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Cafés Porteños

Los cafés de Buenos Aires han sido y siguen siendo casuales testigos de múltiples encuentros de los más diversos tipos. Cualquier excusa es válida para compartir y tomarse el consabido cafecito. Encuentro, reunión, lectura, pausa laboral, entre otros muchos menesteres, son los motivos aducidos para invocar su necesidad.

Los de la zona de Tribunales, en particular, son copados por aquellos involucrados, circunstancial o profesionalmente, en los muy diversos ámbitos judiciales. Esta historia es un muy modesto homenaje a dichos locales que ornamentan la Gran Ciudad.


Cafés porteños

Antonio Salgado López

del libro “El encuentro y otros cuentos”


“Si hay un ámbito representativo del espíritu porteño, ese es, sin duda, el del “Café”, o los antiguos Bares de la ciudad. Es uno de los rostros más característicos del Buenos Aires de ayer. Sitio de amigos y de discusión, de política y de fútbol, de tango, amores y desamores. El Café, como lugar de reunión, que tuvo su apogeo en la década de 1930, permanece en el recuerdo de los nostálgicos y despierta la curiosidad de los más jóvenes. En ellos florecieron y se extinguieron los movimientos artísticos, los guapos se batieron a duelo por las “pebetas” y la generación de los ’70, gastó horas planeando la revolución en sus mesas.

Por allí ha pasado buena parte de la vida social de Buenos Aires y aun hoy en día, son el fiel reflejo de la ciudad y su gente. Porque todavía son el punto de reunión con amigos, el lugar donde se entra un minuto para hacer un alto, el sitio donde se hace tiempo para desplegar el alma porteño.

Algunos han ido desapareciendo (La Armonía en la avenida de Mayo), El Cafetal (Florida y Diagonal Norte), La Paris (Marcelo T de Alvear y Libertad), El Águila (Santa Fe y Callao) o el Café Domínguez (en Corrientes angosta). Aquellos que servían para rumiar melancolías, para negar la trampa del tiempo, para charlar con un amigo ya no están, devorados por la falta de rentabilidad.

Varios quedan en el centro y muchos en los barrios de la ciudad. Unos adaptados a los tiempos modernos y otros apuntalados por una clientela firme que no los deja morir.

Son cerca de tres mil quinientos los que figuran en los registros municipales y resaltar sus méritos como integradores de una sociedad cada vez más dispersa, es, tal vez, defenderlos de su destino incierto.

Por eso los incluimos en estos Cuentos; por ser una expresión de las costumbres de nuestro pasado, que respondían a sentidas necesidades de los vecinos y por la importancia que tuvieron algunos de ellos en la agitada vida de Buenos Aires desde los postreros años del siglo XVIII.

Para los argentinos en general, ir a tomar un café es desde hace décadas un ritual que excede el hecho de sentarse a tomar algo. Ya sea solos o acompañados, la excusa de escaparse a un bar es ideal para tomarse un respiro de la rutina.

Una de las zonas de la gran ciudad porteña donde los cafés o bares más abundan es la de Tribunales.


—¡Buenos días, doctor! ¿Lo de siempre esta mañana? —inquiere el mozo a la persona joven enfundada en el inconfundible traje semi arrugado que caracteriza a los abogados que pululan la cuadra.

—¡Buenos días, Manuel! Sí, un cortado bien caliente y una medialuna sola, que tengo que cuidar la percha. Para mi compañera un té con limón, por favor. ¿Lo quiere acompañado con algo, Matilde?

—No, muchas gracias, doctor. Así no más está bien.

—Bien, Manuel. Ya la escuchaste. Y por favor que no tarde mucho porque tenemos los minutos justos esta mañana.

Nos encontramos en el Bar Tribuno, uno de los más frecuentados por los abogados. Tiene una excelente atención y muy buena calidad. Los mozos conocen a la mayoría de sus habitués y solo basta con sentarse en la mesa preferida, para que en minutos se presenten listos con “lo de siempre”. Está ubicado en Montevideo al 400.

—Mire, Matilde, la reunión de esta mañana es un intento de conciliación, en la que se tratará de llegar a un acuerdo amistoso con su esposo. No sé si la otra parte se va a presentar o no pero si lo hace, debe tener pensado cuánto estaría dispuesta a aceptar realmente de él para dar por terminado el juicio.

—Mire doctor, a ese canalla de Rubén pienso sacarle hasta el último centavo. Se lo merece por haberme tratado como a un trapo de piso durante casi quince años.

—Me imagino muy bien lo que debe estar sintiendo Matilde, pero en estos momentos debe tratar de serenarse y ser lo más objetiva posible para lograr una negociación que resulte beneficiosa para ambos.

—Lo sé, doctor Gutiérrez, lo sé, aunque me cuesta serenarme. ¿Y usted cómo ve mi situación?

—Perdón, señora y doctor —interrumpe el mozo, trayendo lo que le solicitaron—. Aquí está el pedido.

—Gracias, Manolo. Mire, Matilde, sé que convivir durante tantos años con una persona sintiendo una permanente humillación no ha debido ser fácil para usted. Entiendo que su trabajo, aunque haya sido durante las mañanas en el hospital, cuando su hijo estaba en el colegio, y el hecho de haber cuidado de él el resto del día merecían todo el reconocimiento y valoración por parte de Rubén pero, por razones que ignoro, lamentablemente no ha sido así y por eso tomé su caso. Ahora bien, dicho esto, la separación, pero no el divorcio ya que no estaban casados; y la división de bienes que reclama ahora, deben ser planteados con sinceridad e inteligencia para poder llegar a buen puerto, ¿de acuerdo?

—Sí, sí, por eso recurrí a usted, doctor Gutiérrez.

—Le agradezco, Matilde. Bien, entonces, si no me equivoco, los que estarán en discusión son los bienes a su nombre, ya que usted no posee ninguno, y esos son el departamento de tres ambientes donde vivían, el coche y un efectivo que, según usted, son doscientos mil dólares, depositados en una caja de seguridad del banco donde ambos tienen cuenta. ¿Voy bien hasta aquí?

—Es correcto, doctor. Lo que quiero saber es cuánto tengo derecho a reclamar, considerando que su anterior esposa no convivía actualmente con este maldito,

—Matilde, honestamente creo que si bien el hecho de haber convivido con él le otorgan el mismo derecho que su otra esposa, esto puede llevar un largo período antes de que se resuelva legalmente. Los tiempos aquí no son cortos, precisamente. Por lo tanto mi recomendación en que tratemos de conciliar con él de un modo que a usted le satisfaga y que a él no lo perjudique demasiado.

—Entiendo, doctor Gutiérrez. ¿Qué cree que deberíamos hacer entonces en la audiencia de mañana?

—Matilde, creo que el departamento y el coche no deberíamos mencionarlo en el alegato y sí concentrarnos en el efectivo que posee en la caja de seguridad que tiene en el banco. A propósito, ¿tiene usted una llave de la caja?

—No, el muy cretino nunca me la dio. Le dije que es una persona que siempre me ninguneó durante todo este tiempo.

—Era previsible, por lo que me cuenta de él.

—Y usted, doctor, ¿cree que es un reclamo justo así y que él estará de acuerdo?

—No lo puedo afirmar, Matilde, pero por lo que me dice, el efectivo en el banco tiene aproximadamente el mismo valor que el departamento más el coche; por lo que creo que sería algo razonable de plantear.

—¿Y cuánto debería reclamarle, doctor? ¿Todo el efectivo?

—Yo que usted, Matilde, comenzaría por eso. Para bajar, siempre hay tiempo.


En esos momentos, a pocas cuadras de allí, otro encuentro se está produciendo.

—Buen día, Rubén, ¿cómo anda usted? —el abogado, vestido con su traje de fajina, saluda a su cliente, quien lo espera puntualmente desde las 9 horas de la mañana—. Discúlpeme el retraso. Me entretuve en el camino para saludar a un par de colegas.

—Sí, no hay problema, doctor Cuello. Aproveché para curiosear un poco el Café. Es realmente muy bonito.

Esta escena se desarrolla en el Establecimiento General de Café, uno de los más modernos de la zona. Posee un excelente ambiente y menú para los fanáticos del café y para aquellos que buscan un lugar más tranquilo en donde poder leer o charlar. Está ubicado en Lavalle al 1500.

—Sí, realmente lo es y queda muy cerca de la oficina y de los juzgados. Yo voy a pedir un café con leche con medialunas ya que salí de casa volando sin desayunar, ¿y a usted qué le hago marchar?

—Solo un cortado. Gracias. Ya desayuné.

—¡Ya lo escuchaste, Juancito! —el abogado se dirige al mozo que se ha acercado a la mesa prontamente.

—Sí, doctor, en seguida se los sirvo.

—Bueno, Rubén, lo primero que me gustaría saber es si tiene alguna duda sobre dónde estamos en el proceso y cuáles son los próximos pasos a dar.

—Bueno, creo que instancia de mañana es para ver si llego a un acuerdo con mi ex-pareja, ¿no es así?

—Así es, Rubén, es la primera instancia y ojalá que sea la última ¿cuál es su posición al respecto?

—Para serle franco, doctor, con Matilde no quiero saber más nada. Fue uno de los errores más grandes de mi vida. Haber mantenido esta relación durante tanto tiempo, no se imagina. Tenía que haberla despachado al segundo o tercer año, pero quedó embarazada y bueno, me tocó mi lado más débil. El primer hijo, ¿sabe?, ya que con mi primera esposa no habíamos podido engendrar. Ese había sido precisamente el motivo de nuestra separación. Y al nacer el niño creí que la convivencia iba a ser mejor o, por lo menos, más tolerable.

—Entiendo, Rubén. Y ahora ¿cómo se siente, realmente?

—No funcionó, doctor. Todo lo contrario. Matilde es una mujer indecisa, sin convicciones, dependiendo siempre de mí. En un momento se convirtió en una carga insoportable. Sé que algo de plata aportaba por su trabajo de las mañanas, pero honestamente me carcomía la cabeza. El único motivo por el cual no la eché antes fue por el niño, mi hijo. Pero esto no da para más.

—¿Y usted qué piensa que va a hacer ella, con el hijo de ambos a su cargo, sin su ayuda financiera ni tener un lugar dónde ir?

—Creo que con su trabajo, al principio se las pueden rebuscar ambos y en cuanto al lugar, tendrán que alquilar porque ella no tiene familia. Luego irán viendo. Yo les pienso pasar la cuota que me diga el juez, pero hasta ahí llegó mi amor.

—Rubén, eso es lo mínimo para estar dentro de la ley; pero la pregunta es ¿qué pasa con los bienes que están a su nombre y que estaban siendo disfrutados por ambos antes de la separación.

—Doctor Cuello, si usted se refiere al departamento y al coche que me pude comprar trabajando como un bestia durante tantos años, olvídese. Se los puede quedar ella. No me interesan, ¿me entiende?

—Entiendo. Y con los dólares que me comentó que tenía depositados en una caja de seguridad de un banco ¿qué quiere hacer?

—¡Esos son míos, doctor, míos! Ni hablar en darle un solo dólar.

—Lo entiendo, Rubén, pero permítame decirle que lamentablemente ella también tiene derecho a una parte de ello. Es la ley ¿sabe, Rubén?

—No es justo, doctor. No hizo nada para conseguirlo ¿y ahora me los puede arrebatar? ¡Ni loco, doctor! ¡Ni loco!

—No digo que se lo quiera sacar. Solo que tal vez mañana surja este tema en la audiencia y usted debe estar preparado para contestar. Y a propósito, ¿cuántos dólares son, aproximadamente?

—Unos doscientos mil, más o menos.

—Bueno, Rubén, vaya pensando que tal vez se deba desprender de una parte de ellos. Solo téngalo en cuenta para mañana.

—Doctor, vaya sabiendo que los tendrá que defender a capa y espada. Es lo único que pude juntar en mi vida.


Cada mañana, los abogados que visitan el centro porteño para hacer su recorrido por los juzgados de tribunales o acudir a alguna audiencia, se presentan con sus trajes habituales y sus portafolios repletos de papeles en algunos de sus cafés y bares favoritos, donde son clientes frecuentes, para informarse, leer las noticias, ponerse al día o trabajar con algún amigo o colega. Distintas generaciones de ellos tienen su sitio predilecto en la casi veintena que circundan el Palacio de Tribunales o sus zonas cercanas. Allí el trato que recibe cualquier comensal que ingresa es el de Doctor o Doctora, independientemente de su profesión real.

Algunos de los preferidos, aparte del Tribuno, son el Boston City, en la Galería Güemes; el New Brighton, un típico bar británico, en Sarmiento al 600; el Bay Ben, una típica barra antigua, en Lavalle al 1500; y el Bar Ulpiano, con su típica factura de hojaldre con azúcar y dulce de manzana para acompañar el café, en Lavalle 1200; entre otros muchos.

Fuera del ámbito de los Tribunales, otros bares y cafés constituyen un patrimonio vivo y son los puntos de encuentro de los porteños con sus amigos, o con ellos mismos. Emblemas de la ciudad, son representativos de una identidad barrial y una estrecha vinculación con su historia; ya sea en Villa Crespo, Mataderos, San Telmo, Pompeya, Saavedra y otros.

También hubo otros que fueron representativos de épocas pasadas, pero que lamentablemente no resistieron al inexorable paso del tiempo y fueron cerrando sus puertas, entre ellos el Café de los Catalanes, inaugurado en 1799 en la esquina de las actuales San Martín y general Perón; el Globo, surgido en 1914 en Monserrat, por el que desfilaron Jorge Newbery, Arturo Illia, Raúl Alfonsín, Lola Membrives y Jorge Luis Borges, entre otros; el Petit Café, de 1927, ubicado en Santa Fe, entre Callao y Río Bamba, frecuentado por niños bien, a los que se llamó petiteros; entre otros.


Al día siguiente se produjo la audiencia de conciliación pero, dado que las expectativas de Matilde y Rubén habían sido idénticas y básicamente centradas en disponer del poderoso caballero Don Dinero, la reunión ha estado plagada de asperezas y mutuas recriminaciones entre los integrantes de la ex pareja.

Los dos abogados de sus clientes, los doctores Gutiérrez y Cuello, respectivamente, han intentado por todos los medios llegar a una solución de compromiso, la que fue finalmente conseguida después de más de tres horas de gritos, mutuas recriminaciones y otros hostiles alegatos.

El trabajo de los doctores ha sido extremadamente eficaz, ya que la reunión ha concluido con el mutuo acuerdo de Matilde y Rubén, consistente en que ambos se quedarán con cien mil dólares cada uno; se pondrán a la venta el departamento y el auto y lo que se obtenga de la misma se dividirá en mitades iguales.


Dado que ya eran más de las dos de la tarde y como un gesto de un acuerdo civilizado, las dos partes junto con sus abogados respectivos, deciden almorzar juntos. El encuentro tiene lugar en el Café Bar Tortoni.

—¡Qué elegante es este Café! Les tengo que agradecer a los tres que finalmente hayamos podido alcanzar un acuerdo —Matilde toma la iniciativa—. Realmente me siento mucho más aliviada.

—Creo que siendo sinceros en lo que se hable, a pesar de los modos en algún momento, señora, permite lograr estos acuerdos que, de otro modo, serían muy difíciles de alcanzar —le responde el doctor Cuello—. Ya ve cómo mi cliente, a pesar de los problemas que pudieron haber tenido, al final es una persona que termina razonando. Y ahora, a dar cuenta de nuestro almuerzo.

El Café Bar El Tortoni, inaugurado en 1858, fue siempre un lugar de reunión de gente que quería compartir problemas o evitar la soledad y es el único de los cafés de la bohemia intelectual que sigue en pie. Desde los ’30 en adelante fue un templo abierto a escritores, pintores, periodistas, políticos, jugadores de ajedrez, tomadores de capuchinos, gustadores del tango o jazz, y entusiastas de la pintura. Es el más antiguo y célebre de los cafés porteños, formando parte inseparable de la avenida de Mayo, la más española de Buenos Aires.

—Realmente, la comida estuvo magnífica —comenta el doctor Gutiérrez—. Por algo tiene tanta fama este lugar. Y ahora, permítanme preguntarles algo. ¿Cuándo y de qué modo piensan efectuar el pago?

—Miren, mi interés es cerrar este tema cuanto antes; y ya que Matilde quiere el dinero en efectivo —responde Rubén—, si están de acuerdo, nos podemos juntar los cuatro pasado mañana al mediodía en el juzgado, le doy el dinero y damos por cerrado el caso, a la espera de las otras ventas.

—¿Usted, Matilde, está de acuerdo? —le pregunta el doctor Gutiérrez—. Para mí está bien.

—Sí, doctor, para mí también. Hagámoslo así y damos por zanjado el problema.

—Rubén, ¿necesita alguna ayuda o a alguien que lo acompañe para traer el efectivo? —le pregunta el doctor Cuello—. Lamentablemente en esta zona también están ocurriendo hechos desagradables.

—Descuide usted, doctor —responde Rubén— Justo frente a este edificio hay una sucursal de mi banco. A las doce en punto estaré ahí con el dinero. Yo también quiero terminar esto de una vez por todas.

—Bueno, siendo así, solo nos queda entonces disfrutar del postre y el café que también son muy recomendables en este lugar —cierra el diálogo el doctor Cuello.


Y dos días después al mediodía, Matilde y los dos abogados esperaron infructuosamente en el juzgado la llegada de Rubén con el dinero acordado para dar por finalizada la querella, por lo menos en lo concerniente a la distribución del metálico.


Una semana después, Matilde y el doctor Gutiérrez se reúnen para desayunar juntos en un lugar alejado de la zona de Tribunales.

El Café La Biela vio la luz en 1850 en La Recoleta, cuando era un lugar de quintas y caminos de tierra, y surgió como una pulpería donde gauchos y compadritos se confundían entre ginebras y naipes. Eran frecuentes las peleas de cuchillos, el bailongo popular y las mujeres de la noche, que tomaban su café con leche al amanecer. Refugio de varias generaciones y tribus urbanas, por su estaño pasaron los tuercas de los ’40, el mundo artístico de los ’60, hippies y chetos de los ’70 y los yuppies de los ’80. Hoy se sigue llenando de turistas y de todo aquel que gusta disfrutar de un cafecito en su vereda tan concurrida.

—Trate de tranquilizarse, Matilde. Comprendo su desesperación. Cuente conmigo, por favor, para ayudarla en lo que pueda.

—No tengo consuelo, doctor. Ese maldito dinero era lo que necesitaba para salir adelante y darle a mi hijo la educación que merece, el pobre. Ahora no sé qué va a ser de nosotros.

—Algo le va a aparecer, Matilde. Dios aprieta pero no ahoga. Yo mismo, si quiere, le puedo ofrecer un trabajo por la tarde como administrativa para completar su trabajo en el hospital por las mañanas.

—Gracias doctor, usted es un santo. Lo voy a pensar. ¡Pero mire que le dijimos al inconsciente de Rubén que se cuidara a la salida del banco, pero como de costumbre hizo lo que quiso y no escuchó a los demás!

—Lo sé, Matilde. Esta ciudad es un desastre en cuanto a seguridad.

—¡Pero dígame doctor, por favor! ¿Era necesario exponerse de ese modo y encima tratar de defenderse como lo hizo cuando lo tenían acorralado?

—No, no lo era. Pero uno nunca sabe cómo reaccionará en esas circunstancias. Es un acto reflejo, Matilde.

—Sí, doctor, un acto reflejo que a él le costó la vida y a mí me dejó sin nada. Y ahora doctor, ¿qué hago?

—Trate de tranquilizarse, Matilde, con llorar no gana nada; y déjeme que le pregunte si usted sabe si Rubén tenía algún seguro personal que lo cubriese por lo que pudiera pasarle.

—No lo sé, realmente, doctor, y conmigo no tengo ningún papel de él con el que pueda averiguar.

—No se preocupe. Déjenlo en mis manos. Los abogados tenemos algunos mecanismos para averiguar estos temas. En cuanto sepa algo, se lo hago saber.

—Gracias, doctor. ¡Usted siempre tan bueno conmigo! No sé si me lo merezco.

—Eso y mucho más, Matilde.


Un mes más tarde los resultados de la investigación y el accionar del doctor Gutiérrez han dado sus frutos. Efectivamente, el previsor de Rubén tenía un seguro a su nombre y nuevamente la buena gestión del abogado le permitirá a Matilde cobrar los cien mil dólares que le corresponden en algunos días más.

Para festejarlo, ella y su abogado han quedado en encontrarse a las seis de la tarde en la recientemente reabierta Confitería del Molino.


Inaugurada en 1917, esta confitería situada en Rivadavia y Callao, frente al Congreso de la Nación, acompañó desde entonces la vida intelectual, política y social del país. Leopoldo Lugones, Carlos Gardel, Eva Perón, y los presidentes Alvear, Justo y Perón, entre otros ilustres personajes, pasaron por sus salones con reminiscencias de palacio francés. Debido a las diversas crisis económicas del país, fue declarada Área de Protección Histórica de la Ciudad, pero eso no pudo detener la debacle y en 1997 cerró sus puertas. Desde ese momento se sucedieron varias iniciativas para su reapertura, hasta que finalmente en el 2019 se produjo la misma, como una confitería, dedicando los pisos superiores a actividades culturales y pasando a formar parte del Proyecto de la manzana legislativa.

—¡Es increíble el trabajo de restauración que hicieron acá! ¡Quedó precioso!

—Sí, tiene razón Matilde. Es la primera vez que vengo desde que lo reinauguraron y me quedé sorprendido. Lo increíble fue que lo tuvieran abandonado durante tantos años.

—Doctor Gutiérrez, le voy a estar siempre agradecida por lo que consiguió para mi hijo y para mí. Usted es mi ángel guardián.

—Por favor, Matilde, no me llame más así. Llámeme Conrado. Después de todo lo que pasamos juntos, creo que es hora de que nos tuteemos, ¿no?

—Bueno, no sé si debo, pero si es lo que quiere, Conrado, lo llamaré así entonces.

—Sí, Matilde, a nuestra edad ya no tenemos muchos años por delante y no podemos desperdiciar oportunidades, ¿no creés?

—Tenés razón, Conrado, me tengo que acostumbrar de a poco.

—Matilde, todo el tiempo que necesites y un poco más también. Un solterón como yo, que vivió hasta ahora solo pendiente de su trabajo, también puede encariñarse con otra persona, sobre todo si es bonita y agradable como vos.

—¿Pero qué cosas decís, Conrado? Me estás haciendo poner colorada…

—Y te queda muy bien, Matilde, muy bien…”


¿Qué tal?, ¿te gustó? Espero que haya sido de tu agrado.

Como esta, decenas de historias se desarrollan diariamente a lo largo y a lo ancho de la ciudad porteña.

Cuando vayas a tomarte tu próximo cafecito, por favor dedícate unos minutos a observar a quienes te rodean. Dime, sinceramente, si no deben andar en algo parecido a lo que acabas de leer.

Una recomendación: trata de observar con discreción. No quiera en el futuro ser acusado de promover una discusión y que acabe tomando yo otro cafecito en la zona de Tribunales.


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