Tony Salgado
Hilos que se cruzan
Diciembre de 2013 promete ser un mes bastante movido para todos nuestros personajes y sus familias respectivas. Los hechos han trastocado todas las tranquilas rutinas que sabían mantener. Muchos maldecían la hora en la que a un par de ellos se les había ocurrido la catastrófica idea de convocarlos para que acudiesen a la cena en la que se suponía que iban a rememorar los gratos momentos compartidos durante su ciclo secundario y, al mismo tiempo, saber qué era de sus vidas e intentar retomar los contactos perdidos. La intención había sido, sin dudas, muy plausible, pero los resultados desgarraban los ojos. ¡Simplemente, tétricos!
Tal como ya se les había anticipado en las primeras declaraciones que habían mantenido con el comisario inspector Juan Ignacio Chafuén Rey y el oficial técnico Joaquín Aguirre, más el apoyo del agente Eleuterio Barboza para garantizar la seguridad del proceso, el trio investigador había ya comenzado a trabajar contactando a otras personas afines a los occisos, para recoger testimonios y opiniones de cómo eran los mismos y el tipo de relaciones que mantenían con otros compañeros, en particular con ellos, los seis primeros sospechosos.
Como era previsible, las primeras personas que son citadas a declarar son las esposas de los ex compañeros. A excepción de Higinio, viudo; y de Igor, extinto y soltero, las cónyuges de los otros seis deben pasar por un primer interrogatorio con la policía, incluida Susy, la viuda de Ricardo.
Los interrogatorios se habrán de centrar en la verificación de las respuestas dadas por sus maridos sobre sus actividades durante el día de los hechos; su interpretación, a la luz de lo que los mismos les pudiesen haber transmitido, en cuanto a las posibles causas de los crímenes, y al aporte de cualquier otra información adicional que juzgasen oportuna para el esclarecimiento de ellos.
En ese contexto, la primera en declarar es Noel, esposa de Bill Duchel.
Noel ratifica en un todo la declaración de su marido en cuanto a la permanencia en el hogar junto a ella durante el día de los trágicos sucesos y en el hecho de haber partido del mismo a las seis y media de la tarde y regresado ya pasadas las diez y media de la noche, para encontrarse, según sus palabras, con su amigo Julio Delmonte en un restaurante de Belgrano, tal como lo hacía periódicamente desde que yo lo conozco a Bill.
—Mi esposo mantiene con el señor Delmonte una estrecha amistad desde los años de su juventud, ya que ambos compartían y lo siguen haciendo, una gran afición por el rugby, a partir de lo cual la amistad se extendió a otros ámbitos de sus vidas, incluidas nuestras familias. Según mi marido, esto fue motivo de cierta envidia para algunos compañeros, incluido el señor Colombres, pero no fue causante de ninguna reacción de ninguna de las partes.
—Entendido, señora —responde el comisario Chafuén Rey—. Déjeme ahora preguntarle, recordándole que ha jurado decir solo la verdad, si ha usted conocido a alguna de las dos víctimas y, en caso de haberlo hecho, en qué circunstancias.
—Sí, señor. Desde hace ya cinco años era paciente del doctor Colombres, al que he debido recurrir por un periódico bajón anímico que me aquejaba y aún lo sigue haciendo, aunque en menor intensidad. Llegamos a él gracias a un contacto común que mi marido mantenía, gracias al mundillo del rugby, y a las buenas referencias que ese contacto le dio sobre la actuación profesional del dicho psicólogo.
—¡Vaya casualidad! —comenta el comisario—¡Qué pequeño es el mundo!, ¿no?. Pero por favor déjeme ahora saber la opinión suya y de su marido sobre el mismo si, como usted menciona, luego de cinco años, aún sigue sufriendo dichos bajones anímicos.
—Entiendo. Le diré que estamos un poco decepcionados porque esperábamos mejores resultados y más rápidos, aunque según sabemos, esta no es una ciencia matemática y por lo tanto, imposible de predecir los resultados que se logren.
—¿Decepcionados, solamente, señora? o, ¿tal vez, algo más?
—Bueno, la verdad es que a mi marido le ha causado un gran desilusión, por lo que prefirió ignorar la existencia de Colombres desde hace ya un tiempo para no seguir amargándose más…
—Es raro que no nos lo haya mencionado en su declaración, ¿no cree?
—Supongo que ha sido porque no lo juzgó importante, ya que no le ha dado ninguna trascendencia posterior y , además, es un hecho que hace a la intimidad de nuestra pareja, que estima importante proteger.
—Muchas gracias señora por su declaración. Es probable que durante la investigación pueda volver a ser citada.
La siguiente cónyuge en prestar declaración es Cristina, la mujer de Julio Delmonte. Al igual que lo había hecho Noel, Cristina ratifica la declaración de Julio en cuanto a su encuentro con Bill Duchet en un restaurante de Belgrano el día de los sucesos, mientras que el resto del día había permanecido en su fábrica de Garín.
—Julio mantiene con Bill una gran amistad debido al rugby, que proviene desde su juventud, por lo que no son de extrañar estos encuentros y me parece muy bien que ocurran ya que se profesan un mutuo afecto. En cuanto a su pregunta sobre si Julio había mantenido alguna relación con los fallecidos, debo decirle, a fuer de ser sincera, que me confesó a poco de casarnos que en su juventud había gustado mucho de Susy, cuando era alumna del Normal 10, pero que esa relación no pudo prosperar porque el interés de ella era por Ricardo Colombres, por lo que el vínculo entre ambos se vio ensombrecido desde entonces, aunque no fue un impedimento para que los dos ex compañeros se siguieran viendo durante un tiempo más.
—De acuerdo, señora —responde el comisario—. Ahora, por favor, dígame ¿por qué cree que su marido haya omitido este hecho en su declaración testimonial, ya que en su momento tuvo bastante importancia en la relación entre ambos?
—No lo sé, comisario, aunque supongo que se debió a que no la consideró lo suficientemente importante para resaltar, después de transcurridos tantos años, y de que la relación con Ricardo haya continuado a pesar de ella.
—Bueno, señora, le agradezco mucho su declaración y seguramente la deberemos molestar en otra oportunidad.
La viuda de Ricardo, Susy, es quien debe prestar ahora declaración.
—Espero que comprenda mi situación, comisario, y lo difícil que resulta para mí en estos precisos momentos, hurgar en mi vida matrimonial con Ricardo, con quien hemos compartido juntos los últimos cuarenta años. Fue un esposo ejemplar, un excelente padre que quiso lo mejor para toda su familia, y me resulta, además de extraño, terriblemente injusto que esto le haya ocurrido a él. Lejos de tener enemigos, Ricardo era una persona querida en todos los ambientes en los que se movía, tanto profesionalmente como en su círculo de amigos en el club. Me cuesta imaginar que haya una persona que pudiese tener algo que reprocharle como para haber atentado contra su vida. Sobre sus ex compañeros, eran los chicos del Roca, con los que nosotras, las chicas del Normal 10, nos juntábamos para hacer las cosas comunes de los adolescentes; verlos jugar, salir, bailar y comenzar algún romance; lo que hacen todos. Sé que Julio Delmonte había mostrado un interés por mí, pero mis ojos estaban solo para Ricardo, por lo que cuando lo entendió se alejó para dejarle el campo libre a su compañero. Me pareció una actitud muy noble de Julio. Los otros chicos era muy buenos, a excepción de Igor, que siempre andaba con problemas y era una poco conflictivo. Ni a mis compañeras ni a mí nos gustaba, pero era la única excepción.
—¿Hay algún hecho que le haya llamado la atención o que su esposo le haya comentado en su relación con los ex compañeros desde que cada uno siguió su camino, luego de terminar el secundario?
—Absolutamente ninguno, comisario; si no tenga usted la certeza de que se lo estaría diciendo. Mi mayor interés es ahora esclarecer ahora qué fue lo que ocurrió y por qué se han ensañado con Ricardo.
—Gracias, señora. Aprecio su franqueza y discúlpenos por favor por tener que indagar sobre sus vidas.
Es el turno, a continuación, de Nuria, cónyuge de Jorge Espina.
—La relación entre mi esposo y sus ex compañeros fue prácticamente nula desde que egresaron del colegio secundario. Por lo menos, en lo que a mí respecta, creo que desde que nos casamos, nunca los ha mencionado con anterioridad a este suceso. Durante ese día y como es su costumbre, Jorge asistió al Casal de Cataluña desde que se fue de casa, a las 14 horas hasta que regresó a las diez y media de la noche aproximadamente. Me había avisado a las seis de la tarde que se iba a quedar a una presentación especial que se haría allí a las nueve de la noche, lo que era habitual para los distintos grupos artísticos que hay en él. Entiendo que ya le ha suministrado los nombres de varias personas del Casal que lo pueden atestiguar. En lo que a mí respecta, debo confesar que debido a la estrecha amistad que mantengo desde hace años con una señora, de nombre Inés Riús, quien es paciente del doctor Arnaldo O’Lasna, su médico personal, la acompañé durante un par de veces a su consultorio. A partir de entonces entablamos una amistad con el doctor, que con el tiempo se trasformó en una relación íntima, la que mantuvimos hasta hace un par de años. Esta es de desconocimiento de mi marido por obvios motivos, así como el hecho de que el doctor fuera compañero de secundario de mi marido. Como he hecho un juramento de decir solo la verdad, así lo hago en este momento, aunque no creo que tenga ninguna conexión con los dos asesinatos.
—Le agradecemos la intimidad que nos ha contado y, como las declaraciones de las otras personas, la misma se mantendrá en el más absoluto secreto.
La siguiente citada a declarar es Magalí, esposa de Adrián Crevillén.
—El día fatídico lo vi poco a mi marido ya que trabajó en su estudio y al terminar, como yo tenía un té canasta con mis amigas, Adrián aprovechó para ir a cenar con los suyos; y nos vimos recién cuando ambos regresamos a nuestro domicilio, ya pasadas las 23 horas. Realmente, comisario, la vida de mi esposo no le ha sido nada fácil, especialmente los primeros años luego de concluido el colegio secundario. El pobre sufría de manías persecutorias, graves depresiones y una muy baja autoestima según me confesó, entre lágrimas, cuando lo conocí y decidimos llevar nuestra relación a un nivel más profundo. El responsable de todo ello ha sido el maldito Igor Kozlovski, quien lo había tomado de “punto” durante los cinco años que duró el ciclo. Violencia verbal, física y hasta un intento de agresión sexual debió soportar mi marido por parte de ese crápula. Este ser inescrupuloso merecía terminar como ocurrió. Adrián, con el tiempo, pudo ir superando estas dificultades, pero según me confesó, en un momento determinado, al principio se había propuesto matarlo en cuanto tuviese la posibilidad de hacerlo, y razón no le faltaba.
—Gracias por su declaración, señora. Tuvo suerte de no haberlo hecho.
Finalmente, cierra la lista Clarisa, la esposa del doctor Arnaldo O’Lasna.
—Comisario, ese día mi marido estuvo atendiendo en su consultorio hasta las 19 horas, cuando me llamó para decirme que venía para casa. Le pedí entonces que por favor, en vez de hacerlo, fuera hasta la sede del club Geba y retirara las solicitudes de ingreso para nosotros dos y mirara las actividades que había. Regresó a casa a las nueve y media de la noche. Sobre su relación con los fallecidos, ni me mencionó en ningún momento que existiese alguna desde que nos casamos. Sin embargo, su secretaria Marta me confesó hace un año atrás que mi esposo Arnaldo mantenía unos encuentros casuales con Susy, la esposa de Ricardo, sin que éste estuviese al tanto de ellos. Yo, por mi parte, una vez superada las lógicas decepción y aversión hacia mi marido, y después de analizar la situación con la mayor frialdad posible, tomé la decisión de ignorar esos hechos y salvaguardar todo lo que hemos construido juntos hasta hoy. Según la versión de Marta, Susy y mi marido habían preparado un plan para eliminar a Ricardo, pero fue desechado posteriormente. También, según Marta, Susy odiaba profundamente a Higinio Turner porque este había sido novio de Agustina, compañera del secundario de ella, pero la había dejado plantada abruptamente. Todo esto se basa en escuchas telefónicas que la secretaria pudo realizar sin que Arnaldo se enterase. Ya ve que no me he guardado nada sin decirle, y espero que sepa usted respetar la debida confidencialidad.
—Contará usted con ella, señora, y le agradecemos mucho su sinceridad.
Sigue en V B….
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