top of page
Foto del escritorTony Salgado

Cinco décadas (VII B de VIII)

Tony Salgado

 



Hipótesis y Tesis


… Viene del Capítulo VII A de VIII

 

No muy lejos de ahí, una matrimonio ya sólidamente establecido, enfrenta una grave crisis.

—¡No me lo niegues, por favor, Nuria! —Jorge Espina le está gritando a voces a su esposa—. ¡Me estuviste poniendo los cuernos durante todo este tiempo con el degenerado de Arnaldo! Era lo que menos esperaba de vos. Y yo, pelotudo de mí, dedicándole horas y horas al Casal que vos misma decís querer tanto…

—Disculpame, Jorge. Te pido, por favor, que me perdones, por lo que más quieras. Sé que no merezco tu amor, pero quiero que sepas que sos el amor de mi vida. Lo otro fue un arrebato en el que caí engatusada por ese atorrante. Mi amiga íntima Inés Riús, que es paciente suya, me lo presentó, y el hizo el resto

—¡Ja, ja! Tiene gracia lo que decís, cómo si vos no fueras responsable, también. No merecés estar en esta casa, Nuria. Me defraudaste de la peor manera. Me tengo que tratar de calmar para ver qué voy a hacer, ya que si fuera por lo que siento ahora, te echaría de este hogar que tanto tiempo nos costó crear. Creí que el encuentro con Iván Kozlovski había sido mi mayor irritación de los últimos tiempos, pero esto la superó con crecer.     

—Jorge, lo que decidas lo aceptaré sumisamente, Reconozco mi grave error y no tengo palabras para pedirte perdón pero esto. También siento que te haya molestado tanto el encuentro con ese señor. No lo sabía.

—Ni hacía falta que lo supieras, mala esposa, pero para que te enteres, había pensado en matarlo yo mismo; era el fin que se merecía ese salvaje. Se vé que otro pensaba igual que yo…. Dejame un rato solo..

—Lo que digas, Jorge, lo que digas…

 

 

La situación de Adrián Crevillén lucía terriblemente comprometedora en el caso de Igor Kozlovski, tanto como para convertirlo en el principal sospechoso de su muerte.

—¿Cómo te sentís, Adrián? —le está preguntando su esposa Magalí—. ¿No estás preocupado por el caso de Igor? Sabés que sos el principal sospechoso ¿no? ¡

—Sí, lo sé muy bien, Magalí. Si te tengo que ser sincero, siento una mezcla de cosas que me tienen bastante confundido por el momento y, a pesar que van transcurriendo los días, lejos de ir apaciguándose, por el contrario, se me están transformando en obsesiones.

—Si querés comprartirlas conmigo, acá me tenés, siempre lista. Espero que te pueda servir, aunque sea para aliviarlas, amor.

—Mirá, mi adorable esposa. Por un lado tengo la gran tranquilidad de no haber hecho absolutamente nada para cometer ese crimen, aunque no te voy a negar que ganas no me faltaron por momentos, y hasta pensé en un momento en matarlo. Tanta era la bronca que tenía acumulada desde que lo vi en la cena. Pero, por suerte, primó la cordura y me pude contener. La gran cagada, por el otro, es que no me preocupé lo suficiente para demostrar qué hice ese día trágico desde que salí de mi oficina a eso de las seis y cuarto hasta que me encontré con mis amigos dos horas más tarde en Tucson, lo que ellos dan fe. Y la verdad es que estuve al pedo, caminando por Cabildo, mirando pilchas, buscando novedades en la librería de Cabildo y Juramento, tomando un cafecito y otras boludeces más, lo que no puede ser certificado por nadie.  Pero ¿cómo me podía imaginar yo que en esos mismos momentos se cargaban a ese hdp…?    

—Seguro, Adrián. Fue una jugarreta del destino. Dejame que te pregunte algo… ¿no pensaste en algún momento en conseguir un testigo trucho que pueda certificar que estuvo con vos, por lo menos entre las seis y media, y las siete y media? Con eso creo que se resolvería tu problema, Adrián… 

—Claro que lo pensé, Magalí; y es una idea muy tentadora. Si yo quiero, seguro que voy a conseguir a alguno que me haga la gauchada, sin cobrarme nada. Pero, la verdad es que me dio un gran cagazo. Si se llega a descubrir, voy adentro de cajón y no me salva ni Cristo. En el fondo, creo que en algún momento se probará mi inocencia y, si no, mala leche.

—Confío en tu buen juicio, Adrián. Seguro que se probará tu inocencia.

 

Como mencionamos anteriormente el ex compañero de los personajes, Guido Torres, quien sufría de la enfermedad de Alzheimer y se hallaba recluido en su domicilio, ha tenido una inesperada recuperación transitoria por lo que, enterado de la reunión de las cinco décadas y los posteriores crímenes, ha manifestado interés en aportar parte de la información guardada en su cerebro, la que durante los últimos años había estado vedada para su conciencia. Este hecho no ha pasado desapercibido para el oficial Joaquín Aguirre, quien por lo tanto decide concurrir a visitarlo a su domicilio particular.

—¿Cómo se encuentra usted, señor Torres? Parece que ha tenido una notable mejora. ¡Lo felicito! 

—No me felicite usted todavía, inspector. Estas cosas son inmanejables. Así como aparecen, desaparecen. Solo Dios sabe que puede llegar a pasar con la conciencia de cada uno. Pero, como soy un hombre fe, soy optimista. Tengo que serlo para no deprimirme en ningún momento.

—¡Así me gusta, señor Torres! Aquí estoy.. creo que me quería contar algo importante, ¿correcto?

—Mire, en primer lugar, me alegró un montón que mis ex compañeros se hayan podido volver a juntar después de medio siglo, y lamento mucho no haber podido ser de la partida. En segundo lugar le quiero decir que siempre he sido un hombre metódico y ordenado hasta que me ocurrió este percance. Debido a ello, y tal como lo hice con el colegio primario y luego en mis años universitarios, me preocupé por mantener una detallada relación de que quiénes eran mis compañeros de cada año, los profesores, preceptores, personal administrativo y autoridades de cada una de las instituciones por las que pasé. Esto lo hice, no solo para el turno mañana, durante el cual asistí al secundario, sino también para el turno tarde y, en la facultad, para el turno noche. Esta deformación estudiantil apuntaba a dejarla como legado a mis hijos y nietos, cuando los tuviera.       

—Me deja con la boca abierta, señor Torres. ¿Y dónde tiene usted toda esa información, si se puede saber?

—En el cajón inferior del mueble situado a la derecha del escritorio situado al lado de este dormitorio. Puede usted utilizarla como mejor le plazca. Seguramente estará contribuyendo a un fin noble.  

—No tenga usted ninguna duda al respecto, señor Torres, y se lo aseguro profundamente; créame.

 

En cuanto a las nuevas declaraciones testimoniales a las que recurrieron los dos investigadores, las mismas recogieron nuevos elementos interesantes para el desarrollo de los eventos siguientes de ambos casos    

—En los casos que yo revisé, comisario, no han surgido grandes diferencias con respecto a las declaraciones anteriores, aunque sí algunas percepciones que creo que no habíamos registrado.

—¿Cómo cuáles, por ejemplo, oficial?

—Mire, en el caso de Delmonte, me pareció que había un período de tiempo bastante largo entre el momento en el que dejó la fábrica en Garín hasta que se encontró con Duchel; y no supo explicar bien a qué se debió. Con respecto a O’Lasna, me llama mucho la atención cómo ha podido mantener dos relaciones extra matrimoniales simultáneas a espaldas de su propia esposa; y, además, tampoco me quedó claro qué fue lo que hizo y cuándo, en el club al que se dirigió para retirar unas solicitudes. No confío mucho en la explicación que da. En relación a Susy, la esposa del occiso, debe ser muy buena actriz porque, si bien no niego que debe estar profundamente consternada por la pérdida que le ocurrió, nunca antes hubiéramos sospechado que le ponía los cuernos… por lo menos eso creo yo.. 

—Sí, oficial, le confieso que a mí me pasó lo mismo, hasta que me enteré de esa relación. En mi caso me ocurrió más o menos lo mismo que a usted. Algunos detalles, pero nada de fondo. Tal vez lo más importante es que la coartada de Crevillén no es muy sólida que digamos. Qué hizo desde que se fue de su consultorio hasta que se juntó con sus amigos, no está nada claro. Tuvo tiempo suficiente como para cometer el hecho en ese intervalo. Le confieso que no quisiera estar en sus zapatos. Por el lado de Espina, si bien no me dijo nada, es evidente que las actitudes de Kozlovski le molestaban sobremanera. Es sospechoso que no lo haya ventilado con nosotros, ¿no cree?     

—Si, tal cual comisario. Creo que no todos están diciendo lo que realmente hicieron esa tarde.

—Pero creo que poco a poco vamos cerrando el círculo. Soy optimista, oficial.

 

A esta altura de los acontecimientos y luego de analizar todas las pruebas recogidas, el comisario inspector Juan Ignacio Chafuén Rey y el oficial técnico Joaquín Aguirre, se sienten en condiciones de dictar las primeras medidas para los dos casos

—Buenas tardes señores —el comisario Chafuén Rey y el abogado que ha sido designado para estos casos, se dirigen al pequeño grupo de periodistas que espera ansiosamente las primeras medidas —. Después de haber analizado en detalle los hechos que son de público dominio y las actividades cumplidas por los sospechosos que han sido identificados, cumplo en informales que se han dictado como medidas precautorias las libertades condicionales de los señores Julio Delmonte, Adrián Crevillén, Arnaldo O’Lasna, Jorge Espina, Susy Colombres y Mario Martínez, por los asesinatos de los señores Ricardo Colombres e Igor Kozlovski. Los mismos tendrán prohibido ausentarse del país y deberán reportar periódicamente el lugar dónde se hallan. Si se determinase que existe un peligro de fuga, podrá imponérseles una pena máxima de hasta ocho años de prisión. ¿Alguna pregunta? 

—Sí, por favor, señor. ¿Cuáles serían los próximos pasos de la investigación y cuándo espera que ocurran?

—Señor periodista —responde el comisario—, usted debe entender que debido al secreto del sumario no puedo darle los detalles que menciona. De todos modos, déjeme decirle que en los últimos días estamos dando importantes pasos en el esclarecimiento de los hechos, por lo que somos optimistas de que en un breve lapso de tiempo podremos pasar a las siguientes etapas.  

—Muchas gracias, señor.

 

Las reacciones entre los personajes no se hacen esperar, lo mismo que los comentarios de la prensa escrita, que contribuye a agrandar la percepción de la sociedad, ávida de tales acontecimientos.

—¡Esto es una injusticia! —exclama Julio Delmonte—. No tienen ninguna prueba concreta de mi participación. Por el contrario, siempre estuve dispuesto a colaborar en lo que fuera necesario. ¡Y pensar que fui yo uno de los que promovió el encuentro de las cinco décadas! ¡Maldigo la hora en la que se me ocurrió hacerlo!

—¡Tiene razón, Julio! —vocifera Adrián Crevillén—. Lo mismo pasa conmigo. No solo me tuve que aguantar las agresiones de Kozlovski durante el secundario sino que ahora, por culpa de él, me veo implicado en este escándalo. ¿Quién arregla después el daño que se hace a mi carrera?

—¡No lo puedo creer! —grita Susi, la viuda de Colombres, sollozando—. Es una falta total de respeto, que no tiene perdón de Dios. Acabo de perder a mi marido y encima ahora se duda de que pude haber sido precisamente yo la criminal. No resiste el menor análisis. ¡No tienen derecho!

—Esto es terrible, señores —el doctor O’Lasna se dirige a los periodistas—. Por favor tomen ustedes debida nota de esta arbitraria medida. Mi reputación profesional no merece recibir tamaña falta de credibilidad. 

Entre estos y otros muchos reclamos, no solo de los sospechosos, sino también de sus familiares que se han hecho presentes en la conferencia de prensa, cerramos este capítulo, esperando que nuevos acontecimientos arrojen la claridad que estos seres reclaman airadamente.

De una sola cosa todos ellos están plenamente convencidos: si pudieran retroceder tres meses en el tiempo, a ninguno se le ocurriría convocar a los ex compañeros para cenar juntos. ¡Tan bien estaban, formado parte de los recuerdos de cada uno!

 

 

0 comentarios

Comments


bottom of page