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Foto del escritorTony Salgado

Cinco décadas (III B de VIII)

Tony Salgado

 

 

Los sucesos ….Viene del Artículo III A


—¿Qué hace esta manga de crotos que no está laburando como corresponde, a esta hora? —les espeta a boca de jarro Igor al entrar al último taller en el que estuvo trabajando antes de jubilarse—. Se ve que no me puedo ir ni un tiempito y dejarlos solos porque enseguida se corrompen estos inútiles… 

—¡Mirá vos, éramos pocos y parió mi abuela! ¿Qué hacés, Igor, por estos lares? —le responde Juan, asomando la cabeza ennegrecida desde el piso, debajo del chasis de un Volkwagen Bora bastante descuidado—. ¿No podés estar rascándote el higo mucho tiempo sólo, que tenés que regresar al antro de tu suplicio?

—Parece que no, boludo, prefiero esta con unos chantas como ustedes que solo en mi bulo. Es demasiado chico para bancarme y necesito espacio para desplegar mis actividades actuales.

—¡Ja, actividades actuales! —exclama Peter, el otro mecánico que se acerca a saludas al visitante—. ¿Qué actividades actuales, vos, ladrón?¿Cuándo hiciste algo que no fuera tratar de reparar un motor?, pero, que no fuera demasiado complicado, claro; si no, no…

—Veo, señores, que durante todos estos años transcurridos en mi compañía, no han sabido apreciar en su real dimensión la valía del ser humano que constituyo.

—¡Ché, Peter, llamá al Borda, que vengan rápido! —dice Juan, reincorporándose para acercarse y estrechar la mano de Igor—. Este se rayó o le está dando a la merca, pero no a la buena…. ¿Qué hacés, campeón? No te esperábamos por acá, de verdad… Vení, sentémonos un momento en la oficina, que está más fresco…   dale, pasá…

 

Una vez sentados alrededor de un minúsculo escritorio metálico, en el despacho usado para hacer facturas y guardar la pasta, Peter sirve un café para todos.

—¿Qué es de tu vida, polaco? —le pregunta Juan—. Supongo que se te debe hacer cuesta arriba esta época, ¿o me equivoco?

—No, muchachos, la verdad es que estoy al pedo todo el día y lo peor es que no se me ocurre nada productivo para hacer y ganarme unos mangos, aunque sea. La jubilación que me dan es una mierda y apenas me sirve para alquilar la pieza donde estoy y el morfi mínimo para no desaparecer.

—Me imagino, polaco —agrega Peter—. Siempre laburando en esto y ahora, de viejo, te dejan en Pampa y la vía. ¿Vos creés que te podamos ayudar en algo?¿Qué pensás?

—No sé, muchachos, ustedes saben para qué sirvo, aunque a esta edad ya no puedo andar agachado ni haciendo mucha fuerza. Ya estoy cerca de los setenta. Pero no venía a mangar laburo; solo quería saludarlos y ver cómo estaban.

—Ya nos ves, polaco —le dice Juan—, acá estamos; pero déjame ver. Tal vez se me ocurra algo. Acá cerca hay muchos negocios. Voy a preguntar si necesitan a un hombre mayor para ayudarlos y te aviso.

—¿Algo como qué, Juan? Te lo agradezco pero creo que va a ser al pedo. Encontrar algo que alguien me quiera confiar a mí es más difícil que pinchar un espejo…  

—Dejame intentarlo, el no ya lo tenemos. Pienso en esos que controlan  lo que tienen las minas cuando entran o salen de una farmacia o mercado. No se necesita mucho para eso…

—Dale, déjate de joder… De viejo, un botón… No, Juan, gracias.

—Igual lo intento y te aviso…

 

—Está bueno esto de cortar un día a la semana la rutina y salir a caminar y a ventilarnos un poco, Arnaldo —le dice su esposa Clarisa mientras pasean por los lagos de Palermo—. Este lugar es una maravilla. ¡Cómo está mantenido! Un lujo para los porteños ¿no creés?

—Sí, la verdad que sí. Uno se la pasa toda semana metido en el consultorio o en el hospital, en medio de gente con problemas, y no se da el tiempo como para salir y disfrutar de todo lo bello que hay tan cerca. ¡Fue una excelente idea, la tuya, Clarisa!

—Tenemos que ir acostumbrándonos de a poco. Menos trabajo y más naturaleza. Esa es la fórmula de una buena salud. ¿No tendrías que parar con ese yudo, que también te insume tanto tiempo?

—Hasta hace un rato creía que no, pero creo que me lo voy a replantear. El carácter ya lo tengo suficientemente moldeado y a esta altura del partido, no creo que logre mucho más. 

—Mirá, acá cerca está el Club Gimnasia y esgrima. ¿Querés que vaya a preguntar qué actividades tiene y en qué horarios? Tal vez podamos hacer algunas conjuntas. Estaría buenísimo. 

—¿Estás pensando en alguna en especial?, porque te conozco, mascarita…. ¿Qué te traés entre manos?

—Bueno, me dijeron que tienen actividades de gimnasia rítmica, yoga, relajación, masajes y otras más por el estilo. Me parece que nos harían muy bien, aparte de la pileta y, si se da, jugar tenis ¿por qué no? Nuestras hijas ya no nos necesitan como antes; tienen sus propias familias, así qué.. ¿para qué esperar?  

—Me parece muy bien, y aparte tomar sol, que es algo que no hago mucho, así que adelante. Será una forma para obligarme a cortar con tantas consultas.

—Vos sabés muy bien, Armaldo, que, de algún modo, yo postergué un poco mi profesión de médica con la llegada de las nenas y no me arrepiento para nada. Creo que pudieron crecer en medio de tanto cariño y amor, en parte precisamente por eso. Las veo ahora y me enorgullezco de ellas y eso no hay profesión que lo pague. Pues bien, creo que te llegó el momento ahora a vos de hacer lo mismo. Dar un paso atrás en tu profesión para que nuestros últimos años podamos disfrutar juntos de todo lo que logramos ¿no te aparece?         

—Es difícil decirte que no, tal como lo planteás, Clarisa; y lo sabés muy bien. Me cuesta un poco renunciar a lo que fui construyendo a lo largo de mi carrera, pero lo iré haciendo de a poco, lo prometo. Y de aquí a algunos años, tal vez tengamos todos los días enfrente nuestro para hacer lo que nos plazca.

—¡Ese es mi marido!, y no el doctor O’Lasna…

 

Pocos días más tarde, el viernes 15 de noviembre de 2013, para ser más exactos, escenas bastante similares a las anteriores están transcurriendo cuando la tarde empieza a escabullirse para ir dando paso a la oscuridad primaveral porteña.  Son las 19 horas aproximadamente.

 

En efecto, Bill Duchel está a punto de salir de su casa para encontrarse con su amigo de siempre, Julio Delmonte.

—Hace rato que no lo veo, Noel, así que creo que voy a llegar tarde porque tenemos bastante para darle a la sin lengua. Cená vos tranquila y déjame algo para que me lo caliente en el microondas cuando llegue. 

—Bueno, apovechá. Y después dicen de las mujeres que somos chismosas. Acordate de que le mande un beso a Cristina de mi parte y no te olvides el celu.

—Will do it. Un beso.

 

Por su parte Julio Delmonte, que ya le había avisado a su esposa de su encuentro con Bill a la mañana, la llama en el momento que sale de Garín hacia el encuentro con su amigo.

—Hola, Cris, estoy saliendo para encontrarme con Bill. Tuve un día de locos por los pagos que se vencen. Trataré de que no nos extendamos mucho, pero no te lo puedo asegurar, pero por las dudas, no me esperes.

—Tranqui, Julio. Todo bien. Que disfruten y aprovechá para relajarte un poco. Te mando un beso.

—Otro. Chau.

 

Mientras tanto, Jorge Espina está llamando a su esposa, Nuria, desde el Casal de Cataluña.

—Hola, Nuria. ¿Cómo va todo por ahí?

—Bien, Jorge, preparándome para la charla de mañana. Espero que la sepan apreciar. ¿Estás en el Casal ahora?

—Seguro que la van a apreciar. Sabés que les gustan aprender costumbres de nuestro interior, sobre todo cuando las charlas son gratis.

—No hables así. Los pintás como grandes amarretes. 

—Bueno, un poco lo son, pero los estaba cargando. Escuchame. Me enteré que ahora hay una presentación del plan de actividades para el verano, así que me voy a quedar a escucharla. Tal vez haya actividades que nos puedan interesar. Después voy para allá.

—De acuerdo. Ojalá sea productiva la charla.

 

Adrián Crevillén esa tarde tiene vía libre. Su esposa Magali ha sido invitada a un té canasta por un grupo de amigas, de esos que se extienden hasta bien entrada la noche. Es afortunada, ya que casi siempre en el sorteo que hacen a continuación recibe algún regalo, por lo que suele arribar a su casa de muy buen humor.

Todo juega a favor de Adrián en consecuencia, y no está dispuesto a desperdiciar la oportunidad para salir el también a divertirse un poco con sus amigos.

 

Mientras eso ocurre, el cardiólogo Arnaldo O’Lasna está despidiendo a su último paciente, cuando recibe un llamado de su esposa Clarisa.

—Hola Arnaldo, te tengo que pedir un favor, ya que estás con el coche. Espero que no te moleste.

—No me molestará. ¿De qué se trata, Clarisa?

—Hablé con la secretaría del club GEBA y me dijeron que hasta las 20:30 podemos pasar a retirar las solicitudes para ingresar. ¿Te molestaría mucho acercarte a buscarlas? De paso podés pispear un poco y ver las actividades que se están realizando y las otras que tienen programadas.

—No es molestia. Me agarraste justo en el momento en que iba a salir, así que, bueno, voy para allá, hago lo que me pedís y después voy para casa.

—Perfecto. Te espero. Ojalá que nos podamos hacer socios y disfrutarlo este verano juntos.

 

En su negocio deportivo de Cabildo, Higino Turmer no ha tenido un buen día. Solo un par de muchachos compraron sendas camisetas del millo, mientras que otros dos entraron a averiguar y se fueron con las manos vacías. Es hora de cerrar el local y salir a ahogar un poco sus penas.

Sus amigotes lo esperan para jugar el picado de papi 5 semanal de veteranos, que se hace en las canchitas que están a cuatro cuadras del local. Es uno de los más viejos, pero todavía puede competir con algunos a los que les lleva más de diez años. Cuidando la pierna, su rodilla aguanta. Tiene tiempo de sobra hasta que empiece.  

 

Como vemos, nuestros queridos ex compañeros se encaminan hacia el cierre de un hermoso día primaveral, tal como suele acontecerle a la mayoría de los porteños.  

 

Y es… a la mayoría…, pero no a todos….  Veamos…

 

El psicólogo Ricardo Colombres se ha liberado del último paciente y ha decidido ir caminando desde su consultorio frente a la Casa del Ángel hasta el Belgrano Athletic, donde lo esperan sus ex compañeros de equipo y amigotes de la vida. Decide ir caminando. Son cerca de veinte cuadras y eso le hace bien. Comenzó el fin de semana y hay que celebrarlo. En Cabildo dobla hacia Virrey del Pino. Al llegar a esta cruza la avenida y toma la calle de su club. Es parte de su casa, por lo que camina despreocupadamente y disfrutando del barrio. Al llegar a Zapiola, la cruza y sigue. Faltan tres cuadras para llegar.

De pronto escucha una pequeña explosión amortiguada detrás suyo y siente que algo le ha golpeado la espalda. Pierde el equilibrio y cae en la vereda boca abajo. Trata de levantarse haciendo fuerza con los brazos, pero no puede. Hay un momento de negación. Alcanza a cruzar los brazos por detrás de la espalda. Toca donde le duele. Luego mira sus manos y entiende lo ocurrido. Le habían pegado un tiro y se estaba desangrando.

 

No muy lejos de ahí, el técnico mecánico Igor Kozlovski se dirige nuevamente hacia el taller de sus amigos. Va apurado. Quiere sorprenderlos antes de que se vayan. Lleva un par de botellas de cerveza y una docena de empanadas de carne. Toda una inversión para su maltrecha economía, pero considerando que Peter y Juan son probablemente las dos únicas personas que le han demostrado un mínimo de afecto en los últimos tiempos, estima que es dinero bien gastado. El taller está sobre Vidal, casi esquina La Pampa, por lo que avanza raudamente desde Moldes y Olazábal, donde alquila su monoambiente. Son solo siete cuadras y el trote que le está imprimiendo a su marcha por Vidal le asegura que alcanzará su objetivo antes de las ocho.

Casi al llegar a Echeverría ve algo que le sorprende. Doblando rápidamente desde esta hacia él, ve a un corpulento personaje que se le aproxima peligrosamente. Cuando está a punto de putearlo por el atropello, ve un acero centelleante que describe una curva perfecta dirigida hacia su garganta y alcanza a escuchar su diabólico zumbido. Tan solo siete segundos después, en los que aún mantiene la conciencia, su cerebro termina de consumir su provisión de oxígeno. Ha sido todo muy rápido e indoloro.

 

Estos hechos alterarían profundamente las relaciones entre los otros seis integrantes del grupo reencontrado desde ese mismo instante en adelante. Era una lástima porque, a pesar de las indudables diferencias que se habían manifestado, el futuro y la convivencia habían sido esperanzadores para ellos. 

Pero, a partir de este momento, todo habría de cambiar…

 

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