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Una apuesta de última hora

Tony Salgado

 

 

John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos, definió la vicepresidencia como el “oficio más insignificante”, y los republicanos consideran que el paso por ella de la demócrata Kamala Harris ha sido totalmente baldío.

Pero Harris (Oakland, California, 59 años), la primera mujer, la primera negra y la primera sudasiática estadounidense que ocupó el cargo, en 2021, tiene ahora una oportunidad histórica para devolver los ataques a los trumpistas.

Nunca en la historia de Estados Unidos, un vicepresidente había tomado el relevo electoral para luchar por la presidencia en una fase tan avanzada de la campaña.

Antes de ser presidente, Adams fue vicepresidente de George Washington, así que sabía de lo que estaba hablando.

Sentó el precedente de la transición de un cargo a otro y desde entonces, finales del siglo XVIII, tres vicepresidentes en ejercicio han sido elegidos mandatarios, así como dos ex vicepresidentes, entre ellos Joe Biden.

Una especie de sudoku de ambiciones e infortunios, como los que llevaron al jefe de filas de Kamala Harris a la Casa Blanca en 2020 y, este domingo, le alejan definitivamente de ella.

 

Desde la etapa de Adams y los padres fundadores, el puesto de vicepresidente ha ganado en sustancia: ya no es sólo el encargado de suceder al mandatario en caso de fallecimiento, dimisión o destitución, ni de presidir el Senado y dirimir los empates en las votaciones (con la exigua mayoría demócrata, Harris ha batido el récord de desempates en una legislatura, 32 hasta el pasado diciembre).

La exitosa abogada californiana ―demasiado californiana, es decir, liberal, para los republicanos―, ha asumido también parte de la política migratoria de la Administración de Biden desde 2021, hasta el punto de ser ridiculizada por la oposición como “zarina de la inmigración”.

 

A partir de la revocación por el Tribunal Supremo, en junio de 2022, de la doctrina Roe vs Wade, que consagraba la protección constitucional del derecho al aborto, también se convirtió en abanderada de la salud sexual y reproductiva de sus congéneres, una baza política que permitió a los demócratas salvar los muebles, e incluso el decorado, en las elecciones de medio mandato de ese año.

Feminista confesa, su gesto de vestir de blanco en la noche de la celebración de la victoria demócrata en Wilmington (Delaware) recordó la lucha de las sufragistas.

 

Kamala Harris, pura élite demócrata, llegó a la Casa Blanca como número dos de Biden tras haberle retado en las primarias.

La respaldaban una legislatura en la Cámara baja (2017-2021) y, previamente, una experiencia de seis años como fiscal general de California (2011-2017).

Fiscalía y Senado, en ese orden: la pautada escalera hacia el poder en EE UU; el exitoso remate de años de fogueo como, primero, ayudante del fiscal de distrito (1990-98) en Oakland, donde se granjeó fama de dura en casos de violencia de bandas, tráfico de drogas y abusos sexuales, y fiscal de distrito (2004), el trampolín a la fiscalía general del Estado.

 

Eran los tiempos del demócrata Barack Obama, y la resaca de la gran crisis de 2008, con su historial de bancarrotas, y Harris demostró su independencia política, rechazando, por ejemplo, las presiones del Gobierno para que llegara a un acuerdo en una demanda nacional contra prestamistas hipotecarios por prácticas desleales (el agujero de las hipotecas basura o subprime aún no se había cerrado).

Perseverante y correosa, Harris insistió en el ejemplo de California y en 2012 logró una sentencia cinco veces superior a la que Washington le invitaba a cerrar.

Especial mérito suyo fue anular en 2013 la proposición 8 (2008), que prohibía el matrimonio entre personas del mismo sexo en el Estado de California.

Su libro Smart on Crime, publicado en 2009, fue considerado un modelo para abordar el problema de la reincidencia delictiva.

 

Además de ser el recambio más natural y sobre todo automático, a falta de la confirmación del partido, Biden parece devolver ahora el favor a Harris.

La que en las anteriores elecciones parecía una sólida aspirante a la candidatura demócrata, en unas primarias especialmente concurridas, tiró la toalla en diciembre de 2019 al no lograr ventaja del furgón de cola.

Tres meses después, en los albores de la pandemia, dio su apoyo a Biden, la sexta de todos los aspirantes al puesto.

La competición demócrata quedó entonces reducida a un duelo entre Biden y el izquierdista Bernie Sanders, pero el apoyo de Harris al actual presidente fue determinante para llevarlo a la Casa Blanca.

“He decidido que voy a apoyar con gran entusiasmo a Joe Biden para que sea presidente de Estados Unidos”, dijo entonces la senadora en un vídeo compartido en Twitter.

“Creo en Joe. Creo realmente en él, y le conozco desde hace mucho tiempo”.



 Ya entonces su nombre aparecía con cierta frecuencia en las quinielas de vicepresidenciables, igual que ahora, desde el fatal debate del 27 de junio que mostró la decadencia de Biden, en las de candidatos a la presidencia.

Los republicanos, que esta semana bromeaban sobre el tradicional debate que enfrentará a los dos candidatos a la vicepresidencia al negarse a poner una fecha por “desconocer la identidad del vicepresidente” que hipotéticamente pudiera elegir Kamala Harris, no iban descaminados.

 

Las raíces de la posible candidata demócrata a la presidencia de EE UU hay que buscarlas en Jamaica y la India. Su padre, profesor de la Universidad de Stanford, procedía de la isla caribeña; su madre, hija de un diplomático indio, era investigadora oncológica.

Su hermana, Maya, a la que está muy unida, es experta en políticas públicas.

La aspirante a la candidatura presidencial se licenció en Políticas y Economía en 1986 en la Universidad Howard y, tres años después, en Derecho en el Hasting College.

Sus orígenes, por tanto, son los de una familia acomodada, demasiado intelectual para los estándares del nuevo populismo republicano.

 

Su carrera profesional también la instaló en la élite, igual que su matrimonio tardío, a punto de cumplir 50 años, con el abogado Douglas Emhoff, a quien conoció en una cita a ciegas y que en 2021 se convirtió en el primer segundo caballero de EE UU.

 Emhoff, que es judío, ha aparcado prácticamente su carrera para ejercer a tiempo completo esta función oficial, que conlleva la representación pública (en su caso, la participación en debates y actos contra el antisemitismo, un debate al alza en EE UU a raíz de la guerra de Gaza y en el que no puede esconder su condición).

Cuando se casaron, hace diez años, Emhoff pisó una copa de cristal con el pie derecho, como marca la tradición judía, y Harris colocó al novio una guirnalda de flores al modo indio.

 

Kamala Harris nunca ha sido delfín de Biden, ni siquiera subordinada.

Tiene un carisma que ha sido rebajado hasta la caricatura por Trump, que la rebautizó como Laffin’ Kamala (Kamala la risueña) por su risa franca y su espontaneidad, carne a su pesar de memes.

Sus apariciones en la red TikTok, en bailes improvisados con los miembros de su equipo, también han servido a la oposición para zaherirla o, cuando menos, hacerla objeto de burlas.

 

Pero Kamala Harris tiene más experiencia y trayectoria política que Donald Trump. Años antes de que el magnate se planteara el salto a la política, la actual vicepresidenta pronunciaba un memorable discurso en la Convención Nacional Demócrata de 2012, lo que catapultó su perfil nacional.

Considerada una estrella en ascenso dentro del partido, fue reclutada para competir por el escaño del Senado dejado por la jubilación de Barbara Boxer.

A principios de 2015, meses antes que el republicano pusiera proa a la Casa Blanca, Harris se presentó con un programa basado en reformas en materia de inmigración y justicia penal, aumentos del salario mínimo y protección de los derechos reproductivos de las mujeres.

Ganó el escaño con holgura.

 

Los republicanos la prefieren por delante de cualquier otro candidato a la Casa Blanca, seguros de que Trump se la merendará en dos bocados.

Pero el tesón y la determinación de la vicepresidenta y aspirante potencial a ser la primera presidenta de EE UU, tras el frustrado intento de Hillary Clinton en 2016, pueden reservar alguna sorpresa y sacudir de nuevo la campaña más convulsa de las últimas décadas.

 

 

Creo que el fenómeno Kamala Harris es digno de ser tenido en cuenta.

No sé si podrá derrotar a Donald Trump en las elecciones presidenciales que se avecinan, aunque preferiría que eso así ocurra.

Una mujer de color gobernando el país del norte, es un hecho que resultaba impensable para sus habitantes hasta hace tan solo un año atrás.

Estoy escribiendo un artículo más detallado sobre sus orígenes, y espero publicarlo a la brevedad.

Intuyo que será una excelente presidente, obviamente mucho mejor que don Donald, aunque para eso no hace falta mucho.

¡Ojalá que esté en lo cierto!

 

 

 

 

 

 

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