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Foto del escritorTony Salgado

Los Harris. Una historia de inmigración en USA

Ellen Barry, Septiembre 2020

Editado por Tony Salgado



 En un espacio fuera del campus Berkeley de la Universidad de California, en el otoño de 1962, un estudiante de doctorado alto y delgado originario de Jamaica dio un discuen y Estados Unidos.

Le contó al grupo, una habitación llena de estudiantes negros, que creció viendo el poder colonial británico en Jamaica, la manera en que un puñado de hombres blancos habían cultivado una “élite de nativos negros” para disfrazar la extrema desigualdad social.

A sus 24 años, Donald J. Harris ya tenía una presencia profesoral, tan reservado como el acólito anglicano que alguna vez había sido. Pero sus ideas eran osadas.

 

A una de las personas en la audiencia le parecieron tan cautivadoras que se le acercó después de su discurso y se presentó.

Era una científica india de baja estatura que vestía un sari y sandalias, la única otra estudiante extranjera que había asistido a una charla sobre la raza en Estados Unidos. Él recordó que ella “destacaba por su apariencia en comparación con todos los demás presentes, tanto hombres como mujeres”.

Shyamala Gopalan había nacido el mismo año que Harris, en otra colonia británica del otro lado del planeta.

Sin embargo, ella le dijo que sus opiniones sobre el sistema colonial eran más precavidas, el punto de vista de la hija de un alto funcionario público.

 

El discurso de Harris le había provocado muchas dudas. Quería escuchar más.

“Todo esto me pareció muy interesante y, sin duda, un tanto encantador”, recordó Harris, quien ahora tiene 82 años y es profesor emérito de Economía en la Universidad de Stanford, en respuestas enviadas por escrito. “En una reunión posterior, charlamos de nuevo, y en la siguiente. El resto ahora es historia”.

 

La vicepresidente Kamala Harris a menudo cuenta la historia del romance de sus padres.

Eran estudiantes de posgrado extranjeros e idealistas que participaron de lleno en el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, un relato distinto a la clásica historia de inmigración estadounidense de las masas amontonadas que fueron acogidas en sus costas.

Sin embargo, esa descripción es apenas un acercamiento superficial a lo que era Berkeley a principios de la década de 1960.

La comunidad donde ellos se conocieron era un crisol de políticas radicales, en el que la izquierda sindical se encontró con los primeros pensadores nacionalistas negros.

 

Esto inició una conversación entre una ola de estudiantes universitarios negros, muchos descendientes de aparceros o esclavos que habían migrado desde Texas y Luisiana, y alumnos de países que habían combatido a las potencias coloniales.

Los miembros del grupo de estudio que los congregó en 1962, conocido como la Afro-American Association, ayudaron a instaurar la materia de estudios, a incluir la celebración del Kwanza y a fundar el Partido Pantera Negra.

Mucho después de la intensidad particular de inicios de los años sesenta, la comunidad que nació de ello perduró.

 

La vicepresidente Harris, quien declinó ofrecer comentarios para este reportaje, fue una de las demócratas más moderadas entre los candidatos presidenciales de 2020, y ha expresado su perspectiva política en términos decididamente pragmáticos.

“No estoy tratando de reestructurar la sociedad”, dijo el verano pasado.

“Solo estoy tratando de solucionar los problemas que despiertan a la gente en medio de la noche”.

Sin embargo, en momentos muy importantes ha destacado la influencia duradera del círculo al que pertenecían sus padres en Berkeley. Para Shyamala Gopalan y Donald Harris, esas amistades lo cambiaron todo.

 

Durante décadas, los estudiantes más inteligentes de colonias británicas como Jamaica e India viajaron, como un acto reflejo, al Reino Unido para estudiar grados más avanzados. No obstante, Donald Harris y Shyamala Gopalan eran diferentes. Ambos tenían un motivo convincente para querer una educación estadounidense.

En el caso de Gopalan, el problema radicaba en que era mujer.

Gopalan, la hija mayor de una exitosa familia brahmana tamil, quería ser bioquímica. Sin embargo, en el Lady Irwin College, fundado por los británicos para brindarles a las mujeres indias una educación en ciencias, la habían forzado a conformarse con un título en ciencias domésticas.

“Mi padre y yo solíamos molestarla hasta el cansancio”, relató su hermano, Gopalan Balachandran, quien tiene un doctorado en ciencias de la computación y economía. “Le decíamos: ‘¿Qué estudias en ciencias del hogar? ¿Te enseñan a preparar los platos para la cena?’. Solía enojarse y reír. Luego contestaba: ‘No sabes qué es lo que estoy estudiando’”.

Su hermana murió en 2009. Pero, en retrospectiva, él se da cuenta de que seguramente estaba furiosa.

“Debe haberse sentido tan frustrada, como en un infierno”, dijo.

 

No obstante, tenía un plan: en Estados Unidos —a diferencia de India o el Reino Unido— aún era posible obtener un título de Bioquímica, dijo su hermano. Y la aceptaron en la Universidad de California, campus Berkeley.

Según su hermano, su padre estaba asombrado pero no se opuso. “Solo le preocupaba que ninguno de nosotros había estado en el extranjero. Le dijo: ‘No conozco a nadie en Estados Unidos. Y ciertamente no conozco a nadie en Berkeley’. Ella le contestó: ‘Papá, no te preocupes’”, cuenta el hermano. Y el padre se ofreció a pagarle el primer año de estudios.

Cuando el gobierno colonial británico le otorgó una prestigiosa beca, se asumió que estudiaría en Reino Unido, como todos los beneficiarios que le precedían.

Sin embargo, Harris no quería ir al Reino Unido. Su educación temprana lo había marcado con la cultura británica, todos esos coros obedientes de Rule, Britannia. (“Lee letra, ¡te asombrarás!”, decía). Empezó a notar, narró, cómo la “rigidez estática de pompa, ceremonia y clase” de la nación británica se había trasladado a la sociedad de las plantaciones en Jamaica.

No, se sintió atraído por los Estados Unidos.

 

Cuando era adolescente, había escuchado las transmisiones de música jazz y big-band desde la base naval de Estados Unidos en Guantánamo, y se topó con un programa nocturno de rhythm and blues desde la WLAC en Nashville. Para él, Estados Unidos parecía —“desde la distancia y tal vez ingenuamente”, solía decir— una “dinámica viva y cambiante de una sociedad racial y étnicamente compleja”.

Se había interesado en la Universidad de California, campus Berkeley, debido a un reportaje de noticias sobre activistas estudiantiles que viajaban al sur para hacer campaña en defensa de los derechos civiles.

“Después de investigar más sobre esta universidad, me convencí de que debía estudiar ahí”, relató.

 

Usar la beca para estudiar en Estados Unidos fue una “desviación tan grave de las costumbres y tradiciones”, dijo, que el secretario permanente del Ministerio de Educación escribió para pedirle consejo a un eminente profesor de las Indias Occidentales, Sir Arthur Lewis, que estaba enseñando economía en la Universidad de Manchester. La deliberación duró tanto que las clases ya habían comenzado cuando llegó la carta de aprobación del economista.

“Estaba muy feliz”, recuerda Harris. Dos semanas después de iniciado el semestre, abordó un avión con destino a San Francisco. El encuentro se había puesto en marcha.

 

Encontrar un grupo

Shyamala Gopalan de inmediato entabló amistades importantes en Berkeley.

Mientras esperaba en una fila para inscribirse a clases, en el otoño de 1959, la persona formada detrás de ella era Cedric Robinson, un adolescente negro de Oakland.

En 1960, había menos de 100 estudiantes negros en un alumnado de 20.000, según escribió la historiadora Donna Murch en su libroLiving for the City: Migration, Education and the Rise of the Black Panther Party.

 

Robinson, cuyo abuelo había huido de Alabama en la década de 1920 para escapar de un linchamiento, fue el primero de su familia en inscribirse en una universidad. “Como un niño negro de Oakland, ni siquiera sabía lo que uno hacía para ingresar a la universidad”, recuerda su viuda, Elizabeth.

 

La mujer formada delante de él le llamó la atención. Gopalan, que le llevaba dos años, en aquel entonces solía vestir sari y sus conocidos decían que pensaban que ella pertenecía a la realeza; así se comportaba. Cuando Robinson llegó al escritorio de registro, el encargado asumió que era un estudiante de posgrado proveniente de África y le preguntó, amablemente, si su país también iba a pagar su colegiatura.

A Robinson, quien murió en 2016, esto le pareció divertidísimo, según el historiador Robin D.G. Kelley. Contó esa historia muchas veces a lo largo de los años; llegó a obtener una maestría y un doctorado, además de convertirse en profesor titular de la Universidad de California en Santa Bárbara. Él y Gopalan se hicieron amigos de por vida.

  Gopalan en una protesta por los derechos civiles en Berkeley

 

Cuando escribió su libro más conocido, Black Marxism: The Making of the Black Radical Tradition, en 1983, enumeró a los viejos amigos que le habían ayudado a formular sus ideas. Todos eran negros, excepto Gopalan.

Ambos fueron miembros de un grupo de estudio de intelectuales de color que se reunía en la casa fuera del campus de Mary Agnes Lewis, una estudiante de Antropología.

El grupo, que después fue conocido como la Afro-American Association, fue “la institución más fundamental del movimiento Poder Negro”, afirmó Murch, quien le dedicó dos capítulos de su libro a esta asociación.

Este no era un club de lectura común y corriente. Se asignaba una lectura, y si no ibas al corriente, había consecuencias. En un debate sobre existencialismo, Huey Newton, estudiante de una universidad comunitaria —futuro cofundador del Partido Pantera Negra— fue castigado por no haber leído el texto asignado, recordó Margot Dashiell, de 78 años, quien terminó por convertirse en profesora de Sociología en el Laney College.

“A la próxima reunión, regresó completamente preparado”, relató.

 

Esas reuniones informales —“había muchas personas sentadas en el suelo”, recuerda— fueron su primera exposición a la idea de que la cultura negra estadounidense tenía sus orígenes en África.

“Estábamos adquiriendo un nuevo idioma”, dijo. “Estábamos inventando un nuevo idioma. La primera palabra nueva fue afroestadounidense. Nunca la había escuchado en mi vida. No íbamos a ser esa cosa que no tiene origen, Negro. Íbamos a nombrar nuestra herencia”.

Dashiell explicó que todos habían sido educados para ser “integracionistas”, para luchar por la admisión en las instituciones blancas. “Este fue un giro de pensamiento revolucionario”, dijo, “que tenemos diferencias, pero las diferencias no son malas”.

El grupo luego se limitó a aceptar miembros únicamente de ascendencia africana, por lo que le negó la entrada a la pareja blanca de un miembro negro, escribió Murch.

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No obstante, Gopalan, al ser una persona de color que vivió la opresión del régimen colonial, sin duda pertenecía al grupo, según dijeron otros miembros en entrevistas.

“Ella era parte de la verdadera fraternidad y sororidad; nunca se puso en duda”, dijo Aubrey LaBrie, quien terminó impartiendo cursos sobre nacionalismo negro en la Universidad Estatal de San Francisco. “Simplemente la aceptamos como parte del grupo”.

Como parte del grupo, Gopalan a veces bromeaba sobre el mundo tan diferente que había dejado atrás. Dashiell la recordó riendo con Robinson acerca de un pretendiente que se había acercado a su familia para arreglar un matrimonio, enviando a parientes que habían consultado sus cartas astrológicas.

 

Los estudiantes extranjeros llegaban en cantidades cada vez mayores, representantes de estados recién independizados donde las élites no eran blancas. Los grupos se encontraron naturalmente.

“Eran personas de otros lugares, que tenían una visión más amplia del mundo, y eran personas de color”, dijo la historiadora Nell I. Painter, de 78 años, cuyo padre trabajaba en Berkeley en ese momento. “Recuerdo que la gente de otras partes representaba una especie de libertad intelectual”.

En 1961, cuando Harris llegó al campus, él también se integró al grupo de estudio de inmediato.

 

En uno de sus primeros días en Berkeley, dijo, vio a un estudiante de arquitectura negro sosteniendo un letrero pintado a mano que organizaba una manifestación individual contra el apartheid en Sudáfrica, y se le presentó. El estudiante resultó ser Kenneth Simmons, uno de los líderes de la Asociación Afroestadounidense, junto con Lewis y Robinson, dijo.

Harris describió al grupo de estudio como un oasis, como su introducción “a las realidades de la vida afroestadounidense en su forma más verdadera y cruda, con su riqueza y complejidad, con su prosperidad y pobreza, con su esperanza y desesperación”.

 

Esa agrupación fue donde, en el otoño de 1962, conoció a su futura esposa. “Hablamos en ese momento, y luego seguimos hablando en otra reunión, y luego en otra, y otra”, narró. Al año siguiente, se casaron.

Hasta ese entonces, Gopalan todavía pensaba en regresar a India, según contó años después. “Nunca vine para quedarme”, le dijo a un reportero de SF Weekly. “Es la vieja historia: me enamoré de un chico, nos casamos, muy pronto llegaron las niñas”.

Política en vivo

Como pareja, Don Harris y Shyamala Gopalan Harris se destacaban por sus acentos de clase alta y su confianza intelectual, dijeron sus contemporáneos. Anne Williams, de 76 años, que todavía era una adolescente cuando los conoció, dijo que Harris era “reservado y académico en su presentación”, era difícil de conocer. Gopalan, en cambio, fue “cálida” y “encantadora”.

“Se notaba que ella era ‘del pueblo’, a pesar de que tenía un aura de realeza”, dijo. “Era una mujer profundamente morena, y sin embargo, podía fluir de un grupo de raza a otro”.

 

El barón Meghnad Desai, de 80 años, un economista nacido en India, recuerda haber conocido a la pareja en los escalones de una casa cuando todos se dirigían a una cena. En esos días, dijo, “éramos un grupo de discusión. Podíamos discutir sobre la política de muchos países”.

Gopalan Harris era una polemista apasionada, “fogosa y radical, pero no era marxista en ningún sentido”. Recuerda que su esposo “se interesó seriamente por la economía política radical, pero era un argumentador tranquilo y paciente”.

“No había ninguna duda al respecto, estaban muy juntos, muy enamorados”, dijo.

En esa época, los poderes coloniales se derrumbaban en todos lados. En 1960, 17 naciones africanas obtuvieron la independencia. Ese mismo año, Fidel Castro fue recibido con los brazos abiertos en Harlem, donde se reunió con Malcolm X, el primer ministro soviético Nikita Khrushchev y el primer ministro Jawaharlal Nehru de India.

“Pensábamos que había todo tipo de posibilidades”, dijo Desai. “Los gobiernos estaban cayendo y los gobiernos de izquierda asumían el control. Fue algo realmente conmovedor y estremecedor”.

 

Muchas personas de sus círculos vieron un vínculo entre la lucha por los derechos civiles y los movimientos independentistas fuera del país, dijo LaBrie, miembro del grupo de estudio que se convirtió en amigo de la familia de toda la vida.

“Fue una especie de fluidez entre los derechos civiles y los que apoyaron a la revolución cubana”, al líder independentista congoleño Patrice Lumumba y a la revolución argelina, dijo LaBrie. “Hubo un flujo sencillo. La gente no se etiquetaba a sí misma”.

En 1963 y 1964, cinco miembros del grupo se unieron a un viaje organizado por el Comité de Estudiantes para Viajar a Cuba, en desafío a la prohibición de viajar del Departamento de Estado, para ver cómo vivían los afrocubanos en el gobierno de Fidel Castro. Williams y otro miembro, James L. Lacy, recordaron haber escuchado por primera vez sobre el viaje en una reunión organizada por los Harris.

“Los que nos llamábamos nacionalistas, animábamos mucho a la gente de Cuba, América del Sur y América Central para que continuaran lo que estaban haciendo”, dijo Lacy, de 85 años, profesor jubilado.

 

Harris dijo que no recordaba haber participado en ningún activismo en Cuba, lo que podría haber puesto en peligro su estatus migratorio. “Ciertamente éramos muy conscientes y escrupulosamente cuidadosos de seguir las reglas y regulaciones que regían nuestro papel como estudiantes extranjeros”, escribió.

Las manifestaciones por los derechos civiles fueron una parte importante de la vida de la joven pareja. En su discurso en la Convención Nacional Demócrata del mes pasado, Kamala Harris dijo que sus padres “se enamoraron de la manera más estadounidense: mientras marchaban juntos a favor de la justicia en el movimiento por los derechos civiles de la década de 1960”.

 

Para los estudiantes extranjeros, muchos de ellos procedentes de países con fuertes movimientos estudiantiles de izquierda, el aumento del activismo los hizo sentir como en casa, dijo el economista indio Amartya Sen, de 86 años, que enseñaba en Berkeley en ese momento y se hizo amigo de la pareja.

“De repente, Estados Unidos se sintió menos como un país extraño”, dijo Sen, quien ganó el Premio Nobel en 1998. “Ahora tenían muchos amigos y estaban echando raíces”.


Harris con su hija Kamala en 1965

 

‘Esos lazos se convirtieron en la comunidad’

Para cuando nació la primogénita de la pareja, Kamala, en 1964, las corrientes políticas de nuevo habían comenzado a cambiar.

Los estudiantes blancos se habían lanzado a protestar, rechazando el sistema político y las costumbres pasadas de moda de la década de 1950. El apoyo a la liberación del tercer mundo fue cediendo paso, gradualmente, a las demandas del derecho político a la libertad de expresión. En 1966, aparentemente de la nada, un actor llamado Ronald Reagan despertó al electorado conservador y derrotó al gobernador demócrata de California.

 

El matrimonio comenzó a sufrir cuando Harris aceptó puestos de profesor a corto plazo en dos universidades diferentes en Illinois. Cuando obtuvo un puesto con posibilidades de ascender a un cargo titular permanente en la Universidad de Wisconsin, Gopalan Harris, por su parte, se estableció con sus hijas en Oakland y West Berkeley.

La ruptura fue evidente para su hija de 5 años.

En The Truths We Hold, sus memorias de 2018, la vicepresidente Harris escribió: “Sabía que se amaban mucho, pero parecía que se habían convertido en agua y aceite”.

Ella escribió que “si hubieran sido un poco mayores, un poco más maduros emocionalmente, tal vez el matrimonio podría haber sobrevivido. Pero eran tan jóvenes. Mi padre fue el primer novio de mi madre”.

La carrera de Harris floreció. Como crítico de izquierda de la teoría económica neoclásica, fue un profesor popular y se convirtió en el primer académico de raza negra en recibir un puesto titular permanente en el Departamento de Economía de la Universidad de Stanford. Sin embargo, un frío muro se había edificado en su matrimonio.

 

Gopalan Harris, científica investigadora que publicó análisis influyentes sobre el papel de las hormonas en el cáncer de mama, solicitó el divorcio en 1972. La separación le causó tanto enojo que, durante años, apenas interactuó con Harris. La vicepresidente  recuerda que, cuando invitó a sus padres a la graduación de la escuela secundaria, temió que su madre no se presentara.

“Estaba muy descontenta con la separación, pero ya se había acostumbrado y no quiso hablar con Don después de eso”, dijo su hermano, Balachandran. “Cuando amaste a alguien, el amor se convierte en una amargura muy dura, ni siquiera quieres hablarle”.

Desde entonces, Harris ha expresado su frustración por los arreglos de custodia que, en su opinión, hicieron que el contacto cercano con sus hijas “se detuviera abruptamente”. Su hija ha hecho poca mención de él durante la campaña, y él ha rechazado entrevistas anteriores, explicando que “el negocio de buscar la celebridad no es lo mío, y me he esforzado por mantenerme al margen”.

 

“No estuvo presente después del divorcio”, le dijo a The New Yorker Meena Harris, la sobrina de la vicepresidente Harris. “Su experiencia y relación con la negritud se debe a que se criaron en las comunidades de Berkeley y Oakland, y no a través de la herencia caribeña”.


Kamala Harris (centro, inferior) con su madre, su hermana y sus abuelos, en 1972.

 

El vacío lo llenaron los viejos amigos de Gopalan Harris, relaciones que cultivó en el grupo de estudio de Berkeley.

Era una madre soltera, trabajadora y con dos hijas, lejos de su familia. No fue hasta que su hija mayor fue a la secundaria que pudo pagar un anticipo para su casa propia, algo que anhelaba desesperadamente, escribió en sus memorias la vicepresidente  Harris.

Una red de apoyo —desde guarderías e iglesias hasta padrinazgos y clases de piano— surgió de la Asociación Afroestadounidense.

“Esos lazos se convirtieron en la comunidad que la apoyó en la crianza de sus hijas”, afirmó Dashiell, la profesora de Sociología que fue miembro del grupo de debate. “No me refiero al aspecto financiero. Realmente cobijaron a esas niñas”.

 

LaBrie presentó a Gopalan Harris con su tía, Regina Shelton, quien tenía una guardería en West Berkeley. Shelton, que nació en Luisiana, se convirtió en uno de los pilares en la vida de la joven familia, y terminó por alquilarles un apartamento que estaba en el piso de arriba de la guardería.

 

Gopalan Harris trabajaba a menudo hasta tarde, recordó Carole Porter, de 56 años, amiga de infancia de la vicepresidente Harris, y tenía grandes expectativas para sus hijas.

“Shyamala no jugaba”, dijo. “Ser una inmigrante, medir metro y medio de altura y hablar con acento… cuando te pasa algo así y te enfrentas a cosas, eso te endurece”.

Shelton siempre las recibía con un bocadillo y un abrazo. Si se hacía muy tarde, las niñas somnolientas se quedaban a dormir en su casa, o Shelton mandaba a sus hijas a que las arroparan en sus propias camas. Una de las historias favoritas de Kamala sobre su niñez es la de cuando preparó barritas de limón con sal, en vez de azúcar; Shelton, con la cara fruncida, dijo que estaban deliciosas.

 

Los domingos por la mañana, Shelton llevaba a las niñas a la Iglesia de Dios en la Avenida 23, una iglesia bautista negra. Esto, dijo Porter, era lo que Shyamala quería para ellas.

“Las crió para que fueran mujeres negras”, dijo Porter. “Shyamala realmente quería que tuvieran ambas cosas”.

Dashiell dijo que estaba segura de que alguna influencia del grupo de estudio sobrevivió en las niñas Harris.

“El pensamiento dentro de la asociación era profundo”, dijo. “Se podría reflexionar cosas como: ¿cuáles son las causas subyacentes de los problemas en los que nos encontramos como personas negras? Y eso es algo que se pudo haber traducido, a través de estas familias, a Kamala”.

 

En los años transcurridos desde entonces, Kamala Harris a menudo ha reflexionado sobre el hecho de que la familia adoptada por su madre inmigrante —familias de personas negras cuya generación antecesora vivió la segregación racial en Estados Unidos— la ha moldeado de manera profunda en su carrera como política. Cuando prestó juramento para convertirse en fiscala general de California y, posteriormente, en senadora estadounidense, solicitó posar su mano sobre la Biblia de Shelton.

“En el servicio público y en la lucha”, escribió en un ensayo el año pasado, “llevo a la señora Shelton conmigo siempre”.

 

 

La historia de los padres de Kamala Harris tiene mucho en común con las de tantos y tantos inmigrantes que llegaron a América desde los distintos continentes durante el siglo XX en la búsqueda de un porvenir que se les negaba en sus países de origen.

Puedo dar fe porque soy hijo de inmigrantes gallegos llegados a Argentina 100 años atrás.

Viví sus sufrimientos y con qué entereza los soportaban, aun sabiendo que ellos probablemente no pudieran el fruto de tamaño desarraigo, pero que sus hijos sí lo podrían hacer.

Creo que si a los Harris les hubieran dicho que su hija Kamala llegaría a ocupar los cargos más importantes dentro del gobierno de USA, se hubieran reído al escuchar tamaño disparate.  

¡Mi más sentido homenaje a todos los inmigrantes que hicieron grande a esta América!

 

 

Tony Salgado

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