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Foto del escritorCarlos Magariños

Georges Lemaitre: Ciencia y Religión.

Hablando de las contradicciones “aparentes” entre la Ciencia y la Religión, cobra particular interés esta síntesis de la semblanza hecha por el periodista Ignacio Núñez sobre la conciliación que sobre este terreno vivió Georges Lemaitre, el poco conocido jesuita que primero conceptualizó la actual teoría del Big Bang y de la Expansión del Universo, basándose en los escritos de Dominique Lambert, su biógrafo.


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Georges Lemaître nació el 17 de julio de 1894 en Charleroi, Bélgica. Completada su formación humanística en el colegio de los jesuitas de su ciudad natal, ingresó en la Universidad Católica de Lovaina donde realizó estudios de ingeniería durante tres años. Ya en su primera juventud se había planteado su entrada en el seminario siguiendo su vocación al sacerdocio, la cual vivió intensamente toda su vida al igual que su vocación científica. La Primera Guerra Mundial interrumpe sus estudios de ingeniería y Lemaître se ofrece como voluntario de infantería, participando en la batalla del Yser. Como le ocurrió a Teilhard de Chardin este periodo en el frente fue muy importante para su desarrollo tanto espiritual como científico. Después de la guerra terminó su graduación, especializándose en matemáticas y enseguida comenzó los cursos de filosofía para prepararse a las Órdenes Sagradas en el Instituto Superior de Filosofía de Lovaina, fundado por el cardenal Désiré-Joseph Mercier, de orientación muy tomista. Terminó los estudios de Teología y fue ordenado Sacerdote en septiembre de 1923 por el mismo cardenal Mercier.


Durante los años de teología en Maison Saint-Rombaut de Malinas no abandonó la ciencia y redactó la memoria final titulada La physique d’Einstein, que utilizó como presentación para obtener una beca de estudios en el extranjero. El curso 1923-1924 lo pasó en Cambridge bajo la dirección del astrofísico Sir Arthur Eddington, quien influyó notablemente en el desarrollo del pensamiento del joven sacerdote, pues Lemaître se esforzó durante su vida en responder a los serios interrogantes planteados por Eddington. Al curso siguiente encontramos a Lemaître en el Harvard College Observatory y en el Massachussets Institute of Technology para la obtención del PhD en física.


En los Estados Unidos tiene la oportunidad de encontrarse con el astrofísico Edwin Hubble con quien, andando los años, en el 2018 compartiría la ley, hoy llamada, ley de Hubble-Lemaître, después de que tan tardíamente se le hiciera justicia por la Unión Astronómica Internacional. En verdad, Georges Lemaître, con anterioridad a Hubble, en el año 1927, había propuesto la teoría de la expansión de las galaxias en el artículo titulado: «Un Univers homogène et de rayon croissant, rendant compte, de la vitesse radiale des nébuleuses extra-galatiques», el cual desafortunadamente tuvo muy poca difusión en los ambientes intelectuales de la época al ser publicado en francés.


Ciertamente podemos llamar a Lemaître el padre de la teoría estándar de la cosmología moderna. Sus dos contribuciones más importantes a la ciencia fueron la explicación del corrimiento hacia el rojo de las galaxias, como consecuencia de la expansión del universo y la propuesta de una singularidad en el comienzo de la historia del cosmos. Su honestidad intelectual marca toda su trayectoria interior en la vivencia profunda de su fe católica y de la investigación científica. Vemos cómo a lo largo de las etapas de su evolución intelectual, Lemaître, sin ninguna ruptura interna fue discerniendo su visión de la relación de la ciencia y de la fe.


El ingenuo concordismo de un fiel tomista


Por temperamento y por formación Georges Lemaître no era ni un filósofo ni un teólogo, sin embargo, ante las profundas cuestiones de su mentor en Cambridge, el profesor Eddington, se vio obligado a ir clarificando su fe razonable, a «dar razón de su fe y de su hipótesis científica», viviéndola sin ningún desgarro interior, «batiéndose, por así decir, en dos frentes al mismo tiempo»[5]: su trabajo como investigador y su profunda fe. Durante sus estudios en el seminario de Lovaina, según su biógrafo Dominique Lambert, tuvo lugar la génesis de la primera etapa de su pensamiento en la que Georges Lemaître se esforzó en buscar la concordia entre los descubrimientos de la ciencia y los primeros capítulos del Génesis. De hecho, el joven seminarista científico redactó como trabajo del curso de exégesis, un opúsculo titulado «Ensayo de interpretación científica de los primeros versículos del hexámeron», fundamentado en la encíclica Providentissimus Deus de León XIII.


En este trabajo Lemaître no excluía que en los primeros capítulos del Génesis pudieran encontrarse ciertas verdades referentes al universo, puesto que el Creador conocía, mejor que nadie la estructura del mundo físico. La ciencia para Lemaître en este tiempo jugaba un papel de instrumento útil para la interpretación del texto bíblico, así por ejemplo el texto bíblico «que exista la luz: y la luz existió» (Gn 1, 3), viene a significar la creación de la nada (la creatio ex nihilo), porque según la teoría (en física clásica) del cuerpo negro no puede existir nada que no emita radiación.



Superación de la etapa concordista: los dos caminos


Esta etapa concordista será enseguida puesta en cuestión por el mismo Lemaître tras la influencia de su encuentro con el Profesor Eddington. La estancia en Cambridge le marcará profundamente, no solo en el plano puramente científico, sino en su visión de la relación de la ciencia y de la fe. Eddington era un hombre profundamente religioso, era un cuáquero; para el profesor británico la realidad del mundo físico no se puede explicar por sí misma sin salir del mundo físico, pues estaríamos ante un ciclo siempre cerrado en sí mismo. Por tanto, la última explicación del universo supone un fundamento que escapa a nuestra capacidad de investigación. Este fundamento era para el astrónomo de Cambridge espiritual y hace referencia a un Logos universal al que se le puede llamar Dios; si solamente utilizamos los métodos de la física quedaremos aprisionados en sus círculos cerrados.


Puesto que la ciencia es selectiva, no se puede pretender que la imagen de la realidad obtenida desde la ciencia sea completa: la imagen del universo que construyamos a partir de la ciencia será también selectiva; hemos de trascender el mismo universo para ver más allá, como aspira profundamente el ser humano. Así, para Eddington se superarían todos los conflictos entre ciencia y religión, si se tuviera siempre en cuenta esta distinción de planos epistemológicos, según el práctico dicho inglés: «las buenas cercas hacen buenos vecinos; la ciencia debe seguir los métodos científicos, mientras que la fe, que profesa una religión, estará siempre ligada a una experiencia religiosa interior y personal.


Aunque no se puede negar la influencia de Eddington, Lemaître de alguna manera reprochará siempre a su maestro que relegara la fe a una experiencia íntima. Como buen cristiano Lemaître quiso estar siempre dispuesto a «dar razón de su esperanza» (1 Pe 3, 15) y como afirma Dominique Lambert «pretendía dar testimonio de que su fe en modo alguno podía estar sujeta a los adelantos de la ciencia y de las descripciones que ésta pudiera hacer sobre el universo, sobre su principio y su fin. De este modo se fue perfilando en Lemaître su teoría de «los dos caminos» diferentes para acercarse a una misma realidad del universo. Dos caminos, dos métodos, dos lenguajes, dos discursos para la búsqueda de la verdad: el camino de la ciencia y el camino de la revelación. La posición de Lemaître en esta su segunda etapa queda perfectamente clarificada en la entrevista concedida en 1933 a Duncan Aikman, periodista del New York Times: la religión basada en la Revelación nos ofrece las verdades para nuestra salvación, la ciencia investiga con métodos empíricos los misterios del universo.


Se pregunta: ¿cómo debe el investigador cristiano armonizar en sí mismo sus convicciones religiosas y las exigencias de la disciplina científica, que él cultiva? Según Lemaître debe permanecer a distancia de dos posturas extremas: la primera, el considerar los dos aspectos de su vida como compartimentos estancos y, por otra parte, ser muy cuidadoso en no confundir lo que debe permanecer distinto. El investigador cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad las técnicas propias del problema que tiene entre manos; sus medios de investigación son los mismos que los del no creyente y su formación religiosa debe estar a la altura de su formación científica. Sabe que todo lo que existe proviene de la mano de Dios, pero sabe también que nunca Dios sustituirá a sus creaturas. «La actividad divina omnipresente está siempre ocultada». El ser Supremo no se puede reducir a una hipótesis.


He aquí como sintetiza su tesis de «los dos caminos»: «En cierto sentido, el investigador hace abstracción de su fe en la investigación, no porque su fe podría ensombrecerla, sino porque la fe no tiene nada que ver con la actividad científica, así como un cristiano no se comporta diferentemente de un increyente cuando se trata de caminar, de correr o de nadar. El investigador cristiano sabe que su fe sobrenaturaliza todas sus actividades las más altas, así como las más bajas. Se hace como un niño delante de Dios cuando concentra su mirada en su microscopio y en su oración de la mañana, puesto que coloca toda su actividad bajo la protección de su Padre del Cielo».


Para Lemaître, la teoría de «los dos caminos» era metodológicamente satisfactoria y «permite transformar todos los conflictos entre la ciencia y la fe que se desvanecen en la medida que se constata que los dos caminos se sitúan en planos completamente distintos». Hay dos caminos, respondía Lemaître al periodista Duncan Aikman, «yo he decidido seguir los dos»[16]. Se comprende bien su resistencia a utilizar y apoyarse en los resultados de la ciencia para cualquier tipo de apologética y se comprende también su honesta oposición a un enfoque concordista entre los dos planos.


En los últimos años de su vida, el 23 de junio de 1963, Lemaître pronunció en la Bolsa de Comercio de Namur una Conferencia titulada: «Universo y átomo». Como suele ocurrir, después de la conferencia le pidieron el texto para publicarlo. Lemaître lo entregó en seguida con una serie de correcciones. El texto fue considerado demasiado «especializado» y no fue publicado, sin embargo, el texto fue custodiado y entregado después de su muerte en 1966 al fondo documental de la Biblioteca de la Universidad de Namur. Esta conferencia de Lemaître fue pronunciada unos dos años antes del descubrimiento por Arno A. Penzias y Robert W. Wilson de la radiación cósmica de fondo, la que se ha considerado ser la prueba física de la hipótesis del «átomo primitivo» de Lemaître.


Leyendo el texto de la conferencia comprendemos un poco su disgusto y tristeza al comprobar como no pocas veces había sido mal interpretado:  la Enciclopedia hace una referencia a Lemaître como autor de «la hipótesis de la creación sobrenatural deL mundo», afirmación que él nunca había formulado y contra la que había luchado y discutido, nada menos, que con Albert Einstein. Oigamos sus palabras en la Bolsa de Comercio de Namur: «Personalmente, siempre he tratado de mostrar que la ciencia dejaba lugar a un comienzo natural del mundo: precisamente lo contrario de lo que se pone en mi boca en la Pléiade»


Para Lemaître, la creación nunca es una noción natural, pertenece al mundo de la metafísica. La solución de las ecuaciones diferenciales que rigen el mundo puede hacerse tanto dejando crecer el mundo, como dejando que decrezca. En palabras vulgares podríamos decir siempre podremos girar la película de la expansión del universo en sentido contrario y llegar al punto cero. Por tanto, «ya no existe un premundo que podría haber sido el verdadero comienzo, sino el que se contempla como verdadero comienzo». Se obtiene así, en palabras de Lemaître, «un comienzo natural al que ya no necesitamos calificar como creación a partir de la nada».


Esta era la hipótesis del «átomo primitivo»; átomo en el sentido etimológico de la palabra, es decir, un paquete único cuántico donde estaría condensada toda la energía y materia del universo. Para el año 1950, Lemaître tenía ya muy madura la formulación de la hipótesis y sus límites, como mera hipótesis, hasta que los hechos experimentales no la confirmasen. Años después en 1965, Penzias y Wilson publicaban su hallazgo de la radiación cósmica de fondo que confirmaba la hipótesis de Georges Lemaître, quien, al poco tiempo, el 20 de junio de 1966, moría de leucemia pudiendo ver aún en vida consciente la comprobación experimental de su hipótesis del comienzo natural del universo; sin embargo, como decíamos arriba, no fue sino hasta el año 2018 que se le hizo justicia, sacándolo del olvido y perpetuando su nombre en la ley Hubble-Lemaître.


El Dios oculto de Georges Lemaitre


Ya en 1931 la idea del Dios escondido rondaba en el pensamiento de Lemaître. En un párrafo tachado, muy probablemente por él mismo, que estaba en el original enviado a la revista Nature – párrafo tachado que no se publicó –, se insinúa el tema. Bien es sabido que en la revista Nature no se admite ninguna alusión ni sugerencia de orden transcendente al campo puramente científico. En este párrafo Lemaître escribía: «Yo pienso que cualquiera que crea en un ser supremo que mantiene todo ser, cree también que Dios está esencialmente oculto y puede alegrarse al considerar cómo la física actual provee un velo que oculta la creación».


Vimos anteriormente que la influencia del Prof. Eddington le había llevado a clarificar su postura en el diálogo ciencia-fe con la teoría de los «dos caminos». Ciertamente, para resolver el diálogo de la ciencia con la fe, esta teoría es gratificante y sencilla para el científico, al considerar todas las cuestiones planteadas por las ciencias como pseudoproblemas, que se desvanecen al considerar que los dos caminos, el de la ciencia y el de la creencia, se sitúan en planos epistemológicos diferentes y consecuentemente se expresan en lenguajes diversos. Por eso, Lemaître se esforzaba en sus conferencias y escritos en recalcar que su hipótesis del «átomo primitivo» se refería únicamente al «comienzo natural» de la historia del cosmos, sin ningún tipo de ribete teológico subyacente.


Sin embargo, como afirma Dominique Lambert: «la teoría de los dos caminos nos deja algo insatisfechos, porque introduce una especie de ruptura profunda en la unidad del conocimiento humano». Los dos conocimientos permanecen yuxtapuestos en el interior del corazón del hombre con poca posibilidad de articulación y formulación de una síntesis personal. Como afirma Ian Barbour, «la compartimentación evita el conflicto, pero al precio de imposibilitar toda interacción constructiva»[32]. Algunos autores han puesto de manifiesto cómo la teoría de los «dos caminos» se asemeja bastante a la afirmación de la NOMA (Non Overlapping Magisteria) propuesta por Stephen Gould: la ciencia y la religión no deberían nunca solaparse, pertenecen a niveles distintos de explicación; lo cierto es que la teoría no complace enteramente ni a los teólogos, ni a los científicos; siempre queda un campo del pensamiento que puede ocupar una sana filosofía capaz de hacer de puente en el diálogo ciencia-religión. Como escribió Hans Urs von Balthasar: «La ciencia y el cristianismo, esas realidades que aparentemente se oponen sin conexión, están enlazadas siempre por un campo intermedio (que, visto desde la ciencia, se presenta como “concepción del mundo”; visto desde el cristianismo, como “religión” y, en su centro, como “filosofía”»


El hombre puede, pues, preguntase: ¿cuál es la relación entre Dios y el universo que ha creado? ¿Cómo hemos de concebir la acción divina en un universo autónomo? Lemaître encontró la respuesta en la afirmación del profeta Isaías: «verdaderamente tú eres un Dios escondido» (Is 45, 15). Ya en 1931, en el párrafo tachado que vimos anteriormente, y más claramente en su ponencia en el Congreso de Malinas de 1936, Georges Lemaître enunciaba su tesis del «Dios escondido», que desarrollará en su madurez unos veinte años después. Así presentaba su tesis en la ponencia del Consejo Solvay celebrado en Bruselas el año 1958: «Personalmente estimo que la teoría del átomo primitivo se sitúa completamente fuera de toda consideración metafísica o religiosa. Deja al materialista libre para negar todo ser transcendente. Él puede tomar con respecto al espacio-tiempo la misma actitud intelectual que ha podido adoptar para los acontecimientos que sobrevienen en los puntos no singulares del espacio-tiempo. Para el creyente, excluye toda tentación de familiaridad con Dios. Está más bien de acuerdo con la palabra de Isaías hablando del “Dios escondido”, oculto en el mismo principio de la creación»[34]. Lemaître, profundamente religioso, evitando «pronunciar el nombre de Dios en vano» (Dt 5, 11) insistía que su discurso siempre se refería únicamente a un «comienzo natural» del universo, que es lo que puede conocer la ciencia, sin hacer intervenir a Dios en las causas segundas. Lemaître decía: «Yo prefiero hablar del Dios oculto de Isaías: Deus absconditus et salvator. El Dios Supremo e Inaccesible: ‘Nadie ha conocido a Dios’ dijo San Juan (1 Jn 4, 12), el Dios oculto aún en el comienzo del mundo». Así Dios no es rebajado nunca al plano de las causas segundas, permanece en su alteridad transcendente y no viene a llenar los vacíos que deja la investigación científica.



Conclusion


La visión del «átomo primitivo», que luego sería conocida como teoría del Big-Bang, llevó a Lemaître, en el inicio de su trayectoria intelectual, a formular y defender un «comienzo natural» del universo, en el que Dios permanecía oculto en el devenir propio de este universo inacabado. No permanecía oculto, sin embargo, en su intimidad y oración personal, pues vivía la espiritualidad profunda de la Fraternidad Sacerdotal de Los amigos de Jesús de que era miembro.


En su peregrinación interior, Georges Lemaître busca la síntesis personal de un temperamento racional y matemático. Su fe profunda y sencilla le llevó a buscar siempre una fe razonable en cada etapa de su evolución intelectual. En un discurso reciente, con ocasión de un congreso organizado por el Observatorio Vaticano en memoria de Lemaître, el papa Francisco se refirió a él como «un sacerdote y científico ejemplar», cuyo «camino humano y espiritual representa un modelo de vida del que todos nosotros podemos aprender».


El paso juvenil por el concordismo fue enseguida abandonado por la teoría de «los dos caminos». La intuición de una singularidad inicial en el comienzo del cosmos, expresada en la hipótesis del «átomo primitivo», que para él fue siempre el «comienzo natural del universo», le condujo a ver la acción de Aquel que es principio de todas las cosas, como el Dios oculto. Ciertamente la desacralización en la explicación del cosmos es señal de una sincera y respetuosa religiosidad pues, paradójicamente, el hombre profundamente religioso verá siempre en todas las cosas la huella de Aquel que «pasó por estos páramos con prisa»; Dios será siempre el ausente y el presente, el transcendente y el inmanente, «Dios todo en todas las cosas» (1 Cor 15, 28).


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En definitiva, para el padre de nuestra actual y mas aceptada conceptualización del Universo, no hay contradicciones sino coexistencia armoniosa.


No nos suena entonces a mezquina toda excusa que intenta socovar la credibilidad de los descubrimientos científicos por ser contradictorios a las confesiones y viceversa?


La verdad del Mundo Fisico puede caber perfectamente dentro de una verdad Mayor y no contradecirla. Y la negación de lo que No Se Entiende no conlleva su Inexistencia, por muy molesta a nuestra pobreza intelectual que ello resulte.


De todos modos, cualquier mirada humana No es Absoluta.  incluyendo en este caso la mia, querido lector.


Y mas que interesado en conocer la suya…

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