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Foto del escritorTony Salgado

Cinco décadas (I B de VIII)

Tony Salgado


 

Juventud, divino tesoro (… continúa)

 

Volviendo al acto de fin de año, ya se ha entonado el Himno Nacional y el rector del colegio, Profesor José María Zurbano, ha pronunciado su discurso. A continuación serán llamados los alumnos que terminan su ciclo secundario para recibir sus correspondientes diplomas, en presencia de profesores, familiares y amigos.

A las catorce horas se realizará un acto similar para los alumnos del turno tarde, que también finalizan este ciclo lectivo.

De los cuarenta y cinco alumnos que habían ingresado cinco años atrás, solo veintinueve han completado este ciclo. El resto ha ido abandonando los estudios, repetido algún año, u optado por un colegio distinto. Estos veintinueve jóvenes, la mayoría de diecisiete años de edad, al ser nombrados por orden alfabético de sus apellidos, se adelantarán uno a uno, recibirán sus correspondientes diplomas en medio de los aplausos de la concurrencia y regresarán a la fila original. Con la entrega del último diploma, comenzará el intercambio de abrazos y saludos y finalizado el mismo, se dará por concluido el solemne acto.

 

Nuestra atención se centrará en los alumnos que serán luego los protagonistas de la historia narrada en este libro, así como en los principales profesores y administrativos que acompañaron a los jóvenes durante este período. Los alumnos son los siguientes:

Colombres, Ricardo. Es un alumno que ha logrado buenas puntuaciones en general en las materias, con muy pocos aplazos. Pertenece a una familia acomodada de Belgrano y se caracteriza por ser el “rapidito” en los deportes. Juega al rugby en el Belgrano Athletic y tiene bastante éxito en sus incursiones con el bello sexo.   

Crevillén, Adrián. De familia francesa, pelirrojo con el pelo parado, pecas en la cara y dientes de conejo. Buenos resultados en cuanto a las materias, pero su graciosa fisonomía lo ha convertido en “punto” de innumerables bromas, algunas pesadas.

Delmonte, Julio. De carácter afable y abierto a otros compañeros. No ha tenido aplazos. Del Olivos Rugby Club. De buena llegada a las chicas. Mantiene una gran amistad con Bill Duchel y estima la dedicación al estudio de Arnaldo.

Duchel, Guillermo (Bill). Compañero de andanzas de Julio. Del Pueyrredón Rugby Club y la alta sociedad de San Isidro. Alto y de buen porte, es “el candidato” para el mundo femenino. Muy poco con el estudio, fue zafando en las materias con lo mínimo.   

Espina, Jorge. De padres catalanes. Muy inteligente, pero se concentra en la música de cámara, de la que quiere ser director. Mínima dedicación al estudio, solo para aprobar, pero nunca tuvo aplazos. Reservado y casi nula interacción con el grupo.

Kozlowki, Igor. “El chico malo” de la división. Siempre generando desorden en el resto, se la tomó con Adrián como blanco de sus acciones. Tuvo varias amonestaciones durante todo el período. Los exámenes en marzo son lo habitual en él.   

O’Lasna, Arnaldo. El “traga” de la clase. Vive para el estudio y sacar las mejores notas. De origen muy humilde, vive con su madre viuda. Practica yudo en el Club River. Tiene afinidad con Julio y es reservado con el resto.

 Turner, Higinio. “El futbolista” de la división, en medio de tantos rugbiers. Juega en las inferiores de River, lo que le insume mucho tiempo. Con el restante le fue dando para aprobar raspando las materias. Es amigo de Bill.

 

Mientras tanto, los profesores que han ejercido una gran influencia en la formación de los alumnos, según sus propias opiniones son.

Bumgarner, Gustavo (matemáticas). De ascendencia alemana, la que muestra con orgullo. Alto, delgado, una ario hecho y derecho. Rígido, cero flexibilidad y todos sus conceptos y respuestas son binarias: sí o no, blanco o negro; no existe el gris.    

Camino, Ester (literatura). Una viuda sin hijos ya entrada en años. El colegio es su único vínculo con el mundo exterior. Vive a una cuadra del mismo. Se deja sobornar por algunos alumnos, cuando estos le regalan algún perfume, que saben que le gusta.    

Ferrando, Giuliano (anatomía). El “ídolo” de la división. Es un médico reconocido en su profesión. El colegio es un medio para sentirse más joven. Es grosero y muy malhablado, a propósito, siendo esta la causa de la admiración del grupo.    

Genisio, Jorge (educación física). El “baboso y compinche” del grupo. Siempre haciendo comentarios sobre las chicas jóvenes que van al Centro de Educación Física, donde da sus clases. Los mismos son festejados por sus alumnos. 

Mansilla, Julia (historia). El “minón”. Su edad está entre los veinticinco y los treinta años y tiene un físico más que privilegiado. Despierta la imaginación y la lascivia de toda la división. Algunos se fueron a marzo para seguir viéndola más tiempo.

Por su parte, el personal administrativo que ha acompañado al alumnado durante los cinco años, ha estado integrado por:

Martínez, Mario (Chupete) (preceptor). El “bueno”. Mediana edad. Usado en varias circunstancias como salidas antes de hora, llegadas tarde y “ablandes” de profesores.  Su bondad lo convirtió en blanco de bromas pesadas y amenazas de golpes.     

Tesidoro, Julio (Manija) (preceptor). El “malo”. Implacable con alumnos. Estricto cumplimiento de órdenes y horarios. Se las tenían jurado mutuamente. Hubo ya peleas fuera del colegio 

Pérez Pérez, Juan (Perico) (casero). El “inocente”. Vivía en una pequeña vivienda en en  fondo del colegio. Abría y cerraba la puerta del mismo diariamente. Supervisaba la limpieza. Tenía reuniones secretas con el rector sobre lo que escuchaba y tramaban hacer los alumnos.

 

Han terminado de recibir los diplomas todos los alumnos, y es el momento de compartir la alegría entre ellos y sus familiares y amigos en el patio del colegio. 

—¡Bueno, por fin! —le está diciendo Julio a sus padres, mientras lo estrechan entre sus brazos—. ¡Creí que este momento no iba a llegar nunca! ¡Se hizo desear!

—¿Viste, hijo? Todo llega a su debido tiempo —le responde su madre—. Y debés sentirte muy contento por el logro.

—Ya lo creo, Julio —agrega su padre—, y nosotros muy orgullosos. ¡Te felicito!

—¡Miren, ahí está Bill y su familia! —dice Julio—. Acerquémonos, así los saludamos. Ellos también deben estar muy felices… 

—¡Hola, Julito! ¡Dejame que te abrace! —le dice la madre de Bill—. ¡Qué bueno que lo hayan logrado juntos! ¡No solo haberse recibido sino ser capaces de mantener la amistad tanto tiempo!

—¡Así es, Bill! ¡Felicitaciones! —exclama el padre de Julio, dándole un par de palmaditas en la espalda—. Los dos se lo merecen. Y acá está la hermana de Julio que también te quiere abrazar

En esos momentos se acerca Ricardo con sus padres y hermano para sumarse a las dos familias anteriores, formándose un pequeño grupo. 

—Hola. Déjenme que les presente a mis padres —dice Ricardo al grupo—. Tantas veces les hablé de ustedes que por fin se pueden conocer.

—Ricardo también es como un hijo más para nosotros, señora —la madre de Julio le transmite a la de Ricardo—Estuvo muchas veces en nuestra casa y es un muchacho encantador. Tiene que sentirse orgullosa.

—¡Y lo estoy! —responde esta última—. Y además, ver a todos estos muchachos con sus títulos es una alegría muy contagiosa. Tienen toda la vida por delante y este colegio ha sido muy importante para ellos.

—¿Y qué van a hacer ahora, que ya no tienen que venir más acá? —les pregunta el padre de Julio a los tres—. ¿Tienen ya decidido qué carrera seguir?.

—Bueno, papá, vos sabés que yo voy a seguir ingeniería —contesta Julio—, aunque todavía no sé qué rama. Además, tengo que hacer el curso de ingreso, que dura un año y es bastante difícil.

—En mi caso voy a seguir Relaciones Internacionales —responde Bill—, una tradición familiar. Pero, obviamente, sin dejar el rugby.

—En mi caso, por ahora a full con mi querido Belgrano Athletic —agrega Ricardo—. Ya el año próximo jugaré en la primera y me consumirá casi todo el tiempo. Luego, Dios dirá.

 

Escenas similares a esta se van dando espontáneamente en diversos espacios del patio, en las que se comparte la satisfacción de los veintinueve ex­-alumnos que acaban de finalizar los estudios.   

En otro rincón del patio se encuentran otras tres familias, que están dando rienda suelta a su alegría. Son las de Jorge, Adrián e Higinio. Sus orígenes e intereses no son, precisamente, concurrentes. Pero la circunstancia se encarga de achicar distancias y favorecer los diálogos.  

—Así que parece que aparte de haber estudiado, se divirtieron bastante con los profesores —está diciendo el padre de Jorge—. Por lo menos es lo que nos dijo mi hijo. Me gustaría escuchar sus versiones.

—Y sí, cada uno tiene su punto débil —contesta Higinio—, y una vez que se lo descubrimos, a partir de ahí era fácil castigarlos un poco; no mucho. Siempre manteniendo el nivel.

—¿Cómo cuál, por ejemplo, Higinio? —le pregunta el hermano de Adrián—. Necesito saberlo porque yo ingreso el año próximo y me ahorrás trabajo.

—Mirá, un clásico es el gordo, pelado y medio biscocho que viste en el patio —responde Higinio—. Ese es el doctor Giulano Ferrando, que tiene Anatomía. Cada dos palabras normales, inserta tres puteadas que se le ocurren en el momento. Es un bocho en lo suyo, ¿sabés?, pero tiene ese tic, que nos hace matar de risa. Solo hay que dejársela picando para que reaccione así… 

—¿Pero, te acordás de algún ejemplo real que haya pasado? Debe estar buenísimo conocerlo, supongo…t

—Hummm … no sé si puedo acá, frente a tu madre… son todos comentarios muy grosos….

—Sí, dale Higinio. Por mí no te hagas problema —responde la señora—. A esta altura de mi vida y con hijos adolescentes ya estoy vacunada contra las malas palabras..

—Bueno, ya que piden…  Una vez estaba hablando sobre el cuidado que deben tener los médicos con recetar medicamentos porque ahora que hay tantos, es muy fácil confundir sus nombres y citó el caso de un colega suyo que una vez le recetó tetromicina o algo así, en vez de nitrofurantoína, para una infección urinaria que tenía, y al paciente, en vez de solucionarle el problema, ¡se le cayó la chota…!  Imagínense las carcajadas de todos nosotros: Y cómo esa, varias más.  

—Estuvo genial —responde Adrián junior—. ¿Y qué otra más se acuerdan? Porque este hermano que tengo nunca me cuenta nada. ¡Es un amargo…!

—En mi caso recuerdo un episodio —relata Jorge— que me pasó con la vieja Ester Camino, de Literatura, hace ya un par de años, que me valió mi primera y única amonestación en el colegio.

—¿Cómo fue eso, Jorge? —le pregunta la madre de Higinio—, porque según mi hijo sos un chico muy serio y respetuoso…

—Lo que pasó es que como mis padres, aquí presentes, pueden atestiguar, mis abuelos eran catalanes y en casa hablamos esa lengua, lo mismo que el castellano; y nos sentimos muy orgullosos de eso.    

—No es para menos, Jorge. Me parece muy bien que lo hagan. Hay que respetar y mantener las tradiciones, sobre todo en nuestro país, ya que somos especialistas en destruirlas en la primera de cambio.

—Bueno, el caso es que la Camino, en un momento, comentó que en España, su lengua era el castellano.. y siguió con su frase. Yo levanté la mano y me cedió la palabra, parándose al lado mío. Entonces le dije que aparte del castellano, en ese país también existían las lenguas catalana, gallega y vasca.

—Es correcto, Jorge, así es —le responde la madre de Higinio—. Y entonces ¿qué pasó con la profesora?

—Pasó que se puso como loca y me contestó en voz alta que esas no eran lenguas oficiales, que yo no podía contradecirla en frente de la clase y otra serie de palabras ofensivas. Al finalizar, me preguntó si quería decir algo más…   y bueno, yo le dije que ¡..me estaba escupiendo en la cara…! Era la verdad objetiva; pero ella, en medio de las carcajadas de la clase, me mandó a la Dirección y me pusieron unas amonestaciones…  

—Injusto, pero muy gracioso, Jorge. Le respondiste con sinceridad, pero se sintió tan ridiculizada que reaccionó así…

—Bueno, en mi caso y para que mi pequeño brother no diga que no cuento nada —Adrián quiere contribuir también con una anécdota—, les voy a compartir algo que pasaba en tercer año, cuando estábamos en el aula del barrio chino…¿saben todos dónde queda?

—Sí, lo sabemos. Adrián —responde el padre de Jorge—. Nos lo contó nuestro hijo… En un pasillo al costado del colegio, que cuando llueve se inunda, ¿no?

—Correcto, ahí mismo. El caso es que esa vez la víctima fue la profesora de Historia, Julia Mansilla, esa chica joven que está tan buena, por cierto.

—Nos dimos cuenta al verla, Adrián.. ¿y que le hicieron ustedes, banda de sátrapas, a la pobre chica?

—Ella había cometido el grave error de anunciarnos dos días antes que ese día iba a tomar prueba… ¡Qué ingenua! ¡A nosotros, justamente! Un detalle del aula del barrio chino es que de vez en cuando se desprende parte del revoque del techo. “Perico” Pérez, el casero del colegio ya está al tanto del problema, pero todavía no consiguió que vinieran los albañiles a arreglarlo. Nosotros, por nuestra parte, teníamos almacenadas unas cuantas maderas t trozos de revoque en la parte posterior del aula para algunas “emergencias” como la de ese día.  

—Ya me lo veo venir… —comenta el padre de Jorge—. ¿Qué hicieron entonces, salvajes?

—Lo lógico, dadas las circunstancias. Al terminar el recreo y antes de que llegara la Mansilla, comenzamos a tirar las maderas y el revoque sobre los pupitres y cuando entró ella, todos al unísono gritamos ¡el techo!, ¡se cae el techo!, tras lo cual todos, incluida ella misma, salimos corriendo hacia el gran patio. Y así terminó el día para nosotros. Nos mandaron de vuelta a nuestras casas.

—¡Son unos bárbaros, desconsiderados!, pero no hay que negarles que ingenio no les falta, a Dios gracias…

 

Los únicos dos alumnos que no han ido acompañados por sus familiares son Igor y Arnaldo, los dos extremos del grupo en cuanto a la dedicación brindada a la secundaria y, consecuentemente, a los resultados logrados.

No es de extrañar, entonces, que entre ambos se haya entablado una conversación que hubiera sido difícil imaginar durante toda la carrera.

De hecho, nunca lo habían hecho en forma privada.   

—Creo que es la primera vez que podemos hablar así, cara a cara ¿no? —Armaldo abre el diálogo—Es muy extraño que luego de cinco años de haber compartido una carrera, sea el último día y al final del acto cuando nos encontramos ¿Por qué será, Igor?

—Evidentemente somos muy distintos, Arnaldo, y eso no lo podemos ni debemos evitar. Si hay algo que no me gusta, es la falsedad, ¿no creés?

—Estoy de acuerdo, pero mirá que casualidad; somos los únicos dos que vinimos solos al acto. Por lo menos en ese sentido somos iguales. Porque… familia vos tenés, al igual que yo.. ¿qué nos pasó? Te cuento que yo vivo solo con mi vieja. Ella enviudó hace unos años y mi hermano mayor se casó y tiene su propia familia, así que de la noche a la mañana quedamos solos los dos. Ya tiene sus años y es diabética. No le conviene tener grandes emociones, por eso no le dije de venir. Además se iba a sentir como sapo de otro pozo, la pobre… ¿y vos, Igor?

—Yo los tengo a los dos, pero son inmigrantes polacos a los que la Argentina no los trató bien. Creo que nunca pudieron adaptarse al país y se llenaron de resentimiento, que yo, su único hijo, mamé desde chico. Además eran demasiado grandes para regresar a su país y tuvieron que quedarse acá, muy a pesar de ello. Por eso soy como soy. Les dije si querían venir pero no quisieron saber nada con los padres copetudos de nuestros compañeros.  

—Pero el hecho de que los hayas visto sufrir tanto, ¿no te dio un poco de aliciente para superar la situación en la que estás y ser alguien con un mejor pasar en esta vida?

—No, al contrario. No sé por qué me engendraron. El caos es mi estado natural, en el que me acostumbré a vivir y no soporto para la nada las reglas, órdenes o cualquier otro intento de coartar mi libertad para decidir. En cambio, veo que vos sos distinto, Arnaldo. ¡Te domesticaron! No solo las aceptás, sino que además te esforzás para moverte cada vez mejor dentro de ellas.. como un ave salvaje encerrada en una gran jaula… ¿no te das cuenta de eso?

—Pero pensá un segundo, porque tonto no sos… ¿Cómo es que llegamos nosotros dos a estar en este país, hoy, con un título secundario? ¿Te das cuenta que nuestros viejos abandonaron sus países, sufriendo esa pérdida, con tal de intentar dar un futuro mejor a sus descendientes, o sea, a nosotros? ¿No creés que debemos retribuirles con la misma moneda, creciendo en esta sociedad para honrarlos?  

—No, no lo creo, de verdad.. En mi caso estoy acá porque ya no pudieron volver a Polonia, y eso fue porque en este país del orto, no se les dio ninguna posibilidad de insertarse. Por eso, Arnaldo, vivo con lo que tengo puesto y no pienso esforzarme ni un gramo. No vale la pena… A lo sumo, podré ser un técnico mecánico que es lo que me atrae y punto…

—Pero, disculpame que te pregunte.. ¿por qué sos tan quilombero? A algunos los tenés con los huevos al plato, entre ellos al pobre Adrián… ¿qué te hizo? 

—¿Ese francesito? ¿Tiene huevos? No creo y además tiene una cola prominente, así que, en cuanto se descuide, me lo monto… Mi ídolo es el profe Jorge Genisio. Es un maestro en Gimnasia, y ¿viste como relojea a las chicas del Instituto de Educación Física? 

—No creo que estés hablando en serio, ni lo tuyo con Adríán ni lo del profe con las chicas…   podrían ser sus hijas,

—¿Y..? ¿qué tiene de malo?  Bueno, Arnaldo, vamos que ya se están despidiendo todos.

—Dale, vamos. Lamento mucho que esta charla no la hayamos tenido hace algunos años, pero más vale tarde que nunca. 

 

Y así llegó el mediodía  y con él, las despedidas de todos los presentes, incluidos los alumnos, familiares, amigos y autoridades del colegio.

Los abrazos y palmadas finales, en medio de un enrarecido ambiente, mezcla de emoción, tristeza, orgullo, satisfacción y varios y preciados sentimientos más, prometiéndose mutuamente mantenerse en contacto desde ese momento en más, dieron por terminada una jornada que sería recordada durante toda la vida por esos veintinueve jóvenes y sus familias.

En menos de dos horas debía comenzar una ceremonia similar para los alumnos del turno tarde…

 

 

 

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