pobre mi tarjeta! —se queja Jorge—. Hasta ahora la tenía controlada y veníamos bien, así que no hagan locuras. Vos, Tomy, ¿te anotás?

—Me anoto, pero siempre y cuando después de almorzar, yo hago mi propio recorrido y nos mantenemos comunicados por el celu para reencontrarnos después. Qudate tranqui, pa. No voy a comprar nada; solo a mirar.

—Bueno, siendo así, en una hora volvamos a la habitación para ducharnos, cambiarnos y vamos al shopping —concluye Jorge—. ¡Que Dios proteja mi tarjeta!


Sigue en el Artículo IX B...

 


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