El representante
Alrededor de los jugadores de fútbol, principales actores de uno de los mayores espectáculos mundiales, sino el mayor, se mueven múltiples personajes que les permiten cumplir sus roles protagónicos.
La mayoría de esos personajes es conocida por el público que disfruta de estos espectáculos millonarios; como ser los directores técnicos, preparadores físicos, médicos deportivos y, por supuesto, las autoridades de sus clubes respectivos.
Sin embargo hay otros que son muchas veces desconocidos, y sin cuyos silenciosos y eficaces trabajos estos espectáculos no serían posibles.
Esta historia se teje entre las bambalinas que separan a tres de ellos del conocimiento popular.
—¿Creés que se va a jugar, Pedrito? —le pregunta, preocupado, Ernesto— Con esta lluvia está complicado ¿no?
—Y, si para en un rato y no vuelve a largarse, creo que sí, don Ernesto.
—Pedrito, sé que a la cancha la cuidás más que a tu familia, pero llovíó un montón. Ojalá que aguante.
—Ojalá, don Ernesto, ojalá, pero si hace demasiado barro debajo del césped, es un peligro para los pibes ¿viste?.
—Sí, ya sé, y no queremos que se joda ninguno. Los necesitamos a todos para las últimas fechas.
Esta conversación ocurre dentro del Club Deportivo Firmamento, ubicado en las afueras de Escobar, a cincuenta kilómetros al norte de Buenos Aires, frente a su cancha de fútbol. Es el mediodía de un sábado lluvioso y su equipo de la Segunda División deberá recibir de local a Defensores de Garín, constituyendo el clásico zonal.
Pedro Ruíz es el encargado del campo de fútbol, conocido como el canchero. Tiene sesenta y cuatro años y hace cuarenta y uno que cumple con esta actividad, su verdadera pasión.
Ernesto Noguera es el descubridor de talentos. Tiene setenta y un años y está jubilado, lo que le permite su plena ocupación en este tema, al que le había dedicado sólo algunas horas semanales cuando trabajaba en el Correo de Escobar.
—Vamos a ver qué decide el árbitro cuando llegue —acota Pedro, mirando nuevamente el campo—, pero tengo la impresión que se va a jugar. No sé explicarlo. Es un presentimiento.
—Y si vos los decís, Pedrito, seguramente se jugará —responde Ernesto—. Estoy preocupado por Ojeda, ¿sabés?, el cinco. Se rumoreaba que hoy a lo mejor lo van a venir a ver jugar los de Vélez. Y quisiera que se luzca. Es una buena oportunidad para el pibe.
—Sí, Ojeda la rompe, don Ernesto. Todo un mérito suyo haberlo descubierto hace tres años y luego convencerlo para que se viniera al club.
—Te confieso que cuando lo vi, a los cinco minutos supe que estaba para crack. Tenía solo catorce años y una personalidad increíble ¿podés creer? Jugaba contra equipos de mayores y no le esquivaba al juego brusco ni a las patadas que le tiraban.
—Sí, y además tiene toda la cancha en la cabeza. Sabe cuándo salir a cortar y dónde abrir el juego para que el wing pique en cortada.
—Sí, por eso me da un poco de cagazo que con la cancha embarrada, por ahí le pase algo.
—Esperemos que no, don Ernesto, ni por él ni por el resto de los muchachos. Son el activo que tiene el club.
El canchero trabaja en el campo de juego del club. Su objetivo es que el terreno se mantenga impecable pese a los días lluviosos. La lluvia, muchas veces impiadosa y continua desde temprano, siembra siempre dudas acerca de la realización de un partido. Su trabajo es que el césped le dé las garantías suficientes al árbitro para que el mismo se juegue y el premio es que no se equivoque; que la gramilla de la cancha soporte estoicamente hasta el final, a pesar de que nunca pare de llover, dejando en evidencia su gran trabajo como encargado del campo.
No existen secretos; todo es producto del trabajo y la dedicación del canchero. Trabaja con seriedad, responsabilidad y gran cariño. Para él es clave considerar que el campo de juego es tan importante como el plantel mismo.
Las tareas que realiza son: sembrar, fertilizar, proteger de hongos y regar; además del corte del césped. Para éste se utilizan un sistema rotativo clásico, con cuchillas que giran a gran velocidad y cortan a medida que el tractor pasa; u otro helicoidal, de corte muy neto, como con una tijera.
En cuanto al riego, según la época del año son las horas en que conviene realizarlo. Un riego excesivo no es aconsejable. Para lograr un buen anclaje de las plantas al suelo, las raíces deben tener que buscar el agua unos centímetros para su crecimiento.
El canchero debe buscar asesoramiento, los mejores procesos de fertilizantes, todo lo necesario para que el campo esté perfectamente atendido. Siempre se hace un seguimiento diario, como si al día siguiente hubiera un partido.
Realiza continuamente coberturas de arena o tierra; cuida y fertiliza la gramilla, una planta maravillosa; y no deja caer el riego y el corte aunque la cancha no tenga uso.
El piso debe tener un desnivel que permita escurrir bien. Vive rellenando cuando se baja alguna zona y tiene algunas de drenaje, para recolectar agua en algunos sitios y llevarla al costado. También en las dos áreas está todo preparado para que escurra verticalmente.
El poco uso, fuera de la competencia, es fundamental porque la gramilla es una planta que tiene que crecer y desarrollarse. No es como un trabajo de albañilería, cuando se cae una pared y se levanta al día siguiente.
El invierno no es ideal para el crecimiento de la gramilla, que sí es muy agresiva en verano. Por lo tanto debe hacer una resiembra de invierno para poder ponerla en condiciones aceptables.
Los recitales son sus principales enemigos. La cancha se destruye de un momento para el otro. Debe hacerle un tratamiento inmediato para sacarla adelante.
—Bueno, don Ernesto, se juega nomás —le transmite Pedro, feliz, a su compañero—. Ya hacen dos horas que no llueve y el campo absorbió toda la lluvia. Además, está empezando a aclarar.
—Muy bueno lo tuyo, Pedrito, como siempre. Y a las cinco ¡Vamos Firma, carajo!
—Gracias don Ernesto y una pregunta, nada más que por curiosidad, ¿cómo hace usted para detectar a los pibes que pueden llegar a triunfar? Lo digo porque yo veo los entrenamientos desde los infantiles hasta los profesionales y algunas veces me doy cuenta, pero otras me ensarto de lo lindo.
—Mirá, creo que es algo que no se puede explicar. Son años de mirar y relojear cómo se mueven, si la tocan bien, si van adelante o arrugan, ¿qué se yo?
—Me imagino, pero usted lo hace solo porque quiere al club, ¿no? Porque no ve un mango ¿o me equivoco? .
—No, Pedrito, no te equivocás. Es así, nomás. Cuando laburaba y después salía a buscar pibes con condiciones, encima le quitaba tiempo a la familia. ¿Sabés cuántas veces me dijeron que era un irresponsable? Pero el club tira ¿viste?
—Y usted trajo no sólo a Ojeda, sino a varios más ¿no?.
—Mirá, solo para vos y no lo divulgues, desde que empecé con esto, más de veinte. De hecho, en el equipo de esta tarde hay cuatro, entre ellos el 9, Ensenada, el goleador . Eso me hace sentir muy orgulloso y eso no tiene valor comercial. Pero cuento con tu silencio ¿de acuerdo?
—Sí, sí, de acuerdo. Usted es un bicho muy raro en este ambiente, don Ernesto. Podría haberse hecho millonario si quería porque algunos se vendieron a clubes grandes y por sumas muy importantes.
—Sí que lo fueron y algunos me lo agradecerán siempre, pero otros; si te he visto, no me acuerdo. Pero no me quejo. Me alcanza con la satisfacción que siento cuando ellos triunfan.
—Usted es un genio, don Ernesto, un genio.
... Continuará mañana en El encuentro y otros cuentos (IV B de XIV)
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