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Foto del escritorTony Salgado

El encuentro y otros cuentos (III A de XIV)


Cafés porteños


 

Si hay un ámbito representativo del espíritu porteño, ese es, sin duda, el del “Café”, o los antiguos Bares de la ciudad. Es uno de los rostros más característicos del Buenos Aires de ayer. Sitio de amigos y de discusión, de política y de fútbol, de tango, amores y desamores. El Café, como lugar de reunión, que tuvo su apogeo en la década de 1930, permanece en el  recuerdo de los nostálgicos y despierta la curiosidad de los más jóvenes. En ellos florecieron y se extinguieron los movimientos artísticos, los guapos se batieron a duelo por las “pebetas” y la generación de los ’70,  gastó horas planeando la revolución  en sus mesas.

Por allí ha pasado buena parte de la vida social  de Buenos Aires y aun hoy en día, son el fiel reflejo de la ciudad y su gente. Porque todavía son el punto de reunión con amigos, el lugar donde se entra un minuto para hacer un alto, el sitio donde se hace tiempo para desplegar el alma porteño.

Algunos han ido desapareciendo (La Armonía en la avenida de Mayo), El Cafetal (Florida y Diagonal Norte), La Paris (Marcelo T de Alvear y Libertad), El Águila (Santa Fe y Callao) o el Café Domínguez (en Corrientes angosta). Aquellos que servían para rumiar melancolías, para negar la trampa del tiempo, para charlar con un amigo ya no están, devorados por la falta de rentabilidad.

Varios quedan en el centro y muchos en los barrios de la ciudad. Unos adaptados a los tiempos modernos y otros apuntalados por una clientela firme que no los deja morir.

Son cerca de tres mil quinientos los que figuran en los registros municipales y resaltar sus méritos como integradores de una sociedad cada vez más dispersa, es, tal vez, defenderlos de su destino incierto.

Por eso los incluimos en estos Cuentos; por ser una expresión de las costumbres de nuestro pasado, que respondían a sentidas necesidades de los vecinos y por la importancia que tuvieron algunos de ellos en la agitada vida de Buenos Aires desde los postreros años del siglo XVIII.

Para los argentinos en general, ir a tomar un café es desde hace décadas un ritual que excede el hecho de sentarse a tomar algo. Ya sea solos o acompañados, la excusa de escaparse a un bar es ideal para tomarse un respiro de la rutina.

Una de las zonas de la gran ciudad porteña donde los cafés o bares más abundan es la de Tribunales.

 

—¡Buenos días, doctor! ¿Lo de siempre esta mañana? —inquiere el mozo a la persona joven enfundada en el inconfundible traje semi arrugado que caracteriza a los abogados que pululan la cuadra. 

—¡Buenos días, Manuel! Sí, un cortado bien caliente y una medialuna sola, que tengo que cuidar la percha. Para mi compañera un té con limón, por favor. ¿Lo quiere acompañado con algo, Matilde?

—No, muchas gracias, doctor. Así no más está bien.

—Bien, Manuel. Ya la escuchaste. Y por  favor que no tarde mucho porque tenemos los minutos justos esta mañana.

Nos encontramos en el Bar Tribuno, uno de los más frecuentados por los abogados. Tiene una excelente atención y muy buena calidad. Los mozos conocen a la mayoría de sus habitués y solo basta con sentarse en la mesa preferida, para que en minutos se presenten listos con “lo de siempre”. Está ubicado en Montevideo al 400.

—Mire, Matilde, la reunión de esta mañana es un intento de conciliación, en la que se tratará de llegar a un acuerdo amistoso con su esposo. No sé si la otra parte se va a presentar o no pero si lo hace, debe tener pensado cuánto estaría dispuesta a aceptar realmente de él para dar por terminado el juicio.

—Mire doctor, a ese canalla de Rubén pienso sacarle hasta el último centavo. Se lo merece por haberme tratado como a un trapo de piso durante casi quince años.

—Me imagino muy bien lo que debe estar sintiendo Matilde, pero en estos momentos debe tratar de serenarse y ser lo más objetiva posible para lograr una negociación que resulte beneficiosa para ambos.

—Lo sé, doctor Gutiérrez, lo sé, aunque me cuesta serenarme. ¿Y usted cómo ve mi situación?

—Perdón, señora y doctor  —interrumpe el mozo, trayendo lo que le solicitaron—. Aquí está el pedido.

—Gracias, Manolo. Mire, Matilde, sé que convivir durante tantos años con una persona sintiendo una permanente humillación no ha debido ser fácil para usted. Entiendo que su trabajo, aunque haya sido durante las mañanas en el hospital, cuando su hijo estaba en el colegio, y el hecho de haber cuidado de él el resto del día merecían todo el reconocimiento y valoración por parte de Rubén pero, por razones que ignoro, lamentablemente no ha sido así y por eso tomé su caso. Ahora bien, dicho esto, la separación, pero no el divorcio ya que no estaban casados; y la división de bienes que reclama ahora, deben ser planteados con sinceridad e inteligencia para poder llegar a buen puerto, ¿de acuerdo?      

—Sí, sí, por eso recurrí a usted, doctor Gutiérrez.

—Le agradezco, Matilde. Bien, entonces, si no me equivoco, los que estarán en discusión son los bienes a su nombre, ya que usted no posee ninguno, y esos son el departamento de tres ambientes donde vivían, el coche y un efectivo que, según usted, son doscientos mil dólares, depositados en una caja de seguridad del banco donde ambos tienen cuenta. ¿Voy bien hasta aquí?    

—Es correcto, doctor. Lo que quiero saber es cuánto tengo derecho a reclamar, considerando que su anterior esposa no convivía actualmente con este maldito,

—Matilde, honestamente creo que si bien el hecho de haber convivido con él le otorgan el mismo derecho que su otra esposa, esto puede llevar un largo período antes de que se resuelva legalmente. Los tiempos aquí no son cortos, precisamente. Por lo tanto mi recomendación en que tratemos de conciliar con él de un modo que a usted le satisfaga y que a él no lo perjudique demasiado.

—Entiendo, doctor Gutiérrez. ¿Qué cree que deberíamos hacer entonces en la audiencia de mañana?

—Matilde, creo que el departamento y el coche no deberíamos mencionarlo en el alegato y sí concentrarnos en el efectivo que posee en la caja de seguridad que tiene en el banco. A propósito, ¿tiene usted una llave de la caja?

—No, el muy cretino nunca me la dio. Le dije que es una persona que siempre me ninguneó durante todo este tiempo.

—Era previsible, por lo que me cuenta de él.

—Y usted, doctor, ¿cree que es un reclamo justo así y que él estará de acuerdo?

—No lo puedo afirmar, Matilde, pero por lo que me dice, el efectivo en el banco tiene aproximadamente el mismo valor que el departamento más el coche; por lo que creo que sería algo razonable de plantear.

—¿Y cuánto debería reclamarle, doctor? ¿Todo el efectivo?

—Yo que usted, Matilde, comenzaría por eso. Para bajar, siempre hay tiempo.

 

En esos momentos, a pocas cuadras de allí, otro encuentro se está produciendo.

—Buen día, Rubén, ¿cómo anda usted? —el abogado, vestido con su traje de fajina, saluda a su cliente, quien lo espera puntualmente desde las 9 horas de la mañana—. Discúlpeme el retraso. Me entretuve en el camino para saludar a un par de colegas.

—Sí, no hay problema, doctor Cuello. Aproveché para curiosear un poco el Café. Es realmente muy bonito.

Esta escena se desarrolla en el Establecimiento General de Café, uno de los más modernos de la zona. Posee un excelente ambiente y menú para los fanáticos del café y para aquellos que buscan un lugar más tranquilo en donde poder leer o charlar. Está ubicado en Lavalle al 1500.

—Sí, realmente lo es y queda muy cerca de la oficina y de los juzgados. Yo voy a pedir un café con leche con medialunas ya que salí de casa volando sin desayunar, ¿y a usted qué le hago marchar?

—Solo un cortado. Gracias. Ya desayuné.

—¡Ya lo escuchaste, Juancito! —el abogado se dirige al mozo que se ha acercado a la mesa prontamente.

—Sí, doctor, en seguida se los sirvo.

—Bueno, Rubén, lo primero que me gustaría saber es si tiene alguna duda sobre dónde estamos en el proceso y cuáles son los próximos pasos a dar.

—Bueno, creo que instancia de mañana es para ver si llego a un acuerdo con mi ex pareja, ¿no es así?

—Así es, Rubén, es la primera instancia y ojalá que sea la última ¿cuál es su posición al respecto?

—Para serle franco, doctor, con Matilde no quiero saber más nada. Fue uno de los errores más grandes de mi vida. Haber mantenido esta relación durante tanto tiempo, no se imagina. Tenía que haberla despachado al segundo o tercer año, pero quedó embarazada y bueno, me tocó mi lado más débil. El primer hijo, ¿sabe?, ya que con mi primera esposa no habíamos podido engendrar. Ese había sido precisamente el motivo de nuestra separación. Y al nacer el niño creí que la convivencia iba a ser mejor o, por lo menos, más tolerable.    

—Entiendo, Rubén. Y ahora ¿cómo se siente, realmente?

—No funcionó, doctor. Todo lo contrario. Matilde es una mujer indecisa, sin convicciones, dependiendo siempre de mí. En un momento se convirtió en una carga insoportable. Sé que algo de plata aportaba por su trabajo de las mañanas, pero honestamente me carcomía la cabeza. El único motivo por el cual no la eché antes fue por el niño, mi hijo. Pero esto no da para más.

—¿Y usted qué piensa que va a hacer ella, con el hijo de ambos a su cargo, sin su ayuda financiera ni tener un lugar dónde ir?

—Creo que con su trabajo, al principio se las pueden rebuscar ambos y en cuanto al lugar, tendrán que alquilar porque ella no tiene familia. Luego irán viendo. Yo les pienso pasar la cuota que me diga el juez, pero hasta ahí llegó mi amor.

—Rubén, eso es lo mínimo para estar dentro de la ley; pero la pregunta es ¿qué pasa con los bienes que están a su nombre y que estaban siendo disfrutados por ambos antes de la separación.

—Doctor Cuello, si usted se refiere al departamento y al coche que me pude comprar trabajando como un bestia durante tantos años, olvídese. Se los puede quedar ella. No me interesan, ¿me entiende? 

—Entiendo. Y con los dólares que me comentó que tenía depositados en una caja de seguridad de un banco ¿qué quiere hacer?

—¡Esos son míos, doctor, míos! Ni hablar en darle un solo dólar.

—Lo entiendo, Rubén, pero permítame decirle que lamentablemente ella también tiene derecho a una parte de ello. Es la ley ¿sabe, Rubén?

—No es justo, doctor. No hizo nada para conseguirlo ¿y ahora me los puede arrebatar? ¡Ni loco, doctor! ¡Ni loco!

—No digo que se lo quiera sacar. Solo que tal vez mañana surja este tema en la audiencia y usted debe estar preparado para contestar. Y a propósito, ¿cuántos dólares son, aproximadamente?

—Unos doscientos mil, más o menos.

—Bueno, Rubén, vaya pensando que tal vez se deba desprender de una parte de ellos. Solo téngalo en cuenta para mañana.

—Doctor, vaya sabiendo que los tendrá que defender a capa y espada. Es lo único que pude juntar en mi vida.


..... Continúa mañana en el Capítulo III B de XIV



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