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Foto del escritorTony Salgado

El encuentro y otros cuentos (II A de XIV)


Escudos


Uno de los personajes más famosos de la historia medieval española es, sin duda, El Cid. Este fue el apodo que recibió un caballero castellano nacido en Burgos y que logró alcanzar la gloria durante el siglo XI. Aunque fue conocido principalmente por su participación en la reconquista frente a los moros, el Cid sirvió durante su vida a diversos caudillos y reyes, tanto cristianos como musulmanes.

Rodrigo Díaz de Vivar es uno de los personajes más contradictorios de la Historia de España. Fue encumbrado por los escritores medievales cristianos, en especial a comienzos del siglo XIII, siendo el protagonista de la gesta de la literatura española. “El Cantar del mío Cid” ensalzó las virtudes del caballero medieval, orgulloso de ser castellano, fiel a su rey y defensor del cristianismo.

Sin embargo, su figura ha sido revisada por la historiografía contemporánea, para colocarlo como un servidor de sus propios intereses y que, sin desmerecer su virtud como excelente soldado medieval, puso su espada al servicio del mejor postor, fuera quien fuese su protector. Como ejemplo, sirvió como mercenario a un rey cristiano luchando codo con codo con los musulmanes; mientras enfrente tenían otro rey cristiano. Y esto no fue, precisamente una reconquista. Hablar de Rodrigo Díaz de Vivar es recorrer los márgenes que separan la realidad histórica de las leyendas medievales, y en ellos hallaremos las respuestas a una de las vidas más intensas de la Alta Edad Media. La historia se ha teñido de diferentes colores y matices al hablar de él, por lo que es fácil convertirlo en villano o en héroe, dependiendo del prisma que apliquemos.

Nació en 1045, cuando la Península Ibérica era un enorme mosaico de reinos, condados y taifas. Sin un poder dominante, era un verdadero paraíso para los más atrevidos y, a ciencia cierta, él supo aprovecharlo.

El Cid poseyó durante su vida dos espadas que ya son parte de la historia medieval española. La Colada y La Tizona inspiraron miedo y admiración, tanto entre sus seguidores como entre sus enemigos. La Colada fue obtenida como botín de guerra tras derrotar a Ramón Berenguer II, Conde de Barcelona, durante la batalla de Tévar, siendo el origen de su nombre el material con el que se la forjó, hierro colado. Por su parte, La Tizona es, quizás, una de las espadas más famosas de la época medieval y fue obtenida tras conquistar Valencia, proviniendo su nombre del latín “titio” o “brasa ardiente”. Es una espada delgada, de dos filos y con empuñadura negra, y se le atribuía el poder de atemorizar a sus enemigos si era blandida por un caballero valiente.

Durante su azarosa vida El Cid participó en numerosas batallas; entre las que se destacan las de Llantada,  Golpejera, Cabra, Tévar (1090), Cuarte y Bairén. En todas ellas las tropas de El Cid junto a las de sus aliados salieron victoriosas.

Pues bien, dentro de ese mosaico de poderes de la Península, por un lado el poderoso Califato de Córdoba, que ejercía a principios de la centuria el mayor poder dentro de ella, se había desintegrado en decenas de pequeñas taifas. Estas contaban con pobres ejércitos y, además, debían destinar sus escasos recursos militares a luchar en muchas ocasiones entre ellas mismas, lo que les hacía quedar a merced continuamente de los reinos cristianos del norte de la península.  

Pero al otro lado de la frontera la situación no era mucho mejor. Había muerto Sancho III, el rey de Pamplona, y con él había finalizado el sueño de ver bajo una misma bandera a todos los reinos cristianos, ya que luego del reparto que el rey dejó por escrito, comenzaron a surgir las diferencias entre ellos.  

A su primogénito Ramiro, nacido fuera del matrimonio real, le había dejado el pequeño condado de Aragón. A García Sánchez le correspondió seguir como rey de Pamplona. Por último, a Fernando le tocó el pujante Condado de Castilla, presto a convertirse en el reino más poderoso.

Fernando, que fue coronado también como Rey de León, se convirtió entonces en el rey cristiano más poderoso de la Península, poder que habría de quedar luego en manos de su primogénito Sancho II. Pues bien, el rey Fernando había acogido en su seno al joven Cid, con la firme convicción de dotarlo de la misma educación, tanto cultural como en armas, que habría de tener su hijo Sancho.

Y fue así que, tras una serie de años de aventuras en común, Sancho y el Cid estaban  preparados para defender los intereses de Fernando, Rey de León, cuando los mismos entraron en conflicto con los de su hermano Ramiro, Rey de Aragón.

 

Lejos de allí, en el Museo de los Escudos de Armas de la Antigua Hispania se habían exhibido todos aquellos que pertenecían a las nobles familias que en las edades pretéritas habían hecho gala de sus grandes poderes, muchas veces obtenidos en famosas batallas que les proporcionaron notables fortunas.

Orgullosos de mostrarse ante los que los observaban con admiración, estaban ubicados en grandes salones y pendían colgados de paredes hermosamente decoradas con telas y objetos de esas épocas anteriores.

A muchos de ellos se les había atribuido un extraordinario sentido de la intuición, como era el de haberse anticipado a los hechos que habrían de desarrollarse en el futuro.

Entre ellos estaban:

El escudo de los Ramírez. Era un apellido que provenía del visigótico y significaba “gran juez o protector poderoso”. El escudo mostraba, sobre un fondo verde, tres espadas plateadas en forma vertical. Sus bordaduras y armadura eran plateadas, doradas y verdes.

El de los Sánchez. Era un apellido patronímico, derivado de Sancho. Era originario de los godos que, después de perder España, se retiraron a Asturias y Cantabria para comenzar la reconquista. El escudo estaba dividido verticalmente por la mitad. En la izquierda, roja, se mostraba una torre de plata y una estrella del mismo metal. En la derecha, verde, un brazo armado sostenía la leyenda "Ave Maria gratia plena".

El de los Díaz. Era también un patronímico del nombre Diego. Provenía  del griego y significaba "instruido". Mostraba en un campo plateado a un león con las manos levantadas de color rojo, llevando en su garra diestra un bastón en oro. Su bordura era roja, con cinco flores de lis en oro.

La llamada de auxilio llegó al Rey Fernando de León desde la taifa de Zaragoza, quien llevaba ya varios años pagándole las parias para su protección,  cuando esta se sintió atacada en sus propios dominios. Al rey no le quedó más remedio que acudir en su ayuda, ya que su honor estaba en juego; pero el problema era que enfrente suyo tendría a su propio hermano mayor, el Rey Ramiro de Aragón.

Ramiro había iniciado una serie de alianzas con otros condados vecinos, mostrando así unas claras ansias expansionistas.  El siguiente paso, contando ya con fuertes poderes al este y al oeste, era expandirse hacia el sur, donde le esperaba la Taifa de Zaragoza. Aliado con el Conde de Urgel, Ramiro conquistó los cinco primeros castillos que se le presentaron, y la poderosa ciudad árabe de Barbastro se convertía en su siguiente objetivo pero, para lograrlo, debía conquistar antes la fortaleza de Graus, una de las que los moriscos poseían más al norte.  

En su defensa habrían de acudir, convocados por el Rey Fernando, y como seguramente imaginarán ustedes, el dúo integrado por el futuro Rey Sancho II y nuestro ilustre personaje El Cid, Rodrigo Díaz de Vivar. 

La fortaleza de Graus contaba con una doble muralla y tres torreones, una torre de cuatro plantas, un piso de despensa, uno de habitación, dos para vigilancia y defensa; y otras dos torres con el acceso al recinto frente al terreno. Este recinto superior tenía una finalidad defensiva. Los pobladores de Graus habitaban en la falda de la montaña, protegidos por un segundo recinto amurallado, donde se encontraba la mezquita mayor; y con sus viviendas construidas sobre la propia roca.

La batalla de Graus habría de enfrentar entonces  a las tropas de la Taifa de Zaragoza, apoyadas por un contingente castellano al mando del príncipe Sancho de Castilla, quien contaba con los servicios del Cid Díaz de Vivar; contra el reino de Aragón, ante el intento de conquista de la ciudad por parte de los aragoneses, súbditos del Rey Ramiro. Esta intentaría apoderarse de Barbastro y Graus, lugares estratégicos que formaban una cuña entre sus territorios. El asedio de las tropas aragonesas a la fortaleza de Graus, con su rey a la cabeza, comenzó tras el fin del inverno....


..... Sigue en el Artículo II B (a publicarse mañana)


 


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