Tony Salgado
El rencuentro …Viene del Capítulo II A
—¡Bueno, ché! ¡Por favor escuchen! —Bill Duchel alza la voz mientras golpea con una cucharita un vaso para llamar la atención de las dos mesas—. Antes de que nos pongamos a cotorrear como viejas, quiero pedir un aplauso para nuestros compañeros Julio y Arnaldo, que se tomaron el laburo de buscarnos y encontrarnos en internet para poder estar hoy todos aquí reunidos. ¡Así que, gracias, chicos!
Ambos se levantan de sus sillas y reciben un cerrado aplauso junto con ¡Grandes!, y golpeteos en las mesas; tras lo cual se sientan para que comience el ya mencionado cotorreo.
—¡Tanto tiempo, Adrián! —Bill Duchet se dirige al compañero sentado a su derecha—. Estás muy bien, aunque si te veía por la calle no te iba a reconocer con el pelo blanco, pero tus dientes de conejo te delatan . Parece que la vida no te trató tan mal, a pesar del país, ¿no?
—En general, no, Bill —contesta el otrora pelirrojo Adrián Crevillén—, a pesar de lo que cuesta mantenerte en una posición apenas holgada en este antro de corruptos e improvisados que nos gobierna. Mirá, estudié arquitectura y me recibí en el 71. Después que terminamos el colegio me pasé un año y medio boludeando porque no tenía en claro qué quería hacer de mi vida. Incluso llegué a pensar en irme a Francia, ya que tengo unos tíos y primos en Montpellier, pero al final decidí quedarme y apostar por el país. Me costó, no te lo niego, pero bueno, a lo hecho, pecho, y acá me tenés. Y vos, Bill, ¿qué hacés? Tu viejo estaba en Cancillería, ¿no?
—¡Qué memoria que tenés, francés! Sí, era así nomás, y eso me facilitó mucho mi carrera en Relaciones Exteriores. Me casé muy joven y al principio con mi esposa Noel, solos, y luego con los chicos nos la pasamos yirando por varios países durante cuatro o cinco años en cada uno. Nunca fui embajador, pero si tuve puestos de importancia en las embajadas. El problema es que nunca te terminás de asentar en ningún lado y eso los chicos después te pasan facturas, ¿sabés?
—Me lo imagino pero, bueno, conociste el mundo gratis. No te podés quejar. ¡Cuántos hijos tenés y por dónde anduviste todos estos años?
—Tengo dos varones y una mujer. Ya tienen sus propias familias y ahora los varones viven en Estados Unidos. Como estoy jubilado, tratamos de ir con Noel todos los años a verlos. Y lo otro que me preguntaste; estuvimos en España, Portugal, Marruecos, Egipto, Méjico, Colombia y en Houston, Texas. Cerca de ahí viven mis hijos actualmente. Casi todas las asignaciones eran con una breve estadía en Argentina, con lo que llevamos una vida de nómades. Y vos, francesito ¿en qué andás ahora?
—Yo tuve mi propio estudio acá cerca durante treinta y cinco años, desde el 75 hasta el 2010. Nada del otro mundo, con pocos empleados, diría que entre tres y seis arquitectos o pasantes como máximo en las mejores épocas. En general asociado a la construcción de pequeños barrios cerrados en zona norte y algún que otro edificio en Capital. También me casé, pero me separé al poco tiempo, y anduve como soltero durante casi diez años hasta que conocí a Magalí, mi segunda y actual esposa cuando ambos orillábamos ya los cuarenta. Tuvimos una hija, que ahora está terminando Medicina. Pero, a pesar de la mala sangre que te hacés viviendo acá, el balance creo que es positivo.
—Yo tuve la suerte de no vivirlo en carne propia por estas afuera, pero cada vez que volvíamos acá nos agarrábamos la cabeza con mi señora. Todas las referencias que teníamos de la estadía anterior ya no nos servían de nada. Y escúchame una cosa, Adrián, ¿creés que el colegio te ayudó realmente después en tu vida, tanto en lo personal como en lo profesional?
—Mirá, vos sabés que lamentablemente en nuestra división muchos me habían tomado de “punto”, especialmente ese turro de Igor, y me hicieron la vida imposible con sus jodas y otras que no eran tales, en especial él. Te juro que en esos momentos, si hubiera tenido un bisturí le hubiera hecho un corte quirúrgico en la garganta al guacho ese. Muchas veces cuando llegaba a mi casa mi vieja me preguntaba qué me pasaba y yo me tenía que tragar los sapos sin decir nada, por vergüenza, ¿sabés? Bueno, el hecho es que cuando terminamos sentí un gran alivio y por eso también estuve tanto tiempo boludeando. Me parecía que esos cinco años habían sido los peores de mi vida y esa sensación me duró unos cuantos años más. Pero en un momento determinado, creo que se me hizo un clic y creo que comprendí que, en realidad, me habían hecho madurar anticipadamente, haciéndome aprender qué hacer cuando tuviese que seguir tragándome sapos durante la vida. Eso sí que se lo agradecí entonces, así como lo que nos transmitían los profesores. A pesar de sus imperfecciones, eran muy bueno cada uno en lo suyo.
—Gracias por compartirlo, Adrián. En mi caso me pasó algo distinto. Como sabés, siempre fuimos culo y calzón con Julio, dentro y fuera del colegio, y hasta el día de hoy, lo mismo. A nuestro pequeño club solo admitíamos circunstancialmente a algunos pocos y por motivos puntuales, como ser a Arnaldo por algún tema jodido en alguna materia, o a Ricardo por algo relacionado al rugby, pero nada más. Pero lo que me pasó cuando terminamos el cole fue que me di cuenta de que al estar siempre en nuestro club me había perdido la oportunidad de conocer a otros chicos, casi todos ellos. Imaginate, hoy, después de cincuenta años, es la primera vez que hablo en serio con vos. Y eso lo lamenté mucho y lo sigo haciendo. Pero ese error me hizo ver la importancia de abrirse a los demás y así lo hice, sobre todo en mi profesión. Me ayudo bastante, ¿sabés? Ah, y coincido don vos en la calidad de nuestros profesores. Lástima que muchas veces tomábamos todo a la joda, lo que debíamos y lo que no.
Junto a ellos están sentados Julio y Jorge, también enfrascados en un jugoso diálogo, después del reencuentro.
—¿Sabés que siempre traté de entenderte y nunca pude, Jorge? —le está diciendo el gran amigo de Bill, Julio—. Tenías y seguro que la seguís teniendo, una inteligencia suprema, quizás la mayor de la clase, pero nunca quisiste poner un gran entusiasmo en el estudio. Honestamente dabas la sensación de que estabas “sobrando al colegio”; como que no estábamos a tu altura, y por eso tus notas no fueron tan buenas como era esperable. ¿Era realmente así, o estoy equivocado de medio a medio?
—Sí, tal vez tengas razón, Julio. No sé si tanto en la inteligencia, pero sí en que nunca puse gran entusiasmo en el colegio. Mi meta, como sabés, fue siempre llegar a ser director de una gran orquesta sinfónica. Soñaba con eso y hasta practicaba los movimientos, dirigiendo a la música que escuchaba en mi cabeza. El resto pasaba a un segundo plano. Creo que ese fue el motivo.
—¿Y qué fue de tu vida luego del colegio? ¿Pudiste alcanzar esa meta, o abandonaste la idea después de un tiempo?
—Mirá, nunca la abandoné del todo, pero tampoco la logré plenamente. Como sabés, mi familia es catalana y todas mis relaciones fueron siempre dentro de esta selecta comunidad en nuestro país. El Casal de Cataluña, en la calle Chacabuco al 800, fue siempre mi segundo hogar, desde chico. Ahí crecí, estudié música y teatro en el Margarida Xirgu que hay en él; y ´todavía sigo vinculado hasta el día de hoy. Tuve la suerte de conocer a Nuria, quien sería después mi esposa, con quien tuvimos un hijo, Jordi, que ahora vive en Calaluña. Pude dirigir a la orquesta de ese teatro e, inclusive, me entrevistaron en un par de ocasiones de la televisión de Barcelona. Me dediqué a divulgar este idioma dando clases y conferencias sobre la historia y el arte de Cataluña en el teatro, del que soy su director, pero hasta allí llegué. ¿Y a vos, Julio, cómo te fue? Solo me enteré por una persona que te conoce que te habías recibido de ingeniero.
—Primero déjame que te felicite porque hiciste lo que quisiste en la vida, tu verdadera vocación, al margen de los logros económicos. En cuanto a mí, yo también seguí la tradición familiar. Mi abuelo había creado una pequeña empresa textil en Garín, que mi viejo agrandó después, llegando a tener casi veinte operarios en la década del ’50; así que hice lo que estaba cantado, seguir la carrera de ingeniería textil en la UTN para, una vez recibido, poder dotar de una mejor eficiencia a los procesos de manufactura de la empresa, ser más competitivos y crecer en nuestro mercado. Cuando egresé, en el 70, creía que era una excelente apuesta al futuro. Se había iniciado un gran movimiento de industrialización y había que estar bien posicionados para agarrar una tajada grande. ¡Qué pobre iluso! ¡Cómo me equivoqué apostando al país! Creo que no hace falta que te dé más detalles ¿no?
—Como todos nosotros, Julio. ¿Quién se iba a imaginar que medio siglo después íbamos a estar iguales o peores que cuando egresamos? Pero supongo que no te fundiste, ¿no?, porque se te ve muy bien, y no te imagino en la precariedad.
—Digamos que salvé la ropa. Pude recuperar la inversión que hicimos en los equipos, que no es poco, ya que había sido muy abultada. El plantel que al comienzo había llegado a tener un poco más de cien operarios, lo tuve que reducir drásticamente y hoy mantengo un mínimo de veinte, para darle continuidad al negocio y no cerrar. Tuve que vender a un precio irrisorio más de la mitad de los equipos y con eso zafé. Visto con una perspectiva de hoy, todos los esfuerzos de mi abuelo y mi padre, más mi formación y trabajo, se fueron al garete. Si me preguntás cómo me siento, mi respuesta es corta y directa… ¡como el orto! Pero bueno, no todas son pálidas. Mantuvimos la amistad con Bill durante todos estos años y eso estuvo muy bueno. Conocí a una chica en una reunión deportiva, Cristina, con quien ya llevamos cuarenta años de casados y tenemos un hijo y una hija, ya con sus propias familias, y que nos han dado tres nietos.
—Me alegra escucharte decir eso Julio, sobre todo de la amistad con Bill. Ustedes fueron inseparables durante los cinco años y realmente eran la envidia de muchos de nosotros. Te lo digo por si no lo sabías. Así da gusto hacer la secundaria. Resulta todo más agradable y fácil. Te felicito.
Del otro lado de la mesa y enfrentado al anterior, Ricardo e Higinio intercambian lo experimentado por cada uno durante los últimos años.
—¿Y cómo siguió tu carrera en Ríver, Higinio? —le está preguntando Ricardo—. En el último año del cole, ya estabas en cuarta, ¿no?
—Así es, Ricardo, y al año siguiente llegué a jugar en la Reserva, pero en un partido un hdp me dio un patadón y se me jodió la rodilla. En el club me trataron muy bien, pero empecé a perder confianza en mí mismo. Para los puestos de mediocampistas había otros muchachos con iguales condiciones que yo, pero luego de la lesión quedé relegado. Me cedieron a préstamo a un club del interior para ver si me recuperaba pero cuando regresé, ya no estaba en carrera. ¿Qué le vas a hacer? Es el destino…
—¡Qué cagada, hermano!, porque tenías unas excelentes condiciones para triunfar. ¿Y qué hiciste, entonces? Porque te debe haber afectado bastante, supongo.
—Sí, seguro, no te voy a mentir. Pero bueno; a lo hecho, pecho. Como mi ambiente era y sigue siendo el fútbol, hice un curso para Director Técnico durante un par de años y cuando terminé, en el Club me dieron la quinta división para llevarla. Les tengo que estar muy agradecidos por eso. Después me surgió una posibilidad en Colombia y allá me fui. Estuve viviendo casi veinticinco años allá, en Bogotá. Conocí a Ana, nos casamos y tuvimos una hija, Rosalía, que ahora tiene treinta y cinco años y me hizo abuelo un par de veces. Por desgracia, Ana falleció hace ocho años, así que en un momento dado, cuando empecé a extrañar mucho a Buenos Aires, hace cinco regresé y ahora tengo un pequeño negocio de deportes en Cabildo casi Congreso con productos de Ríver, ya que en el club me dieron la licencia para venderlos. Así que esa es mi historia resumida en unos pocos minutos. Y, en tu caso, Ricardo, ¿cómo te fue? Porque vos ya estabas jugando algunos partidos en la primera de Belgrano, antes de terminar el colegio, ¿no?
—Sí, correcto, y jugué un par de años más; pero en el rugby es distinto. Es todo amateur; y en un momento dado, cuando llegué a la conclusión de que no podría vivir de él ni depender de mis viejos, me planteé que tenía que hacer para independizarme y tener mi propia familia. Lo primero fue aceptar que el rugby iba a ser a partir de entonces solo un hobby, y te confieso que me costó un montón lograrlo. A continuación averigüé qué carrera me convenía seguir porque, aparte de los deportes, lo que me interesaba era todo lo referente al humanismo, ya que le rajaba a las ciencias duras. Entonces me incliné por la psicología; hice la carrera y me recibí a los veinticinco años. Al rugby le dedicaba solo el tiempo necesario para no quedar rezagado y, poco a poco, fue quedando como parte de mi pasado. Yo también tuve suerte y me casé joven con una de las chicas del Normal 10 que perseguíamos, Susy, no creo que te acuerdes, con la que tuvimos un hijo y una hija, que ya nos dieron tres nietos. Tengo mi consultorio acá, a dos cuadras, frente al Patio del Ángel y, gracias a Dios, pacientes no me faltaron nunca. No sé si sabrás pero, después de Estados Unidos y Francia, nuestro país es el que tiene más gente que se analiza en el mundo, así que no me puedo quejar por la elección que hice en su momento.
—Te felicito, Ricardo. La pegaste. ¿Y qué fue con tu relación con el círculo que Bill y Julio habían formado? Porque por momentos veíamos que eras parte de él, pero en otros momentos, quedabas como afuera, ¿no?
—Sí, así era. Ellos dos formaban un grupo muy unido, como culo y calzón, ¿sabés? Los dos eran y siguen siendo excelentes personas, pero se habían mimetizado tanto que, sin quererlo, después de haber estado con ellos durante un tiempo, de golpe no te daban más bola y quedabas excluido. Seguí tratándolos durante dos o tres años más después que nos recibimos, pero cuando empecé mi carrera de psicología, dejé de verlos y no supe más de ellos hasta hoy. Y me alegró mucho de verlos tan bien.
—¡Sí, yo también estoy muy contento con este rencuentro con todos ustedes, que son una parte muy importante de mi vida! ¡Fue una muy buena idea, juntarnos!
Junto a ellos se han sentado Igor y Armando, intentando crear un segundo acto de la charla que mantuvieron el día de la entrega de los diplomas de egresados, cinco décadas atrás.
—¡Mirá en que nos hemos convertido, hermano! —le está diciendo Igor a Arnaldo—. ¿Dónde fue a parar la juventud que teníamos? Comentame, por favor, vos que sos tan racional…, porque a mí se me fue como agua entre los dedos..
—¡Querido Igor! No se nos fue la juventud… la llevamos en nuestro espíritu y alimenta inconscientemente a cada instante de nuestra adultez. ¿No te das cuenta que nada ni nadie nos la puede quitar? Cada uno tiene la suya propia y tenemos que agradecer el haberla vivido ¿no creés? ¿Pudiste hacer lo que querías?
—Lo único para lo que servía.. dirás. Sí, fui un técnico mecánico que se la pasó laburando de taller en taller diez horas por día hasta hace solo un par de años atrás, cuando el físico ya no me daba para aguantar ese ritmo. ¿Si a eso se le puede llamar hacer lo que quería?.. Por favor, Arnaldo, no me jodas. Alquilé un monoambiente toda mi vida y lo sigo haciendo. Solo, sin un mango y con una jubilación que es una risa. Vivo puchereando, hermano y te confieso que más de una vez tuve que ir a algún comedor comunitario porque ni para morfar tenía….
—Siento mucho, Igor, que la vida te haya tratado así. ¿Nunca tuviste la posibilidad de asociarte con algún otro mecánico que hayas conocido, para intentar poner un taller propio? Porque yo creo que talento para lo tuyo no te faltaba
—Mirá… lo que te predije en la charla que tuvimos que iba a suceder, se dio al pie de la letra. Esta es una sociedad de mierda, hermano. Si te está yendo bien, te eleva todavía más pero si andás en la lona, te termina de hundir.. Miralo a ese francesito de Adrián ¡arquitecto! De no creer Y encima, no me lo pude clavar.. Decime, Arnaldo, sinceramente.. ¿quién se iba a querer asociar conmigo, si era un flaco que nunca tuvo un mango ni partido al medio? No… rajaban todos. Ahora sí, para tenerte laburando, cagándote a pedos y apretarte hasta estar a punto de reventar; para eso sí… les venía fenómeno.
—Bueno, pero dentro de todo… cuando egresamos, alguna ilusiones tenías, Igor..
—¿Te acordás lo que te dije? ¿..Que estaba acá porque mis viejos no habían podido volver a Polonia ya que eran grandes, que este país del orto no les había dado ninguna posibilidad de insertarse; y que yo vivía con lo que tenía puesto y no iba a esforzarme ni un gramo porque no valía la pena…? Bueno, ¡Já, Já! Fue una verdad a medias. Me tuve que recontra esforzar, solo para sobrevivir…. Pero, basta de hablar de mí. ¿Y a vos, como carajo te fue?
—No me fue mal. Me recibí de médico, me especialicé en cardiología y estoy ejerciéndola desde hace más de cuarenta años. Me casé con Clarisa, una compañera de la facultad y tuvimos dos hijas. Seguí practicando yudo hasta casi los cincuenta y llegué a ser profesor. Me ayudó mucho a descargar energías y a moldear mi carácter. No me hice rico ni mucho menos, pero con mi familia tuvimos y tenemos un buen pasar. Sería muy injusto si no le agradeciera a la vida cómo nos trató.
—¿Y todavía seguís ejerciendo?, porque muchos médicos lo hacen a pesar de la edad que tienen. A veces ves a cada vejestorio que si te quiere tajear te da ganas de salir corriendo…
—Si, sigo, pero con muchas menos horas semanales que antes. Aparte, con lo que evolucionó la tecnología, cada vez mu cuesta seguirle el ritmo. Lo que antes hacíamos artesanalmente, ahora los muchachos que se reciben son maestros con los joysticks y hacen operaciones como si se trataron de juegos…, ¿sabés?
—¡Lo que es la ciencia, macho! ¡Si vos lo decís!
La cena y la sobremesa se extendieron hasta pasada la una de la madrugada. Luego de las charlas iniciales que contamos, los ex compañeros rotaron y pasaron a compartir sus cuitas con otros nuevos.
Al cabo de casi cuatro horas de darles a la sin hueso y cuando ya los mozos comenzaban a mirarlos con aire de fastidio, decidieron dar por terminado el evento.
De acuerdo a los pedidos unánimes de todos los participantes del mismo, quedaron en encontrarse el año próximo en la misma fecha y el mismo lugar. No podían permitirse una nueva separación.
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