Tony Salgado
Confluencias
A pesar de los airados reclamos con los que cerramos el capítulo anterior, sucedió lo que era esperable que pasase. A falta de nuevos elementos que pudieran modificar el curso del proceso, los sospechosos Julio Delmonte, Adrián Crevillén, Arnaldo O’Lasna, Jorge Espina, Susy Colombres y Mario Martínez son encarcelados preventivamente y luego sometidos a sendos juicios, acusados de ser los autores intelectuales y/o materiales de los crímenes de Ricardo Colombres e Igor Kozlovski.
—Creo, comisario, que hemos hecho lo humanamente posible para desvincular a la mayor cantidad de sospechosos; pero estos no pudieron probar su falta de involucración —el oficial técnico Joaquín Aguirre le transmite los que siente al comisario inspector Juan Ignacio Chafuén Rey—. Tengo la conciencia tranquila y dormiré plácidamente esta noche.
—Hágalo, por favor, oficial. Hemos cumplido con nuestro deber y ahora deberán ser los profesionales de la Justicia quienes determinen qué tipo de responsabilidad tuvieron y las penas correspondientes. Ha hecho un muy buen trabajo y me agradó mucho que me haya ayudado en este caso. A la brevedad comenzarán los juicios de cada uno de ellos y seguramente seamos citados a declarar.
—Ojalá se puedan encontrar a los criminales, que purguen por lo que han hecho; y que los que son inocentes, recuperen la libertad prontamente.
—Usted lo ha dicho bien, oficial. Ojalá ocurra así..
Los juicios tienen lugar durante las semanas siguientes, en medio de la conmoción social que han provocado, lo que hace que diariamente los periódicos publiquen los detalles de los mismos en sus páginas centrales.
Al término de los juicios, Julio Delmonte y Adrián Crevillén son hallados culpables de los crímenes de Ricardo Colombres e Igor Kozlovski, respectivamente, y son encarcelados, a la espera de la decisión final sobre la duración de la pena.
Por su parte, los restantes sospechosos son considerados inocentes y libres de culpa y cargo, por lo que recuperan su libertad inmediatamente.
—Lo que han hecho estos dos hombres no tiene perdón de Dios, comisario. ¿Cómo puede ser que después de medio siglo hayan continuado almacenando en sus conciencias sentimientos tan innobles, como para quitarles la vida a sus ex compañeros? Creo que no lo podré entender nunca.
—El ser humano es una caja de sorpresas, oficial. Lo que transparenta cada persona puede ser una mascarilla que oculta inconscientemente esos traumas vividos, y basta con que se produzca un hecho singular como fue la cena de las cinco décadas, para que se desencadenen esas reacciones incontrolables. No es la primera vez que las veo, oficial, y lamentablemente creo que no será la última.
Pero mientras transcurrían los juicios, el inspector Aguirre ha tenido tiempo de leer detenidamente todos los documentos que le cediera Guido Torres, el desafortunado ex compañero enfermo de Alzheimer, que ha recuperado durante un breve lapso de tiempo su memoria. La cantidad de información impresiona por su tamaño. Aguirre se da cuenta del nivel de detalle con que Torres registraba todo lo que acontecía durante ese período educativo.
Y tanto fue el cántaro a la fuente….. que al final halló algo que lo sorprendió sobremanera.
En la sección de documentos referentes a la parte administrativa del colegio y, concretamente en la referida a los preceptores que trabajaron en ese período de tiempo, aparte de aparecer, entre otros muchos, los nombres de Julio Tesidoro y Mario Martínez como preceptores del turno mañana, el documento mencionaba el nombre del jefe de todos los preceptores, pero que al concurrir solamente durante el turno tarde, no había sido mencionado ni considerado hasta el momento. Al leer su nombre, el oficial técnico Joaquín Aguirre se siente desfallecer. En el documento dice que el nombre del mismo es Juan Rey. ¡Juan Rey! ¿Será posible? ¿Casualidad o…?
—¿Qué hago ahora? —se pregunta el oficial—. ¡No lo puedo creer! ¡Imposible! Hola, ¿Ele Barboza? Por favor ubique a la agente Magdalena Ordónez, vayan al bar de Obligado y Mendoza y nos encontramos ahí en veinte minutos. De esto, silencio absoluto. Gracias y nos vemos allí.
Una vez que los tres se encuentran en el bar mencionado, la sorpresa se apodera también de los agentes. Enterado, el oficial Joaquín Aguirre pide de inmediato la ayuda de los agentes Barboza y Ordóñes y se dirige al domicilio del comisario Juan Ignacio Chafuén Rey para aclarar el suceso.
—Miren, agentes, puede que sea una gran casualidad, pero Juan Rey y Juan Ignacio Chafuén Rey, quiera Dios que no sean la misma persona.
—No doy crédito a esta situación —responde Eleuterio “Ele” Barboza, sin salir de su asombro—. ¿Y ahora, qué hacemos?
—Mientras los esperaba, estuve pensando en que lo mejor es ir a la casa del comisario, que vive cerca de aquí y averiguarlo directamente con él. Creo que lo entenderá y que no podemos seguir con esta especulación.
—Estoy de acuerdo con usted, Eleuterio —la agente Magdalena Ordóñez aprueba la idea—. Tal vez sea mera casualidad.
—Bueno, en ese caso, andando —el oficial Aguirre toma la decisión—, y que sea lo que Dios quiera.
A llegar al departamento del comisario y luego de tocar el timbre repetidas veces, deciden empujar la puerta y, ya que esta está ligeramente abierta, ingresan en la vivienda, y entonces…..
Si antes se habían sorprendido por lo que habían hallado en el documento, ahora están a punto de infartarse…. El cuerpo del comisario inspector Juan Ignacio Chafuén Rey se balancea levemente, pendiendo de un cinturón que ha anudado a una viga del techo… ¡se ha ahorcado!
En la mesa del comedor ha dejado una carta:
“Lamento haberle causado tamaño disgusto a quien me encuentre, aunque sospecho que por su sagacidad ha de ser el oficial Aguirre.
Cuando me comentó que habían aparecido los documentos de Guido Torres, supe que mi suerte estaba echada.
Soy el culpable de la muerte de Igor Kozlovski. Por favor liberen a Adrián Crevillén. No tiene nada que ver con este tema.
¿Las razones? Las continuas agresiones, desacatos y aberraciones sexuales, entre otros horrendos hechos cometidos por Kozlovski, contra los preceptores que me reportaban. Ese señor no merecía seguir viviendo.
Con respecto a la muerte del señor Colombres, también Delmonte es inocente y deben liberarlo. Busquen a un sicario vasco llamado Gorka Otegui, quien los conducirá al autor intelectual de ese crimen.
Siento mucho todas las molestias que causé y no haber podido estar a la altura de las circunstancias”.
Continúa en el Capítulo VIII B…
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