Por Paula Lugones y Diana Baccaro
Viva, Mayo 2024
Editado por Tony Salgado
Diario de peregrinos: dos periodistas de Clarín hicieron la clásica peregrinación de Galicia y narran el pulso de un viaje pleno de historia y de historias: 114 kilómetros a pie, en seis días. Testimonios que hablan de amistad, sueños y espiritualidad. Ruta mágica. Cada quien sabe por qué camina. Cada año, 500.000 peregrinos se lanzan a la travesía.
“Al principio, las dudas se amontonan: ¿Será una locura caminar 114 kilómetros en seis días? ¿Las piernas aguantarán? ¿Será verdad que el recorrido genera una magia tan profunda como inexplicable? Allá vamos.
Y al final del camino, después de atravesar enormes bosques de castaños, campos de hortensias, arroyos, puentes medievales, aldeas perdidas en el tiempo y amaneceres brumosos, uno por fin siente la enorme felicidad de saber que aún lo puede todo. No importa la edad. Tampoco los kilómetros recorridos, ni cómo llegamos hasta Santiago de Compostela, una meta que asoma imposible cuando se da el primer paso.
Salimos de Sarria, el pueblito de Galicia donde arranca el tramo más conocido del Camino de Santiago. Es una mañana de neblina. Cerca de un cementerio conocemos a Ana, que tiene 70 años y lleva un bastón que apenas la ayuda a moverse. Ella camina con los ojos de su marido.
"Yo tengo un problema en la cadera, pero siento que también soy una peregrina porque acompaño a mi esposo todas las mañanas hasta la salida de cada pueblo", se presenta luego de despedirlo con un beso. Y dirá que llegó desde México con el sueño de hacer los últimos 100 kilómetros del Camino, como sea: "Él camina y yo voy en ómnibus. A la noche nos encontramos en el pueblo siguiente y me cuenta todo. Yo puedo ver a través de sus ojos, de su relato".
Cada quién sabe por qué camina. Vale todo: por convicción religiosa, por creencias espirituales, por una promesa, por amor, por amistad, para poner a prueba el cuerpo y la mente, por turismo, por una búsqueda personal, porque está de moda. O porque sí. Hay tantas razones como peregrinos hay en esta ruta milenaria. Cada temporada son alrededor de 500 mil los caminantes que llegan a Santiago de Compostela, el tercer lugar más importante de peregrinación cristiana después del Vaticano y Jerusalén.
La tradición señala que el Camino de Santiago nace en el siglo IX con el descubrimiento de los restos del Apóstol Santiago, uno de los discípulos de Jesús, en un bosque donde hoy está la ciudad de Compostela y en cuya catedral se guardan los restos del santo. Desde entonces, y cuando el mundo todavía era plano, los peregrinos comenzaron a lanzarse desde toda Europa hasta Santiago y más allá, hasta las costas de Finisterre, entonces "el fin de la Tierra".
Son diez las rutas de peregrinación y todos los caminos conducen hacia la capital de Galicia, Patrimonio de la Humanidad desde 1985.
El camino de Ana
Como Ana y su marido, la mayoría de los peregrinos elegimos el Camino Francés para llegar a nuestra meta. La salida de Sarria es el primer contacto con el deslumbrante paisaje que nos acompañará durante los 6 días de recorrido. Un sendero de tierra y piedra escoltado por pinos altísimos, abetos y castaños con sus troncos gruesos. Habrá subidas y bajadas tironeadas por la brisa de primavera y el rumor de los arroyos.
Ana se despedirá de su marido en el Ponte Aspera, una construcción medieval sobre un afluente del río Sarria. Prometerá volver a verlo en Portomarín, 22 kilómetros más adelante.
Paso a paso irán apareciendo los primeros hórreos antiguos (donde aún se almacena el maíz), más cuestas y aldeas de apenas 5 o 6 casas de piedra hasta que allá al fondo del Camino, a orillas del rio Miño, aparecerá el primer pueblo, destino de la primera parada.
Cuarenta y seis escalones habrá que subir con las piernas cansadas para encontrar el caserío. El pueblo es nuevo (fue construido sobre una loma) luego de que se inundara el antiguo poblado, pero la iglesia de la plaza luce como una fortaleza medieval. Fue desmontada, numerada y mudada al nuevo pueblo antes de que quedara tapada por el agua. Piedra a piedra. Aún se pueden ver los números en los sillares.
Es imposible perderse en el Camino. Solo hay que seguir las flechas amarillas que irán apareciendo a lo largo de la ruta, los mojones o el dibujo de las vieiras -símbolo del peregrino- que indican la dirección y los kilómetros que faltan para llegar a la ciudad del apóstol. Una meta que aún está a 80 kilómetros.
Laima, la nena de la mochila
Dormimos en una posada de Portomarín y con las primeras luces volvemos al camino. El paisaje ahora se parece a un cuadro de Van Gogh. Todo es verde esmeralda con un salpicado de flores amarillas. Hasta donde alcanza la vista hay montes arbolados.
En medio de la niebla de la mañana asomará la carita de Laima desde una mochila a espaldas de su mamá. Con los ojos abiertos como portones comenzará el ascenso hacia Palas de Rei, nuestro próximo y agotador destino. En el camino habrá piedras sueltas y aparecerán los primeros lesionados: desgarros, torceduras de tobillos.
En Familia. De Lituania a Galicia, con la pequeña Laima en la mochila.
"Buen camino", dirá el papá de Laima que arrastra el cochecito vacío y ofrecerá su ayuda a quien la necesite. Vendas, bastones, curitas, todo sirve. "Venimos de Lituania con la beba de 10 meses, pero ya conocemos el camino porque lo hicimos hace tres años. Quedamos tan contentos que prometimos volver, esta vez con compañía", dice en inglés y señala con el mentón a la pequeña peregrina que, en lugar de caminar, gatea. Llevan 10 días de travesía. Arrancaron en Astorga, casi 200 kilómetros más atrás.
Dos jubilados
Ya estamos cerca de Palas de Rei, nuestra segunda parada. En las paredes de piedra se amontonan carteles que prometen "masajes reparadores". El cuerpo viene aguantando mejor de lo que pensábamos. Ni una ampolla.
Próximo destino: Melide, que se jacta de ser la capital nacional del pulpo, un dato clave que nos hace apurar el paso para llegar a la hora del almuerzo. En este tramo del camino -con aroma a eucaliptos- hay suficientes servicios.
Nos sentamos a comer un “pulpo a feira”. Al lado hay dos jubilados catalanes que en Sarria ya habían probado su famoso queso de cebreiro y la inexplorada cecina (jamón de vaca), porque para muchos peregrinos esta es también una ruta culinaria.
"Todavía no cumplimos los 65 años, pero pedimos la prejubilación para poder hacer el Camino antes de que aparezcan los primeros achaques", se adelanta Vicente, mecánico de micros. Su ex compañero, Juan Ignacio, trabajó de chofer toda la vida: "Es un viaje que veníamos masticando desde que nos conocimos, hace más de 30 años. Y acá estamos". Acá es una taberna del siglo pasado. También de piedra, como toda Galicia. El plato de pulpo salpicado de pimentón cuesta 12 euros.
Antes de ir a dormir sellamos el pasaporte del peregrino. En la Edad Media se entregaba un documento a los peregrinos como salvoconducto. Hoy existe un pasaporte impreso en cartulina en la que cada caminante va juntando sellos de los lugares por los que pasa. La credencial sirve para identificar a los peregrinos y recibir la Compostela al llegar a Santiago: la certificación oficial de la peregrinación. Para eso se requiere un mínimo de 100 kilómetros a pie o 200 en bicicleta.
Los compañeros de Canarias
Servando y Sergio se conocieron a los siete años, en la escuela. De gemelos bien marcados, el primero llegó a jugar de defensor central en la Unión Deportiva Las Palmas. Sergio se mudó a Sevilla pero la distancia no los separó: "De chiquitos, cuando jugábamos a la pelota a orillas del mar, nos imaginábamos caminando juntos hasta Compostela. Ahora que cumplimos los 50 venimos a festejarlos juntos", suelta mientras arrastra la pierna derecha con dificultad. La última bajada de ayer, antes de entrar a Palas de Rei, casi lo deja fuera de juego. "De rodillas, aunque sea de rodillas voy a llegar", avisa con ganas. Y habrá que creerle. Pronto aceptará los bastones que le ofrecemos a la salida de Melide. Todavía faltan casi 50 kilómetros de piedra y camino. Y varias historias por descorchar.
Gabrielle
La austríaca de 66 años viaja sola y se acaba de unir al Camino Francés. "Vengo del Camino Primitivo, salí de Oviedo y ya llevo 20 días a pie", dice en perfecto español. Es profesora de Lenguas (inglés y francés) y asegura que aprendió nuestro idioma en forma virtual durante la pandemia. "Ya hice el Camino tres veces. El primero, el Portugués, fue el más lindo, porque el mar te acompaña casi del principio al fin del recorrido, y tiene unos paisajes increíbles. El Primitivo es el más difícil y sacrificado, porque en la ruta casi no hay servicios y tenés que llevarte todo en la mochila; y el Francés es el más cómodo: está regado de tabernas y albergues", explica con la experiencia de varias Compostelas encima. Y horas de gimnasio. Su camino, aclara, es un camino espiritual. "Nada que ver con lo religioso", apunta para que quede claro.
Menuda pero fuerte, Gabrielle carga desde hace 20 días una mochila que pesa 10 kilos con bolsa de dormir, algo de ropa y comida, agua, kit de curaciones y lo mínimo necesario para el viaje. Es la opción de muchos peregrinos que deciden llevar todo encima y dormir en albergues municipales gratuitos. También hay privados que pueden costar 15 euros por día. En su mayoría son grandes habitaciones compartidas, con vestuarios, un ambiente que cobra vida a partir de las 5 de la mañana, cuando se levantan los primeros peregrinos. Otros caminantes prefieren reservar posadas con baño privado para poder viajar sin apuro y sin mochilas pesadas: un servicio ofrece el traslado de equipaje de un pueblo a otro.
Ahora todo huele a azares y a tierra. Llegamos a Arzúa, capital del queso. En la taberna del pueblo nos encontramos con la pequeña Laima, que sigue con los ojos abiertos como dos monedas. Y nos volvemos a cruzar con los jubilados catalanes, que disfrutan de una cerveza fría. A la noche, el pequeño lujo del caminante es cambiar el calzado de trekking por sandalias. Evaluamos daños. Todos en carrera. Faltan menos de 30 kilómetros.
Escoceses
Camino hacia Pedrouzo -la última parada antes de llegar a Compostela- asoman cinco espaldas en bloque, cinco moles que caminan pegadas: son amigos escoceses. Alan contará que el año pasado was a problem, que no los ayudó el clima, que llovió mucho, que fue una pena, pero que esta vez sí. "Venimos por la revancha", se entusiasma. Y tiene razón. Mayo se está portando más que bien en esta esquina del mundo, donde los cerezos ya asoman sus brotes al sol. "Perdimos a dos de los nuestros hace un tiempo. Cáncer. Caminamos por ellos", sigue Alan, al frente de la voluminosa banda de amigos. Cuando vuelvan a Escocia, prometen, harán una donación para la lucha contra esa enfermedad.
Más piedras. Sobre los mojones con las flechas amarillas que señalan la ruta suele haber piedras. También pequeños corazones. Simbolizan a las personas que no pudieron caminar hasta acá.
Irlandés
"Yo no quería morirme sin transitar por lo menos un tramo del Camino", murmura un irlandés que está sentado en una hostería de 1780 con una copa helada de Albariño, el vino blanco y frutado de la zona. Las vigas del techo son originales, de roble. El hombre vacía la copa de un sorbo, como si quisiera beberse ahora mismo la vida entera. Tiene Parkinson. Mañana puede ser un gran día: intentará llegar a Compostela del brazo de su hija. Buen camino, le deseamos.
Amanece despejado. Zapatillas sucias pero bien atadas, agua en la mochila, a la ruta otra vez. De a poco lo urbano comienza a ganarle terreno a lo rural. Pueblos cada vez más densos anuncian que la Ciudad está ahí nomás, a la vuelta del bosque, a la vera de un río donde los antiguos peregrinos se lavaban antes de entrar a Compostela. ¡Oh Santiago, perla de Galicia!, cantaban. Algunos recuerdan que la peregrinación a la tumba del apóstol es tan antigua que figura en la literatura del Siglo de Oro, incluso en “Don Quijote de la Mancha” se menciona el Camino en varios parajes: “Me fui a Alemania, júnteme con estos peregrinos que tienen por costumbre de venir a España, muchos de ellos cada año....”.
Compostela
Llegamos a la cima de una colina. Allá abajo, las torres de la Catedral. Donde todos los caminos y los sueños confluyen. La energía y el cansancio queman, hay que cerrar los ojos para imaginarse el descenso hasta la meta. Quedan apenas 5 kilómetros y la sensación es rara: estamos por llegar al fin, pero también a pasos de que todo se termine.
La ciudad vieja de Santiago es un monumento de granito. Pura piedra. Abundan las fachadas que albergaron familias nobles con escudos en lo alto, algunos ya borrados por siglos de lluvia y viento. Calles angostas, bellas, nos acercamos al corazón de la ciudad, mientras el nuestro late con fuerza. Los peregrinos van, vamos, llegando a la plaza central, cada uno a su ritmo. Los papás de Laima siempre son los primeros. Luego se acerca la austríaca, con la mochila que le dobla la espalda, los escoceses, los catalanes, los canarios....
Llegamos todos. La catedral, que empezó a construirse en 1074, crece a medida que la miramos. Recibimos la Compostela. Nos tironea una mezcla de satisfacción e inexplicable vacío que pronto se buscará llenar con planes para un nuevo viaje. Porque el Camino es más que llegar. Es un viaje espiritual, personal, pero también una experiencia social y cultural repleta de historias de peregrinos. Una oportunidad para caminar a solas y en silencio (aunque estemos en compañía), en lo profundo de la naturaleza. Entonces nos prometemos volver a caminar.
Una leyenda escrita en el piso dice que el Camino es la libertad. ¿Será?
Ana, la mexicana que conocimos al inicio de esta aventura, está parada con un puño en la cintura en la escalinata de la catedral. Bastón en mano, nos recibe a los gritos y nos abraza. “¡Lo intenté, lo intenté: caminé 10 kilómetros!", se emociona. Y festeja la Compostela que le acaban de dar a su marido como si fuera propia. Con la felicidad de saber que nunca es tarde para inventar nuestras propias batallas”.
Siempre lo quise hacer. Nunca lo pude concretar; primero por una rodilla sin meniscos que me acompañó durante casi sesenta años y, luego de operada, por nuevas ñañas de viejo …
Lo que sí conocí fueron varios pueblos y aldeas que se mencionan aquí, como Palas de Rei y Lestedo, que junto a Monterroso y Antas de Ulla integran la comarca de A Ulloa, en la que nacieron y vivieron mis padres antes de emigrar hacia Argentina.
Doy fe de los paisajes boscosos de un verde brillante que no conocí en ningún otro lugar, y de las comidas típicas de la zona, servidas con gran generosidad.
Pero creo que lo fundamental del viaje son las largas horas que pueden ser vividas en la intimidad del reencuentro con uno mismo.
También lo es el hecho de conocer a gente llegada de los cuatro puntos cardinales y poder compartir con ella las razones y los anhelos que el Camino representa.
Arribar a la Catedral del botafumeiro y visitar la tumba del apóstol sí que fueron para mí dos sensaciones fortísimas e imagino que constituyen un orgullo para quienes las alcanzan como punto final de su travesía.
Sumamente recomendable para quienes tienen la salud y la posibilidad de realizarlo. No se arrepentirán.
Tony Salgado
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